miércoles, 31 de julio de 2013

Capítulo 28

—Me lo han dicho unas doscientas veces.
—He llamado a Nueva York para comprobar los datos de Nico Diamante, pero no tienen nada —dijo el jefe de policía entonces, bajando la voz—. Eso puede significar dos cosas: o que está muy arriba en el escalafón o que es nuevo y la policía aún no tiene datos.
—En otras palabras, que no podemos probar nada.
—Eso es.
—Maldita Bobby Jean —murmuró Peter.
—Tiene a todo el pueblo pendiente de lo que hace. Mi mujer me ha dicho que esta tarde ha ido al salón de belleza diciendo que se había separado de su marido porque no podía compararse con Peter Lanzani.
—¿En serio?
—Te lo juro —rió el hombre—. Y montó una escena cuando le dijeron que habías venido con tu mujer. Por lo visto, dijo que eso le daba igual porque tú eras suyo. Incluso retó a todo el mundo, diciendo que, fuera como fuera, caerías en sus brazos.
Peter se pasó una mano por el pelo.
—Tengo que hablar con esa chica antes de que me meta en un lío.
—He ido a verla esta tarde para decirle que no quería problemas.
—¿ Y cómo se lo ha tomado?
Dalmau se rascó la cabeza, pensativo.
—Me ha dicho que me meta en mis asuntos.
—Pero le dirías que tu trabajo es mantener la ley y el orden, ¿no?
—Por supuesto. ¿ Y sabes lo que me dijo? Que si no la dejaba en paz le contaría a mi mujer lo que pasó cuando nos encontraron juntos en el gimnasio del instituto... —empezó a decir el hombre, rojo como un tomate.
—No pasa nada, Dalmau. Ya lo sabía —sonrió Peter. Estar de vuelta en Southwood era como estar de nuevo en el instituto. Sus amigos no habían cambiado nada —. ¿ Y qué pasó?
—Nada. Bobby Jean no dijo nada más. Y ahora te digo que no quiero problemas este fin de semana.
—Espera un momento. ¿Me lo estás diciendo a mí?
—Solo quiero que te lo tomes con calma. Si no es así, el día cuatro de julio habrá algo más que fuegos artificiales.
Dalmau parecía preocupado. Pero Peter lo entendía. Hasta un hombre tan grande como el jefe de policía se quedaba sin palabras con Bobby Jean Diamante.
—Haré lo que pueda. Después de todo, este lío es culpa mía. Debería haberle dicho hace mucho tiempo que me dejara en paz. Quizá pueda hacerlo este fin de semana.
Aliviado, Dalmau le dio un golpecito en la espalda.
—Me alegro de que me eches una mano.
—La verdad es que he metido la pata trayendo a Lali y a la niña. No sé en qué estaba pensando.
—Lo malo es que no estabas pensando con la cabeza —río su amigo—. Y lo bueno es que Bobby Jean ha venido sola, así que no creo que pueda causar muchos problemas. Rocio dice que lo que necesita es tener un hijo para sentar la cabeza.
—Pues no será conmigo —río Peter.
—Por lo visto, Bobby Jean quiere un hijo y quiere tenerlo con su novio del instituto. ¿Quién era? A ver si me acuerdo... ah, sí, el capitán del equipo de fútbol.
—No me digas eso, Dalmau. A pesar de lo grande que eres, sabes que en el instituto te di alguna buena paliza. Y puedo seguir haciéndolo.
—Mira, Peter, voy a darte un consejo. Cásate de verdad con esa rubia tan guapa porque Bobby Jean ha puesto los ojos en ti. Y cuando Bobby Jean pone los ojos en alguien, no hay forma de escapar.
—Yo me ocuparé de ella. Tú ocúpate de su marido.
—Eso, por supuesto. Puedes contar conmigo.
— Siempre lo he hecho.
No tuvieron que esperar mucho más. Unos segundos después hubo una conmoción a la entrada del salón de actos y Peter habría podido jurar que la multitud se apartaba como las aguas del mar Rojo.
Y entonces Bobby Jean Diamante apareció ante él, con su sonrisa de vampiresa.
Los problemas habían empezado.
 —¿ Qué pasa? ¿Por qué hay tanto ruido? — preguntó Lali.
Claudia Lanzani se levantó de la silla para mirar.
—Me temo que empieza el espectáculo — suspiró la mujer.

Lali supo inmediatamente a qué se refería. 

