martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 36

Peter se sentó al borde de la cama y acarició su pelo.
—Yo no soy Él y no pienso hacer ninguna locura. Solo quiero hablar con ese hombre.
—¿ Y si no ha venido solo a hablar? ..
—No lo sabremos hasta que salga, ¿no?
—Pero yo quiero ir contigo. De verdad. Me sentiré mejor si estamos juntos. Nunca pude estar al lado de Él y quiero estar a tu lado. Siempre, en todas las ocasiones. Tengo que hacerlo, Peter. Tengo que saber que confías en mí.
Lali lo miró a los ojos y vio que él dejaba escapar un suspiro.
—Yo solo quiero protegerte.
—Lo sé. Y yo siento lo mismo por ti. Eso es lo que nos ha metido en este lío.
—No puedo discutir contigo —sonrió Peter—. Dame a Allegra, anda. Vístete y después iremos a hablar con ese matón. Ven aquí, cariño. La abuela Lanzani te va a cuidar y...
—¿Lo ves? La abuela Lanzani. Claro que estáis casados.
—Muy bien, mamá. Estamos casados, lo que tú quieras. Pero llévate a la niña a la cocina y no salgas hasta que yo te lo diga.
La madre de Peter levantó una ceja.
—Yo no lo he criado para que fuera tan mandón. No dejes que se salga con la suya, Lali. —No lo haré.
Aparentemente satisfecha, Claudia se colocó el matamoscas bajo el brazo.
—Ven aquí, chiquitina. Estos padres tuyos quieren hacerme creer que no eres mi nieta... qué bobos. Pero si eres igualita que tu papá.
Después de decir eso, salió de la habitación y Lali se levantó de la cama.
Sin decir una palabra Peter le dio la bata y, mientras la abrochaba, se sentía como un caballero poniéndose la armadura. En aquel momento deseaba tenerla, desde luego. Y lanzas. Y ballestas.
Pero había aprendido una lección: darle un puñetazo a alguien sin pensar no era lo mismo que disponerse al ataque... sabiendo que se estaba en desventaja.
Lali apretó la mano de Peter, haciendo un esfuerzo para no saltar por la ventana y salir corriendo hacia la autopista.
—¿Preparada?
—Preparada.
—Muy bien. Vamos, campeona.
Después de eso salieron al pasillo, cuyas paredes estaban cubiertas por fotografías de Peter recién nacido, de niño, de adolescente, de joven y con el mono del equipo de carreras.
—Te quiero, Lali— murmuró él—. Por si acaso no puedo decírtelo más tarde.
—Yo también te quiero —sonrió ella.
—Estupendo —dijo Peter, respirando profundamente antes de abrir la puerta—. ¿Querían hablar... ?
No terminó la frase. Lali asomó la cabeza y vio que delante de la casa no había nadie. Ni matones, ni limusina ni nada.
—¿Dónde están?
—No lo sé. Pero no creo que mi madre se lo haya inventado.
—A lo mejor han pensado que no había nadie en casa.
—Es posible. Y podrían volver en cualquier momento.
—Tienes razón. ¿Ahora qué hacemos?
—Habrá que idear un plan —murmuró él, como si se enfrentara todos los días con la mafia.
Lali dejó escapar un gemido.
—Es horrible. Hoy es el día más maravilloso de mi vida y vamos a morir todos.


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