miércoles, 1 de enero de 2014

Capítulo 40

Reconfortarla era algo imperativo. Nunca nada había importado tanto. Más tarde ya se detendría a pensar en eso. Por el momento se limitó a besarla y a apretarla contra su cuerpo para sentir su cercanía.
Estuvieron así un rato hasta que Lali se separó.
—Quiero curarte el corte del brazo —dijo ella—. No debería quedarse así.
—Bien —dijo él—. En cualquier caso, debería quitarme la ropa mojada.
—Ven arriba. Probablemente estarás helado. Deberías darte una ducha caliente para entrar en calor.
—Entro en calor sólo con abrazarte —dijo él, y ella lo miró extrañada—. Toca mi piel. ¿Te parece que esté fría? Me calientas por dentro, Lali, quieras admitirlo o no.
Ella se sonrojó y murmuró algo en voz baja.
—¿Qué has dicho? —preguntó él mientras la seguía escaleras arriba, sin dejar de mirar sus nalgas moviéndose al ritmo de sus pasos—. No te he oído.
Lali se dio la vuelta y lo pilló mirándola. Se sonrojó más y, en esa ocasión, Peter pudo ver el deseo en su expresión.
—He dicho que, entonces, iremos a curarte el brazo. Puedes saltarte la ducha.
El espacioso baño parecía más pequeño con ellos dos dentro. Peter le pidió a Lali que fuera a por ropa seca y se desnudó en su ausencia, frotándose el cuerpo y el pelo vigorosamente hasta que estuvo seco del todo. Acababa de colocarse una toalla alrededor de la cintura cuando ella regresó.
Lali abrió mucho los ojos, pero simplemente le ofreció la ropa y empezó a buscar por los armarios algún antiséptico.
Tras curarle la herida, Lali comenzó a recoger las cosas, pero él detuvo sus movimientos colocándole una mano en el brazo.
—¿Qué es lo que te daba tanto miedo esta noche? Ya hemos estado antes en el trabajo, juntos con tormenta. Nunca había parecido preocuparte tanto. Dijiste que no podrías soportar perderme a mí también. ¿A quién más has perdido?
—Mis padres tomaron un barco un día y quedaron atrapados en una tormenta similar a ésta. Se ahogaron en el mar. Fue hace mucho tiempo, pero desde que ocurrió no he sido capaz de librarme de mi aversión a las aguas profundas. Sólo pude olvidarlo un poco el día de la isla contigo.
—Vaya, Lali. Lo siento —dijo él. Sabía que sus padres habían muerto. Debería haber hecho la asociación. ¿Por qué nunca le había preguntado por ello? Explicaba muchas cosas, y le hacía darse cuenta de lo estúpido que había sido—. Y yo te obligué a nadar en el mar y luego traté de convencerte para que hoy vinieras conmigo. Perdóname.
Cuando ella lo miró a los ojos con aceptación y confianza, el deseo lo inundó por dentro. Dijo su nombre y estiró los brazos. Tendía que abrazarla para que Lali llegase a pertenecerle y nunca se marchara.
—Bésame, Lali.
Sus bocas se juntaron y sus cuerpos se fusionaron en un contacto profundo y urgente.
Lali le agarró la camisa y comenzó a quitársela mientras él la conducía hacia el dormitorio. Sus movimientos eran como un baile acalorado de bocas y miembros. Cuando ella le tocó el pecho con las manos, Peter se olvidó por completo de la tormenta. Tomó aliento y buscó en sus ojos la seguridad de que realmente quisiera hacer eso.
Y estaba allí. El deseo. El permiso. La aceptación. La confianza. ¿El amor?
Su corazón dio un brinco ante tal perspectiva. Entonces le levantó la camisa para sacársela por encima de la cabeza. Ella lo ayudó, siguiendo después con su sujetador.
—Eres preciosa. Perfecta. Te deseo tanto.
Sus bocas se fusionaron una vez más. Y entonces encontró a la otra Lali. La otra en la que había estado pensando. La que se olvidaba del control y se dejaba llevar por el momento.
Peter se sintió satisfecho del descubrimiento y, poco después, tenía a su mujer desnuda, tumbada en su cama junto a él.
—Eres un regalo para mí —dijo Peter.

El cuerpo de Lali ardía. Y cada parte de su cuerpo pedía lo mismo. Deseaba a Peter. En ese momento. Quería aprovechar esa oportunidad para entregarse a él y no guardarse nada. Amarlo con todo su cuerpo, su corazón y su alma. «Por esta noche soy suya y él es mío».

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