lunes, 14 de julio de 2014

Capítulo 37

Responder a aquella pregunta le ponía en una difícil tesitura. Como actriz le gustaba mucho. Era una mujer guapa y con estilo, aunque a veces alguna de sus películas no habían estado en su línea, así que intentó ser diplomático. —Eres una mujer muy guapa a pesar de esas gafas y esa peluca que te has puesto y lo sabes. —

viernes, 4 de julio de 2014

Capítulo 36

—Aug— se quejó tocándose el pie. Totalmente desorientada localizó un espejo. Debía quitarse las lentillas cuanto antes o sus ojos acabarían dañados. Cuando se puso frente al espejo, su cara era todo un poema. Sus ojos eran los marrones de siempre, aunque estaban cargados de sueño y de una buena noche de juerga.
Localizó también sus gafas rojas sobre la mesilla y su ropa tirada sobre un sillón color claro a juego con el resto de los muebles de la habitación. ¿Pero dónde estoy? pensó mirándolo todo. Al pasear su mirada por la habitación se quedó boquiabierta al ver encima de la mesilla el recipiente verde para las lentillas que llevaba en su bolso. Lo abrió y suspiró aliviada al ver que allí estaban sus segundas pupilas claras ¿Quién se las había quitado? Y sobre todo ¿dónde estaba? Se sentó en la cama para masajearse su dolorido pie cuando escuchó música.
Sin perder un segundo miró su atuendo. La camiseta que llevaba le llegaba hasta la mitad de muslo pero aun así se puso los vaqueros. No sabía qué había pasado, pero sí sabía que, fuera lo que fuera, no tenía que volver a suceder. Después cogió la peluca y se la colocó. Con cuidado, abrió la puerta y la música heavy metal tronó. Aquello la horrorizó. Nunca le había gustado aquella música ratonera, pero con curiosidad se encaminó hacia las escaleras y a medio camino se paró. Ya había estado allí.
De pronto, se le puso la carne de gallina al recordar de quién era aquella casa, y maldijo en silencio sin saber si huir, tirarse por la ventana del primer piso o gritar como una loca. No le dio tiempo a nada Senda, la perra, apareció ante ella e inmediatamente después, su taciturno dueño. Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos hasta que finalmente él dijo:
 —Ven a la cocina, hay café recién hecho.
 Tragándose su orgullo, soltó un suspiro y le siguió. Entró en la cocina y se sentó. Peter retiró una silla para sentarse frente a ella. Aquel mínimo ruido consiguió que la cara de ella se contrajera.
Ay Dios mío ¡qué dolor de cabeza! Peter se dirigió hacia un mueble, sacó dos tazas color chocolate, las llenó de café y al enseñarle el brick de leche entera con mofa, ella asintió. Sin hablar ni mirarla metió las dos tazas en el microondas y dio a la opción dos minutos. Sentada en la silla muy tensa, Lali se tocó el pelo y se lo retiró de la cara. Tengo que tener una pinta de loca increíble pensó al sentir la peluca enmarañada. Sin poder evitarlo se lijo en la indumentaria de él. Pantalón negro de algodón y sudadera gris de Nike. Se le veía el pelo mojado, por lo que supuso que acababa de ducharse. Cuando el microondas pitó Lali volvió a contraerse y cuando él le puso la taza de café en la mesa y la vio con el gesto arrugado murmuró mientras se sentaba:
—Ese es el resultado de haber bebido más de la cuenta. Quiso responderle un borderío pero no pudo. La música tan alta la enloquecía y el estómago le daba vueltas a más revoluciones que un centrifugador. Llevándose las manos a la boca le miró alarmada. Iba a vomitar. Peter se levantó raudo y señaló hacia la puerta.
—Segunda puerta a la derecha. Levantándose con rapidez salió de la cocina y llegó a su destino. Cinco minutos después Peter, tras pasar por el salón y bajar el volumen de la música, llamó a la puerta y preguntó:
—¿Te encuentras bien? Sentada en el suelo del baño, tras haber vomitado respondió:
—Sí... si a esto se le puede decir estar bien. Sin saber por qué él sonrió y dijo antes de regresar a la cocina.
—Sal de ahí. Te he preparado una manzanilla para que se te asiente el estómago. Levantándose del suelo se miró en el espejo. Estaba pálida y el pelo oscuro la hacía parecerlo más. Tras enjuagarse la boca reunió el valor que le quedaba y abriendo la puerta se dirigió hacia la cocina. Una vez llegó allí, la perra le saludó y se sentó frente a Peter que leía el periódico. Al ver que había retirado el café y en su lugar tenía una manzanilla aspiró su aroma y susurró:
—Gracias. Él no respondió, se limitó a asentir y a continuar leyendo. Cinco minutos después y con mejor color de cara, él dejó el diario sobre la mesa y clavando sus penetrantes ojos en ella preguntó.
—¿Qué estás haciendo todavía en Sigüenza? Te dije que...
—Lo sé... sé lo que me dijiste pero...
—¿Cómo se te ocurre hacer lo que hiciste ayer? —protestó levantándose.
—¿Qué hice? —Joder pues exponerte a los depredadores directamente. ¿Estás loca?
—No.
—¿Te imaginas la que se hubiera liado si alguien te hubiera reconocido? Joder que este es un pueblo muy tranquilo y no suele haber actrices del glamuroso Hollywood emborrachándose por nuestros bares. Y por cierto, ayer te salvé de las garras de Lucas porque estabas borracha pero no volveré a hacerlo, ¿entendido? Al escúchale entendió al peligro al que se había expuesto y al ver que él esperaba que dijera algo susurró confundida:
—Gracias pero yo... yo...
—¿Tú? ¿Tú qué? ¿Acaso crees que puedes aparecer por aquí para joderme la vida? Lali le miró. ¿Por qué estaba tan enfadado con ella? Quería decirle que un extraño impulso al reconocerle en el Ritz le hizo buscarle. Ella nunca había ido detrás de un hombre y realmente no sabía por que había hecho aquello hasta que le escuchó decir.
—Vamos a ver, estrellita. Has venido a mi pueblo, a mi casa, me has perseguido por el campo por las mañanas, me has investigado, has ido a los bares donde voy a tomar algo. ¿Qué narices quieres? Molesta por escuchar aquel termino que tanto odiaba, y a la vez sorprendida por aquella pregunta, suspiró y respondió:
—Solo quería saber si eras tú. Peter espetaba cualquier respuesta menos aquella y al ver su gesto cansado y ajado asintió:
—Pues si. Soy yo, canija. —Ella sonrió— Soy ese idiota que se caso contigo hace diez años en Las Vegas, gracias a que su amigo, el Cacheton, nos echó en la bebida algunas de sus setillas pasadas de contrabando. Te aseguro que se lo hice pagar muy caro. Aun lo recuerda. Lali comenzó a reír y divertido Peter no pudo evitar echarse a reír también. Durante un buen rato, y más relajados, hablaron de sus recuerdos hasta que Peter se sinceró.
—Supe quién eras el día que regresamos a España.
En el avión había una revista de cine y al abrirla me encontré con una foto donde tu padre y tú salíais junto a un par de actores. En ese momento supe que la que había sido mí mujercita era la hija del magnate del cine Carlos Riera. Te aseguro que en ese momento me quedé sin palabras.
—¿Se lo contaste a alguien?
—Sí, a Nicolas —asintió percatándose de lo guapa que estaba sin maquillaje—. Estaba tan alucinado con lo ocurrido que un mes después de llegar le enseñé la revista que me había llevado del avión y se lo conté.
Ni que decir tiene que él se quedó tan alucinado como yo. Meses después me llegaron los papeles definitivos del divorcio y fin de la historia. —Gracias —asintió ella—. Otro en tu lugar se hubiera lucrado con todo el asunto. Pero tú no lo hiciste. Eso es de agradecer.
—Si te soy sincero un par de veces lo pensé —bromeó aquel y echándose de nuevo café en la taza, aseguró con un aplomo que a ella le resecó hasta el alma—: Nunca lo hubiera hecho.
No es mi estilo. Ambos se quedaron en silencio de nuevo hasta que ella, para romper aquel incómodo momento, preguntó:
—¿Por qué hacéis el café tan fuerte aquí?
—No es que lo hagamos fuerte, es que en Estados Unidos bebéis aguachirri.
—¡¿Aguachirri?! En la vida había escuchado esta palabra. Aguachirri —rio ella y al ver que él sonreía preguntó para destensar más el momento—. ¿Has visto alguna de mis películas? Peter quiso decirle que todas. Había seguido su carrera todos aquellos años con cierto orgullo, pero dispuesto a no dejar al descubierto su secreto murmuró entre dientes:
—Sí, alguna he visto. Encantada por verle sonreír, ella comenzó a sentirse mejor, y clavando sus increíbles ojos marrones en él preguntó:
—¿Que te parezco como actriz? Él la miró con guasa, y ella dispuesta a escuchar una crítica atroz prosiguió.

—Vale... no lo digas, tu sonrisilla ya ha hablado por ti.