Capítulo 27

Era difícil decirlo. Pero, desde luego, la escena en la que su madre y Lali se conocieron era lo más parecido a una escena de duelo en el viejo oeste que había visto nunca.
Cuando Claudia salió del coche, se quedó inmóvil durante unos segundos. Entonces Allegra empezó a llorar y Lali empezó a llorar también.
Y entonces cayeron una en brazos de otra, llorando a lágrima viva.
Él no pudo hacer nada más que quedarse mirando la escena, mudo.
Entonces su madre se volvió y le dio un golpe en el brazo por hacerlas llorar. Y por tenerlas separadas durante tanto tiempo.
Peter no entendía nada.
Él entendía de circuitos de carreras, de banderas, de deporte. Pero de mujeres, nada.
Y, por instinto de supervivencia, decidió no decir palabra. Mientras tanto, su madre seguía contándole a Lali los cotilleos del pueblo. Para cuando encontraron tres sillas vacías, le había hablado de todo bicho viviente. La expresión agotada de Lali lo demostraba a las claras.
Peter sabía que sería imposible convencer a su madre de que no estaban casados. Estaba loca con su nuera y su nieta, sencillamente. ¿Cómo podía robarle una ilusión así? Solo podía hacer una cosa: aparentar un divorcio.
Contarle que las cosas no iban bien entre ellos...
Se le encogió el estómago al pensarlo. Sería mucho más fácil casarse con Lali, y besar el suelo que pisara durante el resto de su vida, que explicarle a su madre que le había dicho la verdad, que aquel matrimonio era una mentira.
Pero Claudia Lanzani no quería oír nada. Y, además, había preparado su habitación... con una cama doble y una cuna. Una habitación que seguramente era más pequeña que el vestidor de Lali en Atlanta.
Y, por supuesto, ella lo había fulminado con la mirada al ver la cama. Su expresión decía claramente que iba a dormir en el suelo durante todo el fin de semana.
Lo que se merecía, claro.
Cuando acababan de sentarse, aparecieron dos amigos de Peter para saludarlo. Recuerdos, bromas, preguntas. Quién estaba calvo y quién no. Quién había engordado y quién no...
La única que no había aparecido en la reunión, por el momento, era Bobby Jean. Y su marido, el mafioso.
¿Dónde estaría? O mejor, ¿qué estaría planeando? ¿Una entrada espectacular? Ese era su estilo, desde luego. Todo el mundo sabía que estaba en el pueblo. Por lo visto, había llegado a Southwood en una limosina negra, ni más ni menos. Una limosina negra. Y Peter sabía lo que eso significaba: la mafia. Afortunadamente, también le habían dicho que había llegado sola.
Justo entonces, el hombre al que más deseaba ver apareció a su lado: el jefe de policía de Southwood, Gaston Dalmau. 
—Dalmau, qué alegría verte. Pero bueno... mírate. ¿Qué pasa, sigues creciendo?
El jefe de policía, con traje de chaqueta, botas vaqueras y sombrero texano, era un hombre de casi dos metros, con unos hombros como puertas y unos puños frente a los que no quería ponerse nadie.
El hombre, antiguo compañero de deportes, golpeó a Peter en la espalda, dejándolo momentáneamente sin respiración.
—¿ Cómo estás, Peter?
—Mejor que nunca.
—¿Sigues con las carreras?
—Ahí sigo. ¿Y tú, sigues combatiendo el crimen?
—Aquí ya sabes que no hay crímenes. Y eso que tengo una cárcel nueva. Me han dicho que has venido con tu mujer y tu hija.
—Están ahí, con mi madre —sonrió él.
Dalmau sonrió también. Por supuesto, Peter lo había llamado la semana anterior para contarle la verdad. Es mejor tener la ley del lado de uno. Además, le había pedido que comprobase si el marido de Bobby Jean era realmente un mafioso.
—Una chica muy guapa.
—Por supuesto. No esperarías menos de mí. ¿Qué tal Rocio y los niños?

—Tan bien como siempre. Están por ahí, pero vendrán enseguida —contestó Dalmau—. ¿Sabes que Bobby Jean ya ha llegado al pueblo? 

