jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 9

Durante años, Eugenia había intentado emparejarle con todas y cada una de sus amigas solteras. Algo que a él le resultaba gracioso, así que la dejaba hacer. Eugenia era de las pocas mujeres en el mundo que no le aburría. Era divertida e ingeniosa, a pesar de su continua intención de buscarle esposa. Una vez se secó su corto pelo, se sentó junto a un sonriente Nicolas quien le dijo:
—Quiere que vayamos al cine a ver el estreno de Brigada 42.
Al oír aquel título Peter se tensó. Justo esa película. Lo último que le apetecía era ver a la actriz que salía en ella. Pero Nicolas sin darle tiempo a hablar continuó:
—Vale. Sé lo que piensas sobre esa película, pero le han dicho a mi Chinita que está muy bien y ya sabes lo mucho que le gusta a mi mujercita el imbécil de Mike Grisman y la actriz... Mariana. Y si encima sale Vin Diesel aunque sea haciendo de malo ¡ya ni te cuento!
—Paso —cortó aquel—. No me apetece ver esa película.
Nicolas le entendió pero no se dio por vencido y volvió al ataque.
—No me puedes decir que no, nenaza  o Eugenia me dará la noche. Por favor, di que sí.
—Lo siento pero no, churri —se mofó aquel—. Dile lo que quieras a Eugenia pero he dicho que no —respondió poniéndose los pantalones de camuflaje.
—No me jodas, tío —protestó Nicolas—. Es nuestra noche libre y es tu cumpl...
—He dicho que no. ¿Qué parte de tu minúsculo cerebro no procesa bien?
Nicolas sonrió y en un tono divertido insistió.
—Será una cena cortita y te prometo que cuando acabe la película no dejaré que Eugenia diga eso de «Peter... acompaña a Paula a su casa».
—¡¿Paula?! Hablas de...
—Sí —cortó aquel sonriendo. Sabía que aquella mujer le atraía—. La que trabaja en el Parador.
—Definitivamente no.
—Venga tío. Sé que Paula te gusta... no digas que no.
—No, no me gusta. Pero reconozco que nos lo pasamos muy bien en la cama.
—Entonces ¿a qué esperas para decir que sí, mamonazo? Ya sabes que ella no busca en ti nada serio. Solo busca lo mismo que tú, sexo. Diversión. Morbete.
Aquel comentario le hizo sonreír. La verdad era que gracias a la mujer de su amigo, tenía una buena vida sexual. Por ello, y consciente de que no le vendría mal un poco de sexo con aquella explosiva mujer respondió:
—De acuerdo. Pero que te quede claro que es la última vez acepto las encerronas de tu mujercita, aunque sean con la tigresa de su amiga Paula, ¿entendido? —Alto y claro —asintió Nicolas consciente de la cantidad de veces que había oído aquello. Y sin darle tiempo a retractarse —dijo—  : He quedado con ellas en la puerta del cine a las siete. Cenaremos algo, luego veremos la película y después puedes celebrar tu cumpleaños con Paulaaaaaaaaaa ¿De acuerdo?
Clavando su mirada en él mientras se abrochaba sus botas militares, finalmente asintió.
—Que sí pesado. Iremos a ver esa dichosa película. Pero dile a tu Chinita que deje de organizarme la vida o al final le miré que enfadarme.
Nicolas suspiró aliviado y agarrándole del cuello con el brazo dijo atrayendo a su amigo hacia él:
—Bien hecho, colega. Peter sonrió.

Aunque no le apeteciese parte del plan, el sexo con Paula sería divertido.

Capítulo 8

Base de los geo Guadalajara (España), noviembre de 2010

Un grupo de fuertes y jóvenes hombres corría sin descanso por el campo de la base de madrugada. Pisaban el suelo con seguridad mientras el resuello de sus respiraciones se acompasaba al esfuerzo del momento. Eran los mejores. El selecto grupo de los geo. Los miembros de la Unidad de Elite de la Policía Nacional. Valerosos hombres Alfa, seccionados en Comandos que, con su dedicación por el beneficio de los demás, estaban dispuestos a actuar en cualquier punto de España o allá donde se les necesitara.
Tras pasarse más de ocho horas entrenando hasta la extenuación y realizar un simulacro de asalto a un edificio, regresaban sucios y sudorosos pero, a la vez, felices y satisfechos a su Base de Guadalajara.
—Id a descansar. Os lo merecéis —dijo Peter Lanzani, Instructor del pelotón.
Los hombres, agotados, se dirigieron hacia los vestuarios. Una buena ducha y un café les sentaría de maravilla. Ya descansarían luego.
Cuando Peter entró en sus dependencias, se encontró allí dormitando a Nicolas R., especialista en explosivos y aperturas y su mejor amigo. Juntos habían superado las difíciles y extenuantes pruebas para entrar en el cuerpo y lo habían conseguido. Con desgana, despertó al oír ruido, se sentó en el camastro y mirando a su sucio colega preguntó:
—¿Todo bien?
Quitándose la sudada camiseta oscura y tirándola al suelo el inspector Lanzani asintió, dio al play de su CD y la música de Aerosmith inundó la estancia. Necesitaba una ducha miles de que sus músculos se agarrotaran por el esfuerzo hecho. Diez minutos después, ya más relajado, salió de la ducha con una toalla blanca alrededor de la cintura.
Su amigo, el inspector R., sonrió al verle. Aquella visión hubiera levantado murmullos de admiración entre las amigas de su mujer, Eugenia. Peter era un tipo que levantaba pasiones entre el sexo femenino. Algo que él no parecía tener muy en cuenta. En todos los años que hacía que se conocían, solo había visto a su amigo prestar atención a alguna mujer en dos ocasiones. En cuanto las féminas comenzaban a agobiarle, cortaba la relación. El Inspector Lanzani de treinta y dos años, no quería compromisos. Quería vivir su vida, disfrutar del sexo y seguir con su trabajo, que le apasionaba.
—He recibido un mensaje al móvil de mi Chinita. Nos propone un plan para esta noche para celebrar tu cumpleaños —dijo Nicolas observando el tatuaje que su amigo se había hecho años atrás en el brazo.
Peter sonrió. Era cierto. Era su cumpleaños. Cumplía  treinta y dos. Mientras se secaba su oscuro corto pelo vigorosamente con una toalla preguntó:
—¿Qué ha planeado la casamentera de tu mujercita?
Ambos sonrieron. Eugenia era una chica magnifica pero se había empeñado en buscarle una compañera ideal. Algo imposible. Ninguna le gustaba lo suficiente como para tener más de dos citas con ellas.
Peter era un tipo imponente. Alto, deportista, atractivo y terriblemente sexy. Su constante entrenamiento en la base de Guadalajara había conseguido labrar en él un cuerpo imponente. Era todo músculo y fibra. Fuerza y sensualidad. Y si a eso le unías unos ojos oscuros seductores y una sonrisa que utilizaba en contadas ocasiones, pero que cuando la mostraba dejaba sin habla, tenías el cóctel perfecto para hacer babear a cualquier mujer. 

