El fin de semana pasó,
pero no fue en absoluto tranquilo. Lali tenía tantos problemas que se
preguntaba si podrían ir a peor.
Justo antes de la hora
de la comida del lunes, cuando tenía que reunirse con Haynes, puso una excusa
para dejar la oficina, encontró a un vagabundo en el parque y le entregó una
fotografía de Haynes junto con un sobre y una nota que decía:
Necesito tiempo, no puedo pagar tanto dinero de una vez. Me reuniré
contigo aquí dentro de un mes justo, con diez mil dólares. Hablaremos de nuevo
entonces.
La campaña de
intimidación de Haynes comenzó al día siguiente. La llamó al trabajo y estuvo
merodeando fuera del café donde ella iba a recoger la comida para los dos.
Todas las amenazas iban dirigidas hacia la seguridad de su marido.
Lali cambió su rutina.
Se mantuvo alejada de sus lugares habituales. Se negó a recibir llamadas en el
trabajo a no ser que reconociera el nombre de la persona.
Cuando pasó el mes, en
el día señalado, le pagó a Haynes los diez mil dólares. Él tomó el dinero,
pero estaba furioso porque Lali no le había pagado todo el dinero.
Ella cometió el error de
rogar por la seguridad de su marido y él lo utilizó. En seis días, Haynes
esperaba recibir los sesenta y cinco mil dólares restantes o la vida de Peter
correría peligro.
Lali deseaba poder
decírselo todo a Peter. Confesar y pedirle ayuda. Pero, si lo hacía, sabría que
había estado engañándolo desde el principio. La sacaría de su vida y entonces
Haynes tendría total acceso a él. Y Haynes estaba tan furioso que Lali no
dudaba que llevase a cabo su amenaza de matar a Peter.
No podía arriesgarse.
Sacaría todo el dinero que pudiera para pagarle. Lo convencería para pagarle
cantidades más pequeñas durante más tiempo y también de que no hiciera daño a Peter,
jamás.
Al menos tenía un plan,
pero las largas horas velando por la seguridad de Peter y toda la ansiedad se
estaban cobrando su precio. Llevaba cuatro días físicamente enferma por la
preocupación.
Como consecuencia, su
estómago comenzó a arderle. Si alguien le hubiese dicho que podía llegar a
vomitar de la preocupación, se habría reído, pero había ocurrido. Hasta ese
momento le había ocultado lo peor a Peter, pero ese esfuerzo también la estaba
agotando.
Ese día estaban los dos
en el jardín a la luz del sol, ocupándose de las flores. Lali se sentía
agradecida por esa oportunidad para relajarse.
—Me siento terriblemente
culpable dejándote a ti hacer todo el trabajo duro mientras yo me siento aquí a
observar —dijo ella desde la silla en la que estaba sentada mientras se
abanicaba.
—No tienes por qué
sentirte culpable. Tú has estado ocupándote durante mucho tiempo. Cuando te
recuperes totalmente de esa gripe, yo demandaré todos mis derechos de
esclavitud.
—Oh. Como si fuera yo a
ser tu esclava.
La teoría de la gripe
era tan buena como cualquier otra. Por esa razón, cuando él la había sugerido,
ella había dicho que se trataba de eso.
—¿Ni siquiera aunque te
pidiera que hicieras tus deberes en el jacuzzi? ¿Qué me frotaras la espalda? ¿Qué
me llevaras champán? Eso no sería tan horrible, ¿verdad?
—Supongo que también
esperarías fresas —dijo ella sin pensar, y su corazón dio un vuelco al recordar
su primera visita a aquel lugar, cuando Peter le había mostrado el balcón y
ella había soltado todas esas ideas—. Pero el jacuzzi no está listo todavía.
Nos dijeron que esperáramos unos días para comprobar que los bordes se
adaptaban correctamente.
—Sí, lo sé —dijo él
mientras metía la última planta en tierra para regarla después con la manguera—.
Échale la culpa al día caluroso y al ejercicio. La idea de hundirme hasta el
cuello en agua fría me parece sumamente apetecible en este momento —se levantó
y añadió—. ¿Qué es lo que te haría sentir bien ahora mismo? ¿Una copa? ¿Un
helado? Tiene que haber algo. Dímelo.
«Tu seguridad y un
beso», pensó ella, recordando que habían compartido mucho más que besos en las
últimas semanas.
—Sorbete de fruta —dijo
finalmente—. Quizá tomase algo de zumo cuando entremos dentro.
—O quizá podamos salir y
comprar sorbete —dijo él levantándola de la silla para abrazarla.
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