miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo Final

—¿En tu colegio había hijos de mafiosos?
—Varios —contestó ella, tan tranquila. Claudia y Peter se miraron, incrédulos.
—Mi hijo está casado con una chica muy rara.
—No estamos casados, mamá.
—Sí lo estáis.
—No lo estamos, pero lo estaremos —sonrió entonces Lali.
—¿En serio? Quiero decir, sí, claro. Vamos a casamos.
—Pues sí. Tenemos que casamos.
—¿De qué estás hablando?
—Que la reunión de antiguos alumnos de mi colegio es dentro de seis meses —contestó ella.
—He prometido no ir a más reuniones de esas.
—Pues tenemos que ir. Ya he enviado una carta confirmando mi asistencia.
—¿Tienes que enviar una carta?
— Los colegios caros son así.
Lali lo miró para ver si parecía enfadado,  pero no lo estaba. Sus ojos verdes brillaban, contentos.
—¿Has oído eso, Allegra? Vamos a ir a Nueva York. Te enseñaré dónde conocí a tu mamá... y dónde estuviste a punto de nacer.
—Desde luego — rió Lali.
—Supongo que hoy voy a tener que romper más de una promesa.
—¿A qué te refieres?
—Hace años prometí que no me casaría mientras estuviera en el circuito de carreras. Es duro, Lali. Los viajes, las horas... Hay muchos divorcios.
—No quiero que dejes algo tan importante para ti, cariño.
—Te lo agradezco, pero me preocupa. No quiero que nos peleemos, ni que me eches de menos. No sé qué hacer. Excepto dejar el circuito.
Lali se quedó pensativa.
—Quizá no tengas que dejar el circuito.
— Tengo que hacerlo. Tú eres lo primero para mí y a Jude Barrett le da igual que sus mecánicos estén casados.
—No estarás casado con Jude Barrett, sino conmigo. ¿Has pensado alguna vez en patrocinar un coche? ¿O en tener tu propio equipo?
—Claro qué lo he pensado. Ese es mi sueño, pero... nunca tendré dinero suficiente.
—Pero yo sí —sonrió ella—. No, no digas nada. 
—¿Mi propio equipo? Si lo hacemos, quiero devolverte todo el dinero que inviertas.
—Muy bien. Como cuando nos casemos, lo mío será tuyo y viceversa...
—No sé qué decir, Lali.
—Di que sí, tonto — intervino Claudia.
Peter soltó una carcajada. Y después se inclinó para besar a su prometida.
—Muy bien. De acuerdo.
—Entonces, está decidido.
Lali pensaba que iba a morir de felicidad. Así tenía que ser la vida: feliz, completa, llena de promesas.
—Ah, por cierto, ¿sabes quién vendrá a la reunión de antiguos alumnos con nosotros?
—¿Allegra?
—Claro. Pero también vendrá otra persona.
—¿Quién? —preguntó Peter.
—Clovis. Estoy deseando presentarle a tu madre —rió Lali.
—Oh, no. Mamá, ten cuidado con ella.
—¿Quién es esa Clovis?
—Mi ama de llaves, secretaria, enfermera y perro guardián. Ah, por cierto, los padres de mi difunto marido también estarán allí.
—No.
— Es que son patronos del colegio. Pero te encantará .
Peter apoyó la cabeza en el techo del coche.
—Genial. No, estoy de broma. Yo querré a quien tú quieras. ¿Hay algo más que deba saber?
—Sí. Tengo tres hermanos muy peleones. Y mis padres también irán a la reunión. ¿Sigues queriendo casarte conmigo?
Él la abrazó, abrazando a la vez a Allegra.
—Quiero casarme contigo. He querido hacerlo desde que te vi en el ascensor.
—¿ Qué ascensor? — preguntó Claudia.
Los dos se volvieron para mirarla. .

— Tenemos que volver a casa para que no se queme el pastel, así que te lo contaremos por el camino. Pero el ascensor fue muy importante. Tan importante que si Lali y yo tenemos un hijo, puede que lo llamemos Otis —rió Peter
FIN. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo 40

Nicolas Riera, alias Nicco Diamante, parecía a punto de llorar.
—¿Podemos hablar a solas? —murmuró, llevándola aparte—. Por favor, no se lo digas a mi padre. Lo he hecho por una buena razón. Quiero recuperar a mi mujer.
—Pues toda para ti. Anda, llévatela. Con mis bendiciones.
—No puedo. No quiere venir conmigo.
—¿Por qué no?
—Mírala, Lali.
—Ya la he visto, gracias.
—No, mírala, de verdad. Y ahora mírame a mí. Me hice pasar por un mafioso para que me quisiera, pero como no hacía nada peligroso se aburrió de mí. Por eso he venido con los guardaespaldas de mi padre... por favor, ayúdame. Tengo que decirle una cosa muy importante.
Antes de que Lali pudiera decir nada, Peter la tomó del brazo.
—¿Qué pasa aquí?
—Te presento a Nicolas Riera—dijo ella en voz baja—. Nicco y yo fuimos juntos al colegio. Era el alumno más aventajado en las clases de teatro. Pero lo de la mafia...
—¿Qué me estás contando? —murmuró Peter, con un tono mucho más mafioso del que Nico podría conseguir jamás.
Entonces apareció Bobby Jean.
—¿Qué es esto? ¿Qué estáis murmurando?
—Mira, tengo que decirte una cosa —empezó a decir Lali—. Conocí a tu marido en el colegio, cuando era Nico Riera. Pero eso fue antes de que... bueno, de que entrara en la mafia. Ahora es un hombre fuerte de la organización, pero no te preocupes... su secreto está a salvo conmigo.
—Oh, cariño... —suspiró la pelirroja—. Nunca me has dicho que te llamabas Nicolas. Nicolas es un nombre precioso.
Él hizo un gesto copiado de Robert de Niro en Taxi Driver.
—Estás embarazada, cariño. El médico me dio los resultados anoche. Por eso te encontrabas tan mal. Vamos a tener un hijo.
—Va a tener un hijo —rumoreó la multitud—. Está embarazada del mafioso.
La expresión de Bobby Jean era tan sorprendida como la noche anterior, cuando Lali le dio un puñetazo.
—¿Qué? ¿Vamos a tener un niño? —exclamó—. ¡Vamos a tener un niño! ¡Vamos a tener un niño! —empezó a gritar, dando saltitos—. Tengo que decírselo a mis padres ahora mismo —entonces se volvió para mirar a Lali—. Cariño, tú eras amiga de mi marido, así que ahora eres como de la familia. Te llamaré. Tú tienes una hija y podrás darme consejos.
—¿ Y qué pasa con la denuncia?
Bobby Jean hizo un gesto con la mano.
—No te preocupes por eso, ya se me ha olvidado —dijo, sonriendo. Entonces se volvió hacia Peter—. Perdona que me haya portado tan mal contigo. Te quiero mucho... pero como amigo. Nada más. Lo otro era un juego de críos.
—Ya os dije que era buena chica —intervino Claudia.
—Felicidades, Bobby Jean —dijo Peter.
—Vamos, cielo. Ya verás cuando les diga a mis padres que van a ser los abuelos de un futuro jefe de la mafia.
—Entonces, ¿ya no estamos separados?
—Claro que no. ¿Quién te ha dicho que estábamos separados?
Los cuatro guardaespaldas rodearon a Bobby Jean y a su feliz marido para acompañarlos al interior de la casa y Lali se volvió, sonriendo de oreja a oreja.
La multitud prácticamente prorrumpió en aplausos. Bueno, no del todo, pero se alegraron mucho de que no hubiera habido pelea.
—Vamos a ver ese pastel de nueces. Supongo que ya estará casi a punto —dijo Peter.
—De modo que todo ha terminado. No puedo creerlo — rió Lali.
—Yo tampoco —sonrió él, tomando a Allegra en brazos —. ¿De verdad lo conocías del colegio?
—Sí. Me sonaba mucho su cara, pero con ese traje oscuro y las gafas...
—Entonces, ¿no es de la mafia?
— Él no, su padre.
—¿Su padre es de la mafia?

