Cuando estuvieron frente
a frente, Lali levantó la bolsa de plástico con el logo de una librería
cercana. El dinero estaba oculto dentro de un libro vacío en la bolsa. Trató de
no mirarlo a los ojos, pero podía sentir su mirada.
—Aquí está, envuelto
como la última vez.
Haynes tomó la
bolsa, miró dentro y se rio con satisfacción. Luego se metió la bolsa en uno de
los bolsillos interiores de su chaqueta y cerró la cremallera.
—Muy bien —dijo el
hombre—. Sabía que no tendrías ningún problema en conseguirlo tan rápido.
—Tú no tienes ni idea de
lo que he hecho o he dejado de hacer para conseguir tu regalito —dijo ella
decidida a terminar con la conversación—. Tómalo y vete. Ya he hecho lo que me
pediste. Te he dado cada centavo que pedías para dejar a mi hermana en paz.
Ahora se acabó.
Se dio la vuelta, deseando
alejarse de él y de su presencia corrupta e inquietante, para poder seguir
adelante con su vida. Sólo que no estaba segura de si podría seguir adelante en
absoluto.
—No tan deprisa —dijo
Haynes con un claro tono de amenaza. No trató de ocultarlo, pero fue su mano
sobre su brazo lo que le hizo sentir a Lali un escalofrío horrible.
—Quítame la mano de
encima —susurró ella con los dientes apretados.
Él la soltó tras unos
segundos, durante los cuales la observó con lo que Lali calificó de odio.
¿Qué había hecho ella
para que se sintiera así?
—Que no te entre el
pánico, señora Lanzani —dijo él con una sonrisa—. Es sólo que no hemos acabado
con nuestros negocios.
—Hemos acabado por
completo —dijo ella dando un paso atrás—. Ya he pagado tu silencio y no tengo nada
más que decirte.
—Lo cual me viene bien,
porque prefiero que escuches, y que escuches con atención. Porque lo que tengo
que decirte, te concierne.
—Lo dudo.
—¿Eso crees?
—¿Qué quieres? Te
escucho.
—Tú y tu hermana os
habéis acomodado bastante bien —dijo él inclinándose hacia delante—. La pequeña
Euge, casada con un senador, y ahora tú, la esposa de Lanzani, nada menos.
—¿Vas a llegar a alguna
parte?
—Yo he tenido una vida
dura, Lali, y quiero una recompensa. Tú me la vas a dar.
—No. Hemos terminado. Teníamos
un trato. Ya te he dado lo que querías.
Haynes se acercó más
aún, hasta que Lali pudo sentir su aliento en la nariz.
—Mi negocio no va bien, Lali.
Nadie aprecia los buenos servicios hoy en día. Estoy harto. Quiero retirarme a
un lugar agradable, dejar de preocuparme. Setecientos cincuenta mil dólares
podrían conseguirme una casa agradable en la costa. Diez pagos mensuales de
setenta y cinco mil dólares cada uno. Harás el primer pago aquí, el lunes a la
hora de comer.
—No puedo pagarlo. Es
imposible.
—Haz que sea posible —dijo
él agarrándola por los hombros y mirándola a los ojos.
—¿O qué? —preguntó Lali,
temblando por dentro—. ¿Me harás daño?
Él se rio y la soltó.
—Oh, no, Lali. No te
haré daño a ti. Le haré daño a tu marido, el hombre que está tras el dinero. Un
tiro desde un coche, quizá. Cada vez son más comunes en ciertas zonas de Buenos
Aires. O quizá vaya a cruzar la calle un día y un coche lo atropelle. Menuda
tragedia sería. Sería una perdida terrible.
Lo decía en serio. Ella
no quería creerlo, pero la verdad era visible en sus ojos. Ese hombre no tenía
escrúpulos. Pensaba que todos los problemas se solucionaban con dinero. Lali se
rio en silencio. Ella había aprendido por sí misma que no era así.
—Por favor…
—El lunes —la
interrumpió Haynes—. Asegúrate de hacerlo.
Se alejó entre la
multitud y Lali se quedó mirándolo, temblando por dentro. Había amenazado con
matar a Peter. ¿Cómo iba a conseguir ella semejante cantidad de dinero? ¿Qué
podría hacer?
No supo cuánto tiempo se
quedó ahí, mirando a la nada, antes de que una voz la sacara de su
ensimismamiento. Una voz muy familiar. Una voz que había imaginado que no
volvería a escuchar.
Se dio la vuelta y
exclamó:
—¡Peter!
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