—Ha llegado Bobby Jean, ¿
verdad?
—Radiante, como siempre.
Y sola —contestó Claudia, volviéndose hacia su nuera—. Vamos, ve a salvar a tu
marido.
—¿Mi marido? Ah, sí,
claro —murmuró ella.
Afortunadamente, Claudia no había registrado su despiste.
—Vamos, ¿a qué esperas?
—¿ Y qué se supone que
debo hacer para salvarlo?
—Eres una mujer, piensa
en algo. Sal ahí y dile a esa Bobby Jean quién eres.
—Ya voy —murmuró Lali,
aunque no tenía ni idea de qué se esperaba de ella.
—Espera, tengo que
decirte una cosa. Yo pensaba que Bobby Jean y Peter staban hechos el uno para
el otro, pero me equivoqué. Bobby Jean es como una niña, pero también puede ser
un animal. Si huele el miedo, se lanzará a tu garganta. Es igual que su madre.
Tiene una lengua viperina y no le da miedo usarla para hacer daño —dijo Claudia, tomándola del brazo—. Tienes que detenerla.
Por Dios bendito. «Tienes
que detenerla».
Temblando de miedo por
tener que hacer algo posiblemente humillante, además de peligroso. Lali estiró
su elegante vestido texano.
—¿ Cómo estoy? —
preguntó, pasándose una mano por el pelo.
Se sentía más como una
boxeadora que como una mujer celosa de su marido.
—Estás muy guapa —dijo
Claudia—. Mírala a los ojos, hija. Toma a Peter del brazo y sonríe mucho. Sé muy
dulce para que todo el mundo vea el contraste entre ella y tú. Venga, sal ahí,
campeona.
Nadie en toda la historia
se había sentido menos como una campeona. Con las piernas temblorosas, Lali pasó
entre la gente, que le hacía sitio como se lo harían a un campeón de boxeo. Por
lo visto, estaban deseando ver lo que iba a pasar.
Y quizá ella no era la
favorita en la pelea, pero pensaba enfrentarse a Bobby Jean con la cabeza bien
alta.
Entonces vio a Peter de
espaldas y tras él, lo que parecía una mutación. Era una melena roja tan alta
como una tarta. Debía ser la melena de Bobby Jean. Que además de tener mucho
pelo, era un pulpo. Porque tenía no solo los brazos sino las piernas alrededor
del cuerpo de su marido... bueno, de Peter. Y lo estaba besando. Mucho. Por el
ruido, se lo estaba comiendo vivo.
Era algo desagradable de
presenciar. Muy irritante. Y humillante. Después de todo, la gente del pueblo
pensaba que Peter y ella estaban casados de verdad.
No le gustaba un pelo el
asunto. Ni la competencia. Pelo rojo, piel blanca, un vestido que dejaba poco a
la imaginación, tacones de aguja...
Pero le daba igual.
Aunque hubiera sido una supermodelo. Peter era suyo y...
Lali se detuvo. Peter no
era suyo. Todo aquello era un juego.
Pero el asunto era que
Bobby Jean Diamante no podía estar besándolo como si quisiera dejarlo sin aire.
Porque Peter no era su marido, pero podría serlo. Y eso era lo importante. No el
matrimonio ni la relación, sino el potencial para ello.
Así de decidida, Lali se
dispuso a soltar a Peter de sus garras. Tenía que salvarle la vida, ¿no? Y, en
su opinión, parecía que su vida y su reputación necesitaban ser salvadas
inmediatamente.
Aunque iba a necesitar
valor, tenía que hacer algo. No sabía qué, pero algo. Iba a terminar con
aquella telenovela en un momento.
Colocándose al lado de la
pelirroja, le dio un golpecito en el brazo.
—Perdone, señorita —dijo
con su mejor tono de colegio carísimo. Esperó, pero no hubo respuesta. La
pelirroja no se movió—. Perdone. Si no le importa, me gustaría hablar con mi
marido.
Lali oía los susurros de
la gente, las risitas, pero eso no la detuvo.
Peter no estaba
devolviendo el beso, sino intentando apartarse, pero Lali estaba segura de que
no podrían apartarlo de aquella fiera ni los bomberos.
Entonces miró alrededor,
buscando ayuda. Pero nadie iba a ayudarla. Solo Claudia, que la animaba con
gestos desde el otro lado del salón de actos.
Volvió a tocar el brazo de
la pelirroja, aquella vez asegurándose de clavarle la uña.
—Perdona, Bobby Jean. Ya
veo que estás ocupada, pero debo recordarte que el hombre al que estás besando
es mi marido. Y te agradecería que no siguieras sobándolo, bonita.
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