sábado, 4 de enero de 2014

Capítulo 45

Cuando estuvieron frente a frente, Lali levantó la bolsa de plástico con el logo de una librería cercana. El dinero estaba oculto dentro de un libro vacío en la bolsa. Trató de no mirarlo a los ojos, pero podía sentir su mirada.
—Aquí está, envuelto como la última vez.
Haynes tomó la bolsa, miró dentro y se rio con satisfacción. Luego se metió la bolsa en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y cerró la cremallera.
—Muy bien —dijo el hombre—. Sabía que no tendrías ningún problema en conseguirlo tan rápido.
—Tú no tienes ni idea de lo que he hecho o he dejado de hacer para conseguir tu regalito —dijo ella decidida a terminar con la conversación—. Tómalo y vete. Ya he hecho lo que me pediste. Te he dado cada centavo que pedías para dejar a mi hermana en paz. Ahora se acabó.
Se dio la vuelta, deseando alejarse de él y de su presencia corrupta e inquietante, para poder seguir adelante con su vida. Sólo que no estaba segura de si podría seguir adelante en absoluto.
—No tan deprisa —dijo Haynes con un claro tono de amenaza. No trató de ocultarlo, pero fue su mano sobre su brazo lo que le hizo sentir a Lali un escalofrío horrible.
—Quítame la mano de encima —susurró ella con los dientes apretados.
Él la soltó tras unos segundos, durante los cuales la observó con lo que Lali calificó de odio.
¿Qué había hecho ella para que se sintiera así?
—Que no te entre el pánico, señora Lanzani —dijo él con una sonrisa—. Es sólo que no hemos acabado con nuestros negocios.
—Hemos acabado por completo —dijo ella dando un paso atrás—. Ya he pagado tu silencio y no tengo nada más que decirte.
—Lo cual me viene bien, porque prefiero que escuches, y que escuches con atención. Porque lo que tengo que decirte, te concierne.
—Lo dudo.
—¿Eso crees?
—¿Qué quieres? Te escucho.
—Tú y tu hermana os habéis acomodado bastante bien —dijo él inclinándose hacia delante—. La pequeña Euge, casada con un senador, y ahora tú, la esposa de Lanzani, nada menos.
—¿Vas a llegar a alguna parte?
—Yo he tenido una vida dura, Lali, y quiero una recompensa. Tú me la vas a dar.
—No. Hemos terminado. Teníamos un trato. Ya te he dado lo que querías.
Haynes se acercó más aún, hasta que Lali pudo sentir su aliento en la nariz.
—Mi negocio no va bien, Lali. Nadie aprecia los buenos servicios hoy en día. Estoy harto. Quiero retirarme a un lugar agradable, dejar de preocuparme. Setecientos cincuenta mil dólares podrían conseguirme una casa agradable en la costa. Diez pagos mensuales de setenta y cinco mil dólares cada uno. Harás el primer pago aquí, el lunes a la hora de comer.
—No puedo pagarlo. Es imposible.
—Haz que sea posible —dijo él agarrándola por los hombros y mirándola a los ojos.
—¿O qué? —preguntó Lali, temblando por dentro—. ¿Me harás daño?
Él se rio y la soltó.
—Oh, no, Lali. No te haré daño a ti. Le haré daño a tu marido, el hombre que está tras el dinero. Un tiro desde un coche, quizá. Cada vez son más comunes en ciertas zonas de Buenos Aires. O quizá vaya a cruzar la calle un día y un coche lo atropelle. Menuda tragedia sería. Sería una perdida terrible.
Lo decía en serio. Ella no quería creerlo, pero la verdad era visible en sus ojos. Ese hombre no tenía escrúpulos. Pensaba que todos los problemas se solucionaban con dinero. Lali se rio en silencio. Ella había aprendido por sí misma que no era así.
—Por favor…
—El lunes —la interrumpió Haynes—. Asegúrate de hacerlo.
Se alejó entre la multitud y Lali se quedó mirándolo, temblando por dentro. Había amenazado con matar a Peter. ¿Cómo iba a conseguir ella semejante cantidad de dinero? ¿Qué podría hacer?
No supo cuánto tiempo se quedó ahí, mirando a la nada, antes de que una voz la sacara de su ensimismamiento. Una voz muy familiar. Una voz que había imaginado que no volvería a escuchar.
Se dio la vuelta y exclamó:
—¡Peter!

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