Capítulo 7

Cuando por fin las entrevistas acabaron y pudo salir de aquella sala su primo salió a su encuentro y, asiéndola del brazo, se la llevó hasta una limusina blanca. Mike se había marchado minutos antes y le había recordado a Gasti que tenía que llevar a Lali a la fiesta posterior.
Agotada, se sentó en la limusina y cuando su primo cerró la puerta, esta desdibujó la sonrisa de los labios y se dirigió a él con gesto descompuesto.
—Dame una aspirina. La cabeza me va a estallar.
—Ay my baby! Pero, si tienes los ojos por los suelos. Toma my love —murmuró sacando de su enorme bolsón un bote con el medicamento—. Cómo me gustaría llevarte a casa y meterte en la camita tras hacerte drink un vaso de milk, pero...
—Lo sé Gasti, no te preocupes —sonrió al ver su gesto de preocupación.
Cinco minutos después y cuando la limusina circulaba por las calles, Lali miró a su primo y dijo con mejor voz:
—Dame un cigarrillo por favor. Lo necesito con urgencia.
—Toma my love, te lo mereces —le contestó alargándole su pitillera de oro. Una pitillera que su padre, el gran Carlos Riera le regaló años atrás y que estaba grabada con el nombre de Mariana Riera E. Todo ha salido, ¡perfectl Tú, divinísima. Glamurosa. Impactante. Beautiful. Y Mike... mmmm ese galanazo neoyorquino con caray body de canalla estupendo. Oh, my god... la escena de la película en la que ambos os tiráis al mar desde el yate... ¡Qué abdominales! ¡Qué oblicuos los de ese pretty man!
Lali puso los ojos en blanco. Su primo y su particular manera de hablar. Si había alguien que hablaba espanglish como nadie, ese era Gasti. Mezclaba el español con palabras en inglés continuamente, volviéndola loca. Sin querer escucharle más cogió un cigarrillo de su pitillera y lo encendió, mientras Gasti continuaba con su habitual chorreo de palabras.
—Por cierto, la prensa está rendidita a vuestros pies. ¡Lo habéis conseguido! ¡Qué marvellousl —Ella sonrió—, Y una vez conquistado el american market, en breve despegaremos para Europe. ¡Europe! —gritó su primo—. Primera parada; Berlín, después; Londres, París y. finalmente, Spain. Oh!... Spain! Con esos spanish tan remachos, tan toreros y tan hombretones romo Antonio Banderas.

¡I love them! No veo el momento de conocer a un latino de esos y que me vuelva crazy… Agotada por la prensa, las obligaciones y el estrés del preestreno la joven fumaba mientras miraba por la ventana de la limusina. Adoraba a Gasti, pero a veces su parloteo era agotador. Y esa era una de las veces. Mientras él hablaba sobre españoles y músculos, Lali aspiró de su cigarrillo y pensó en su futura conquista cinematográfica, España.

viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 6

Diez años después... Hollywood, julio de 2010

El silencio que se produjo cuando terminó el preestreno de la película Brigada 42 en la una de las salas de Hollywood Boulevard, hizo que a Mariana Espósito, actriz principal de la película, se le pusiera la carne de gallina. El momento de la verdad había llegado y, como siempre, los nervios se apoderaron de ella. Su anterior película había sido un exitazo y temía que las expectativas fueran tan grandes que esta nueva producción decepcionara. Pero el miedo desapareció y respiró con deleite cuando el cine prorrumpió en aplausos y vítores.
Vestida con un vaporoso vestido de Givenchy en color rojo a juego con sus bonitos zapatos de tacón alto de Jimmy Ghoo, Lali, era el glamour personificado en la meca del cine.
—Darling, eres lo más. ¡Artistaza! —Sonrió Gasti, su primo y mejor amigo, que aplaudía como un loco sentado a su derecha.
Animada por Mike Grisman, el galán de moda en Hollywood y compañero de reparto en la película, se levantó y él la besó cariñosamente en la mejilla. Como era de esperar, los flashes les acribillaron. Desde el comienzo del rodaje se especuló con que existía un romance entre ellos. Siempre ocurría lo mismo. Con cada película que hacía saltaba la noticia: «¿Romance a la vista?». Pero en aquella ocasión sí era verdad. Mike y ella mantenían algo que no se podía llamar relación, pero sí atracción sexual.
Mike era extremadamente guapo, Demasiado. Metro ochenta, pelo rubio y sedoso, sonrisa cautivadora y mirada de galán de Hollywood. Mike era, entre otras muchas cosas, el cóctel perfecto para una buena sesión de sexo y Lali, mujer soltera y sin compromiso, encontró su particular sesión. El primer día que Mike se presentó en el estudio y lo miró, lo supo. Él sería su siguiente amante.
Mientras la gente aplaudía, Mariana, Lali para los amigos, desvió su mirada. En las butacas de la fila de atrás estaban sentados su padre y su mujer, Samantha. Carlos Riera miraba resplandeciente a su única hija. Su supuesta princesa. Su supuesto orgullo. Pero no era oro todo lo que relucía y Lali, tras cruzar la mirada con él, simplemente sonrió.
—Mariana, tesoro —murmuró su guapa y glamurosa madrastra acercándose a ella—. Has estado fantástica. ¡Colosal!
—Gracias, Samantha.
Carlos Riera, el gran magnate de la industria cinematográfica cruzó una gélida mirada con su primogénita, se acercó a ella, y tras besarla en la mejilla para gozo de todos los que los rodeaban le susurró al oído:
—Muy bien, Mariana. Será un éxito de taquilla. Recuerda, ahora paciencia con la prensa y después asiste a la fiesta del director y la distribuidora. En cuanto a la fiebre que tienes, olvídala. No es momento de enfermedades.
—Lo sé, papá... lo sé —asintió ella con su mejor sonrisa. Aquello era lo único que le importaba a su padre. La prensa, el éxito en taquilla, el dinero, el poder.
Carlos nunca fue un padre al uso y eso repercutió en sus relaciones personales. Su madre murió trágicamente cuando ella tenía seis años y pronto aprendió que a papá nunca se le molestaba. Él era una persona muy ocupada. Cuando contaba con nueve años, su padre conoció a la guapísima Samantha Summer, una guapa presentadora de televisión con la que nunca tuvo feeling. Ellos preferían acudir a fiestas y viajar, a preocuparse de la educación de una niña deseosa de cariño.
Desde su más tierna infancia, aprendió que los besos y los arrullos solo lo encontraba en Puerto Rico, donde vivía su abuela materna y donde acudía siempre que tenía vacaciones en el colegio. Ella intentó suplir a su madre. Siempre la escucho, le habló, le dio todo su amor y especialmente, la aconsejó.
Ante la prensa y medios de comunicación La familia de Carlos Riera era una familia perfecta, ideal. El glamour personificado. Pero en el corazón de Lali, esa familia nunca existió.
Cuando creció y decidió ser actriz se negó a utilizar el apellido de su famoso padre, Riera.

Lo detestaba. Por ello utilizó el apellido de su abuela. Sería Mariana Espósito. Un apellido y nombre latino que a ella le llenaba de orgullo y honor, aunque entre sus amigos se hacía llamar Lali. Le gustaba más. Tras la premiére, Mike y ella, atendieron durante más de cuatro horas a la prensa con dedicación, en una sala acondicionada para ello. Aquello era agotador. Contestar una y otra vez las mismas preguntas —a veces indiscretas— de los periodistas sin desfallecer ni dejar de sonreír, en ocasiones, se hacían difícil. Pero aquello entraba en el paquete de ser actriz. Se estrenaba película y, sin duda alguna, había que atender a la prensa por muy agotador que fuera. 

