Peter se sentó al borde de
la cama y acarició su pelo.
—Yo no soy Él y no
pienso hacer ninguna locura. Solo quiero hablar con ese hombre.
—¿ Y si no ha venido solo
a hablar? ..
—No lo sabremos hasta que
salga, ¿no?
—Pero yo quiero ir
contigo. De verdad. Me sentiré mejor si estamos juntos. Nunca pude estar al lado
de Él y quiero estar a tu lado. Siempre, en todas las ocasiones. Tengo que
hacerlo, Peter. Tengo que saber que confías en mí.
Lali lo miró a los ojos
y vio que él dejaba escapar un suspiro.
—Yo solo quiero
protegerte.
—Lo sé. Y yo siento lo mismo
por ti. Eso es lo que nos ha metido en este lío.
—No puedo discutir
contigo —sonrió Peter—. Dame a Allegra, anda. Vístete y después iremos a hablar
con ese matón. Ven aquí, cariño. La abuela Lanzani te va a cuidar y...
—¿Lo ves? La abuela
Lanzani. Claro que estáis casados.
—Muy bien, mamá. Estamos
casados, lo que tú quieras. Pero llévate a la niña a la cocina y no salgas
hasta que yo te lo diga.
La madre de Peter levantó
una ceja.
—Yo no lo he criado para
que fuera tan mandón. No dejes que se salga con la suya, Lali. —No lo haré.
Aparentemente satisfecha,
Claudia se colocó el matamoscas bajo el brazo.
—Ven aquí, chiquitina.
Estos padres tuyos quieren hacerme creer que no eres mi nieta... qué bobos.
Pero si eres igualita que tu papá.
Después de decir eso,
salió de la habitación y Lali se levantó de la cama.
Sin decir una palabra
Peter le dio la bata y, mientras la abrochaba, se sentía como un caballero
poniéndose la armadura. En aquel momento deseaba tenerla, desde luego. Y
lanzas. Y ballestas.
Pero había aprendido una
lección: darle un puñetazo a alguien sin pensar no era lo mismo que disponerse
al ataque... sabiendo que se estaba en desventaja.
Lali apretó la mano de
Peter, haciendo un esfuerzo para no saltar por la ventana y salir corriendo
hacia la autopista.
—¿Preparada?
—Preparada.
—Muy bien. Vamos,
campeona.
Después de eso salieron
al pasillo, cuyas paredes estaban cubiertas por fotografías de Peter recién
nacido, de niño, de adolescente, de joven y con el mono del equipo de carreras.
—Te quiero, Lali—
murmuró él—. Por si acaso no puedo decírtelo más tarde.
—Yo también te quiero
—sonrió ella.
—Estupendo —dijo Peter,
respirando profundamente antes de abrir la puerta—. ¿Querían hablar... ?
No terminó la frase.
Lali asomó la cabeza y vio que delante de la casa no había nadie. Ni matones,
ni limusina ni nada.
—¿Dónde están?
—No lo sé. Pero no creo
que mi madre se lo haya inventado.
—A lo mejor han pensado
que no había nadie en casa.
—Es posible. Y podrían
volver en cualquier momento.
—Tienes razón. ¿Ahora qué
hacemos?
—Habrá que idear un plan
—murmuró él, como si se enfrentara todos los días con la mafia.
Lali dejó escapar un
gemido.
—Es horrible. Hoy es el
día más maravilloso de mi vida y vamos a morir todos.
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