Reconfortarla era algo
imperativo. Nunca nada había importado tanto. Más tarde ya se detendría a
pensar en eso. Por el momento se limitó a besarla y a apretarla contra su
cuerpo para sentir su cercanía.
Estuvieron así un rato
hasta que Lali se separó.
—Quiero curarte el corte
del brazo —dijo ella—. No debería quedarse así.
—Bien —dijo él—. En
cualquier caso, debería quitarme la ropa mojada.
—Ven arriba.
Probablemente estarás helado. Deberías darte una ducha caliente para entrar en
calor.
—Entro en calor sólo con
abrazarte —dijo él, y ella lo miró extrañada—. Toca mi piel. ¿Te parece que
esté fría? Me calientas por dentro, Lali, quieras admitirlo o no.
Ella se sonrojó y
murmuró algo en voz baja.
—¿Qué has dicho? —preguntó
él mientras la seguía escaleras arriba, sin dejar de mirar sus nalgas
moviéndose al ritmo de sus pasos—. No te he oído.
Lali se dio la vuelta y
lo pilló mirándola. Se sonrojó más y, en esa ocasión, Peter pudo ver el deseo
en su expresión.
—He dicho que, entonces,
iremos a curarte el brazo. Puedes saltarte la ducha.
El espacioso baño
parecía más pequeño con ellos dos dentro. Peter le pidió a Lali que fuera a por
ropa seca y se desnudó en su ausencia, frotándose el cuerpo y el pelo
vigorosamente hasta que estuvo seco del todo. Acababa de colocarse una toalla
alrededor de la cintura cuando ella regresó.
Lali abrió mucho los
ojos, pero simplemente le ofreció la ropa y empezó a buscar por los armarios
algún antiséptico.
Tras curarle la herida, Lali
comenzó a recoger las cosas, pero él detuvo sus movimientos colocándole una
mano en el brazo.
—¿Qué es lo que te daba
tanto miedo esta noche? Ya hemos estado antes en el trabajo, juntos con
tormenta. Nunca había parecido preocuparte tanto. Dijiste que no podrías
soportar perderme a mí también. ¿A quién más has perdido?
—Mis padres tomaron
un barco un día y quedaron atrapados en una tormenta similar a ésta. Se
ahogaron en el mar. Fue hace mucho tiempo, pero desde que ocurrió no he sido
capaz de librarme de mi aversión a las aguas profundas. Sólo pude olvidarlo un
poco el día de la isla contigo.
—Vaya, Lali. Lo siento —dijo
él. Sabía que sus padres habían muerto. Debería haber hecho la asociación. ¿Por
qué nunca le había preguntado por ello? Explicaba muchas cosas, y le hacía
darse cuenta de lo estúpido que había sido—. Y yo te obligué a nadar en el mar
y luego traté de convencerte para que hoy vinieras conmigo. Perdóname.
Cuando ella lo miró a
los ojos con aceptación y confianza, el deseo lo inundó por dentro. Dijo su
nombre y estiró los brazos. Tendía que abrazarla para que Lali llegase a
pertenecerle y nunca se marchara.
—Bésame, Lali.
Sus bocas se juntaron y
sus cuerpos se fusionaron en un contacto profundo y urgente.
Lali le agarró la camisa
y comenzó a quitársela mientras él la conducía hacia el dormitorio. Sus
movimientos eran como un baile acalorado de bocas y miembros. Cuando ella le
tocó el pecho con las manos, Peter se olvidó por completo de la tormenta. Tomó
aliento y buscó en sus ojos la seguridad de que realmente quisiera hacer eso.
Y estaba allí. El deseo.
El permiso. La aceptación. La confianza. ¿El amor?
Su corazón dio un brinco
ante tal perspectiva. Entonces le levantó la camisa para sacársela por encima
de la cabeza. Ella lo ayudó, siguiendo después con su sujetador.
—Eres preciosa. Perfecta.
Te deseo tanto.
Sus bocas se fusionaron
una vez más. Y entonces encontró a la otra Lali. La otra en la que había estado
pensando. La que se olvidaba del control y se dejaba llevar por el momento.
Peter se sintió
satisfecho del descubrimiento y, poco después, tenía a su mujer desnuda,
tumbada en su cama junto a él.
—Eres un regalo para mí —dijo
Peter.
El cuerpo de Lali ardía.
Y cada parte de su cuerpo pedía lo mismo. Deseaba a Peter. En ese momento.
Quería aprovechar esa oportunidad para entregarse a él y no guardarse nada.
Amarlo con todo su cuerpo, su corazón y su alma. «Por esta noche soy suya y él
es mío».
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