martes, 21 de enero de 2014

Capítulo 5

Lali fue a gritar que a ella le ocurría lo mismo cuando el resto del grupo apareció por la puerta con cara de resacón. De pronto otra puerta se abrió y apareció el loco del Cacheton con unas botellas de champán en las manos. En su línea de locura y con una cogorza por todo lo algo gritó:
—¡Vivan los novios!
Al escuchar aquello, Peter se abalanzó contra él furioso. Seguro que aquel idiota les había echado algo en la bebida y todo lo ocurrido era por su culpa. Entre puñetazos y gritos, sus amigos les separaron. El estado del Cacheton era pésimo y el cabreo de Peter tremendo. De pronto, la despedida de soltero se había convertido en la boda de Peter con una desconocida, y la diversión en caos, Nicolas tras llevarse al Cacheton a 1a habitación contigua, sonsacarle lo que había ocurrido y conseguir que cerrara la boca metiéndole un calcetín en ella regresó a la habitación principal, justo cuando Lali se levantaba y decía con gesto contrariado:
—Llamaré a mi padre. Él solucionará esto.
—¿A tu padre? —gritó Peter fuera de sí— ¿Qué tiene que ver tu padre en todo esto?
Con los ojos anegados de rabia por tener que pedir ayuda a su progenitor, la muchacha murmuró.
—Créeme, él lo solucionará.
Tres horas después aparecieron en el hotel cuatro gorilas de dos metros custodiando a un imponente hombre de unos cincuenta años, que observó a Peter con cara de odio y se dirigió a la joven con frialdad.
Este debe ser su papaíto, pensó Peter al ver como los gorilas echaban a todos los amigos de la habitación menos a él y a la muchacha.
Hecha un mar de lágrimas, la joven le explicó a su padre ocurrido en inglés. Peter, que estaba estudiando el idioma en una academia en Madrid, prestó atención a lo que hablaban y entendió partes. Aquel hombre de aspecto imponente llamó loca entre otras cosas a su hija, y esta no calló y, sin importarle su gesto de enfado, le contestó y comenzaron a discutir.
Si las miradas matasen, este tío ya me habría asesinado, pensó Peter al ver cómo le miraba aquel hombre.
Media hora después la puerta de la suite volvió a abrirse. Apareció un tío trajeado y con maletín oscuro. Un tal James Bensón. Se sentó junto a estos, sacó unos papeles en los que podía leerse en español «Demanda de divorcio» e hizo firmar a los jóvenes.
 Mientras firmaba, Peter se fijó en que ella se llamaba Mariana Lali Riera Espósito, pero no pudo ver más. Aquel abogado tiró del papel y se lo quitó, le pidió sus datos en España y una vez acabó su cometido se marchó, con la misma frialdad con la que había llegado.
Minutos después, la muchacha se dirigió a un cuarto para adecentarse y vestirse. Se marchaba con su padre. En el momento en el que Peter y el padre de la chica estuvieron solos, no se dirigieron la palabra, aun así, el joven no se achantó. Se limitó a mirar con el mismo descaro y desprecio con el que aquel le observaba. Ninguno disimuló. Aquella ridícula boda en Las Vegas no era del agrado de nadie.
Cuando Lali salió vestida con unos vaqueros, una camiseta azulada y su claro pelo recogido en una coleta alta, algo en Peter se resquebrajó. Aquella muchacha menuda que aún era su mujer, era una auténtica preciosidad. Desprendía una luz especial y eso le gustó. Pero manteniendo el tipo se contuvo y desvió la mirada. No quería mirarla. Aquello era una locura que debía de acabar cuanto antes o sus planes y su carrera en la policía española se irían al garete.
La muchacha y su padre intercambiaron unas palabras contundentes, y aquel gigante con cara de mala leche salió por la puerta sin despedirse, dejándoles a los dos a solas en la habitación.
—No te preocupes por nada. Papá dice que conseguiremos el divorcio rápidamente. —Al ver que él no respondía prosiguió—. Como le has dado tu dirección a James, él te enviará una copia a tu casa y... y... podrás olvidar todo esto muy pronto.
—Gracias. Es todo un detalle —respondió el joven molesto por sentirse un pelele en todos los sentidos.
Nunca le había gustado que nadie manejase su vida como había ocurrido en la última hora. Su padre les había enseñado a él y sus hermanas a manejar sus vidas, no a dejar que otro se las manejara. Lali, a quien por alguna extraña circunstancia le resultaba difícil marcharse de aquella habitación, anduvo hacia él. Estaba claro que aquel muchacho la había tratado de una manera a la que ella no estaba acostumbrada. Por primera vez, un chico la había mirado como a una chica normal y sabía que eso le resultaría difícil de olvidar. Pero clavando sus cansados ojos claros en el muchacho moreno de mirada oscura y profunda dijo:
—Quiero que sepas que lamento tanto como tú todo lo que ha pasado. Y antes de irme necesito decirle que...
—Oye, canija —cortó con voz tensa quitándose con furia el ridículo anillo para dejarlo ante ella, después darle la espalda— . No sé quién eres ni me interesa conocer nada de ti. Sera mejor que te vayas antes de que tu padre, ese que se cree Dios, entre de nuevo.
La joven asintió y calló. Le hubiera gustado que todo terminara de diferente manera pero era imposible. Por ello y sin decir nada se guardó en el bolsillo del vaquero el horroroso anillo de dados que él había dejado sobre la mesa, cogió mi bolso y se marchó. Al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse, el joven miró a su alrededor, estaba solo en la suite.
Una hora después, tras ducharse, fue a salir de la habitación cuando vio la foto y los papeles de la licencia rotos en el suelo. Sin saber por qué los recogió con furia y se fue a su habitación. Necesitaba olvidar lo ocurrido.
Al día siguiente en el avión de regreso a España, Peter no podía dormir. Había mantenido una fuerte discusión con el Cacheton por todo lo ocurrido. Aquel descerebrado, como bien había imaginado él, había sido quien les había echado una de sus pastillitas en la bebida. Por su culpa todo había acabado fatal. Con gesto grave miró a sus amigos que, agotados, dormían como troncos en sus asientos y sonrió al ver el ojo morado del Cacheton. Un ojo que él se había encargado de tintar. Aburrido, enfadado y muy cansado, alargó la mano para cogerla revista que ofrecía la compañía aérea y al abrir una de sus páginas se quedó de piedra. Había varias fotos de la joven con la que se había casado junto a su padre, brindando con Meryl Streep, Brad Pitt y Paul Newman. Boquiabierto leyó:
"El magnate de la industria del cine Carlos Riera, su preciosa mujer Samantha y su bella hija Mariana organizan una fiesta para recaudar fondos para la India en su lujosa villa en Beverly Hills».

Incrédulo, Peter miró de nuevo las caras de aquellos. Increíblemente se trataba de la chica y su padre. En ese momento lo entendió todo. El magnate debió creer que se había casado con su hija por dinero. Cerrando la revista maldijo. Ahora entendía porque se creía Dios. Era el puto amo de la industria cinematográfica americana y él, un don nadie, se había casado con su adorada hija.

lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 4

—Joder... joder. Dije que le iba a controlar —susurró agobiado.
Cerró la puerta. ¿Qué había ocurrido allí? Llevándose una mano al rostro pensó en su amigo. Cuando se despertara y viera lo que había hecho montaría en cólera al pensar en su dulce Laura. Aquello le iba a martirizar. Si alguien quería con locura a su novia, sin duda, era Nicolas.
Confundido y en busca de una explicación para todo aquello, se pasó la mano por su largo y negro pelo cuando sintió que algo frío le rozaba la frente. Sin perder un segundo se miró la mano y de pronto gritó.
—No... no... no... ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO! La muchacha, que hasta el momento había permanecido dormida, al oír aquel alarido se incorporó de un salto. La cabeza le dolía y todo le daba vueltas, pero lo primero que vio fue al joven que había conocido supuestamente el día anterior. Aquel con quien había compartido besos, diversión y al verse desnuda en aquella cama, imaginó que algo más.
—Dime que esto no es cierto. Dime que no nos hemos casado —gritó Peter enseñándole la alianza con dos dados que llevaba en la mano.
 La joven, al escuchar aquello, rápidamente miró su mano. Al ver una alianza igual en su dedo, se levantó de un salto, sin importarle lo más mínimo su desnudez.
—No puede ser... ¡esto no me puede estar pasando!
—¡¿Nos hemos casado?! —aulló él.
 A Lali le iba el corazón a mil por hora.
—No lo sé... no lo sé.
Histérico, Peter buscó su ropa interior y se la puso mientras ella hacía lo mismo. Necesitaban despertarse, despejarse y aclarar las ideas. Él era un chico al que su padre le había enseñado a controlar su vida y aquello de pronto se le escapaba por todos lados. Lali fue a coger su sujetador que estaba en el suelo, cuando vio un sobre. Lo abrió, y se quedó sin respiración al ver una licencia de matrimonio con sus nombres y una foto de ella y Peter besándose: ella con un ridículo velo de novia, y él con un horroroso chaqué junto a un Juez de Paz.
—Dios mío, es cierto. ¡Nos hemos casado! —gritó horrorizada.
Dando dos zancadas, el joven de pelo oscuro llegó hasta ella. Le quitó la foto de un tirón y al mirarla blasfemó. Pero cuando leyó lo que ponía en la licencia la miró con el ceno fruncido y vociferó.
—¡Joder... joder...! ¡¿Me he casado contigo?!
Molesta por como aquel la miraba, gritó fuera de sí.
—¡A ver si te crees que yo estoy encantada de que tú estés casado conmigo!
—¿Qué me echaste en la bebida? —rugió él.
—¿Yo? —incrédula, respondió con enfado—: ¿Qué yo te eché a ti algo en la bebida?
—Sí, tú... yo... yo no bebo y... y...

De pronto Peter pensó en Agustín. ¡El Cacheton! Su puñetero y siempre problemático amigo. Le mataría. En cuanto se lo echara a la cara le mataría. No hacía falta hablar con él para saber que tenía algo que ver en todo aquello. La joven de pelo rubio, enfadada por lo que estaba sugiriendo, le lanzó uno de sus zapatos de tacón a la cabeza, hecha una furia. 
—¡¿Qué narices estás intentando decir?! ¡Solo tengo veinte años, una maravillosa vida por delante y tú no entras dentro de mi proyecto de vida!
—Mira, guapa —respondió con crudeza—, yo tengo veintidós y te aseguro que tú sí que no entras en mi proyecto vida.
Poco acostumbrada a que un hombre la hablara así y cada vez más molesta por como aquel idiota vociferaba gritó:
—¡¿Acaso crees que yo me quería casar contigo?! —Peter no respondió, solo la miró furioso y ella continuó—: Mira, guapa, he escuchado tonterías en mi vida, pero lo que acabas de decir es el summum de las tonterías. Yo no necesito casarme contigo y menos con estas horrorosas, baratas y feas alianzas de dados —gritó al mirarle—. Mi vida es... Quizá seas tú el que me ha engañado a mí.
—¡¿Yo?!
—Si, tú... Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a querer casarme contigo? Con... con... un simple aspirante a policía.
Al escuchar aquello, Peter frunció el ceño y preguntó molesto:
—Pero ¿tu quien le has creído para pensar que eres mas que yo?
Aturdida por todo lo que había pasado, fue a hablar, pero se calló. Tenía claro que él no sabía quién era ella, así que respondió con otra pregunta.
—¿Y tú quién te has creído que eres para sugerir que yo te he engañado?
De pronto la puerta de al lado se abrió. Apareció Nicolas desnudo con las manos en los oídos. Su cara lo decía todo. Tenía una resaca del quince.
—Por el amor de Dios, ¿podéis dejar de gritar como mandriles?
—¡No! —gritaron al unísono los afectados, y Peter, acercándose a su amigo dijo enseñándole la licencia de matrimonio y la foto—: Mira esto y dime si tú no gritarías.
La cara de Nicolas cambió en pocos segundos. De azulada pasó a marmórea. ¿Qué habían hecho? ¿Qué había pasado? Rápidamente, se miró las manos, y tras comprobar que él no llevaba alianza, respiró tranquilo. Escudriñó a su amigo con la mirada y se tapó con una mano sus vergüenzas.
—No me jodas tío que te has casado...
Peter arrancándole de las manos los papeles, voceó mientras los rompía.
—No, yo no te jodo. Aquí el jodido soy yo, que sí, me he casado con una mujer a la que no quiero, no conozco y lo mejor de todo, ¡no sé ni quién es! 

