martes, 24 de diciembre de 2013

Capítulo 24

Las palabras fueron casi vehementes. Lali buscó su cara con la mirada y él supo por su expresión que quería besarlo de nuevo. Entonces olvidó la sensación de confusión. Olvidó lo mucho que deseaba aquello.
—Hazlo —dijo él, y ella cerró los ojos y se acercó más. Pero fue él quien tomó sus labios de la manera que se había dicho a sí mismo que no lo haría.
Lali le provocaba hacer ese tipo de cosas, y saber eso le hacía sentir incómodo. Era peligroso darle cualquier control sobre él.
No era amor. Claro que no. Pero Lali le hacía sentir como Peter no había anticipado. Debía tomar eso como una advertencia para andarse con cuidado. Y sin embargo no quería parar. No en ese momento, al menos.
La rodeó con los brazos y dijo:
—Bésame otra vez.
—Lo haré —contestó ella, y volvió a besarlo rodeando su cuello con los brazos.
—Abre la boca y déjame entrar.
—Lord Peter.
Ella abrió la boca y sus lenguas se juntaron, explorándose la una a la otra. La sangre ardía por sus venas. La apretó más fuerte entre sus brazos. La presión era buena, pero aún quería más.
Quería tocarla más, abrazarla y algo más. Algo que podría calmar el calor que sentía.
Ella deslizó las manos por sus hombros y luego hasta su pecho. Él gimió y tensó los músculos como respuesta, recorriendo con sus manos su columna, sus caderas, sus brazos y sus hombros. Hasta finalmente copar sus nalgas y presionarla contra su cuerpo.
En cualquier momento la levantaría y la llevaría a su cama. Estar juntos en todos los aspectos físicos posibles parecía ser lo único que importaba.
Pero si hacía eso, estaría totalmente fuera de control.
Ese pensamiento recayó en él como un jarro de agua fría, y el efecto fue dramático. Se apartó de ella casi con brusquedad.
—Piensa en nosotros mientras estés tumbada esta noche —dijo él dándose la vuelta—. Pregúntate por qué estás dispuesta a descartar el sexo entre nosotros cuando es evidente que lo deseas. Sexo y compañerismo, Lali. Hacía ahí nos dirigimos. ¿Por qué esperar?
Lali emitió un leve gemido de protesta mientras él se alejaba y cerraba la puerta de su habitación, pero fue su propia inquietud la que se fue con él. ¿Qué tenía esa mujer para hacerlo sentir tan desesperado? Ahora que estaba apartado de ella y era capaz de aclarar su cabeza, decidió que esa reacción hacia ella era intolerable, inaceptable, y que no era parte de sus planes.
Otras reacciones eran más predecibles, pero ellas también demandaban su atención. Echó un vistazo a la cama y luego sacó unos papeles del maletín, dejándose caer después en una silla de la habitación.

Si iba a conseguir conciliar el sueño, sospechaba que no sería pronto.

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