martes, 30 de julio de 2013

Capítulo 26

—Mi madre.
—¿Qué le pasa a tu madre? ¿Es que no le has contado la verdad?
—Se la he contado, pero no se lo cree.
—¿Cómo que no se lo cree? ¿De verdad piensa que estamos casados?
—Ha decidido creer que lo estamos porque le apetece más.
—¿Porqué?
—Porque lleva años deseando tener nietos — contestó él, a la defensiva. Tan guapo, con aquella carita de niño arrepentido. No podía ser más tierno... si Lali no estuviera tan enfadada.
—¿Y?
—Y cree que no se lo he dicho antes porque... tuvimos que casamos. No sé si me entiendes.
—¿Que tuvimos que casamos? ¿Tu madre no sabe la edad que tienes? No eres ningún niño, Peter. Ya nadie se casa a la fuerza.
—Lo sé, pero ella piensa que no se lo he dicho antes para no darle un disgusto.
Lali dejó escapar un suspiro.
—Es increíble.
—Y encima se ha enfadado de todas formas.
—¿ Qué pensará, que te avergüenzas de mí? ¿Que soy una mujer fácil o algo así? ¿Alguien de quien no estabas enamorado y que te cazó quedando embarazada?
—No creo que piense eso. Está enfadada conmigo, no contigo. Ella quería que me casara con Bobby Jean...
—Ah, genial.
—Pero cuando te conozca, se le olvidará Bobby Jean por completo. Además, ¿cómo va a pensar que eres una mujer fácil? Eres tan elegante, tan refinada...
—Sí, como una maestra de escuela.
—Por favor, Lali...
—¿Sabes una cosa? Por una vez, me gustaría tener una suegra que estuviera contenta conmigo.
—¿No le caías bien a tu suegra? — preguntó Peter, sorprendido.
—Sí, bueno... Supongo que me tiene cariño, pero le quité a su bebé.
—Tú no, los bueyes. Ah, ¿te refieres a Allegra?
—No, me refiero a su hijo. Él lo era todo para Ruth, toda su vida, a pesar de tener un marido maravilloso. Papá Rick es un cielo de hombre. 
—No te preocupes, Lali. Todo va a salir bien.
—¿Sí? Me alegro de que estés tan seguro. Pero claro, a ti te da igual que tu madre piense mal de mí...
Cuando estaba sacando a Allegra de la silla, se dio cuenta que la niña tenía el puñito metido en la boca. Eso significaba que tenía hambre y que, en cualquier momento, podía ponerse a gritar.
Igual que ella.
Especialmente cuando vio un coche detenerse frente a la casa.
Solo podía ser una persona: su suegra.
 Por qué el comité organizador de la reunión de antiguos alumnos había decidido organizar una cena en el salón de actos del ayuntamiento, era algo que a Peter se le escapaba. Estaba tan abarrotado de gente que no cabía un alma, aunque, al menos, la comida era mucha y buena.
Además, los vecinos del pueblo eran tan encantadores como siempre.
Detrás de Lali y su madre, que llevaba a Allegra en brazos, Peter buscaba unas sillas vacías. No sabía cómo había sobrevivido a aquella tarde, pero lo hizo y le estaba agradecido al Cielo.
Lo único malo era que su madre y Lali se habían hecho amigas y las dos estaban enfadadas con él. Por qué, no tenía ni idea. Él no había hecho nada, excepto quizá mentirles a las dos. Pero era por una buena causa. Claudia y Lali se habían caído bien. Entonces, ¿cuál era el problema?
Como era listo, Peter intentó hablar con ellas lo menos posible para evitar otro chaparrón y se dedicó a saludar a los amigos.
Mientras charlaba con ellos, las dos mujeres estaban hablando en voz baja, de forma conspiradora. Y eso no le gustó. Pero al acercarse comprobó que, por una vez, no estaban hablando de él. Su madre le estaba contando cotilleos del pueblo.
—Esa es la señora Ledbetter. Tiene cien años y está sorda como una tapia. Tenemos que alejarnos de ella. No tiene un solo diente, pero seguro que quiere besar a la niña. Y eso podría darle un susto de muerte. Venga, vámonos... Ah, ¿ves esa mujer de gafas y el vestido amarillo? Es Pearl Thompson. Su marido es un borracho, hija. Se lo bebe todo. A ver si encuentro... ah, ahí está. Es Lula Johnston. Siempre está hablando de sus nietos... los niños más feos que te puedas imaginar. Aunque no es culpa suya, pobrecitos. En cuanto comamos quiero presentarle a mi nuera y a mi nieta. Le diremos que no habéis venido antes a Southwood porque estabais en... Alemania, por ejemplo.
Por encima del hombro, Lali fulminó a Peter con la mirada. Por el momento, su madre había contado unas cinco historias diferentes para explicar por qué nadie sabía que estaba casado y tenía una hija. Además de lo de Alemania había contado que vivían en una comuna en el norte de California, que ella era periodista en México... Cualquier cosa menos la verdad.
No podía contar la verdad. ¿Qué iba a decir, la pobre? ¿ Peter ha venido aparentando estar casado para que el marido mafioso de Bobby Jean no le pegue un tiro? Además, no se lo creía. Estaba segura de que eran marido y mujer y no había forma de convencerla de lo contrario.
Los vecinos parecían sorprendidos de que se hubiera casado y tuviera una hija sin contárselo a nadie. Y por eso su madre inventaba historias imposibles.
Mientras caminaba tras ellas, Peter no sabría decir si estaba triste o contento. 

Capítulo 25

Ella dejó escapar un suspiro de alivio. Y de alegría.
—No sé qué decir. Excepto gracias.
—De nada. Solo quería que lo supieras. Que quiero estar contigo... ya está, ya lo he dicho otra vez.
—Me gusta que lo digas.
¿Podrían ser más azules sus ojos? Solo podía pensar en eso. Y en cómo deseaba que volviera a besarla. Era tan maravilloso. Pero todo aquello era un juego, se dijo a sí misma. Y no debía olvidarlo.
—¿ Y tu ex novia? ¿Esa Bobby Sue?
—Bobby Jean.
—¿Es tan mala como dices?
—No es que sea mala. Es que es... un poco salvaje. Y, por cierto, no te lo he contado todo.
—¿Qué es lo que no me has contado? ¿Tuviste un hijo con ella o algo así? —preguntó Lali, asustada.
—No, claro que no.
—¿Entonces? ¿Es una enferma mental? ¿Es de la mafia?
Peter no sonrió al escuchar la broma.
—Ella no. Pero su marido sí. Se llama Nico Diamantes y es de Nueva Jersey.
Lali se quedó de piedra. No podía estar hablando en serio.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—¿Habrías venido conmigo si supieras que el marido de mí ex novia era un mafioso?
—No. Tengo que proteger a mi hija, Peter.
— Y yo tengo que proteger a mi mujer, a mi hija y a mi madre.
—Una mujer y una hija de mentira.
—Pero tres mujeres, de todas formas.
—Yo puedo protegerme sola.
Peter dejó escapar un suspiro.
—Muy bien. Pues tengo que proteger a mi madre.
—Seguro que ella también puede protegerse sólita.
—¿ Quieres dejar que proteja a alguien, por favor?
Lali se cruzó de brazos.
—Muy bien. Protege a tu madre. Y yo que tú, vigilaría mi espalda.
—Gracias por el consejo. Lo haré —sonrió él—. Mira, Lali, no te habría traído aquí si pensara que, de verdad, iba a ponerte en peligro. Además, no creo que el marido de Bobby Jean aparezca.. .
—¿No acabas de decir que es de la mafia? Y otra cosa, si alguien de la mafia aparece por aquí, habrá periodistas. Te lo aseguro, yo he sido reportera y aquí hay un artículo. El marido de esa tal Bobby Sue aparecerá y nos matará a todos.
—No lo creo —suspiró Peter, quitándose el cinturón de seguridad—. Pero si ocurre, podrás escribir un artículo tú misma.
—¿ Cómo voy a escribir un artículo si estoy muerta?
—No estarás muerta, Lali.
Ella salió del coche y abrió la puerta de atrás para sacar la sillita de Allegra.
—¿Puedes garantizarlo?
Suspirando, Peter salió del coche.
—Sí, puedo garantizar que nadie va a matarte. ¿No crees que lo he pensado cuidadosamente? Si ese tipo aparece, y no lo creo, llamaré al jefe de policía, que es muy amigo mío. Gaston Dalmau y yo fuimos juntos al instituto.
Lali se puso las manos en las caderas.
—¿Dalmau? Menudo nombre. El mafioso seguro que lo mata solo por llamarse así.
—No has visto a Dalmau—suspiró Peter, sacando el equipaje del maletero.
Dos maletas de diseño cayeron sobre la hierba sin contemplaciones y ella lo miró, irritada.
—¿Te importaría no tirar mis cosas al suelo? Dentro hay cosas muy frágiles.
Sin decir una palabra, Peter tiró el neceser, también de diseño, sobre las maletas.
Era la guerra.
—Estupendo. Llevamos aquí cinco minutos y ya estamos peleados. Sabía que no debería haber venido. Clovis me dijo que esto terminaría mal y tenía razón. Hasta Marta me lo dijo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué ha dicho Marta?
— No lo sé, porque no hablo su idioma. Pero no me gustó nada su expresión.
—¿No estaría quejándose de Clovis? Por lo que vi el otro día, le hace la vida imposible.
—No lo creo.
Lali miró a su «marido», cerrando el maletero, con su camisa de cuadros y sus anchos hombros y sus ojos verdes. Peter Lanzani no podía ser más guapo.
Entonces se dio cuenta de lo ridícula que era la situación.
Allí estaban, delante de la casa de su madre discutiendo como si fueran un verdadero matrimonio. ¿La mafia en Southwood? Por favor. Tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada.
Peter parecía haber llegado a la misma conclusión porque fue él quien río primero.
—¿Por qué estamos discutiendo?
—No lo sé. Por la mafia, creo.
—Ah, bueno, mientras no sea de política o de religión.
—O de sexo, o de los suegros —río Lali. Entonces Peter se puso serio—. ¿Qué pasa, qué he dicho?
— Tengo que contarte otra cosa.

