—Mi madre.
—¿Qué le pasa a tu madre?
¿Es que no le has contado la verdad?
—Se la he contado, pero
no se lo cree.
—¿Cómo que no se lo cree?
¿De verdad piensa que estamos casados?
—Ha decidido creer que lo
estamos porque le apetece más.
—¿Porqué?
—Porque lleva años
deseando tener nietos — contestó él, a la defensiva. Tan guapo, con aquella
carita de niño arrepentido. No podía ser más tierno... si Lali no estuviera
tan enfadada.
—¿Y?
—Y cree que no se lo he
dicho antes porque... tuvimos que casamos. No sé si me entiendes.
—¿Que tuvimos que
casamos? ¿Tu madre no sabe la edad que tienes? No eres ningún niño, Peter. Ya
nadie se casa a la fuerza.
—Lo sé, pero ella piensa
que no se lo he dicho antes para no darle un disgusto.
Lali dejó escapar un
suspiro.
—Es increíble.
—Y encima se ha enfadado
de todas formas.
—¿ Qué pensará, que te
avergüenzas de mí? ¿Que soy una mujer fácil o algo así? ¿Alguien de quien no
estabas enamorado y que te cazó quedando embarazada?
—No creo que piense eso.
Está enfadada conmigo, no contigo. Ella quería que me casara con Bobby Jean...
—Ah, genial.
—Pero cuando te conozca,
se le olvidará Bobby Jean por completo. Además, ¿cómo va a pensar que eres una
mujer fácil? Eres tan elegante, tan refinada...
—Sí, como una maestra de
escuela.
—Por favor, Lali...
—¿Sabes una cosa? Por una
vez, me gustaría tener una suegra que estuviera contenta conmigo.
—¿No le caías bien a tu suegra? — preguntó Peter, sorprendido.
—Sí, bueno... Supongo que
me tiene cariño, pero le quité a su bebé.
—Tú no, los bueyes. Ah,
¿te refieres a Allegra?
—No, me refiero a su hijo. Él lo era todo para Ruth, toda su vida, a pesar de tener un marido
maravilloso. Papá Rick es un cielo de hombre.
—No te preocupes, Lali.
Todo va a salir bien.
—¿Sí? Me alegro de que
estés tan seguro. Pero claro, a ti te da igual que tu madre piense mal de mí...
Cuando estaba sacando a
Allegra de la silla, se dio cuenta que la niña tenía el puñito metido en la
boca. Eso significaba que tenía hambre y que, en cualquier momento, podía
ponerse a gritar.
Igual que ella.
Especialmente cuando vio
un coche detenerse frente a la casa.
Solo podía ser una
persona: su suegra.
Por qué el comité
organizador de la reunión de antiguos alumnos había decidido organizar una cena
en el salón de actos del ayuntamiento, era algo que a Peter se le escapaba.
Estaba tan abarrotado de gente que no cabía un alma, aunque, al menos, la
comida era mucha y buena.
Además, los vecinos del
pueblo eran tan encantadores como siempre.
Detrás de Lali y su
madre, que llevaba a Allegra en brazos, Peter buscaba unas sillas vacías. No
sabía cómo había sobrevivido a aquella tarde, pero lo hizo y le estaba
agradecido al Cielo.
Lo único malo era que su
madre y Lali se habían hecho amigas y las dos estaban enfadadas con él. Por
qué, no tenía ni idea. Él no había hecho nada, excepto quizá mentirles a las
dos. Pero era por una buena causa. Claudia y Lali se habían caído bien.
Entonces, ¿cuál era el problema?
Como era listo, Peter intentó hablar con ellas lo menos posible para evitar otro chaparrón y se
dedicó a saludar a los amigos.
Mientras charlaba con
ellos, las dos mujeres estaban hablando en voz baja, de forma conspiradora. Y
eso no le gustó. Pero al acercarse comprobó que, por una vez, no estaban
hablando de él. Su madre le estaba contando cotilleos del pueblo.
—Esa es la señora
Ledbetter. Tiene cien años y está sorda como una tapia. Tenemos que alejarnos
de ella. No tiene un solo diente, pero seguro que quiere besar a la niña. Y eso
podría darle un susto de muerte. Venga, vámonos... Ah, ¿ves esa mujer de gafas
y el vestido amarillo? Es Pearl Thompson. Su marido es un borracho, hija. Se lo
bebe todo. A ver si encuentro... ah, ahí está. Es Lula Johnston. Siempre está
hablando de sus nietos... los niños más feos que te puedas imaginar. Aunque no
es culpa suya, pobrecitos. En cuanto comamos quiero presentarle a mi nuera y a
mi nieta. Le diremos que no habéis venido antes a Southwood porque estabais
en... Alemania, por ejemplo.
Por encima del hombro,
Lali fulminó a Peter con la mirada. Por el momento, su madre había contado unas
cinco historias diferentes para explicar por qué nadie sabía que estaba casado
y tenía una hija. Además de lo de Alemania había contado que vivían en una
comuna en el norte de California, que ella era periodista en México...
Cualquier cosa menos la verdad.
No podía contar la
verdad. ¿Qué iba a decir, la pobre? ¿ Peter ha venido aparentando estar casado
para que el marido mafioso de Bobby Jean no le pegue un tiro? Además, no se lo
creía. Estaba segura de que eran marido y mujer y no había forma de convencerla
de lo contrario.
Los vecinos parecían
sorprendidos de que se hubiera casado y tuviera una hija sin contárselo a
nadie. Y por eso su madre inventaba historias imposibles.
Mientras caminaba tras ellas,
Peter no sabría decir si estaba triste o contento.
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