viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 6

Diez años después... Hollywood, julio de 2010

El silencio que se produjo cuando terminó el preestreno de la película Brigada 42 en la una de las salas de Hollywood Boulevard, hizo que a Mariana Espósito, actriz principal de la película, se le pusiera la carne de gallina. El momento de la verdad había llegado y, como siempre, los nervios se apoderaron de ella. Su anterior película había sido un exitazo y temía que las expectativas fueran tan grandes que esta nueva producción decepcionara. Pero el miedo desapareció y respiró con deleite cuando el cine prorrumpió en aplausos y vítores.
Vestida con un vaporoso vestido de Givenchy en color rojo a juego con sus bonitos zapatos de tacón alto de Jimmy Ghoo, Lali, era el glamour personificado en la meca del cine.
—Darling, eres lo más. ¡Artistaza! —Sonrió Gasti, su primo y mejor amigo, que aplaudía como un loco sentado a su derecha.
Animada por Mike Grisman, el galán de moda en Hollywood y compañero de reparto en la película, se levantó y él la besó cariñosamente en la mejilla. Como era de esperar, los flashes les acribillaron. Desde el comienzo del rodaje se especuló con que existía un romance entre ellos. Siempre ocurría lo mismo. Con cada película que hacía saltaba la noticia: «¿Romance a la vista?». Pero en aquella ocasión sí era verdad. Mike y ella mantenían algo que no se podía llamar relación, pero sí atracción sexual.
Mike era extremadamente guapo, Demasiado. Metro ochenta, pelo rubio y sedoso, sonrisa cautivadora y mirada de galán de Hollywood. Mike era, entre otras muchas cosas, el cóctel perfecto para una buena sesión de sexo y Lali, mujer soltera y sin compromiso, encontró su particular sesión. El primer día que Mike se presentó en el estudio y lo miró, lo supo. Él sería su siguiente amante.
Mientras la gente aplaudía, Mariana, Lali para los amigos, desvió su mirada. En las butacas de la fila de atrás estaban sentados su padre y su mujer, Samantha. Carlos Riera miraba resplandeciente a su única hija. Su supuesta princesa. Su supuesto orgullo. Pero no era oro todo lo que relucía y Lali, tras cruzar la mirada con él, simplemente sonrió.
—Mariana, tesoro —murmuró su guapa y glamurosa madrastra acercándose a ella—. Has estado fantástica. ¡Colosal!
—Gracias, Samantha.
Carlos Riera, el gran magnate de la industria cinematográfica cruzó una gélida mirada con su primogénita, se acercó a ella, y tras besarla en la mejilla para gozo de todos los que los rodeaban le susurró al oído:
—Muy bien, Mariana. Será un éxito de taquilla. Recuerda, ahora paciencia con la prensa y después asiste a la fiesta del director y la distribuidora. En cuanto a la fiebre que tienes, olvídala. No es momento de enfermedades.
—Lo sé, papá... lo sé —asintió ella con su mejor sonrisa. Aquello era lo único que le importaba a su padre. La prensa, el éxito en taquilla, el dinero, el poder.
Carlos nunca fue un padre al uso y eso repercutió en sus relaciones personales. Su madre murió trágicamente cuando ella tenía seis años y pronto aprendió que a papá nunca se le molestaba. Él era una persona muy ocupada. Cuando contaba con nueve años, su padre conoció a la guapísima Samantha Summer, una guapa presentadora de televisión con la que nunca tuvo feeling. Ellos preferían acudir a fiestas y viajar, a preocuparse de la educación de una niña deseosa de cariño.
Desde su más tierna infancia, aprendió que los besos y los arrullos solo lo encontraba en Puerto Rico, donde vivía su abuela materna y donde acudía siempre que tenía vacaciones en el colegio. Ella intentó suplir a su madre. Siempre la escucho, le habló, le dio todo su amor y especialmente, la aconsejó.
Ante la prensa y medios de comunicación La familia de Carlos Riera era una familia perfecta, ideal. El glamour personificado. Pero en el corazón de Lali, esa familia nunca existió.
Cuando creció y decidió ser actriz se negó a utilizar el apellido de su famoso padre, Riera.

Lo detestaba. Por ello utilizó el apellido de su abuela. Sería Mariana Espósito. Un apellido y nombre latino que a ella le llenaba de orgullo y honor, aunque entre sus amigos se hacía llamar Lali. Le gustaba más. Tras la premiére, Mike y ella, atendieron durante más de cuatro horas a la prensa con dedicación, en una sala acondicionada para ello. Aquello era agotador. Contestar una y otra vez las mismas preguntas —a veces indiscretas— de los periodistas sin desfallecer ni dejar de sonreír, en ocasiones, se hacían difícil. Pero aquello entraba en el paquete de ser actriz. Se estrenaba película y, sin duda alguna, había que atender a la prensa por muy agotador que fuera. 

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