—En los colegios caros hay gente de todo tipo —sonrió Lali—. Y su padre va a matarlo cuando se entere de la que ha montado. 

sábado, 17 de agosto de 2013

Capítulo 39

La gente hacía comentarios en voz baja y Peter casi podía imaginarlos haciendo apuestas. Ninguna por él, claro. Entonces los murmullos subieron de tono y supuso que el mafioso acababa de aparecer en la puerta. Aunque no podía verlo porque los matones se lo impedían.
—Mira, si tú no quieres ser razonable, tendré que hablar con tu marido.
Bobby Jean se encogió de hombros.
—Él también quería hablar contigo. Por eso ha venido esta mañana a Southwood... pero cuando llamó a tu casa nadie abrió la puerta — replicó, con muy mala intención.
—Nos está llamando cobardes, hijo —intervino Claudia.
Entonces los matones se acercaron a la puerta y volvieron después, rodeando a un hombre bajito con cara de malas pulgas.
—Quedaos detrás de mí —advirtió Peter.
—Parece uno de esos de la mafia que salen en las películas — murmuró su madre.
—Mucho, Claudia. Incluso demasiado — murmuró Lali, con expresión recelosa.
  Antes de que ella pudiera hacer nada, Peter dio un paso adelante para enfrentarse con el mafioso.
Por encima del hombro vio que se saludaban amablemente, como si fueran vecinos. Y entonces se fijó de nuevo en los matones... ¿de qué le sonaban?
Algo en el marido de Bobby Jean también le resultaba familiar, pero no sabría decir qué. Había algo raro en su pelo. Tan negro y brillante, tenía que ser teñido, seguro.
El problema era que llevaba gafas de sol y no podía ver sus ojos.
Pero... le sonaba tanto su cara. Sería mejor esperar para no meter la pata. Quizá su voz lo delataría.
—Entiendo que tenemos un problema, señor Lanzani. He tenido que venir hasta aquí para solucionar la situación. No me hace gracia que mi mujer me llame para decir que alguien le ha pegado un puñetazo. No sé si me entiende.
La voz de Nico Diamante era baja, ronca. Con acento de Nueva York, por supuesto. Para Lali, una mala imitación de Marlon Brando en El Padrino. Aun así, había en él algo muy familiar.
—Supongo que Bobby Jean le habrá contado lo qué pasó. Y por qué pasó.
—No seas bocazas, Peter Lanzani —intervino ella entonces, tomando el brazo de su marido—. No le hagas caso, cariño. Solo lo saludé y, de repente, me atacaron como lobos. Yo soy la que tiene el labio hinchado.
Nico Diamante le dio un golpecito en la mano.
—¿ Ve a lo que me refiero, señor Lanzani? Tenemos un problema. A mí no me gusta que peguen a mi mujer.
—A mí tampoco, señor Diamante. Pero yo no le pegué. No he pegado a una mujer en toda mi vida.
—¿Está llamando mentirosa a mi mujer? Porque estoy viendo cómo tiene la cara. ¿Cómo se ha hecho eso?
Aquello sí que era un problema, pensó Lali. Por supuesto, Peter se cruzó de brazos, apretando los labios. No iba a decir nada. Y con el instinto de protección de una madre que se lanza delante de un autobús para salvar a su hijo, Lali dio un paso adelante.
Peter intentó apartarla, pero ella se soltó.
—Yo le pegué, señor Diamante.
En la calle Mimosa podría haberse oído la caída de un alfiler.
Pero la reacción del hombre bajito de aspecto mafioso dejó helado a todo el mundo. Soltó el brazo de su mujer y sonrió de oreja a oreja.
—¿Lali? ¿Eres tú?
—¿La conoces? —preguntó Bobby Jean.
—¿Lo conoces? —preguntó Peter.
—La conoce —escucharon un murmullo de voces entre la multitud.
Lali se acercó a Nico Diamante, mafioso. Ja, ja. Enfadada, irritada y aliviada.

