sábado, 13 de julio de 2013

Capítulo 5

—¿Qué pasa con este teléfono?
—¿No contestan?
—No te lo vas a creer. Está comunicando.
—¿Qué?
—Que está comunicando.
—¿Comunicando? ¿Cómo puede estar comunicando? Es el teléfono de emergencias de este ascensor y aquí solo estamos nosotros.
—Parece que Edison no pensó en eso —murmuró él, metiendo la mano en el bolsillo del pantalón —. Tenía por aquí... sí, aquí está —dijo, sacando una navajita —. Nunca salgo de casa sin ella.
Cuando Lali lo vio meter la punta de la navaja en el panel de los botones, hizo una mueca. Aquello no iba a salir bien.
—¿Qué haces?
—Quitando la placa del panel. Debajo debe de haber miles de cables y espero poder encontrar el que está suelto.
—No puedes hacer eso.
—La verdad es que sí puedo —sonrió él —. Además, me has dicho que haga algo, ¿no?
—No me hace gracia que juegues con los cables. El ascensor podría explotar.
Peter negó con la cabeza.
—Lo peor que podría pasar es que cayéramos en picado los diez pisos...
—Ah, pues qué bien.
Lali miró su hermoso... pero posiblemente desequilibrado perfil y se echó hacia atrás.
—Estoy destinada a morir. Y mi hija también.
—No va él pasar nada. Tengo muchas ideas para salir de aquí. Podría quitar el techo del ascensor y subir...
—¡Ni se te ocurra! De eso nada.
—¿Siempre eres tan mandona?
—¿Y tú siempre eres tan poco práctico?
—¿No es práctico querer salir de aquí?
De repente, estaba actuando igual que su marido. Mucho porte y poca sustancia.
—Mira, Peter, hay dos cosas que no puedes hacer. Una, poner en peligro tu vida. Y la otra, dejarme sola.
—Muy bien —dijo él, cerrando la navaja —. ¿ Tienes una idea mejor?
Lali empezó a darle vueltas a la cabeza... y  entonces se dio cuenta de que debería haberle dado vueltas a su bolso.
—¡Claro que sí! No sé cómo no se me ha ocurrido antes. ¡Mi móvil! Llevo el móvil en el bolso. Podemos llamar a alguien.
La radiante expresión de Peter decía que la había perdonado por dudar de él. Incluso abrió los brazos, como si fuera a abrazarla.
—¡Benditas sean las nuevas tecnologías! Estamos salvados. Podría darte un beso, Lali. Y creo que voy a hacerlo.
  
Lali se puso nerviosa. ¿Cómo sería un beso de Peter? Pero entonces la realidad, o sea, que estaba de parto encerrada en un ascensor, apareció ante sus ojos.
—Ahora no. Pero otro día me lo das.
—De acuerdo — sonrió él.
Sus miradas se encontraron. Y aquel intenso y totalmente inapropiado estremecimiento volvió a aparecer de nuevo.
Para evitarlo, Lali se puso a buscar el móvil.
—Lo llamo «el bolso de las maravillas». Aquí se puede encontrar de todo. La gente se ríe porque es muy grande, pero cuando necesitan algo yo siempre lo tengo.
—¿Tienes un ginecólogo dentro?
—No lo sé, voy a mirar —sonrió ella—. No, no hay ningún ginecólogo. Pero puedo hacer algo igual de interesante: llamar a uno. Mi ginecóloga  está en este mismo edificio.
Mientras buscaba, empezó a sentir dolores de nuevo. Se decía que no podían ser contracciones, pero lo eran. Claro que lo eran. Le dolía tanto que tuvo que darle el móvil a Peter.
— Toma, llama tú... Ay, llama a...
— Aguanta un poco, por favor. Agárrate a mí si quieres.
Lali se agarró a su brazo como si fuera un salvavidas. Y si esas contracciones se repetían,  podría serlo.
— Aprieta fuerte, no te preocupes. ¿Cuál es el número de tu ginecóloga?
Ella se lo dio, entre jadeo y jadeo. Unos segundos después, Peter le contaba a la recepcionista cuál era el problema mientras Lali apoyaba la frente sobre el musculoso brazo del hombre.

Unas lágrimas de gratitud asomaron a sus ojos. Nunca había tenido eso con Richard, ese apoyo, esa sensación de seguridad. Ni una vez en los cinco años que estuvieron casados. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario