lunes, 30 de diciembre de 2013

Capítulo 35

Puede que ella no hubiera sabido nunca la verdad sobre la deserción de la madre de Peter años atrás si no hubiera compartido un taxi con el hermano pequeño de éste el día anterior, en el ensayo de la ceremonia.
Miró a Colin en ese momento y se preguntó cómo tres hermanos podían ser tan diferentes. Colin le había hablado de sus padres, mientras que su propio marido se había mostrado completamente reservado con ese tema. Y Damon también era diferente. Distante de un modo que ni siquiera Peter podía conseguir.
Y su padre… ella se giró mientras se aproximaba, recibió sus besos en la mejilla con culpa y respeto a la vez.
—Sé que le cuesta trabajo mostrar sus sentimientos, Lali, pero no te rindas. Obviamente eres tú la que puede ayudar a desenterrar su corazón del agujero en el que su madre y yo lo metimos —le susurró antes de alejarse de nuevo.
Lali sacudió la cabeza, sabiendo que no era cierto. Peter no le entregaría su corazón. Lo tenía guardado en algún lugar al que nadie podría acceder jamás. Y así era mejor. Mejor para él. Cuando ella lo abandonara, no sufriría tanto.
Euge se acercó a Lali. Tenía mejor aspecto ese día, y Nicolas estaba de pie tras ella, con la mano sobre su hombro.
—Rezo para que de algún modo encuentres la manera de ser feliz —le susurró su hermana al oído—. Te lo mereces.
Si pudiera ser así. A Lali se le empañaron los ojos, pero le dio un abrazo a Euge.
—Quiero que sepas que, pase lo que pase a partir de hoy, estoy orgullosa de ti por intentar cambiar.
—Probablemente siempre seré una derrochadora —admitió Euge—. Y dudo que algún día pueda acostumbrarme a la vida doméstica. Pero hago lo que puedo.
La sesión fotográfica fue interminable. Primero posaron con la familia durante diez minutos, hasta que finalmente se fueron al bar. Luego le tocó posar con Peter para las fotos individuales, y su sufrimiento comenzó de nuevo.
Estar en sus brazos, incluso con los fotógrafos mirando y dando órdenes, era una auténtica tortura.
Luego le concedieron cinco minutos a la prensa para hacer preguntas, a la mayoría de las cuales Peter contestó sin decir nada realmente.
Cuando terminaron, se unieron a sus invitados en un exclusivo club para tomar una suntuosa comida de buffet.
Lali tuvo que tomar aliento para tratar de calmarse.
—¿Estás bien? Pareces pensativa —dijo Peter.
—Creo que no aguanto bien a la prensa —dijo ella, aunque no era más que una excusa para ocultar los sentimientos que llevaban asaltándola todo el día, no sólo durante los últimos diez minutos, pero Peter lo dejó correr, para su tranquilidad.
—Ahora, si mis padres se dejan en paz mutuamente —murmuró él—, creo que lograremos sobrevivir al resto de la velada.
Sus palabras la sobresaltaron. No había imaginado que pudiera sacar el tema de sus padres abiertamente. Pero al fin y al cabo, ya estaban casados. Quizá para él algo hubiese cambiado. A lo mejor pensaba que podía confiar en ella.
—Hemos hecho lo que hemos podido para mantener a todo el mundo bajo control —dijo ella, aunque gracias a Dios sus palabras no revelaban sus verdaderas emociones. Lo habían hecho lo mejor que habían podido. Eliminando la típica comida formal, también habían acabado con los discursitos y demás convenciones, lo cual dejaba a sus padres fuera de juego.
Sin embargo otras tradiciones no iban a ser tan fáciles de pasar por alto. Antes de que pudiera prepararse para ello, Lali estaba en brazos de Peter, recorriendo la pista de baile lentamente al ritmo del vals nupcial.
—Hoy te he hecho mía —le susurró él al oído.
¿Cómo iba ella a mantener ese matrimonio de forma platónica hasta que el chantajista hubiera salido fuera de sus vidas? ¿Cómo iba a negar a Peter cuando lo deseaba tanto?
Comenzó a pensar en lo que habían hecho ese día, en los votos que habían intercambiado y en lo mucho que deseaba que fueran reales.
—Mía por el resto de nuestras vidas, Lali. ¿Eres feliz?
¿Podía una persona estar feliz y desesperadamente triste al mismo tiempo? Si sólo aquello pudiese ser real. Si él la amara. Si ella pudiera entregarse a él sin lamentarlo.

Oh, Dios. Ella no lo amaba, ¿verdad? Ignorando la respuesta a esa pregunta, le rodeó el cuello con los brazos y se fundió con su cuerpo.

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