Lali se echó el pelo
hacia atrás.
—¿De verdad pensabas eso?
.
Peter supo entonces que
era el momento de decirle lo que sentía.
—Claro que lo pienso.
Desde que te vi en ese ascensor. Cuando se abrieron las puertas, me pareció que
había ganado un premio.
—¿Un premio? Por favor...
si parecía una oveja gorda.
—¿ Tú? Incluso entonces
eras preciosa. Las mujeres como tú no abundan en un mundo de grasa y
neumáticos, Lali. Eres tan guapa, tan inteligente, tan refinada...
Ella le puso una mano en
la boca.
—No, por favor. No me
pongas en un pedestal. Quiero algo real. Quiero intimidad y sábanas arrugadas,
quiero alguien que este loco por mí, alguien por quien yo sienta lo mismo. Pero
sobre todo quiero una cara que ver cuando escuche una canción de amor. ¿Me
entiendes?
Peter besó la palma de su
mano con ternura.
— Creo que sí. Quieres
alguien a quien esperar en casa cada noche. Y por primera vez en mi vida, creo
que yo deseo lo mismo.
—Y no te atrevas a
renegar de tu trabajo, Peter Lanzani —le advirtió Lali entonces —. Los coches de
carreras son muy emocionantes. Además, eres el hombre más bueno y más
considerado que he conocido nunca. Y eres fabuloso con Allegra...
—¿ Y cómo soy contigo? —
preguntó él, mirándola a los ojos.
—Horrible.
El corazón de Peter se
detuvo durante una décima de segundo.
—¿Horrible?
—Te metes en mi vida un
frío día de enero y después no sé nada de ti en seis meses.
—No sabía si debía
llamarte. No sabía qué decir.
— Pues no era tan
difícil. Solo tenías que decir: «me gustaría verte».
—¿Y si me hubieras dicho
que no?
—Pero te di mi número de
teléfono, Peter. ¿Eso no te dijo nada?
Él asintió, incómodo.
—Quería verte, pero no me
atrevía. Digas lo que digas, tu mundo es muy diferente del mío. Yo veo a mis
compañeros peleándose con sus mujeres por teléfono todos los días y me prometí
a mí mismo no caer en esa trampa. y entonces te conocí y me dio miedo...
Lali se miró las manos.
—¿Y por qué me llamaste?
Peter respiró
profundamente, para darse valor.
—Porque quise engañarme a
mí mismo. Me dije que solo sería un fin de semana...
—Ah, ya veo. Querías
probar para ver si te gustaba.
— No, no es eso. O sí, no
lo sé. Pero fuera como fuera, ahora ya no es así.
—Pero sigue dándote
miedo, ¿no?
—Sí.
—Lo entiendo, no creas.
Yo soy una viuda rica con una niña... Sé que no es fácil.
Peter acarició su hombro.
—No es eso, Lali. Tú no
eres una carga ni nada parecido. Todo lo contrario, eres un regalo del Cielo.
—Mira, voy a decirte una
cosa —dijo ella entonces —. Eres el hombre más sexy que he conocido en toda mi
vida. Me haces reír, me excitas. Y eso me encanta. Pero también me vuelves loca.
Haces que me porte como no lo he hecho nunca. Solo llevo contigo veinticuatro
horas y mira el lío en el que me he metido. Sin embargo, me gustas... me gustas
mucho.
Él la miró, confuso. ¿Por
fin habían conseguido entenderse? Estaba sintiendo los mismos nervios que
sentía cuando iba a empezar una carrera.
—¿Qué estás diciendo?
Quiero estar seguro.
La expresión de Lali era
vulnerable, confusa.
—Tengo que saber una
cosa, Peter. Tengo que saber si existe la posibilidad de que haya un «nosotros».
Yo no suelo... pero tengo que saberlo. ¿Hay un nosotros?
—Eso espero. De corazón
—dijo él—. Ahora que nos hemos puesto de acuerdo, ¿quieres que lo hagamos?
Sorprendida, Lali se
echó hacia atrás.
—¿Que lo hagamos? Peter,
no estamos en el instituto.
—Pero hemos venido a mi
reunión de antiguos alumnos. Podríamos portarnos como si estuviéramos en el
instituto — sonrió él, travieso.
—No lo dirás en serio.
Peter apretó su mano.
—Sí lo digo en serio.
Incluso podríamos hacerlo en el asiento trasero del coche, si quieres.
Lali se quedó pensativa.
—Pues.., sí, me apetece
mucho —sonrió por fin —. Pero antes tengo que decirte una cosa. Cuando Bobby Jean te besó, hubiera querido hacer
algo más que darle un puñetazo. Habría
querido sacarle los ojos —
añadió, besándolo en la comisura de los labios —. Quiero que solo tengas mis
besos, mi sabor, en tu boca. ¿Te importa?
Peter apenas podía
respirar y mucho menos negar con la cabeza. Le pesaban los brazos, como si se
hubiera quedado sin sangre. Aquella mujer iba a matarlo allí mismo, en el sofá
de su madre.
Entonces lo sorprendió
tirando del cuello de su camisa.
—Me debes esto.
Sin más preámbulos, Lali le dio un beso profundo, húmedo y sensual.
Tenía razón. Se lo debía.
Peter respondió como una ballesta. Se echó hacia atrás en el sofá, llevándola
con él, y el beso se convirtió en gemidos y jadeos llenos de pasión y caricias
subidas de tono.
En los ojos de Lali veía
el mismo deseo que debía de estar reflejado en los suyos.
—¿Por qué no me enseñas
el asiento trasero de tu coche, Peter Lanzani?
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