Alguien tocó su brazo
entonces y Peter se sobresaltó. Era el sargento... o el ama de llaves, que
sonreía como sonreiría una mantis religiosa antes de devorar a su presa.
—Si le hace daño a la
señora, le arrancaré el corazón con mis propias manos. ¿Me ha oído?
Él tragó saliva.
—Sí, señora. Alto y
claro.
—Me alegro. Así nos
entenderemos bien — replicó la mujer—. Sígame. La señora Esposito está en el
cuarto de estar.
«La reina le concede
audiencia, campesino», parecía haber dicho.
Peter la siguió, pensando
que aquella sargento asustaría incluso a Peg, la enfermera de Nueva York.
Atravesaron el vestíbulo de mármol, dividido por una fastuosa escalera de
madera, y llegaron a un cuarto de estar más grande que la casa de sus padres.
De modo que así vivía un
millonario, pensó. La habitación tenía grandes ventanales, hermosos muebles
antiguos, cuadros y flores frescas por todas partes. Y seguro que tenían
nombres que Peter sería incapaz de pronunciar.
Justo entonces se percató
de que el niño que había llorado antes estaba hipando. Pero no lo veía por
ninguna parte. Y entonces... Lali apareció por detrás de un sofá. Era tan
grande que no la había visto.
Peter se quedó sin
respiración. Se olvidó del cuarto de estar, de los muebles, de las flores. Para
él, no había nada más que Lali. Ella llenaba la habitación con su sonrisa y...
De repente, alguien le
dio un golpe en la espalda que habría tirado a un oso.
—Respire, soldado. Se le
ha olvidado respirar.
El sargento, por
supuesto.
—Gracias. Intentaré
recordarlo a partir de ahora — murmuró él.
—Mejor. Aquí no queremos
muertos —dijo la mujer, saliendo de la habitación.
Tragando saliva, Peter se
volvió para mirar a Lali.
—Me quiere. Estamos
prometidos.
Ella soltó una carcajada.
—Pues me gustaría asistir
a esa boda.
Sonriendo, Peter notó
cuánto había cambiado en aquellos seis meses. Lo cual no era nada sorprendente,
considerando que cuando se conocieron estaba embarazada de nueve meses. Si
entonces era preciosa, en aquel momento era... increíble. La maternidad le
había sentado muy bien. Y aquellos ojos de color caramelo podrían hacer que se
detuviera el corazón de cualquier hombre.
Lo normal sería
acercarse, pero no le respondían las piernas... y entonces se dio cuenta de que
llevaba a la niña en brazos. ¿Cómo no la había visto antes?
—¿La llevas en brazos
desde que entré?
Lali levantó una ceja.
—Pues sí. Y pesa mucho.
¿Te acuerdas de ella? Se llama Allegra.
—Es preciosa. Pero no la
había visto... debo de estar volviéndome loco. Cuando te has levantado solo he
visto estrellas.
—Eso es porque Clovis te
ha dado un golpe en la espalda — sonrió ella —. Es mi ama de llaves, mi
secretaria... mi perro guardián.
Peter había visto
estrellas, pero no tenía nada que ver con el golpe del ama de llaves.
—Ah, ya entiendo.
—Vino con la casa.
—Encadenada en el sótano,
sin duda.
Lali sonrió y fue como
algo mágico.
—¿Cómo lo has sabido?
—Intuición. Una mujer muy
simpática, por cierto.
—Eres muy amable —río
ella—. La verdad es que solo le gustamos Allegra y yo. Dime qué te ha dicho en
la puerta. Y no te molestes en defenderla, sé que le dice cosas horribles a
todo el mundo.
¿Significaba eso que
había una procesión de hombres entrando en aquella casa? Si Clovis los
espantaba, el ama de llaves empezaba a caerle bien. Pero a él no lo echaría de
allí.
—Que me arrancaría el
corazón o algo así — contestó Peter, encogiéndose de hombros—. Al menos, dice
las cosas a la cara.
—Eso desde luego. Bueno,
acércate, voy a presentarte a mi hija, Peter Lanzani. Una niña que tú ayudaste a
traer al mundo — sonrió Lali.
A Peter le encantó cómo
había dicho su nombre. Sin embargo, no debía gustarle. Se había prometido a sí
mismo no tener esposa e hijos mientras siguiera en el circuito. El problema era
que su corazón le estaba diciendo lo contrario. Aquello no iba a salir bien.
Esa mujer tenía la palabra «peligro» escrita en la frente. Era como la bandera
amarilla que avisa a los pilotos para que reduzcan la velocidad.
Sin, embargo, allí estaba, en
su casa, mirándola como si fuera un crío. Cuando la vio sonreír de nuevo, su
corazón dio un vuelco. Tenía los labios entreabiertos, como si estuviera
esperando un beso, como si estuviera dispuesta a devolverlo. Y cómo deseaba
besarla...
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