domingo, 19 de enero de 2014

Capítulo 3

Su gesto aniñado al escucharle, sus ojazos marrones y sus bonitos labios enamoraban a Peter, y pasándole la mano por el fino óvalo de su cara le susurró:
—Si alguna vez vienes a España, yo mismo te los enseñaré ¿de acuerdo canija?     
—¡¿Canija?! —rio la joven con las pulsaciones a mil—. Así me llama mi abuela.
Ambos rieron y se miraron a los ojos deseosos de intimidad. Pero los dos sabían que sería una locura. Por ello, para romper ese momento mágico, Lali preguntó:
—¿Estudias o trabajas?
Peter sonrió. Ahora era ella la que preguntaba.
—Me estoy preparando para ser policía en mi país. Bueno, en realidad, Nicolas y yo nos estamos preparando para ser policías.
Sorprendida por aquella contestación ella asintió y sin darle tiempo volvió a preguntar.
—¿Y qué hacen unos futuros policías españoles en Las Vegas?
Dando un trago a su cerveza, Peter se acercó un poco más a ella y, decidido a dejar de imaginar para pasar a la acción, le respondió con voz ronca:
—Divertirse. ¿Y vosotras?
Lali al sentir su cercanía, olvidó sus precauciones y, acercando sus labios a los de él, susurró cautivada:
—Divertirnos.
Dejando su cerveza sobre la barra, Peter se acercó más a la muchacha para tomar con avidez aquellos labios tentadores. Ella era dulce, suave y olía a sensualidad, una sensualidad que a Peter le volvió loco. Tras ese beso cálido y sensual, llegaron muchos otros, regados con alcohol y diversión. La noche enloqueció, llena de colores, música, risas, bebida y descontrol. Por primera vez en su vida, Peter, el muchacho que siempre controlaba sus actos, bebió tanto que llegó un momento en que perdió la razón y la noción del tiempo.

Peter despertó en una habitación que no era la suya. Miró a .su alrededor y no se sorprendió al ver a la joven que había conocido la noche anterior desnuda a su lado totalmente dormida. Recordaba instantes con ella, pero poco más. ¿Qué hora era? Miró el reloj digital que estaba encima de la mesilla y leyó, las 21:14, catorce de junio. ¿Catorce de junio? Boquiabierto, se rascó la cabeza. Lo último que recordaba era la larde del once de junio cuando llegaron a Las Vegas ¿Cómo podía ser día catorce?
Con curiosidad, paseó la mirada por aquella lujosa suite y se sorprendió al ver un piano blanco en un lateral. Leyó su marca: Yamaha. Levantándose desnudo y con una resaca impresionante caminó hacia una puerta lacada en blanco. Aquello debía ser el baño. Pero se quedó sin habla al abrir y ver unas columnas acompañadas por unas esculturas italianas y en el centro una pequeña piscina de agua añil.
¿Pero dónde estoy? pensó mirando a su alrededor.
Cerrando la puerta, se fijó en el enorme televisor junto a la bonita chimenea, los sillones de cuero blancos y la fuente.
—¡Qué fuerte! Una fuente en medio de un salón. Cuando se lo cuente al abuelo va a alucinar — murmuró divertido.

Sin poder quedarse quieto buscó a sus amigos. ¿Dónde estaban? Al abrir una puerta los encontró tendidos en una enorme cama, junto a las otras chicas. Todos estaban desnudos, y rápidamente comprobó que faltaba el Cacheton ¿Dónde se habría metido? Sin poder evitarlo, miró a su amigo Nicolas, y le vio dormido sobre el pecho de una de las chicas. 

sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo 2

Si la entrada del hotel, el hall y la recepción les pareció alucinante, cuando llegaron a su habitación, se asomaron al balcón y vieron las enormes piscinas fue él no va más. Aquella tarde la dedicaron a jugar en las máquinas del hotel, y cuando se enteraron de que en la sala de espectáculos actuaba la cantante Gloria Estefan, no se lo pensaron y fueron allí a cenar.
La actuación fue impresionante. Gloria estuvo magnifica y ellos se divirtieron a rabiar, y más cuando descubrieron en la mesa de al lado un grupo de chicas dispuestas a pasarlo también como ellos.
Como era de esperar, el Cacheton, que iba más bebido que ninguno, .se levantó y se dirigió a la mesa de las chicas. Dos segundos pues regresó con las cuatro.
—Colegas, os presento a Crista, Ana, Lali y Sheila. ¡Son universitarias californianas!
—Uoooo! —exclamaron al oír su efusión.
Las muchachas les saludaron y pocos segundos después estaban sentadas con ellos. Una vez acabó el espectáculo de Gloria Estefan, unos músicos comenzaron a tocar y al poco Las chicas les invitaron a bailar. Agustín y Andres aceptaron. Nicolas y Peter se limitaron a ver bailar a sus dos amigos con las cuatro muchachas, que parecían muy animadas.
—Creo que voy a recordar este viaje toda mi vida —sonrió Peter al ver a Agustín con una peluca a lo Elvis Presley bailando con las chicas.
Aunque su mirada se detenía una y otra vez en la rubita llamada Lali. Sus ojillos llenos de vida y esa sonrisa descarada le atraían... y mucho. Nicolas, que conocía bien a su amigo, al ver como aquel miraba a la joven se acercó a él y le susurró:
—¿Es solo cosa mía o la del vestido rojo te gusta? Peter sonrió.
Bebió de su cerveza y, por su gesto, su amigo le entendió.
—La verdad es que tiene unos ojazos marrones impresionantes —asintió de nuevo Nicolas.
Una hora después, los ocho salieron de Caesars Palace dispuestos a vivir la noche de Las Vegas. Primero pasaron por uno de los cientos de casinos donde tomaron unas copas y jugaron unas partidas al blackjack. Allí, de nuevo, Peter volvió a fijarse en Lali y comprobó cómo controlaba y ganaba en aquel juego. Con las ganancias, todos se dirigieron a una sala de fiestas donde un grupo de salsa tocaba mientras la gente bailaba. En esta ocasión, y con unas copillas encima, todos saltaron a la pista, incluido Peter, quien demostró ser un magnifico bailarín, y a quien se le resecó la boca en exceso cuando la chica de los impresionantes ojos marrones se le acercó y se contoneó bailando delante de él mientras le cogía de la mano. La siguió como pudo y comprobó lo fácil que era bailar con ella. Media hora después, sudorosos y sedientos, los dos se dirigieron a la barra para pedir unas copas.
—Lali, tu acento no es tan marcado como el de tus amigas, ¿por qué? —preguntó Peter.
—Mi padre es americano, pero mi madre es puertorriqueña —cuchicheó esta—.
Físicamente he salido a la familia de mi padre. Peter sonrió y volvió a preguntar:
—¿Dónde vives? —En Los Angeles y, por cierto, mi abuela, la madre de mi madre, es española.
—¿Española? ¿De dónde? —dijo sorprendido.
—De Asturias. Un lugar que lleva clavadito en el corazón. Siempre me habla de aquella tierra como algo maravilloso y difícil de olvidar.
—¿Y cómo terminó una asturiana en Puerto Rico? Retirándose con coquetería el pelo de la cara, mientras llamaba al camarero para pedirle otras copas la joven murmuró:
—El amor. Conoció a mi abuelo, se enamoró de él, y cuando este tuvo que regresar a su país, se casaron y mi abuela se marchó con él.
—¿Y tu abuela ha vuelto alguna vez a Asturias?
—Sí... sí. Ella ha viajado algunas veces allá, y yo espero acompañarla algún día. Aunque ahora con los estudios y tal lo  tengo difícil —respondió clavándole sus azulados ojos.
—Sé que te estoy acribillando a preguntas pero, ¿qué estudias? La joven tras ver que el camarero preparaba sus bebidas le miró y respondió con seguridad.
—Publicidad. Me gusta mucho ese mundillo. —Y dando un giro a la conversación preguntó—: ¿Y tú de qué lugar de España eres?
—Vivo en Madrid. Pero mi familia es de un pueblecito de Guadalajara llamado Sigüenza. Donde, por cierto, hay un maravilloso castillo que es una auténtica preciosidad.
—¿Un castillo? Adoro los castillos. —Sonrió encantada — En uno de los viajes que tengo planeado hacer a Europa quiero conocer muchos de ellos.
—España está lleno.
—Lo sé. Mi abuela siempre me habla de España, de sus castillos y de su historia.