—Dios mío... ¿qué es?

Capítulo 24

Lali tomó la fotografía de su difunto marido del salón y entró en el cuarto de estar, donde lo esperaba su invitado. Su pulso se aceleró al verlo de espaldas, con las manos en los bolsillos del pantalón.
—Peter—lo llamó en voz baja. Él se volvió, la viva imagen de la belleza masculina—. Quiero enseñarte esta fotografía para que sepas que no debes preocuparte. 
De modo que aquello era Southwood.. Llegaron el viernes por la tarde y Lali iba mirando las calles del pueblo a través de la ventanilla del coche.
Al día siguiente era la fiesta nacional, el Cuatro de Julio, y Southwood parecía el escenario de una película de los años cincuenta. Había muchas calles sin asfaltar, el aparcamiento de la hamburguesería estaba abarrotado de coches con ruidosos adolescentes y el instituto, de ladrillo rojo, era seguramente el edificio más grande del pueblo.
En el cine estaban poniendo una película que se había estrenado en Nueva York un par de años antes. Había una barbería, un salón de belleza, una bolera y una tienda de ropa.
Lali sonrió. Le encantaba aquel sitio. Y se alegraba de haber convencido a Peter de que realmente quería acompañarlo. Además, no le gustaba estar atada por el dinero y el estatus. A veces se había sentido como una princesa encerrada en su palacio. Pero no allí. Allí era ella misma. No la viuda del millonario, no la nuera de los Cavanaugh de los Hampton. Era... la supuesta esposa de Peter Lanzani. Lali puso los pies en la tierra con una sonrisa. Bueno, no era exactamente ella misma.
—Y esta es la calle Mayor —le explicó Peter—. Aquí está el ayuntamiento.
En el centro de la calle, frente a un edificio de ladrillo, había un viejo cañón de hierro fundido. A un lado, una estatua de bronce del que debía de ser un héroe local.
—¿No me habías dicho que en Southwood no había héroes?
Peter esbozó una sonrisa. Una sonrisa tan cargada de sensualidad que hubiera podido iluminar un árbol de Navidad.
—No es nuestro. Es un héroe prestado.
—¿Cómo?
—Es de otro pueblo.
—¿Estás tomándome el pelo?
—No, pero puedo hacerlo si quieres — sonrió él, alargando la mano para tirarle de la coleta.
—Estate quieto. Vas a despertar a Allegra.
—Mira eso —dijo Peter entonces.
Lali vio una pancarta de lado a lado de la calle, en la que daban la bienvenida a los antiguos alumnos del instituto. Para su sorpresa, experimentó la absurda sensación de que estaba volviendo a casa.
—Me gusta este pueblo. Es como una pintura de Norman Rockwell.
—Muchas gracias, pero Southwood es un pueblo perdido en medio de ninguna parte.
—No digas eso. Es bonito.
Lali se volvió hacia la ventanilla, sonriendo. En realidad, Peter no lo decía en serio. Había notado una nota de orgullo en su voz. Él, que le había dicho que no iba a gustarle nada el pueblo y que se alegraba de no vivir allí.
Había ido a buscarla una hora antes de lo previsto. Tan emocionado estaba. Pero se le pasó la emoción cuando Clovis lo llevó aparte para decirle lo que debía y no debía hacer. Y, más o menos, le había mencionado la guillotina.
—Verás que esta avenida está asfaltada. Y que, al contrario que en la calle Elm, no hay ningún perro en medio de la calzada lamiéndose... sus partes.
—Por cierto, me sorprendió que supieras el nombre del perro y de su dueña.
—La señora Cheevers es una vieja amiga — sonrió él—. Pero no te gusta Southwood, ¿ verdad?
—Claro que me gusta. De hecho, me gusta mucho. Es muy diferente de Atlanta.
—Creí que te gustaba Atlanta.
—Y me gusta. Pero no es mi casa.
Entraron entonces en una avenida de casas con porches corridos y pequeños jardines en la parte delantera. Casi todas tenían garaje para uno o dos vehículos y el camino hasta la puerta era de gravilla.
A ambos lados de la avenida, nogales y robles. Y jugando en la calle un montón de niños, con sus madres cerca charlando en los bancos.
Lali pensó entonces que así era como debía ser la vida.
—Esto es precioso. Si Allegra fuese mayor, le encantaría este sitio — murmuró, volviendo la cabeza para observar a la niña, que iba dormida en su sillita—. ¿Por qué te fuiste de aquí?
—¿ Que por qué me fui? Pregúntamelo cuando termine el fin de semana.
—Siempre dices eso.
—Y lo digo de verdad. Bueno, ya hemos llegado —dijo Peter, deteniendo el coche frente a una casa con tejado de pizarra—. Empieza el juego... señora Lanzani.
Lali miró alrededor.
—¿Tu madre, dónde?
—La señora Lanzani eres tú. No lo olvides.
—Ah, es verdad —murmuró ella—. Se me había olvidado.
El fin de semana podría explotarles en la cara si no recordaba que era la señora Lanzani. ¿Por qué había aceptado hacer ese papel?, se preguntó.
—¿No lo olvidarás?
Lali se miró las manos, nerviosa. Cuando fue a buscarla, Peter le dio una alianza y se puso otra en el dedo.
—Estaremos mintiéndole a tu familia y a tus amigos. No sé si puedo...
—Claro que puedes —la interrumpió él, levantando su barbilla con un dedo.
Cada vez que la tocaba, cada vez que la miraba de cierta forma, se derretía por dentro. Era imposible decirle que no.
Para su sorpresa, Peter se inclinó entonces y le dio un besito en los labios.
—Pero si quieres, volvemos a Atlanta. Lo digo en serio, Lali. Si no te encuentras cómoda...
—No, no, déjalo. He aceptado ayudarte y pienso hacerlo —murmuró ella, intentando disimular el estremecimiento que le había producido aquel beso—. Es que estoy un poco nerviosa.
—Es normal, ¿no? Los nervios de una recién casada.
—Sí, claro.
Peter se puso serio entonces.
—Lali, quiero que sepas... —nervioso, se pasó una mano por el pelo—. Soy un hombre adulto y no debería ser tan difícil. Pero quiero que sepas que la verdadera razón por la que te pedí que vinieras a Southwood es... que quería estar contigo.

domingo, 28 de julio de 2013

Capítulo 23

Lo estaba haciendo de maravilla, desde luego.
Totalmente desmoralizada, Lali apretó los labios.
Quizá no estaba preparada para otro hombre. Quizá Peter tenía razón y debían olvidarse del asunto por completo. Además, era lo mejor para Allegra. Lo último que necesitaba era encariñarse con alguien que pronto desaparecería de su vida. Y también era lo último que Lali necesitaba.
Sí, era lo mejor. Decidida, se pasó una mano por el pelo antes de bajar la escalera. Entonces se lo pensó otra vez.
No quería dejarlo ir tan fácilmente. Pensaba ir a Southwood le gustase o no. Peter la había invitado y ella había aceptado.
Eso estaba mucho mejor.
Sonriendo, Lali empezó a bajar la escalera que la llevaría a una aventura. Justo lo que necesitaba. No podía sentirse más alegre, más llena de adrenalina.. .
—No —dijo entonces, deteniéndose en medio de la escalera —. No puedo obligarlo a hacer algo que no quiere hacer. Por otro lado, la idea fue suya y... ¿ Y qué hago yo aquí, hablando sola?
Tenía que dejar de ser tan tímida con los hombres. Que su marido no la hubiese valorado no significaba que otros hombres no fueran a hacerlo. Además, ella era una mujer llena de vida.
¿Por qué estaba poniéndose tantas trabas para hacer un tonto viaje?
No era ningún ratoncillo asustado.
Y Peter no le había pedido que escalaran una montaña con Allegra atada a la espalda. Su marido habría querido hacer eso, seguro, pero él no. Lo que le había pedido era que lo acompañase durante un fin de semana.
Entonces, ¿por qué estaba dándole tantas vueltas? ¿De dónde habían salido esos miedos?
La verdad era que se preocupaba por él cada vez que leía la sección de deportes del periódico. Pero Peter no era el piloto del equipo, sino un mecánico. Así que, a menos que se aplastara un pie con alguna herramienta, no corría peligro físico.
Decidida de nuevo, Lali llegó al final de la escalera. Comería con Peter y se reirían juntos cuando le enseñara la foto de su marido, que tenía el pelo y los ojos claros. Allegra no se parecía en absoluto a su padre, se parecía más a su familia. Además, ¿qué mejor prueba que una fotografía para que se quedase tranquilo?
Pero lo más importante era que podía ayudarlo a salvarse de las garras de una antigua novia decidida a perseguirlo.
Lali pensó en la mujer, en aquella extraña. No la conocía y podría ponerse violenta. Qué horror. No, eso no podía ser. Eran adultos.
O quizá no. De repente, Lali se imaginó en Southwood tirándose de los pelos con una loca agresiva. Peleándose por Peter Lanzani. Por supuesto, imaginaba que le daría su merecido a la ex novia. De repente, la idea hasta le hacía gracia.
Lo que no le gustaba era hacerse pasar por alguien que no era, lo de engañar... lo de que solo fuera un fin de semana. ¿Sería algo más que un fin de semana para él? ¿O después de estar juntos cuarenta y ocho horas la llevaría de vuelta a casa y se despediría sin decir una palabra?
Si era así, lo mataría.
—Le gusto, estoy segura.
Y sabía muy bien qué fotografía iba a enseñarle. Estaba en el salón. Su marido montado sobre un camello, en Egipto. Blanco, con un turbante, un auténtico aventurero. Y no se parecía nada a Peter.
Una vez en Southwood, Georgia, haría el papel de su esposa a la perfección. Pero no solo para que lo creyeran los demás, no, ella tenía sus propias intenciones con respecto al señor Lanzani. Un hombre que aún no lo sabía, pero estaba a punto de meterse en el mayor lío de su vida.

