martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 35

—¿ Qué vamos a hacer?
—Tú no vas a hacer nada. Yo voy a salir para hablar con ese idiota.
En ese instante, la idea del héroe y todo lo demás cayó por su propio peso. Peter no podía salir para enfrentarse solo con aquel mafioso.
—Espera un momento. No puedes ir solo.
—No pensarás que voy a mandar a mi madre.
—Eso seguro — intervino Claudia Lanzani.
—Y tú tampoco —dijo Peter.
—Ha venido por mí. Yo hablaré con él —afirmó Lali.
Palabras valientes para una mujer que estaba dándole el pecho a su hija.
—Tú no te mueves de aquí. Además, conociendo a Bobby Jean, seguro que con quien quiere hablar es conmigo.
—A mí me parece que quiere hablar con los dos — dijo Claudia.
—¿Por qué no haces un café, mamá? Yo creo que nos vendría bien a todos.
—También nos vendría bien un chaleco antibalas — replicó su madre.
Dejando escapar un suspiro, Peter se volvió hacia Lali.
—Tengo que ir yo solo. Vosotras dos no podéis hacer nada contra una panda de mafiosos.
—Y tú solo eres un hombre, Peter, pero estás actuando como lo haría mi marido. Solo nos falta la manada de bueyes.
—¿Bueyes? —preguntó Claudia.
—Es una historia muy larga. ¿Cómo que actúo como Él?
—¿Quién es Él? —volvió a preguntar Claudia.
—El padre de Allegra—contestó Lali.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como cuchillos.
—¿El padre de Allegra? ¿Tú no eres el padre de Allegra?
—No, mamá. El padre de la niña es el marido de Lali. Difunto marido. Murió en el Tíbet, aplastado por una manada de bueyes.
Claudia miró de uno a otro, sin entender.
—Entonces, me has mentido.
—No, mamá. Te conté la verdad, pero tú no quisiste creerme.
—¿Y ahora tengo que creerme esa historia de los bueyes? ¿El día cuatro de julio, con un montón de mafiosos delante de mi casa?
Peter se volvió hacia Lali.
—Díselo tú.
—Es cierto. Mi marido murió aplastado por una manada de bueyes y Peter no es el padre de Allegra. Y no estamos casados.
—Estáis mintiendo. La niña se parece a Peter y los dos lleváis una alianza. ¿Cómo se explica eso?
—Lo hicimos para engañar a Bobby Jean.
Y entonces los tres recordaron que el marido de Bobby Jean estaba en la puerta, seguramente  armado hasta los dientes.
—Pero hijo...
—Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora voy a salir y...
—De eso nada —lo interrumpió Lali.
—Tengo que hacerlo.
—No pienso dejar que pongas tu vida en peligro sin pensar en la gente que te quiere. Estoy harta de eso. Y si sales a hablar con ese hombre, meto a la niña en el coche y me voy a mi casa — replicó ella, furiosa.
Justo en ese momento, Allegra decidió que estaba llena. Lali se cubrió pudorosamente y colocó a la niña sobre su hombro para darle unos golpecitos en la espalda. Cuando eructó, Claudia y ella se miraron, contentas. Un trabajo bien hecho.
—Que no estáis casados... —murmuró la mujer.
—No lo estamos, mamá —insistió Peter. Después se volvió hacia Lali—. ¿De qué tienes miedo? Y no me refiero al mafioso que está en la puerta.

—Yo tampoco. Pero tengo la impresión de que está repitiéndose la historia.
No podía contar con él porque nunca estaba a mi lado. No pude contar con él cuando mi padre sufrió un infarto, ni cuando mi hermano presentó su candidatura para alcalde. Tengo miedo de que, como mi difunto marido, hagas alguna locura y me dejes completamente sola. 

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