—¿Qué pasa con este
teléfono?
—¿No contestan?
—No te lo vas a creer.
Está comunicando.
—¿Qué?
—Que está comunicando.
—¿Comunicando? ¿Cómo
puede estar comunicando? Es el teléfono de emergencias de este ascensor y aquí
solo estamos nosotros.
—Parece que Edison no
pensó en eso —murmuró él, metiendo la mano en el bolsillo del pantalón —. Tenía
por aquí... sí, aquí está —dijo, sacando una navajita —. Nunca salgo de casa
sin ella.
Cuando Lali lo vio meter
la punta de la navaja en el panel de los botones, hizo una mueca. Aquello no
iba a salir bien.
—¿Qué haces?
—Quitando la placa del
panel. Debajo debe de haber miles de cables y espero poder encontrar el que
está suelto.
—No puedes hacer eso.
—La verdad es que sí
puedo —sonrió él —. Además, me has dicho que haga algo, ¿no?
—No me hace gracia que
juegues con los cables. El ascensor podría explotar.
Peter negó con la cabeza.
—Lo peor que podría pasar
es que cayéramos en picado los diez pisos...
—Ah, pues qué bien.
Lali miró su hermoso...
pero posiblemente desequilibrado perfil y se echó hacia atrás.
—Estoy destinada a morir.
Y mi hija también.
—No va él pasar nada.
Tengo muchas ideas para salir de aquí. Podría quitar el techo del ascensor y
subir...
—¡Ni se te ocurra! De eso
nada.
—¿Siempre eres tan
mandona?
—¿Y tú siempre eres tan
poco práctico?
—¿No es práctico querer
salir de aquí?
De repente, estaba
actuando igual que su marido. Mucho porte y poca sustancia.
—Mira, Peter, hay dos
cosas que no puedes hacer. Una, poner en peligro tu vida. Y la otra, dejarme
sola.
—Muy bien —dijo él,
cerrando la navaja —. ¿ Tienes una idea mejor?
Lali empezó a darle
vueltas a la cabeza... y entonces se dio
cuenta de que debería haberle dado vueltas a su bolso.
—¡Claro que sí! No sé
cómo no se me ha ocurrido antes. ¡Mi móvil! Llevo el móvil en el bolso. Podemos
llamar a alguien.
La radiante expresión de
Peter decía que la había perdonado por dudar de él. Incluso abrió los brazos,
como si fuera a abrazarla.
—¡Benditas sean las
nuevas tecnologías! Estamos salvados. Podría darte un beso, Lali. Y
creo que voy a hacerlo.
Lali se puso nerviosa.
¿Cómo sería un beso de Peter? Pero entonces la realidad, o sea, que
estaba de parto encerrada en un ascensor, apareció ante sus ojos.
—Ahora no. Pero otro día
me lo das.
—De acuerdo — sonrió él.
Sus miradas se
encontraron. Y aquel intenso y totalmente inapropiado estremecimiento volvió a
aparecer de nuevo.
Para evitarlo, Lali se
puso a buscar el móvil.
—Lo llamo «el bolso de
las maravillas». Aquí se puede encontrar de todo. La gente se ríe porque es muy
grande, pero cuando necesitan algo yo siempre lo tengo.
—¿Tienes un ginecólogo
dentro?
—No lo sé, voy a mirar
—sonrió ella—. No, no hay ningún ginecólogo. Pero puedo hacer algo igual de
interesante: llamar a uno. Mi ginecóloga
está en este mismo edificio.
Mientras buscaba, empezó
a sentir dolores de nuevo. Se decía que no podían ser contracciones, pero lo
eran. Claro que lo eran. Le dolía tanto que tuvo que darle el móvil a Peter.
— Toma, llama tú... Ay,
llama a...
— Aguanta un poco, por
favor. Agárrate a mí si quieres.
Lali se agarró a su
brazo como si fuera un salvavidas. Y si esas contracciones se repetían, podría serlo.
— Aprieta fuerte, no te
preocupes. ¿Cuál es el número de tu ginecóloga?
Ella se lo dio, entre
jadeo y jadeo. Unos segundos después, Peter le contaba a la recepcionista cuál
era el problema mientras Lali apoyaba la frente sobre el musculoso brazo del
hombre.
Unas lágrimas de gratitud
asomaron a sus ojos. Nunca había tenido eso con Richard, ese apoyo, esa
sensación de seguridad. Ni una vez en los cinco años que estuvieron casados.
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