—Nicolas Riera, ¿eres tú? —preguntó, quitándole las gafas de sol—. Serás... ¿Tu padre sabe que te has llevado la limusina y los guardaespaldas? 

viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo 38

Suspirando, aparcó el coche donde pudo y se volvió para dar instrucciones.
—Muy bien, ya que me habéis engañado metiéndoos en el coche mientras me duchaba, ahora yo doy las órdenes. Por cierto, ¿quién me escondió las llaves del coche en el congelador?
—Yo —rió Claudia.
—Esto no tiene gracia, mamá. No quiero que os mováis del coche y no quiero ninguna discusión. Nadie va a salir del coche. ¿Me habéis oído?
Ambas asintieron. Allegra no, porque estaba muy ocupada mordiéndose el puño. Pero Peter decidió que eso era una afirmación.
Alegrándose de haberles hecho recuperar el sentido común, se quitó el cinturón de seguridad.
—Muy bien. Ahora nos entendemos —dijo, muy seguro de sí mismo.
Después salió del coche y cerró la puerta.
Y luego salió Lali.
Y después su madre, con la niña en brazos.
Peter las miró, incrédulo.
—¿No he dicho que os quedarais en el coche?
— Has preguntado si te habíamos oído y las dos hemos dicho que sí con la cabeza. Te habíamos oído... pero no pensábamos quedamos en el coche —contestó su madre.
—Tenemos que ir contigo, Peter.
Exasperado, él señaló a los matones.
—¿Los habéis visto bien? ¿Qué vais a hacer, tirarles del pelo?
— No, voy a retarlos a que te peguen un tiro delante de tu madre, de tu mujer y de tu hija.
—¿Lo veis? Estáis casados —sonrió Claudia.
—No estamos casados, mamá —suspiró Peter—. Bueno, da igual. Venga, vamos a enfrentamos con la mafia... para poder volver a casa antes de que se queme el pastel.
Las dos mujeres lo siguieron hasta la casa, pero antes de llegar Peter tomó a Lali del brazo.
—Si le cuentas esto a Clovis, me convertirá en una soprano.
—Lo sé — sonrió ella —. Es muy buena con los cuchillos.
Peter hizo una mueca de horror.
—Pues ojalá estuviera aquí.
Los vecinos los recibieron con sonrisas y saludos amables. No parecía pasar nada raro, sencillamente estaban mirando a los matones como si fueran objetos de feria.
Pero entonces, como había ocurrido la noche anterior cuando Bobby Jean apareció en el salón de actos, todos se apartaron.
Allí estaba Bobby Jean Diamante, tan espectacular como siempre. Con un pantalón cortísimo y una blusa muy escotada de rayas rojas, blancas y azules.
—¿Qué espera, que le hagamos un saludo militar? — murmuró Lali.
—Qué hortera es, la pobre — murmuró Claudia.
—Desde luego.
Peter no comentó nada. Para empezar, porque Bobby Jean lo había visto... los había visto.
Todo pareció quedar en silencio. Los matones, los pájaros en los árboles, los perros. El mundo entero. Un silencio ominoso.
—Hola, Peter—lo saludó, intentando disimular que le costaba trabajo hablar con el labio tan hinchado. Una hinchazón que había intentado disimular con maquillaje, por supuesto. Cuando miró a Lali, levantó la barbilla, desdeñosa.
Por el rabillo del ojo, Peter vio que ella apretaba los puños. Oh, no. Otra vez no.
—¿Cómo estás, Bobby Jean? —la saludó, intentado colocarse delante de Lali para evitar problemas—. Mira, nos conocemos desde pequeños y hemos tenido nuestra historia, pero lo que siento por ti solo es amistad. Ahora estoy casado y todo ha terminado entre nosotros.
—Eso ya lo veremos.
Peter levantó los ojos al cielo.
—Esta mañana hemos tenido visita y supongo que era tu marido, pero no he podido hablar con él. ¿Está por aquí?
En el silencio que siguió a aquello, Peter casi creyó oír la música de Nico, el sucio.
—Sí, mi marido está por aquí —contestó Bobby Jean.
— Me gustaría hablar con él, si no te importa. Para aclarar esto antes de que las cosas se nos escapen de las manos.
Ella se cruzó de brazos, aunque ni así podía esconder su amplio y muy escotado busto.
—Las cosas ya se te han escapado de las manos. Si no recuerdo mal, he denunciado a tu querida mujercita.
—¿Mujercita? —repitió Lali—. ¿A quién llamas mujercita, tú, pedazo de... ?
—Lali—murmuró Peter. —Pero es que...
—Déjalo —la interrumpió él—. Acuérdate de... —añadió, señalando a los matones.

Los guardaespaldas habían dado un paso adelante, como preparándose para defender a su «jefa». 

Capítulo 37

El plan de Peter era muy sencillo... tomaría al toro por los cuernos. Entraría en la cueva del león. En otras palabras, iría a buscar a esos matones donde estuvieran.
Era un plan que le permitiría mirarse al espejo cada mañana... si había otras mañanas.
Pero cuando se lo contó a su madre y a Lali, todo se fue al garete. Y para su eterna vergüenza, Claudia, Allegra y Lali se metieron en el coche en un descuido disponiéndose a ir, en plan familiar, a visitar a Bobby Jean Diamante.
Tenía que estar en casa de sus padres. Y su marido con ella.
Peter sacudió la cabeza, irritado. Debería haber ido solo. ¿Dónde iba con su madre, Lali y la niña? Un hombre no se enfrenta al peligro con su madre al lado. Ni su novia y la hija de su novia. Pero allí estaban. ¿Qué pensarían los mafiosos cuando lo vieran con toda la familia a cuestas?
Su madre, con las gafas y el matamoscas en la mano, Lali, con su pelo rubio y su aspecto de niña rica... con la que él quería vivir toda la vida por más razones que un gancho de derecha como para tumbar a un toro. Y Allegra, una niña de seis meses, sentada en su silla de seguridad, haciendo ruiditos como si fueran al parque.
Menudo espectáculo.
Sí, desde luego iban a darle un susto a los matones. Seguramente nada más verlo le pegarían un tiro para que, al menos, no se muriese de vergüenza. Y, en aquel momento, se sentía tan avergonzado que habría agradecido un par de balas.
—Esto no ha sido buena idea, Peter.
—¿Ah, no? —murmuró él, mirando a Lali, que estaba sentada a su lado—. Lali, ya sé que no es buena idea. Yo no quería que vinierais, ¿recuerdas?
—No me refiero a eso... y mira la carretera. Creo que deberías haber llamado a Dalmau. Él tiene una pistola.
— Y también tiene un pueblo lleno de turistas y solo un ayudante en la comisaría. No te preocupes, yo me encargo de todo.
—Ah, por cierto, tenemos que volver antes de las doce —intervino Claudia—. He dejado un pastel en el horno y no quiero que se me queme.
Peter dejó escapar un suspiro. Su madre no tenía ni idea del peligro que corrían.
—¿Por qué la pistola de Dalmau te ha recordado el pastel, Claudia? —le preguntó Lali entonces.
—Pues no lo sé... quizá por lo de «freír a alguien a tiros». Gira a la derecha en la calle Mimosa, hijo.
—Sé dónde viven los Nickerson, mamá. Los padres de Bobby Jean han vivido en esa casa desde que yo era pequeño.
—Muy bien, pero pon el intermitente. Antes no lo has hecho. Un hombre que trabaja con coches debería saber eso.
—Mamá, en esta calle no hay nadie. ¿Para qué voy a poner el intermitente?
—Sigo sin entender lo del pastel y la pistola — persistió Lali—. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
Peter, conteniendo un aullido, la miró con expresión furiosa... que a ella no le hizo ninguna gracia y provocó que se volviera hacia la ventanilla con gesto ofendido.
Encima no le dirigía la palabra. Perfecto.
Cuando llegaron a la calle Mimosa, Lali se volvió.
—Esto no me gusta nada.
—A mí tampoco — murmuró él.
Delante de la casa de los Nickerson, un edificio colonial de dos pisos, había una docena de coches. Y una pequeña multitud en la puerta. ¿Habrían organizado una fiesta?
Entonces descubrió lo que pasaba. La limusina negra estaba aparcada justo delante de la casa y el resto de los coches eran... de los vecinos, que se habían acercado a curiosear.
Pero delante de la limusina había cuatro hombres vestidos de negro, todos con gafas de sol. Cada uno del tamaño de un boxeador profesional. y las palabras de Lali se repitieron en su mente: «vamos a morir todos».
—Ellos son cuatro, igual que nosotros —dijo Claudia—. Al menos, no son más que nosotros, hijo.
La lógica de su madre era absolutamente inexplicable, por supuesto. Y Peter no sabía si reírse o darse de golpes contra el volante.
—Sí, mamá. Somos cuatro.
Entonces intentó imaginar qué podría hacer Allegra en caso de pelea. ¿Morderle el tobillo a alguno de los matones? ¿ Vomitarles el desayuno? 

martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 36

Peter se sentó al borde de la cama y acarició su pelo.
—Yo no soy Él y no pienso hacer ninguna locura. Solo quiero hablar con ese hombre.
—¿ Y si no ha venido solo a hablar? ..
—No lo sabremos hasta que salga, ¿no?
—Pero yo quiero ir contigo. De verdad. Me sentiré mejor si estamos juntos. Nunca pude estar al lado de Él y quiero estar a tu lado. Siempre, en todas las ocasiones. Tengo que hacerlo, Peter. Tengo que saber que confías en mí.
Lali lo miró a los ojos y vio que él dejaba escapar un suspiro.
—Yo solo quiero protegerte.
—Lo sé. Y yo siento lo mismo por ti. Eso es lo que nos ha metido en este lío.
—No puedo discutir contigo —sonrió Peter—. Dame a Allegra, anda. Vístete y después iremos a hablar con ese matón. Ven aquí, cariño. La abuela Lanzani te va a cuidar y...
—¿Lo ves? La abuela Lanzani. Claro que estáis casados.
—Muy bien, mamá. Estamos casados, lo que tú quieras. Pero llévate a la niña a la cocina y no salgas hasta que yo te lo diga.
La madre de Peter levantó una ceja.
—Yo no lo he criado para que fuera tan mandón. No dejes que se salga con la suya, Lali. —No lo haré.
Aparentemente satisfecha, Claudia se colocó el matamoscas bajo el brazo.
—Ven aquí, chiquitina. Estos padres tuyos quieren hacerme creer que no eres mi nieta... qué bobos. Pero si eres igualita que tu papá.
Después de decir eso, salió de la habitación y Lali se levantó de la cama.
Sin decir una palabra Peter le dio la bata y, mientras la abrochaba, se sentía como un caballero poniéndose la armadura. En aquel momento deseaba tenerla, desde luego. Y lanzas. Y ballestas.
Pero había aprendido una lección: darle un puñetazo a alguien sin pensar no era lo mismo que disponerse al ataque... sabiendo que se estaba en desventaja.
Lali apretó la mano de Peter, haciendo un esfuerzo para no saltar por la ventana y salir corriendo hacia la autopista.
—¿Preparada?
—Preparada.
—Muy bien. Vamos, campeona.
Después de eso salieron al pasillo, cuyas paredes estaban cubiertas por fotografías de Peter recién nacido, de niño, de adolescente, de joven y con el mono del equipo de carreras.
—Te quiero, Lali— murmuró él—. Por si acaso no puedo decírtelo más tarde.
—Yo también te quiero —sonrió ella.
—Estupendo —dijo Peter, respirando profundamente antes de abrir la puerta—. ¿Querían hablar... ?
No terminó la frase. Lali asomó la cabeza y vio que delante de la casa no había nadie. Ni matones, ni limusina ni nada.
—¿Dónde están?
—No lo sé. Pero no creo que mi madre se lo haya inventado.
—A lo mejor han pensado que no había nadie en casa.
—Es posible. Y podrían volver en cualquier momento.
—Tienes razón. ¿Ahora qué hacemos?
—Habrá que idear un plan —murmuró él, como si se enfrentara todos los días con la mafia.
Lali dejó escapar un gemido.
—Es horrible. Hoy es el día más maravilloso de mi vida y vamos a morir todos.


Capítulo 35

—¿ Qué vamos a hacer?
—Tú no vas a hacer nada. Yo voy a salir para hablar con ese idiota.
En ese instante, la idea del héroe y todo lo demás cayó por su propio peso. Peter no podía salir para enfrentarse solo con aquel mafioso.
—Espera un momento. No puedes ir solo.
—No pensarás que voy a mandar a mi madre.
—Eso seguro — intervino Claudia Lanzani.
—Y tú tampoco —dijo Peter.
—Ha venido por mí. Yo hablaré con él —afirmó Lali.
Palabras valientes para una mujer que estaba dándole el pecho a su hija.
—Tú no te mueves de aquí. Además, conociendo a Bobby Jean, seguro que con quien quiere hablar es conmigo.
—A mí me parece que quiere hablar con los dos — dijo Claudia.
—¿Por qué no haces un café, mamá? Yo creo que nos vendría bien a todos.
—También nos vendría bien un chaleco antibalas — replicó su madre.
Dejando escapar un suspiro, Peter se volvió hacia Lali.
—Tengo que ir yo solo. Vosotras dos no podéis hacer nada contra una panda de mafiosos.
—Y tú solo eres un hombre, Peter, pero estás actuando como lo haría mi marido. Solo nos falta la manada de bueyes.
—¿Bueyes? —preguntó Claudia.
—Es una historia muy larga. ¿Cómo que actúo como Él?
—¿Quién es Él? —volvió a preguntar Claudia.
—El padre de Allegra—contestó Lali.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como cuchillos.
—¿El padre de Allegra? ¿Tú no eres el padre de Allegra?
—No, mamá. El padre de la niña es el marido de Lali. Difunto marido. Murió en el Tíbet, aplastado por una manada de bueyes.
Claudia miró de uno a otro, sin entender.
—Entonces, me has mentido.
—No, mamá. Te conté la verdad, pero tú no quisiste creerme.
—¿Y ahora tengo que creerme esa historia de los bueyes? ¿El día cuatro de julio, con un montón de mafiosos delante de mi casa?
Peter se volvió hacia Lali.
—Díselo tú.
—Es cierto. Mi marido murió aplastado por una manada de bueyes y Peter no es el padre de Allegra. Y no estamos casados.
—Estáis mintiendo. La niña se parece a Peter y los dos lleváis una alianza. ¿Cómo se explica eso?
—Lo hicimos para engañar a Bobby Jean.
Y entonces los tres recordaron que el marido de Bobby Jean estaba en la puerta, seguramente  armado hasta los dientes.
—Pero hijo...
—Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora voy a salir y...
—De eso nada —lo interrumpió Lali.
—Tengo que hacerlo.
—No pienso dejar que pongas tu vida en peligro sin pensar en la gente que te quiere. Estoy harta de eso. Y si sales a hablar con ese hombre, meto a la niña en el coche y me voy a mi casa — replicó ella, furiosa.
Justo en ese momento, Allegra decidió que estaba llena. Lali se cubrió pudorosamente y colocó a la niña sobre su hombro para darle unos golpecitos en la espalda. Cuando eructó, Claudia y ella se miraron, contentas. Un trabajo bien hecho.
—Que no estáis casados... —murmuró la mujer.
—No lo estamos, mamá —insistió Peter. Después se volvió hacia Lali—. ¿De qué tienes miedo? Y no me refiero al mafioso que está en la puerta.

—Yo tampoco. Pero tengo la impresión de que está repitiéndose la historia.
No podía contar con él porque nunca estaba a mi lado. No pude contar con él cuando mi padre sufrió un infarto, ni cuando mi hermano presentó su candidatura para alcalde. Tengo miedo de que, como mi difunto marido, hagas alguna locura y me dejes completamente sola. 

