lunes, 5 de agosto de 2013

Capítulo 32

Lali se echó el pelo hacia atrás.
—¿De verdad pensabas eso? .
Peter supo entonces que era el momento de decirle lo que sentía.
—Claro que lo pienso. Desde que te vi en ese ascensor. Cuando se abrieron las puertas, me pareció que había ganado un premio.
—¿Un premio? Por favor... si parecía una oveja gorda.
—¿ Tú? Incluso entonces eras preciosa. Las mujeres como tú no abundan en un mundo de grasa y neumáticos, Lali. Eres tan guapa, tan inteligente, tan refinada...
Ella le puso una mano en la boca.
—No, por favor. No me pongas en un pedestal. Quiero algo real. Quiero intimidad y sábanas arrugadas, quiero alguien que este loco por mí, alguien por quien yo sienta lo mismo. Pero sobre todo quiero una cara que ver cuando escuche una canción de amor. ¿Me entiendes?
Peter besó la palma de su mano con ternura.
— Creo que sí. Quieres alguien a quien esperar en casa cada noche. Y por primera vez en mi vida, creo que yo deseo lo mismo.
—Y no te atrevas a renegar de tu trabajo, Peter Lanzani —le advirtió Lali entonces —. Los coches de carreras son muy emocionantes. Además, eres el hombre más bueno y más considerado que he conocido nunca. Y eres fabuloso con Allegra...
—¿ Y cómo soy contigo? — preguntó él, mirándola a los ojos.
—Horrible.
El corazón de Peter se detuvo durante una décima de segundo.
—¿Horrible?
—Te metes en mi vida un frío día de enero y después no sé nada de ti en seis meses.
—No sabía si debía llamarte. No sabía qué decir.
— Pues no era tan difícil. Solo tenías que decir: «me gustaría verte».
—¿Y si me hubieras dicho que no?
—Pero te di mi número de teléfono, Peter. ¿Eso no te dijo nada?
Él asintió, incómodo.
—Quería verte, pero no me atrevía. Digas lo que digas, tu mundo es muy diferente del mío. Yo veo a mis compañeros peleándose con sus mujeres por teléfono todos los días y me prometí a mí mismo no caer en esa trampa. y entonces te conocí y me dio miedo...
Lali se miró las manos.
—¿Y por qué me llamaste?
Peter respiró profundamente, para darse valor.
—Porque quise engañarme a mí mismo. Me dije que solo sería un fin de semana...
—Ah, ya veo. Querías probar para ver si te gustaba.
— No, no es eso. O sí, no lo sé. Pero fuera como fuera, ahora ya no es así.
—Pero sigue dándote miedo, ¿no?
—Sí.
—Lo entiendo, no creas. Yo soy una viuda rica con una niña... Sé que no es fácil.
Peter acarició su hombro.
—No es eso, Lali. Tú no eres una carga ni nada parecido. Todo lo contrario, eres un regalo del Cielo.
—Mira, voy a decirte una cosa —dijo ella entonces —. Eres el hombre más sexy que he conocido en toda mi vida. Me haces reír, me excitas. Y eso me encanta. Pero también me vuelves loca. Haces que me porte como no lo he hecho nunca. Solo llevo contigo veinticuatro horas y mira el lío en el que me he metido. Sin embargo, me gustas... me gustas mucho.
Él la miró, confuso. ¿Por fin habían conseguido entenderse? Estaba sintiendo los mismos nervios que sentía cuando iba a empezar una carrera.
—¿Qué estás diciendo? Quiero estar seguro.
La expresión de Lali era vulnerable, confusa.
—Tengo que saber una cosa, Peter. Tengo que saber si existe la posibilidad de que haya un «nosotros». Yo no suelo... pero tengo que saberlo. ¿Hay un nosotros?
—Eso espero. De corazón —dijo él—. Ahora que nos hemos puesto de acuerdo, ¿quieres que lo hagamos?
Sorprendida, Lali se echó hacia atrás.
—¿Que lo hagamos? Peter, no estamos en el instituto.
—Pero hemos venido a mi reunión de antiguos alumnos. Podríamos portarnos como si estuviéramos en el instituto — sonrió él, travieso.
—No lo dirás en serio. Peter apretó su mano.
—Sí lo digo en serio. Incluso podríamos hacerlo en el asiento trasero del coche, si quieres.
Lali se quedó pensativa.
—Pues.., sí, me apetece mucho —sonrió por fin —. Pero antes tengo que decirte una cosa. Cuando  Bobby Jean te besó, hubiera querido hacer algo más que darle un puñetazo. Habría  querido sacarle  los ojos — añadió, besándolo en la comisura de los labios —. Quiero que solo tengas mis besos, mi sabor, en tu boca. ¿Te importa?
Peter apenas podía respirar y mucho menos negar con la cabeza. Le pesaban los brazos, como si se hubiera quedado sin sangre. Aquella mujer iba a matarlo allí mismo, en el sofá de su madre.
Entonces lo sorprendió tirando del cuello de su camisa.
—Me debes esto.
Sin más preámbulos, Lali le dio un beso profundo, húmedo y sensual.
Tenía razón. Se lo debía. Peter respondió como una ballesta. Se echó hacia atrás en el sofá, llevándola con él, y el beso se convirtió en gemidos y jadeos llenos de pasión y caricias subidas de tono.
En los ojos de Lali veía el mismo deseo que debía de estar reflejado en los suyos.

—¿Por qué no me enseñas el asiento trasero de tu coche, Peter Lanzani? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario