La tentación se quedó
con Lali el resto del día. No podía dejar de pensar en las joyas Montichelli.
Aunque puede que no hubiera sido su intención, la elección de Peter sobre el diseño,
y las razones que había detrás, la habían conmovido profundamente.
Él quería actuar sin
sentimientos, pero sin embargo hacía cosas que parecían planeadas para hacerla
reaccionar. Tras haber tocado su corazón de ese modo, Lali quería pensar que él
sentía lo mismo, pero sabía que no era así.
Y luego estaba el beso.
El deseo sexual sólo quedaría satisfecho si se rendía por completo, pero las
cosas ya eran suficientemente complicadas. Acostarse con Peter sería peor. Pero
tenía la sensación de que, hacer el amor con él, sería algo memorable.
—Peter…
—¿Mmm?
—Ah. Perdón —dijo ella
mirándolo—. ¿Estaba hablando?
—Me parece que sí.
Él la estaba llevando a
casa, probablemente para asegurarse de que las joyas llegaran sanas y salvas.
Había dicho que no quería que se arriesgara a tomar el autobús llevando
algo de tanto valor consigo.
Ella recibió la escolta
de buena gana. Quería ser capaz de devolverle las joyas sanas y salvas más
tarde.
Deseaba que no tuviese
que ver su modesta casa. Era como una invasión, una exposición de sí misma que
no estaba dispuesta a permitir.
—Mi apartamento está en
ese edificio de la izquierda —señaló ella—. El que tiene los buzones de
ladrillo construidos en la pared.
—Ya veo —dijo él
mientras aparcaba—. Vamos.
—He estado… ahorrando para
el futuro —dijo ella—. El apartamento no es gran cosa.
Era pequeño, el ascensor
no funcionaba la mayoría de las veces. De pronto levantó la barbilla.
Oficialmente tenía un trabajo de oficina. Puede que viviera un poco pobremente,
pero al menos no tenía aspiraciones por encima de sus posibilidades.
«¿No consideras aceptar
casarte con tu jefe millonario como tener pensamientos más allá de la
realidad?», pensó.
Apretó los labios. No
iba a casarse con él. Simplemente estaba ganando tiempo. En cualquier caso, era
culpa de él. No iba a culparse por ello.
—Creo que encontrarás mi
piso un poco feo.
—Mi padre no era rico, Lali
—dijo él—. Y lo que tuvo, no siempre supo gastarlo sabiamente. Sé lo que son
los problemas de liquidez.
Realmente Lali no sabía
nada de los detalles de la niñez de Peter, salvo que tenía dos hermanos y que
su padre poseía una compañía de construcción de algún tipo en Brisbane. Su
madre era psicoterapeuta y monitora de Reiki, y sus padres estaban divorciados.
La vida familiar no
siempre era feliz, o necesariamente cómoda, un hecho que Lali conocía muy bien.
Peter había construido
su imperio de la nada, y se preguntaba si las carencias de su infancia habrían
sido la motivación para alcanzar semejante éxito. Lali suspiró, agarró la caja
de las joyas con fuerza y entró en el edificio.
El ascensor funcionó
para variar. Supuso que debía sentirse agradecida por esas pequeñas muestras de
piedad, pero en cuanto entraron y las puertas se cerraron, el aparato dio una
sacudida y Lali acabó en los brazos de Peter.
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