viernes, 9 de agosto de 2013

Capítulo 34

¿Había habido una escena más emocionante en la historia de la humanidad? Era tan preciosa que Lali tenía ganas de llorar.
—A mí me gustaría muchísimo. Nada me gustaría más que eso.
Peter levantó la mirada entonces. Sus ojos verdes brillaban de alegría.
—Estás despierta.
—Eso parece — sonrió Lali, preguntándose si también él estaría recordando lo que había pasado la noche anterior.
No podía dejar de mirar sus anchos hombros, su torso desnudo. Aquella mañana conocía cada centímetro de su piel, sabía cómo besaba, cómo era el vello de su torso, lo delicioso que era dormir abrazada a él. Conocía el olor de su pelo y los gemidos roncos que emitía cuando hacía el amor. Lali dejó escapar un suspiro de contento, estirándose.
—Pareces una gatita contenta.
—Me siento como una gatita contenta. Peter sonrió, seguro de sí mismo.
—¿Yo tengo algo que ver?
—Todo.
—Me alegro.
De repente no parecía tan seguro, como si no supiera qué hacer.
—Mira —dijo, levantando a la niña—. Mamá está despierta.
—Hola, cariño —la saludó ella. Allegra inmediatamente alargó las manitas... seguramente esperando su desayuno. Lali se sentó en la cama—. Trae, tengo que darle el pecho.
—Ah, me parece justo. Yo he tenido que cambiarle los pañales.
—Oh, pobrecito.
—Ha sido horrible —sonrió Peter, poniendo a la niña en sus brazos.
—Eres muy valiente.
Él se inclinó para darle un beso en la boca.
— Hago lo que puedo.
—Y lo haces muy bien.
Se sentía feliz. Le gustaba aquella charla absurda, íntima. La conversación de una pareja enamorada. Un momento privado. ¿Estaría encantada aquella mañana? Y si era así, ¿podría durar para siempre?
Duró veinte minutos... hasta que se abrió bruscamente la puerta, sobresaltándolos a los dos. A los tres, en realidad. Porque Allegra dejó su «desayuno» y volvió la cabecita para ver qué pasaba.
Allí, en la puerta, con una bata, el pelo lleno de rulos y un matamoscas en la mano, estaba su «suegra».
—Peter, ¿por qué hay una manta tirada en el jardín?
Lali se puso como un tomate, pero decidió no contestar. Se concentró en la niña y dejó que Peter resolviera la situación.
—Pues...
—Bueno, da igual — suspiró Claudia Lanzani—. Siempre has sido muy desordenado. Además, esta mañana tenemos problemas más importantes que resolver.
—¿Qué pasa?
—Que no he desayunado todavía y hay un mafioso delante de la puerta.
Lali miró de uno a otro, sorprendida.
—¿Cómo que ...?
—¡Lo sabía! —exclamó entonces Claudia—. Estáis casados de verdad.
—No estamos casados, mamá —suspiró Peter—. Ya te lo he dicho. ¿Pero qué es eso del mafioso?
—Acaba de llamar a la puerta —contestó ella—. Lo he visto por la ventana, pero no he querido abrir. Aunque alguien tendrá que hablar con él. Ha venido en una limusina y con él hay varios tipos vestidos de negro — añadió, moviendo el matamoscas como un director de orquesta—. Están ahí, en la puerta, y seguro que Dalmau ya se lo ha contado a todo el mundo. Me ha dado un susto de muerte y por eso he sacado el matamoscas, para protegerme.
Lali miró a Peter, asustada.
—¿Estás segura de que son mafiosos, mamá?
—Claro que sí. Los he visto en las películas.
Peter sacó una camiseta del cajón y empezó a ponérsela a toda prisa.
—Me parece que sé lo que pasa. Esto es cosa de Bobby Jean. Quiere asustarme y...
—No lo creo, hijo —lo interrumpió Claudia—. Yo creo que es su marido.
Peter masculló una maldición.
—Nico Diamante.
—Oh, Dios mío —murmuró Lali. Y ella le había dado un puñetazo a su mujer. En aquel momento la cárcel era el menor de sus problemas. Incluso podría ser la única alternativa—. ¿Qué voy a hacer?
Peter estaba frente a la puerta, alto como una torre. Aparentemente, seguro de sí mismo.
—¿Qué vamos a hacer? No estás sola, Lali. Su héroe. Era como una roca, una piedra de salvación. Alguien que la pondría siempre por delante. No pasaría nada. Nada podría pasar si Peter estaba allí para ayudarla. Si hasta entonces no había estado segura de su amor, lo estaba en aquel momento.