sábado, 20 de julio de 2013

Capítulo 13

Efectivamente, su madre le pedía que fuera a la reunión del instituto porque todos sus amigos estarían en Southwood, gente a la que no había visto en muchos años... Incluyendo Bobby Jean Diamante, que estaba separada de su marido. Peter dejó escapar un suspiro. Era hombre muerto.
En el resto de la carta lo regañaba, como siempre, por no haberse casado y no darle nietos. Su madre siempre lo regañaba por eso. Decía que cuando ella muriese se quedaría solo en el mundo y eso no la dejaría descansar en paz. Peter sonrió al recordar su última charla:
«Tienes treinta años, hijo, y yo quiero tener nietos. ¿Cómo voy a ir a la bolera con la cabeza bien alta? Todas las mujeres de Southwood tienen un montón de nietos y enseñan las fotografías a la menor oportunidad. Y yo no tengo una mala fotografía que enseñar a nadie. ¿Qué voy a decir cuando Lula me pregunta por qué no te has casado?».
Nada, pensó Peter. El problema era que aún no había conocido a la mujer de su vida. La mujer que lo volviera loco de pasión...
De repente, en su mente apareció la imagen de Lali. Morocha, delicada, preciosa, simpática, inteligente. Pero también rica y encerrada en una torre de marfil a la que él no tenía acceso.
Sí, quizá Lali era candidata al puesto de mujer de su vida, pero estaba atrapado en una de esas situaciones de «en otro momento, en otra vida». Porque Lali Esposito era una millonaria de Nueva York. Y él... él llevaba un grasiento mono de mecánico.
Muy deprimente.
¿No sería gracioso aparecer en el pueblo con una familia?, pensó entonces. Sí, muy gracioso. Su madre lo mataría. Pero eso era precisamente lo que necesitaba para enfrentarse con Bobby Jean Diamante.
Cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea. Entonces sacudió la cabeza. Como si pudiera comprar una familia en el supermercado...
De repente, se le ocurrió algo. ¿No había dicho Lali que podía acudir a ella si necesitaba que le salvase la vida? Pues lo necesitaba. Necesitaba que le salvase la vida. No tenía pruebas de que Rocco Diamante fuera a seguir a su esposa hasta Southwood, pero tampoco tenía pruebas de lo contrario.
Aunque, la verdad, lo de que pertenecía a la mafia podría ser solo un rumor. El tal Rocco Diamante no iba a aparecer con una metralleta en el pueblo. Seguramente Bobby Jean habría contado esa historia para hacerse la interesante, como era su costumbre.
Pero si la historia era cierta, el mafioso le pondría unos zapatos de cemento y lo tiraría al lago. Y problema resuelto.
Para Rocco, claro. No para él.
En realidad, era una idea aterradora. Peter prefería pensar en el asunto desde otro ángulo. Que su ex novia acababa de darle una oportunidad perfecta para ponerse en contacto con Lali.
Si funcionaba, tendría que darle las gracias a Bobby Jean. Aunque la explosiva pelirroja seguramente reaccionaría de forma poco amistosa al ver a la supuesta familia Lanzani. Pero después de haber montado un escándalo, que era lo que más le gustaba, volvería con su marido y lo dejaría en paz.
Y todo el mundo contento.
Peter tomó una decisión entonces. 
Antes de que pudiera cambiar de opinión, sacó de la cartera el papel donde Lali había escrito su número de teléfono. Recordaba aquel momento como si hubiera sido el día anterior. Acababa de dar a luz, pero seguía siendo la mujer más guapa que había visto en toda su vida. Y la más elegante, la más... especial.
Desde aquel día, Peter llevaba el pedazo de papel con su número de teléfono como si fuera un amuleto de la suerte. Era como un eslabón que lo ataba a ella, una posibilidad de que pudieran ser algo el uno para el otro algún día. 
Y quizá ese día había llegado.
Peter respiró profundamente para darse valor. Aquel era un gran paso. Pero... ¿no la estaría utilizando? Quizá sí, pero no del todo. Lali sabría desde el principio por qué la llamaba, no pensaba engañarla. Solo sería un fin de semana, además. Lo peor que podía pasar era que le dijese que no.
Aunque una de las razones por las que no la había llamado era porque así Lali no podría rechazarlo. Y si no podía rechazarlo, no estaba fuera de su vida.
Una estupidez, desde luego. No podía estar más fuera de su vida que en aquel momento. Seguramente ya ni se acordaba de él.
Peter dejó escapar un suspiro.
Era un hombre de treinta años y tenía experiencia con las mujeres. Debía portarse como un adulto, se dijo. Tomó el teléfono, pero se detuvo antes de marcar el número. Sus colegas lo pasarían bomba si oyeran la conversación.
Si iba a poner su corazón y su orgullo en peligro, sería mejor hacerlo desde su casa, donde nadie podía oírlo. De ese modo, si Lali decía que no, podría ahogarse en la ducha sin testigos.
No era mal plan. Peter dobló el papel y volvió a guardarlo en la cartera.

La llamaría más tarde. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario