viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo 38

Suspirando, aparcó el coche donde pudo y se volvió para dar instrucciones.
—Muy bien, ya que me habéis engañado metiéndoos en el coche mientras me duchaba, ahora yo doy las órdenes. Por cierto, ¿quién me escondió las llaves del coche en el congelador?
—Yo —rió Claudia.
—Esto no tiene gracia, mamá. No quiero que os mováis del coche y no quiero ninguna discusión. Nadie va a salir del coche. ¿Me habéis oído?
Ambas asintieron. Allegra no, porque estaba muy ocupada mordiéndose el puño. Pero Peter decidió que eso era una afirmación.
Alegrándose de haberles hecho recuperar el sentido común, se quitó el cinturón de seguridad.
—Muy bien. Ahora nos entendemos —dijo, muy seguro de sí mismo.
Después salió del coche y cerró la puerta.
Y luego salió Lali.
Y después su madre, con la niña en brazos.
Peter las miró, incrédulo.
—¿No he dicho que os quedarais en el coche?
— Has preguntado si te habíamos oído y las dos hemos dicho que sí con la cabeza. Te habíamos oído... pero no pensábamos quedamos en el coche —contestó su madre.
—Tenemos que ir contigo, Peter.
Exasperado, él señaló a los matones.
—¿Los habéis visto bien? ¿Qué vais a hacer, tirarles del pelo?
— No, voy a retarlos a que te peguen un tiro delante de tu madre, de tu mujer y de tu hija.
—¿Lo veis? Estáis casados —sonrió Claudia.
—No estamos casados, mamá —suspiró Peter—. Bueno, da igual. Venga, vamos a enfrentamos con la mafia... para poder volver a casa antes de que se queme el pastel.
Las dos mujeres lo siguieron hasta la casa, pero antes de llegar Peter tomó a Lali del brazo.
—Si le cuentas esto a Clovis, me convertirá en una soprano.
—Lo sé — sonrió ella —. Es muy buena con los cuchillos.
Peter hizo una mueca de horror.
—Pues ojalá estuviera aquí.
Los vecinos los recibieron con sonrisas y saludos amables. No parecía pasar nada raro, sencillamente estaban mirando a los matones como si fueran objetos de feria.
Pero entonces, como había ocurrido la noche anterior cuando Bobby Jean apareció en el salón de actos, todos se apartaron.
Allí estaba Bobby Jean Diamante, tan espectacular como siempre. Con un pantalón cortísimo y una blusa muy escotada de rayas rojas, blancas y azules.
—¿Qué espera, que le hagamos un saludo militar? — murmuró Lali.
—Qué hortera es, la pobre — murmuró Claudia.
—Desde luego.
Peter no comentó nada. Para empezar, porque Bobby Jean lo había visto... los había visto.
Todo pareció quedar en silencio. Los matones, los pájaros en los árboles, los perros. El mundo entero. Un silencio ominoso.
—Hola, Peter—lo saludó, intentando disimular que le costaba trabajo hablar con el labio tan hinchado. Una hinchazón que había intentado disimular con maquillaje, por supuesto. Cuando miró a Lali, levantó la barbilla, desdeñosa.
Por el rabillo del ojo, Peter vio que ella apretaba los puños. Oh, no. Otra vez no.
—¿Cómo estás, Bobby Jean? —la saludó, intentado colocarse delante de Lali para evitar problemas—. Mira, nos conocemos desde pequeños y hemos tenido nuestra historia, pero lo que siento por ti solo es amistad. Ahora estoy casado y todo ha terminado entre nosotros.
—Eso ya lo veremos.
Peter levantó los ojos al cielo.
—Esta mañana hemos tenido visita y supongo que era tu marido, pero no he podido hablar con él. ¿Está por aquí?
En el silencio que siguió a aquello, Peter casi creyó oír la música de Nico, el sucio.
—Sí, mi marido está por aquí —contestó Bobby Jean.
— Me gustaría hablar con él, si no te importa. Para aclarar esto antes de que las cosas se nos escapen de las manos.
Ella se cruzó de brazos, aunque ni así podía esconder su amplio y muy escotado busto.
—Las cosas ya se te han escapado de las manos. Si no recuerdo mal, he denunciado a tu querida mujercita.
—¿Mujercita? —repitió Lali—. ¿A quién llamas mujercita, tú, pedazo de... ?
—Lali—murmuró Peter. —Pero es que...
—Déjalo —la interrumpió él—. Acuérdate de... —añadió, señalando a los matones.

Los guardaespaldas habían dado un paso adelante, como preparándose para defender a su «jefa». 

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