—¿ Qué vamos a hacer?
—Tú no vas a hacer nada.
Yo voy a salir para hablar con ese idiota.
En ese instante, la idea
del héroe y todo lo demás cayó por su propio peso. Peter no podía salir para
enfrentarse solo con aquel mafioso.
—Espera un momento. No
puedes ir solo.
—No pensarás que voy a
mandar a mi madre.
—Eso seguro — intervino
Claudia Lanzani.
—Y tú tampoco —dijo Peter.
—Ha venido por mí. Yo
hablaré con él —afirmó Lali.
Palabras valientes para
una mujer que estaba dándole el pecho a su hija.
—Tú no te mueves de aquí.
Además, conociendo a Bobby Jean, seguro que con quien quiere hablar es conmigo.
—A mí me parece que
quiere hablar con los dos — dijo Claudia.
—¿Por qué no haces un
café, mamá? Yo creo que nos vendría bien a todos.
—También nos vendría bien
un chaleco antibalas — replicó su madre.
Dejando escapar un
suspiro, Peter se volvió hacia Lali.
—Tengo que ir yo solo. Vosotras
dos no podéis hacer nada contra una panda de mafiosos.
—Y tú solo eres un
hombre, Peter, pero estás actuando como lo haría mi marido. Solo nos falta la
manada de bueyes.
—¿Bueyes? —preguntó
Claudia.
—Es una historia muy
larga. ¿Cómo que actúo como Él?
—¿Quién es Él?
—volvió a preguntar Claudia.
—El padre de Allegra—contestó Lali.
Sus palabras quedaron
suspendidas en el aire, como cuchillos.
—¿El padre de Allegra? ¿Tú
no eres el padre de Allegra?
—No, mamá. El padre de la
niña es el marido de Lali. Difunto
marido. Murió en el Tíbet, aplastado por una manada de bueyes.
Claudia miró de uno a
otro, sin entender.
—Entonces, me has
mentido.
—No, mamá. Te conté la
verdad, pero tú no quisiste creerme.
—¿Y ahora tengo que
creerme esa historia de los bueyes? ¿El día cuatro de julio, con un montón de
mafiosos delante de mi casa?
Peter se volvió hacia
Lali.
—Díselo tú.
—Es cierto. Mi marido
murió aplastado por una manada de bueyes y Peter no es el padre de Allegra. Y no
estamos casados.
—Estáis mintiendo. La
niña se parece a Peter y los dos lleváis una alianza. ¿Cómo se explica eso?
—Lo hicimos para engañar
a Bobby Jean.
Y entonces los tres
recordaron que el marido de Bobby Jean estaba en la puerta, seguramente armado hasta los dientes.
—Pero hijo...
—Ya hablaremos de eso más
tarde. Ahora voy a salir y...
—De eso nada —lo
interrumpió Lali.
—Tengo que hacerlo.
—No pienso dejar que
pongas tu vida en peligro sin pensar en la gente que te quiere. Estoy harta de
eso. Y si sales a hablar con ese hombre, meto a la niña en el coche y me voy a
mi casa — replicó ella, furiosa.
Justo en ese momento,
Allegra decidió que estaba llena. Lali se cubrió pudorosamente y colocó a la
niña sobre su hombro para darle unos golpecitos en la espalda. Cuando eructó,
Claudia y ella se miraron, contentas. Un trabajo bien hecho.
—Que no estáis casados...
—murmuró la mujer.
—No lo estamos, mamá
—insistió Peter. Después se volvió hacia Lali—. ¿De qué tienes miedo? Y no me
refiero al mafioso que está en la puerta.
—Yo tampoco. Pero tengo
la impresión de que está repitiéndose la historia.
No podía contar
con él porque nunca estaba a mi lado. No pude contar con él cuando mi padre
sufrió un infarto, ni cuando mi hermano presentó su candidatura para alcalde.
Tengo miedo de que, como mi difunto marido, hagas alguna locura y me dejes
completamente sola.
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