lunes, 5 de agosto de 2013

Capítulo 31

—No estaba defendiéndome. Te estaba defendiendo a ti.
—Ah, es cierto. Y aún no te he dado las gracias. La verdad es que Bobby Jean me estaba dejando sin respiración. Y pelear por algo justo, es bueno.
—Es posible —murmuró ella—. Pero sigue siendo algo espantoso. No sabía que pudiera pegarle a una persona.
—Todos somos capaces, si las circunstancias lo exigen. Y tú pensaste que debías defenderme —sonrió Peter.
—Estás muy contento contigo mismo, ¿no? Él no podía dejar de mirarla. Tan pequeña, tan aparentemente frágil, tan elegante... y se había liado a tortas por él.
Hasta entonces pensaba que su pueblo, su familia y sus amigos la disgustarían, pero Lali se había puesto de su lado. Eso era cierto, pero ¿podría mantener una relación con ella? Eran tan diferentes... Sin embargo, cada vez que la miraba, su corazón se ponía a latir como loco.
—No me mires así. Ya te he dicho que lo siento. Te he dejado en ridículo delante de tus amigos.
—¿En ridículo? Pero si me has convertido en un héroe. Ahora todo el mundo sabe que mi mujer es una leona. Aunque debería enseñarte a pegar. De la forma que lo hiciste, Bobby Jean podría haberte dado un puñetazo en el estómago —dijo Peter entonces—. Tienes que poner los puños así, ¿ves?
—¿ Te estás riendo de mí?
—¿Reírme de ti, Mike Tyson Esposito? De eso nada. Te he visto en acción y eres un peligro, cariño.
—No digas eso —murmuró ella, mirando su mano—. Mira, me he hecho daño en los nudillos.
Saltando ante la oportunidad de tocarla, Peter tomó su mano.
—Sí, es verdad. Están un poco despellejados. Debe de ser por los dientes de Bobby Jean. ¿Te has puesto la inyección del tétano?
—¡Peter!
—Era una broma, mujer.
—Ya, claro. Pero Bobby Jean me ha denunciado y... ¿qué voy a hacer? No puedo ir a la cárcel.
—Claro que no. No te imagino con un traje de rayas.
—No estás ayudando nada...
—Perdona, perdona — murmuró él, tomándola en sus brazos. Su pulso se aceleró... y no fue lo único—. No te preocupes. Seguro que mañana  Bobby Jean se habrá calmado y retirará la denuncia.
Lali asintió sin decir nada. Y en lo único que Peter podía pensar era en el olor de su pelo, en lo cálida que era, en cómo le gustaba tenerla en sus brazos.
De repente, ella levantó la cabeza. Tenía los labios entre abiertos y era una invitación imposible de resistir...
—No —dijo Lali entonces. Él se echó hacia atrás, avergonzado—. No creo que retire la denuncia. Le he pegado un puñetazo delante de todo el pueblo. Yo creo que espera que me metan en la cárcel de por vida.
Peter no sabía si reír o llorar. O abandonar, sencillamente.
Eran casi las tres de la mañana, la tenía en sus brazos y eran dos adultos que se sentían atraídos el uno por el otro...
Entonces se regañó a sí mismo. Él pensando en el dormitorio y la pobre Lali con un susto de muerte por la denuncia de Bobby Jean. Lo que tenía que hacer era ayudarla, no ser tan egoísta. Al menos entonces podrían dormir un poco.
—No te preocupes, de verdad. Puedo llamar a Agustin Sierra, un amigo mío que es abogado. O mejor, podría intentar hablar con Bobby Jean para convencerla de que retire la denuncia.
Lali se apartó entonces de un salto.
—No pienso dejar que vayas a verla solo. ¿Retirar la denuncia? ¡Ja! Lo que quiere es bajarte los pantalones. Y entonces tendré que pegarle otra vez.
Peter la miró, atónito. Estaba celosa. Era un hombre afortunado.
—Aunque ella quiera que me los baje, no pienso hacerlo. Aunque estaría dispuesto a entregarle mi cuerpo si así te dejara en paz.
Lali arqueó las cejas.
—Seguro que sí.
Peter hubiera deseado hacerle el amor allí mismo. Era tan rica, tan guapa... Le hacía desear reírse, cantar y gritar al mismo tiempo. ¿Podía ser peor?
—No me interesa nada Bobby Jean.
—Eso espero. Ah, por cierto, no te he dado las gracias por amenazar a tu amigo Dalmau con darle una paliza si no me sacaba de la celda. Ha sido un detalle.
—Solo intentaba estar a tu altura. Tú te has pegado con Bobby Jean por mí y yo tenía que pegarme con alguien por ti. Gracias otra vez por defender mi honor delante de todo el mundo. Has dejado mi reputación brillante como el oro...
—Calla, tonto —rió ella.

—No, en serio. Tú tan guapa, tan rubia, tan fina... contra Bobby Jean, que es como un tanque. Me he sentido orgulloso de ti. Esa es mi chica, pensaba. 

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