Las palabras fueron casi
vehementes. Lali buscó su cara con la mirada y él supo por su expresión que
quería besarlo de nuevo. Entonces olvidó la sensación de confusión. Olvidó lo
mucho que deseaba aquello.
—Hazlo —dijo él, y ella
cerró los ojos y se acercó más. Pero fue él quien tomó sus labios de la
manera que se había dicho a sí mismo que no lo haría.
Lali le provocaba hacer
ese tipo de cosas, y saber eso le hacía sentir incómodo. Era peligroso darle
cualquier control sobre él.
No era amor. Claro que
no. Pero Lali le hacía sentir como Peter no había anticipado. Debía tomar
eso como una advertencia para andarse con cuidado. Y sin embargo no quería
parar. No en ese momento, al menos.
La rodeó con los brazos
y dijo:
—Bésame otra vez.
—Lo haré —contestó ella,
y volvió a besarlo rodeando su cuello con los brazos.
—Abre la boca y déjame
entrar.
—Lord Peter.
Ella abrió la boca y sus
lenguas se juntaron, explorándose la una a la otra. La sangre ardía por sus
venas. La apretó más fuerte entre sus brazos. La presión era buena, pero aún
quería más.
Quería tocarla más,
abrazarla y algo más. Algo que podría calmar el calor que sentía.
Ella deslizó las manos
por sus hombros y luego hasta su pecho. Él gimió y tensó los músculos como
respuesta, recorriendo con sus manos su columna, sus caderas, sus brazos y sus
hombros. Hasta finalmente copar sus nalgas y presionarla contra su cuerpo.
En cualquier momento la
levantaría y la llevaría a su cama. Estar juntos en todos los aspectos físicos
posibles parecía ser lo único que importaba.
Pero si hacía eso,
estaría totalmente fuera de control.
Ese pensamiento recayó
en él como un jarro de agua fría, y el efecto fue dramático. Se apartó de ella
casi con brusquedad.
—Piensa en nosotros
mientras estés tumbada esta noche —dijo él dándose la vuelta—. Pregúntate por
qué estás dispuesta a descartar el sexo entre nosotros cuando es evidente que
lo deseas. Sexo y compañerismo, Lali. Hacía ahí nos dirigimos. ¿Por qué
esperar?
Lali emitió un leve
gemido de protesta mientras él se alejaba y cerraba la puerta de su habitación,
pero fue su propia inquietud la que se fue con él. ¿Qué tenía esa mujer para
hacerlo sentir tan desesperado? Ahora que estaba apartado de ella y era capaz
de aclarar su cabeza, decidió que esa reacción hacia ella era intolerable,
inaceptable, y que no era parte de sus planes.
Otras reacciones eran
más predecibles, pero ellas también demandaban su atención. Echó un vistazo a
la cama y luego sacó unos papeles del maletín, dejándose caer después en una
silla de la habitación.
Si iba a conseguir
conciliar el sueño, sospechaba que no sería pronto.
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