Cuando empezó a dar la
señal de llamada, Lali sintió un ataque de pánico. Sin embargo, sujetó el
teléfono con fuerza.
El sonido del teléfono lo
despertó. Peter alargó la mano para contestar.
—¿Dígame? —murmuró, medio
dormido. Al otro lado del hilo no se oía nada—. ¿Dígame?
—Hola, soy Lali Lanzani... digo Lali Esposito.
Peter se sentó de golpe en
el sofá, donde se había quedado dormido viendo la televisión.
—¿Lali?
¿Había oído bien? ¿Había
dicho Lali Lanzani? No podía ser.
—Hola, pensé que no ibas
a llamarme.
—Acabo de recibir tu
mensaje.
—¿Ah, sí? ¿No estás en
Nueva York?
—No, estoy en Atlanta.
—¿En Atlanta? —repitió
él, intentando disimular su emoción—. ¿Estás de visita?
—No, vine a vivir aquí
hace un par de meses. Estoy en la vieja casa, en la que solía vivir antes.
—¿Antes de qué?
—De los bueyes.
—Ah, ya, claro. Si
hubiera sabido que estabas en Atlanta habría ido a visitarte. ¿Cómo está la
niña?
— Dormida,
afortunadamente. Pero está muy bien. Guapísima. Es la niña más lista del mundo.
Peter sonrió. Entonces,
nervioso, se pasó una mano por el pelo.
—¿Cómo estás, Lali?
—Bien. ¿Y tú?
—Bien —contestó él.
Pero no era cierto.
Estaba hecho polvo desde que la llamó y no recibió respuesta. Había pasado por
un infierno, preguntándose por qué Lali no le devolvía la llamada. Pero no se
le ocurrió pensar que no estaría en el apartamento de Nueva York.
Entonces se dio cuenta de
que los dos se habían quedado en silencio.
—Bueno, pues nada...
—Me alegro de hablar
contigo — se apresuró a decir Peter entonces—. Sobre todo, después de lo que
pasamos en ese ascensor. Algo por lo que te estaré eternamente agradecido.
—¿Y eso?
—Si no fuera por el
ascensor, no te habría conocido.
Hubiera querido pegarse
de bofetadas. ¿Por qué era tan bocazas? Se sentía como un idiota por decir tan
claramente lo que sentía.
—Ah — murmuró ella. Peter se murió por dentro. Quince veces, para ser exacto—. Eres un cielo, ¿sabes?
Él dejó escapar un suspiro
de alivio. Tan fuerte que pensó que se le habían salido los pulmones. Pero
decidió seguir adelante.
—Tú sí que eres un cielo.
—Pero no sé si debería
haberte llamado.
—¿Por qué?
—Porque soy muy
susceptible a los hombres del sur —dijo Lali.
—En Atlanta, debes de
estar rodeada de ellos.
— No lo creas.
—¿No? Pues me alegro.
Porque quiero hacerte una proposición.
—¿Quieres que te salve la
vida?
—Exactamente. Si tú
quieres, claro.
—Si no tengo que meterme
en un ascensor...
—Te aseguro que no hay
ascensores. De hecho, creo que en Southwood no hay ningún edificio con
ascensor.
—¿Southwood?
—Mi pueblo. Al oeste de
Atlanta.
—Ah, ya. No lo conozco.
—No me extraña. De allí
no ha salido ningún héroe de guerra, ni siquiera un medallista olímpico. Solo
es un pueblo pequeño que está planeando una gran celebración.
—¿ Qué van a celebrar?
—La reunión de alumnos
del instituto.
—Ah, qué interesante. ¿ Y
por qué quieres que vaya contigo? ¿Necesitas ir con una chica?
—Peor que eso. Necesito
una esposa y un hijo.
Al otro lado del hilo se
hizo un silencio y Peter contuvo el aliento.
—No irás a decirme que
todo esto es parte de una broma entre antiguos compañeros, ¿ verdad?
—No, pero puede que
desees que lo fuera antes de que nos vayamos de allí — sonrió él.
—A ver, cuéntame.
Peter se pasó una mano por
el pelo.
—No me gusta pedirte esto
por teléfono, pero...
—Pero necesitas que te
salve la vida y yo te debo un favor.
—Necesito que me salves
la vida, pero no me debes ningún favor. Lo que pasa es que... mira, déjalo, la
verdad es que ahora me parece absurdo. Déjalo, Lali, ha sido una tontería
llamarte. Perdona que...
—Espera, Peter. No he
dicho que no. Cuéntamelo y ya veremos.
—¿Estás segura?
—Creo que sí.
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