martes, 23 de julio de 2013

Capítulo 17

—Muy bien. De acuerdo. El caso es...
Peter empezó a contarle la historia y el papel que Allegra y ella debían interpretar. Pero no le contó lo de Rocco Diamante. ¿Para qué? Si el hombre aparecía en Southwood llamaría a su amigo, el jefe de policía, y las sacaría del pueblo inmediatamente. No había razón para asustarla antes de tiempo.
Pero estaba convencido de que Lali iba a decir que no. No solo eso; cuando terminara de contarle el asunto, colgaría y cambiaría su número de teléfono, pensando que era un demente.
—Ya veo —murmuró ella.
—No tienes que aceptar, Lali. En serio. Piensas que estoy loco, ¿verdad?
—Debería pensarlo, pero no lo pienso. ¿Sabes una cosa? Suena divertido. Y eso es exactamente lo que yo necesito ahora mismo. De modo que sí. Allegra y yo iremos a Southwood contigo.
Peter se levantó de un salto.
—¿De verdad? ¿Serás mi esposa?
Al otro lado del hilo hubo otro silencio.
—Seré tu esposa y Allegra será tu hija... durante un fin de semana. Nada más.
—Sí, claro. Un fin de semana. Es todo lo que necesito —dijo él.
Ojalá estuviera tan seguro. Pero no lo estaba. En absoluto. Y eso no podía ser bueno.
El sábado, a las doce, Lali tenía una cita con Peter. La reunión de antiguos alumnos tendría lugar el sábado siguiente, pero lo había invitado a su casa para hablar de los detalles. Y para que se familiarizase con Allegra, claro. No serviría de nada hacerse pasar por su mujer si la niña no quería saber nada de su «padre».
Pero esas razones, aunque ciertas, no eran toda la verdad. Debía admitir que estaba deseando volver a verlo. Tenía que saber si seguía afectándola como la afectó en aquel ascensor.
Pero la evidencia estaba clara: su nerviosismo, la alegría al pensar que iba a volver a verlo y que no pudiera dejar de pensar en él le decían que seguía afectándola de la misma forma.
Quizá para siempre.
El problema era que no podía hacer nada. Estaba confusa por su deseo de volver a estar con él y el deseo de controlar sus sentimientos.
En cualquier caso, Peter estaba a punto de llegar y Lali se había cambiado veinte veces de ropa. Por el momento, llevaba un vestido de flores, pero no estaba segura de si debía cambiarse. Y tampoco estaba muy satisfecha con el vestido de su hija. Pero Allegra tenía un puchero preparado por si su madre se atrevía a quitarle el vestido otra vez, de modo que decidió no hacerlo.
Respetando los deseos de la niña, Lali se dedicó en cambio a volver loca a toda la casa. Con Allegra en brazos y Clovis pegada a sus talones fue habitación por habitación, inspeccionando. Se decía a sí misma que debía revisar para que todo estuviera limpio y en orden porque quería dar una buena impresión.
Era normal, ¿no?
Cuando llegó al cuarto de estar miró alrededor, satisfecha.
—Perdone, señora, pero ni siquiera en el ejército nos tomábamos tantas molestias para impresionar a un general.
—No quiero impresionar a nadie.
—¿No? Entonces, ¿por qué está inspeccionando habitación por habitación?
—No estoy inspeccionando nada. Solo quiero que el señor Lanzani se encuentre a gusto.
—Ya. Pues no se preocupe. Yo creo que la casa está más que preparada para pasar revista. He contratado dos criadas para dejarlo todo más limpio que una barraca de oficiales.
Hacía tiempo que Lali se había resignado a que Clovis la llamara «señora» y a que usara esos términos militares.
—Ya veo —murmuró, pasando los dedos por una mesa —. Pues sí, está todo muy limpio.
—Somos profesionales, señora.
—Gracias, Clovis.

—De nada, señora. 

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