martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 38

Lali se despertó con el aroma del café recién hecho y con un sentimiento de premonición en el fondo de su estómago. Los recuerdos de la noche anterior aparecieron en su cabeza y se tapó la cara con la almohada emitiendo un gemido.
Lo había liado todo. ¿Qué pensaría Peter de ella después de aquello? ¿Cómo iba a mirarlo a la cara después del modo en que se, habían separado? Aquello era mucho peor que su comportamiento en la isla de Brandmeire.
Y encima había mucho más en juego. A pesar de las advertencias de Peter, ella estaba implicada emocionalmente hasta los ojos.
—Ignorarlo no hará que desaparezca —murmuró bajo la almohada—. Te quedan dos meses y medio antes de que puedas pagar al chantajista y anular el matrimonio, y no puedes pasar todo ese tiempo metida en esta habitación. Tarde o temprano tendrás que enfrentarte a él.
Levantó la almohada. De hecho la casa estaba muy tranquila. Quizá él hubiera preparado café y luego se hubiera marchado a algún sitio. Miró el reloj de la mesilla de noche.
Eran las ocho de la mañana del domingo. ¿Estaría Peter en casa?
—Por favor, que haya salido.
Entonces sonó un golpe en la puerta y ella dio un brinco en la cama. Era demasiado esperar.
—¿Lali? Ponte algo encima y ven a desayunar. Tenemos que hablar.
El efecto de esa voz profunda en sus terminaciones nerviosas no fue menos fuerte que el día anterior. Sólo que ahora temía las reacciones que él pudiera tener.
Por mucho que quisiera quedarse allí tumbada e ignorarlo, sabía que sería una pérdida de tiempo. Salió de la cama y se dirigió hacia su bolsa.
—Dame unos minutos.
Él murmuró algo a través de la puerta cerrada y luego se alejó. Lali escuchó entonces el sonido de una sartén en la cocina. Buscó en su bolsa y encontró unos pantalones blancos y una camiseta azul.
El resto de sus posesiones estaban en otra de las habitaciones esperando que ella diera instrucciones. Su antiguo apartamento ya estaba cerrado y había entregado las llaves. Cuando se marchara de allí, estaría sin casa y, además, sin trabajo. Otro problema en el que no quería pensar.
Dos minutos después apareció bajo el marco de la puerta de la cocina y vio a su marido colocando unas tortillas en los platos. Tenía un aspecto muy doméstico pero arrebatador, con el pelo echado hacia atrás como si se hubiera pasado los dedos por él múltiples veces.
Lali sintió una punzada en el corazón. Una punzada por la vida compartida con Peter que tanto deseaba y que no tendría. Esas pocas semanas serían todo lo que ella podría tener de él, y por lo que parecía, no iban a ser muy agradables.
Cuando Peter se dio la vuelta para llevar la comida a la mesa, Lali se apartó del marco de la puerta y entró en la sala.
—Buenos días —dijo ella mirándolo a la cara, buscando alguna pista de su estado de ánimo. Estaría furioso con ella, claro. Tenía todo el derecho a estarlo. ¿Pero qué más sentía? ¿Habría conseguido implicar sus emociones en ese asunto? ¿O estaba tratando de mantenerse distante, como había dicho que haría?—. Las… las tortillas huelen muy bien.
—Siéntate. Es mejor comerlas calientes —dijo él, dejó la comida en la mesa y se volvió para llevar la jarra de café, la leche y el azúcar.
Lali observó sus movimientos seguros y se fijó en sus manos. Quería esas manos sobre ella, acariciándola y calmándola.
El altercado de la noche anterior había puesto punto y final a una posible tranquilidad, y tenía que asegurarse de que las caricias tampoco sucedieran. Aunque era mejor así, no se sentía cómoda con la idea.
Tras sentarse, Peter le sirvió el café y se lo entregó. Ella añadió un poco de leche y esperó que él no notara el temblor de su mano.
—¿Te sientes mejor esta mañana? —preguntó él con decisión—. Creo que nunca te había visto perder tu aplomo de esa manera.
—Lo siento. Sé que estás enfadado.
—Estaba enfadado anoche, lo admito. Era mi noche de bodas y planeaba pasarla haciendo el amor con mi mujer. No escuchándola dar vueltas en la cama en una habitación al otro lado del pasillo —dijo, y dio un sorbo de café antes de dejar la taza—. Sea cual sea tu problema, Lali, quiero que se solucione. Tenemos un matrimonio del que ocuparnos. O me dices cuál es el problema y lo arreglamos juntos, o me dices que el problema está resuelto. ¿Cuál es tu respuesta?
—No tienes mucha paciencia, ¿verdad? Y anoche me acusaste de intentar manipularte.
Ella no pretendía sacar la acusación. Al fin y al cabo le había hecho muchas cosas de las que no se sentía orgullosa.
—Quizá debieras olvidar que dije eso.
—Quizá no debería.

—Si estabas demasiado cansada para hacer el amor anoche, yo lo habría comprendido. No soy un monstruo.

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