—No quería decirlo así...
Hay una razón para que los hombres no hablen nunca con las mujeres. No tenemos
ni idea de cómo hacerlo.
Lali soltó una
carcajada.
—Eres un cielo, de
verdad. Pero esto no tiene nada que ver... —de repente, se levantó y tomó a la
niña en brazos—. Perdona un momento.
Peter estuvo a punto de
decirle que no se marchara. Tenía la impresión de que no volvería a verla si
salía de la habitación. Porque sin duda Clovis entraría un segundo después, lo
ensartaría en una pica y lo tiraría a la calle como un desperdicio.
—No he querido decir...
—No pasa nada. Te
entiendo, Peter. Quieres estar seguro de que en mi estado de viuda desconsolada
no busco un sustituto de mi difunto marido, ¿es eso?
—Dicho así suena horrible
—murmuró él, avergonzado—. Siento haberte insultado, de verdad.
—No me has insultado. Y
solo quiero llevarme a la niña a su habitación para que duerma la siesta.
—Ah. De todas formas, si
quieres que me marche, solo tienes que decirlo.
Lali lo miró a los ojos
entonces y el corazón de Peter dio un vuelco. El instinto le decía que la tomara
en sus brazos, con niña y todo, y la apretase contra su corazón para siempre.
Pero no podía hacerlo.
—No quiero que te vayas.
Por favor, espérame. Quiero enseñarte algo.
— Muy bien.
Peter la observó salir de
la habitación. Se movía con una elegancia que era a la vez muy sensual... y le
hacía desear besarla y decirle todo lo que estaba pensando.
Aunque, en realidad,
acababa de hacerlo. Con malos resultados.
«Espérame», le había
dicho.
Incómodo, miró alrededor.
Frente a él había dos puertas de cristal que daban a un jardín de césped
inmaculado, con flores por todas partes.
«Espérame».
¿Debía hacerlo? Quizá lo
mejor sería marcharse sin decir nada. Estaba haciendo el ridículo, diciendo
cosas que no debería decir. Además, sus sentimientos eran conflictivos. Peter sacudió la cabeza. No podía marcharse. Tenía que hablar con ella.
Intentando no hacer
ruido, Lali salió de la habitación de Allegra y puso el oído en la puerta para
ver si lloraba. Afortunadamente, no era así.
Entonces aprovechó la
oportunidad para respirar un poco. Peter estaba tan guapo como el día que se
conocieron. Pero debía de pensar que era una patética viuda que lo había
confundido con su difunto esposo.
Por supuesto, era lógico,
ya que no lo había sacado de su error. Y ella, que había planeado una comida
tan agradable...
Entonces oyó reír a su
hija. La pequeñaja estaba jugando en su cuna. Esperaría un poquito más antes de
volver al cuarto de estar. Mientras lo hacía, pensó en la situación.
Peter y ella no tenían
ningún acuerdo, ningún compromiso. Aunque no le importaría nada tenerlo. Le
encantaba la idea de tener algo con un hombre como Peter Lanzani .
Pero el asunto de su marido parecía un problema. Y ella sabía lo que era ser el segundón en el corazón de
alguien. Su esposo era un hombre de hombres, más a gusto con sus amigos que con
ella, más a gusto con sus arriesgadas aventuras que en casa con su mujer. De
modo que quizá debería mostrarle a Peter que en aquel año y medio ya se había
quitado el luto.
Odiaba admitirlo, pero no
le había costado demasiado. Ella no era una mujer fría en absoluto y lamentó la
muerte de su marido, pero no se habían querido de verdad. Eso era lo más triste
de todo. Su marido parecía saber muy bien lo que quería de ella: lealtad y un
heredero. Quería una esposa que no lo molestase, una mujer que no se quejara de
sus ausencias. No era un hombre malvado, sencillamente tenía otras cosas en la
cabeza.
Cuando por fin se dio
cuenta de que no iba a cambiar, Lali decidió dejarlo. Y entonces Él murió. Lo sentía y guardó luto por él. Pero quince meses después lo había
puesto todo en perspectiva.
Y lo que acababa de pasar
en el cuarto de estar era, como mínimo, irónico. Le gustaba mucho Peter y, sin
embargo, diez minutos después de llegar, ya quería marcharse.
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