Casi lo sentía por Peter. Cuando terminase con él, el pobre pensaría que lo había pisoteado una manada de bueyes. Con mejores resultados que su difunto marido, claro. 

Capítulo 22

—No quería decirlo así... Hay una razón para que los hombres no hablen nunca con las mujeres. No tenemos ni idea de cómo hacerlo.
Lali soltó una carcajada.
—Eres un cielo, de verdad. Pero esto no tiene nada que ver... —de repente, se levantó y tomó a la niña en brazos—. Perdona un momento.
Peter estuvo a punto de decirle que no se marchara. Tenía la impresión de que no volvería a verla si salía de la habitación. Porque sin duda Clovis entraría un segundo después, lo ensartaría en una pica y lo tiraría a la calle como un desperdicio.
—No he querido decir...
—No pasa nada. Te entiendo, Peter. Quieres estar seguro de que en mi estado de viuda desconsolada no busco un sustituto de mi difunto marido, ¿es eso?
—Dicho así suena horrible —murmuró él, avergonzado—. Siento haberte insultado, de verdad.
—No me has insultado. Y solo quiero llevarme a la niña a su habitación para que duerma la siesta.
—Ah. De todas formas, si quieres que me marche, solo tienes que decirlo.
Lali lo miró a los ojos entonces y el corazón de Peter dio un vuelco. El instinto le decía que la tomara en sus brazos, con niña y todo, y la apretase contra su corazón para siempre. Pero no podía hacerlo.
—No quiero que te vayas. Por favor, espérame. Quiero enseñarte algo.
— Muy bien.
Peter la observó salir de la habitación. Se movía con una elegancia que era a la vez muy sensual... y le hacía desear besarla y decirle todo lo que estaba pensando.
Aunque, en realidad, acababa de hacerlo. Con malos resultados.
«Espérame», le había dicho.
Incómodo, miró alrededor. Frente a él había dos puertas de cristal que daban a un jardín de césped inmaculado, con flores por todas partes.
«Espérame».
¿Debía hacerlo? Quizá lo mejor sería marcharse sin decir nada. Estaba haciendo el ridículo, diciendo cosas que no debería decir. Además, sus sentimientos eran conflictivos. Peter sacudió la cabeza. No podía marcharse. Tenía que hablar con ella.
  Intentando no hacer ruido, Lali salió de la habitación de Allegra y puso el oído en la puerta para ver si lloraba. Afortunadamente, no era así.
Entonces aprovechó la oportunidad para respirar un poco. Peter estaba tan guapo como el día que se conocieron. Pero debía de pensar que era una patética viuda que lo había confundido con su difunto esposo.
Por supuesto, era lógico, ya que no lo había sacado de su error. Y ella, que había planeado una comida tan agradable...
Entonces oyó reír a su hija. La pequeñaja estaba jugando en su cuna. Esperaría un poquito más antes de volver al cuarto de estar. Mientras lo hacía, pensó en la situación.
Peter y ella no tenían ningún acuerdo, ningún compromiso. Aunque no le importaría nada tenerlo. Le encantaba la idea de tener algo con un hombre como Peter Lanzani .
Pero el asunto de su marido parecía un problema. Y ella sabía lo que era ser el segundón en el corazón de alguien. Su esposo era un hombre de hombres, más a gusto con sus amigos que con ella, más a gusto con sus arriesgadas aventuras que en casa con su mujer. De modo que quizá debería mostrarle a Peter que en aquel año y medio ya se había quitado el luto.
Odiaba admitirlo, pero no le había costado demasiado. Ella no era una mujer fría en absoluto y lamentó la muerte de su marido, pero no se habían querido de verdad. Eso era lo más triste de todo. Su marido parecía saber muy bien lo que quería de ella: lealtad y un heredero. Quería una esposa que no lo molestase, una mujer que no se quejara de sus ausencias. No era un hombre malvado, sencillamente tenía otras cosas en la cabeza.
Cuando por fin se dio cuenta de que no iba a cambiar, Lali decidió dejarlo. Y entonces Él murió. Lo sentía y guardó luto por él. Pero quince meses después lo había puesto todo en perspectiva.

