viernes, 9 de agosto de 2013

Capítulo 33

Lali no podía creer lo que estaban haciendo. Después de comprobar que Allegra estaba dormida y sacar los necesarios condones de la maleta de Peter, salieron de la casa y entraron en el coche. En medio de la calle, donde cualquiera podría verlos. Cualquiera que estuviese despierto a esas horas, claro. Era maravilloso.
Se abrazaron, riendo.
—Nos van a comer los mosquitos — murmuró Peter.
Pero se comieron a besos, se acariciaron y se quitaron la ropa a tirones. En el coche hacía calor y se quedaban pegados al vinilo del asiento. Sus cuerpos, sudorosos, hacían un ruido que a Lali le parecía muy divertido mientras buscaban la forma de meter «eso» donde había que meterlo. Se partían de risa cuando no podían hacerlo y después se hacían callar el uno al otro.
De vez en cuando, Peter asomaba la cabeza por la ventanilla para ver si alguien estaba mirando. Le preguntaba: «¿Has oído eso? ¿Era la policía o mi madre?». Pero Lali no le hacía caso. Sencillamente, volvía a atraerlo hacia ella para hacerlo otra vez, como adolescentes en celo.
Por fin, se sentaron, exhaustos... aunque no saciados del todo.
—¿Sabes una cosa? Esto es un asco. ¿Cómo lo hacíamos cuando éramos críos? De verdad no podría decir si hemos hecho el amor o no.
—Sí, es verdad. Podríamos intentarlo en el sofá.
—O podría sacar una manta de casa y hacerlo bajo las estrellas.
—Eso suena maravilloso. Con la luna llena y todo...
De modo que lo hicieron. Se vistieron para salir decentemente del coche, comprobaron que Allegra seguía durmiendo, bebieron un vaso de agua y cuando se miraron a los ojos tuvieron que salir corriendo.
Y allí estaban, en el jardín, sobre una manta, desnudos, con el corazón entregado.
Lali no podía creer el deseo que sentía por aquel hombre. Ni la dulce intensidad de sus besos. Peter era todo lo que había imaginado y la emocionaba por completo. Su cuerpo era fuerte y sólido, sus besos calientes, su forma de hacer el amor muy masculina y poderosa. Y estaba dentro de ella, intentando controlarse. Estaba esperándola, dándole besitos en la cara, controlando sus movimientos. Esperando que llegara con él.
—Bobby Jean no significa nada para mí, Lali. Quiero que lo sepas — murmuró, pasando la lengua por su cuello, haciéndole sentir escalofríos—. Ese beso no fue idea mía. No sabía que iba a hacerlo.
—Lo sé — murmuró ella, feliz al sentir el cuerpo del hombre sobre el suyo—. Quiéreme, Peter. Ahora.
—Eso es lo que quería oír — susurró él.
Cómo la llenaba, qué insistentes pero suaves eran sus embestidas. Qué maravilloso sentir sus músculos bajo los dedos.
Sin dejar de besarlo, Lali enredó las piernas alrededor de su cintura, borrando para siempre la imagen de Bobby Jean haciendo eso mismo.
Unos segundos después el ritmo de Peter se hizo más rápido, más urgente. Lali estaba muy cerca, cada vez más. Y él también. Entonces, la exigencia del acto amoroso la llevó a un sitio donde no había estado nunca, ni siquiera con su difunto marido... el sitio donde su corazón se convertía en uno con el corazón de otra persona.
Lali se despertó a la mañana siguiente con el sol entrando a través de las cortinas. Escuchó un ruido, pero estaba medio dormida y no hubiera podido decir a qué respondía. Entonces se dio cuenta de que no estaba en su casa, ni en su cama.
No, estaba en la cama de Peter. Y habían hecho algo más que dormir. Mucho más. En el coche, en el jardín, en la cama... Lali sonrió.
No estaba a su lado en ese momento, pero recordaba que cuando se metieron en la cama, con intención de dormir, no fueron capaces de controlarse. Hicieron el amor otra vez y después se quedaron dormidos, uno en brazos del otro.
Había sido maravilloso. Y aquella mañana era sábado, el cuatro de julio ni más ni menos, el día de la fiesta nacional. Por alguna razón, le parecía el primer día del resto de su vida.
En aquel momento entendía todos los poemas, todos los romances. La desesperación por estar con alguien, de ver la cara de la persona amada, volverse loco por el color de unos ojos. Y, sobre todo, tenía una cara que recordar cada vez que oyera una canción de amor.
¿No sería aquel día el primero de un futuro maravilloso? Sí, podría serlo.
Lali sonrió de nuevo. Entonces volvió a escuchar aquel ruidito. Era un murmullo, como el de dos amantes. Pero no lo era. Parecía alguien diciéndole cosas a un niño... Entonces entendió. Y cuando se dio la vuelta en la cama y vio la imagen que había frente a ella, su corazón se encogió.
Se le hizo un nudo en la garganta al ver a Peter sentado en la mecedora, con Allegra en brazos.
Entonces se le ocurrió pensar que Peter Lanzani era el único hombre al que quería ver con su hija en brazos. Por supuesto, su suegro y sus hermanos también abrazaban a la niña... pero aquello era diferente.
Deseando poder pintar o esculpir aquella escena, o al menos poder hacer una fotografía que guardaría para siempre, Lali apoyó la cabeza en la almohada y se quedó mirando, en silencio.
Peter estaba acariciando el pelito de la niña con una sonrisa en los labios.

—Eres preciosa —le decía en voz baja—. ¿ Quieres ser mi niña? ¿ Te gustaría? 

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