Efectivamente, su madre
le pedía que fuera a la reunión del instituto porque todos sus amigos estarían
en Southwood, gente a la que no había visto en muchos años... Incluyendo Bobby
Jean Diamante, que estaba separada de su marido. Peter dejó escapar un suspiro.
Era hombre muerto.
En el resto de la carta
lo regañaba, como siempre, por no haberse casado y no darle nietos. Su madre
siempre lo regañaba por eso. Decía que cuando ella muriese se quedaría solo en
el mundo y eso no la dejaría descansar en paz. Peter sonrió al recordar su
última charla:
«Tienes treinta años,
hijo, y yo quiero tener nietos. ¿Cómo voy a ir a la bolera con la cabeza bien
alta? Todas las mujeres de Southwood tienen un montón de nietos y enseñan las
fotografías a la menor oportunidad. Y yo no tengo una mala fotografía que
enseñar a nadie. ¿Qué voy a decir cuando Lula me pregunta por qué no
te has casado?».
Nada, pensó Peter. El
problema era que aún no había conocido a la mujer de su vida. La mujer que lo
volviera loco de pasión...
De repente, en su mente
apareció la imagen de Lali. Morocha, delicada, preciosa, simpática,
inteligente. Pero también rica y encerrada en una torre de marfil a la que él
no tenía acceso.
Sí, quizá Lali era
candidata al puesto de mujer de su vida, pero estaba atrapado en una de esas
situaciones de «en otro momento, en otra vida». Porque Lali Esposito era una
millonaria de Nueva York. Y él... él llevaba un grasiento mono de mecánico.
Muy deprimente.
¿No sería gracioso
aparecer en el pueblo con una familia?, pensó entonces. Sí, muy gracioso. Su
madre lo mataría. Pero eso era precisamente lo que necesitaba para enfrentarse
con Bobby Jean Diamante.
Cuanto más lo pensaba,
más le gustaba la idea. Entonces sacudió la cabeza. Como si pudiera comprar una
familia en el supermercado...
De repente, se le ocurrió
algo. ¿No había dicho Lali que podía acudir a ella si necesitaba que le
salvase la vida? Pues lo necesitaba. Necesitaba que le salvase la vida. No
tenía pruebas de que Rocco Diamante fuera a seguir a su esposa hasta Southwood,
pero tampoco tenía pruebas de lo contrario.
Aunque, la verdad, lo de
que pertenecía a la mafia podría ser solo un rumor. El tal Rocco Diamante no
iba a aparecer con una metralleta en el pueblo. Seguramente Bobby Jean habría
contado esa historia para hacerse la interesante, como era su costumbre.
Pero si la historia era
cierta, el mafioso le pondría unos zapatos de cemento y lo tiraría al lago. Y
problema resuelto.
Para Rocco, claro. No
para él.
En realidad, era una idea
aterradora. Peter prefería pensar en el asunto desde otro ángulo. Que su ex
novia acababa de darle una oportunidad perfecta para ponerse en contacto con
Lali.
Si funcionaba, tendría
que darle las gracias a Bobby Jean. Aunque la explosiva pelirroja seguramente
reaccionaría de forma poco amistosa al ver a la supuesta familia Lanzani. Pero
después de haber montado un escándalo, que era lo que más le gustaba, volvería
con su marido y lo dejaría en paz.
Y todo el mundo contento.
Peter tomó una decisión
entonces.
Antes de que pudiera
cambiar de opinión, sacó de la cartera el papel donde Lali había escrito su
número de teléfono. Recordaba aquel momento como si hubiera sido el día
anterior. Acababa de dar a luz, pero seguía siendo la mujer más guapa que había
visto en toda su vida. Y la más elegante, la más... especial.
Desde aquel día, Peter llevaba el pedazo de papel con su número de teléfono como si fuera un amuleto
de la suerte. Era como un eslabón que lo ataba a ella, una posibilidad de que
pudieran ser algo el uno para el otro algún día.
Y quizá ese día había
llegado.
Peter respiró
profundamente para darse valor. Aquel era un gran paso. Pero... ¿no la estaría
utilizando? Quizá sí, pero no del todo. Lali sabría desde el principio por qué
la llamaba, no pensaba engañarla. Solo sería un fin de semana, además. Lo peor
que podía pasar era que le dijese que no.
Aunque una de las razones
por las que no la había llamado era porque así Lali no podría rechazarlo. Y si
no podía rechazarlo, no estaba fuera de su vida.
Una estupidez, desde
luego. No podía estar más fuera de su vida que en aquel momento. Seguramente ya
ni se acordaba de él.
Peter dejó escapar un
suspiro.
Era un hombre de treinta
años y tenía experiencia con las mujeres. Debía portarse como un adulto, se
dijo. Tomó el teléfono, pero se detuvo antes de marcar el número. Sus colegas
lo pasarían bomba si oyeran la conversación.
Si iba a poner su corazón
y su orgullo en peligro, sería mejor hacerlo desde su casa, donde nadie podía
oírlo. De ese modo, si Lali decía que no, podría ahogarse en la ducha sin
testigos.
No era mal plan. Peter dobló el papel y volvió a guardarlo en la cartera.
La llamaría más tarde.
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