Y lo que acababa de pasar en el cuarto de estar era, como mínimo, irónico. Le gustaba mucho Peter y, sin embargo, diez minutos después de llegar, ya quería marcharse. 

sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 21

—¿Marcharte? ¿Por qué? ¿Porque has estado a punto de darme un beso? ¿O porque casi te he dejado hacerlo? Admito que ha sido un poco inesperado, pero... Peter, ¿te encuentras bien? Estás muy pálido.
—¿ Te importa si me siento en el sofá?
—No, claro — murmuró ella, sentándose a su lado—. ¿Quieres que llame a Clovis? Es enfermera.
—No, por Dios. No necesito una enfermera. Solo tengo que calmarme un poco —dijo Peter entonces—. Lali, creo que deberíamos...
Allegra soltó un grito entonces y se lanzó hacia  él como si quisiera abrazarlo.
—Quiere que la tomes en brazos. No tienes que hacerlo...
—¿Por qué no? Me gustan mucho los niños.
—Ten cuidado. Es un torbellino.
—Como su madre —sonrió él.
—¿ Tú crees? Mi marido pensaba que era aburrida.
—Por eso lo pisaron los bueyes... Perdona, no sé por qué he dicho esa barbaridad.
Lali sonrió.
—La verdad es que ha tenido gracia. No debería, pero...
La niña estaba en los brazos de Peter, tirando del cuello de su polo.
—Hola, pequeñaja. ¿Cómo estás?
Allegra le regaló una sonrisa desdentada y luego le sacó la lengua.
—¡Allegra!
—Ah, vaya. Me lo merezco.
—Clovis le ha enseñado a hacer eso. Es horrible.
—¿El sargento? No me sorprende —sonrió Peter. Entonces Allegra le tiró del pelo y acercó su boca como si quisiera darle un mordisco en la cabeza.
—Tienes que perdonarla. Es que le están saliendo los dientes —le explicó Lali—. O eso o hay algún caníbal entre los antepasados de los Esposito.
—Hablando de los Esposito, ¿qué te parece? ¿ Ves lo mismo que yo?
—Si te refieres a un hombre intentando salvar su cuero cabelludo, sí.
—No, me refiero a eso.
— No te entiendo.
—Allegra y yo... Míranos. ¿No ves el parecido? Quizá entre Allegra, yo y otra persona a la que tu querías.
 —¿De qué estás hablando?
—¿ Quieres decirme que no ves el parecido entre la niña y yo? Lali, míranos bien.
—Tenéis el mismo color de pelo y de ojos, pero nada más.
—¿Nada más?
—Yo no veo más parecidos. Hay muchos niños de ojos verdes y pelo castaño. Ah, ya entiendo, quieres que en Southwood la gente crea de verdad que es tu hija, ¿no?
—Sí, pero me refería a algo más.
Perpleja, Lali se cruzó de brazos.
—¿Por qué no me lo dices? No entiendo nada en absoluto.
Peter respiró profundamente para darse valor.
 —¿Cómo era tu marido?
—¿Mi marido? —repitió ella—. Ah, ya veo. Qué tonta he sido. Allegra se parece un poco a ti, así que quieres saber si tú te pareces a mi marido.
—Sí, me temo que sí.
—Pues no sé qué decirte, excepto que no veo por qué eso tiene importancia. Solo estamos hablando de un fin de semana, ¿no?
—Es posible — murmuró Peter—. Mira, Lali, no quería...
—No, déjalo. Voy a decirlo yo. Entre nosotros hay algo más que ese fin de semana, ¿no? Al menos, espero que lo haya o me sentiré como una idiota.
—Yo creo que hay algo más, sí.
—Está claro que te da un poco de miedo. Y a mí también — sonrió ella —. Pero el asunto de sí te pareces o no a el ... yo creo que es un poco prematuro. No nos conocemos, Peter. Y deberíamos dejar el tema hasta que nos conociéramos un poco más. ¿No te parece?

Tenía razón, desde luego. Y él era un idiota.