jueves, 16 de enero de 2014

Capítulo 1

Las Vegas, 11 de junio de 2000
Un divertido grupo de jóvenes amigos, todos españoles, entraron en el hall del impresionante hotel Caesars Palace de Las Vegas. Sus caras al ver la majestuosidad de todo lo que les rodeaba hablaban por sí solas.
—Uoo tío ¡esto es la leche! —gritó Agustín más conocido como el Cacheton, el joven más alocado del grupo.
Todos asintieron boquiabiertos. La recepción de aquel lugar era alucinante. El mármol color marfil y las esculturas romanas eran tan increíbles que parecían estar en la Antigua Roma. Andres, Agustín, Nicolas y Peter que habían viajado desde Madrid para celebrar la despedida de soltero más sonada de todos los tiempos sonrieron divertidos. Habían planeado minuciosamente aquel viaje y allí estaban, dispuestos a disfrutarlo. Nicolas se casaba el uno de julio y sus colegas de toda la vida habían decidido darle aquella sorpresa. ¡Las Vegas! Un lugar del que habían hablado mucho durante su adolescencia y al que habían prometido ir juntos alguna vez. La ocasión se presentó y allí estaban.
—Tío... tío ¿has visto a la tía esa? Por favor, ¡qué pechugas! —soltó Andres, conocido en su pueblo como el Rúcula.
Sin perder un segundo, todos miraron en dirección a una muchacha impresionante. Era una rubia escultural que iba vestida de Cleopatra. Esta, al pasar junto a ellos, les guiñó un ojo y se marchó con dos tipos que la esperaban vestidos de romanos.
El futuro marido y Peter, los más sensatos, al ver a aquella mujer alejarse sonrieron, mientras los otros dos silbaban como descosidos.
—Recuerda lo que hablamos —murmuró Nicolas a Peter—. No me dejes hacer ninguna tontería que como se entere mi churri cuando llegue a Sigüenza ¡me mata!
Peter sonrió al oír aquel comentario y fue a contestar a su mejor amigo, cuando el Piruas, que también lo había escuchado, dijo colgándose de su cuello:
—Aprovecha tus últimos días de solteroooooooo y no me seas aburrido. Tío, que estaños en LAS VEGASSSSSSSSS. Nos rodean nenas preciosas y sexys, y hemos prometido que lo que pase aquí, aquí se quedará.
El Cacheton era el típico amigo divertido pero problemático. En un principio pensaron viajar sin él, pero su amistad desde niños y el cariño que le tenían, al final consiguió que no le dejaran de lado. Sin embargo, todos sabían que había que andarse con cuidado. A Agustín le gustaba demasiado la juerga, la bebida y las drogas y era un especialista en liarla en cualquier momento.
— ¡Joder! —gritó el Rúcula—. ¿Habéis visto qué culo tiene ese pibonazo?
Peter sonrió. Sus amigos eran un caso aparte, pero les quería. Nada tenían que ver con el, ni con su manera de ser, pero para él eran los mejores del mundo, aunque también fueran los más escandalosos del universo. Por ello, y consciente de que los cinco días que iban a estar allí iban a ser gloriosos, cogió su bolsa de deporte y dijo antes de que alguno comenzara a gritar burradas:
—Venga, vamos a buscar la llave de nuestra habitación para dejar el equipaje.
El Cacheton cogiendo su mochila le siguió e indicó:
—Ostras tío. Tu amiguita de la agencia de viajes nos ha buscado un hotelazo tremendo. Recuérdame que le lleve un souvenir de agradecimiento.
—Pilar es muy maja — asintió Peter divertido.
 —Y está muy buena —apostilló el Rúcula—. ¿Sales con ella?
—¡Ja! Ya quisiera ella —se mofó Nicolas que conocía a fondo de la vida de .su amigo.
—¿No estás liado con el monumento de la agencia? ¡Pero si esta tremenda! —exclamó el Cacheton sacando una botellita de whisky que había comprado al taxista.
—No...No estoy liado con ella —respondió Peter dejando sobre el mostrador su pasaporte—. Estoy liado con las pruebas para entrar en la policía nacional. ¿Lo recuerdas?
—Sinceramente, creo que te falta un tornillo —se mofó el Pirula —. Y no lo digo porque quieras ser policía, sino por no estar enrollado con ese pibonazo.
Tras soltar una carcajada, Peter miró a sus amigos y exclamó:
—¿Queréis dejar de marujear y sacar vuestros pasaportes? 

Nueva Adaptación

Mariana “Lali” Riera Espósito es una famosa actriz de Hollywood de origen español acostumbrada al glamour y a la fama. En la campaña de promoción de su última película viaja a España donde, por casualidades del destino, se reencuentra con Peter Lanzani, un joven al que conoció años atrás en Las Vegas…y al que esperaba no volver a ver jamás. Peter trabaja ahora como GEO y está acostumbrado a toda clase de peligros y a la discreción que le exige su profesión, así que lo que menos le apetece es ver una estrellita de Hollywood revoloteando a su alrededor. Pero cuando el destino se conjura en su contra…es inútil resistirse.

miércoles, 15 de enero de 2014

Epílogo

Los grupos de flores tenían su mejor aspecto en esa época del año. Lali los observó y luego se fijó en la mezcla de familia e invitados que llenaban su espacioso jardín, hasta que vio a su marido hablando a lo lejos con Nicolas C..
Peter tenía a su hija en brazos. Allegra pataleaba y se reía, disfrutando del día cálido mientras su padre jugaba con sus piececitos bajo el traje del bautizo.
A Lali le dio un vuelco el corazón al observar a las dos personas que más quería en el mundo. Tras los mareos iniciales, su embarazo había ido perfectamente. Peter la había malcriado y, después de que Allegra naciera, había comenzado a malcriarla a ella también.
Debía de ser algo hereditario en la familia. Bauti y Pablo, los hermanos de Peter, estaban igualmente enamorados de Allegra.
Todos estaban reunidos ese día. Los hermanos y los padres de Peter, aunque ésos últimos estaban sentados en esquinas opuestas, claro. Pero los dos se habían adaptado muy bien a eso de ser abuelos.
Claudia, que no podía soportar que la llamaran nana o abuela, le había mostrado a Lali una maravillosa técnica de masaje para hacerle a Allegra después de que naciera. La madre de Peter era a veces interesada, pero le había proporcionado al menos eso.
El abuelo Lanzani le había construido a Allegra el más maravilloso set de guardería. Cuna, moisés y caballo de madera.
La familia. Lali volvió a mirar a su marido y luego a su acompañante. Nicolas también tenía un bebé en brazos. Eliza Mariana C. era mayor y más enérgica que Allegra, pero parecía tener la misma determinación en los genes. En ese momento estaba intentando desabrocharle la corbata a su padre.
Nicolas ni siquiera se daba cuenta.
—Sé que esta fiesta es para nuestras hijas, pero también tengo algo para ti, Lali.
Euge se había acercado sin que Lali se diera cuenta. Se giró y vio que su hermana le entregaba un pequeño regalo con una tarjeta dorada.
Los invitados habían colmado a las pequeñas primas de regalos tras el bautizo, que se había celebrado en la misma capilla donde Peter y Lali se habían casado. Euge se había ofrecido a colaborar en la organización de la fiesta, pero eso se suponía que iba a ser todo. No se suponía que tuviera que hacerle ningún regalo a Lali.
—Venga —dijo su Euge riéndose al ver que su hermana dudaba—. Mira lo que hay dentro de la bolsa.
Lali obedeció y entonces comenzó a reírse también con los ojos llenos de lágrimas. Sacó la figurita y sonrió. Era la figura de un búho australiano y en el centro tenía inscritas las palabras: El viejo y sabio búho.
Euge la abrazó y luego se separó.
—Lo eres y lo sabes. Si no es por todo lo que has hecho por mí, no estaría hoy aquí con Nicolas, sin secretos entre nosotros, felices con nuestra hija y nuestras vidas.
—Gracias. Es precioso, aunque no estoy segura con lo de «viejo».
Euge sonrió. Mientras lo hacía, Lali vio a Nicolas mirándola. Entonces ella volvió a mirar a Peter. Y él le envió una mirada de amor y promesas con la que Lali se quedó mientras se giraba de nuevo hacia su hermana.
—Espero que hayas ahorrado para esto, Euge —dijo tratando de sonar severa—. Debe de haberte costado por lo menos diez dólares. Quizá incluso veinte.
Euge giró la figura en la mano de Lali para mostrarle la pequeña etiqueta que había pegada en la base.
—En realidad cerca de quinientos. ¿Pero a quién le importa?
Lali se quedó boquiabierta.
—No te preocupes —dijo Euge con una sonrisa—. Puede que nunca pierda el gusto por las cosas caras, pero me he reformado. Tenía dinero para comprar esto, y cuando le hablé a mi marido de ello, se sintió tan orgulloso que me subió la pensión.
—Oh, Euge —dijo Lali riéndose—. Te quiero. Espero que lo sepas.
—Lo sé. Y yo también te quiero —dijo Euge, y tomó a Lali del brazo con decisión—. Y ahora creo que es hora de que rescatemos a esos maridos nuestros. ¿Quién sabe? Quizá lleguemos hasta allí antes de que nuestras hijas acaben volviéndolos locos con sus pequeños deditos.
Lali miró de nuevo a los dos hombres bajo los árboles, negó con la cabeza y dejó que la felicidad la invadiera por completo.

—Creo que ya es demasiado tarde.

FIN