El contacto fue
amistoso, tierno, dulce. Él era muchas cosas que Lali jamás había imaginado
poder llegar a conocer. Justo en ese momento, mientras la miraba, pudo ver que
en sus ojos brillaba el buen humor, y algo más que no podía distinguir.
—Dame un par de minutos
para lavarme y cambiarme de zapatos —dijo él, y nos iremos.
Ella no podía rogarle
que se quedara en casa, donde sentía que podía protegerlo, pero estaría
vigilándolo.
—De acuerdo —dijo ella,
y para cuando comenzó a seguirlo, él ya estaba a medio camino hacia la casa—.
¿Dónde vamos exactamente? No estoy segura de donde podremos encontrar sorbete
por aquí.
—Ya se nos ocurrirá algo
—dijo Peter encogiéndose de hombros.
Cumpliendo con su
palabra, estuvo listo en pocos minutos, con unos mocasines casi iguales a los
que ella llevaba y una camisa que se ajustaba a la perfección sobre su pecho
musculoso.
Ella conocía muy bien
ese pecho, sabía lo firme y sólido que era y cómo el corazón que había debajo
llegaba a latir cuando su deseo por ella era mayor.
Lali tuvo que contener
un gemido y tratar de pensar en otra cosa. La calle estaba tranquila y no se
veía ningún coche fuera. Lali quería protegerlo a toda costa, pero tuvo que
obligarse a parecer tranquila.
Cuando llegaron al
garaje doble, él abrió otra puerta diferente a la habitual, dejando ver un
deportivo verde oscuro en su interior. Ella se echó atrás sorprendida, pero
luego se adelantó para examinar el vehículo.
—Vaya. Es un coche increíble.
¿De quién es? ¿De dónde ha salido?
Peter simplemente la
miró con una sonrisa. Tras un momento comenzó a reírse y le tomó la mano,
colocando en ella un juego de llaves.
—Sorpresa. Es tuyo. De
mi parte. Espero que te guste de verdad.
¿Le estaba regalando un
coche? ¿Así, sin más? Cada vez que pensaba que había llegado al límite, la
sorprendía con algo más. No estaba segura de cuántas sorpresas más podría
aguantar.
—No habías dicho ni una
palabra de esto —dijo ella sin saber qué decir. Lo miró y luego se quedó
mirando el deportivo—. No puedes comprarme un coche.
—Sí. Puedo. Es tan fácil
como salir a comprar sorbete en un sábado soleado. Ésa es la idea de una
sorpresa, por cierto. Mantenerlo en secreto hasta que llegue el momento. Entra —dijo
señalando el asiento del conductor—. Vamos a hacerle el rodaje.
Lentamente, Lali entró
en el coche, se abrochó el cinturón de seguridad, localizó el claxon, los
limpiaparabrisas, etcétera. En medio de todo eso se giró hacia él y dijo:
—Peter…
—Lo sé. Soy un gran tipo
y estás muy contenta de haberte casado conmigo —contestó él justo antes de
darle un suave beso—. Yo también estoy contento de haberme casado contigo.
Más dinero gastado en
ella. Más culpa con la que cargar a sus espaldas. Para tratar de ignorar el dolor
que sentía, puso el coche en marcha y lo sacó del garaje.
—Bueno, vamos a comprar
sorbete —dijo—. ¿Qué camino debemos seguir?
Mientras conducía camino
de la ciudad, miraba constantemente a los coches que había a su alrededor,
comprobando que Haynes no estuviera siguiéndolos. Finalmente llegaron a salvo y
aparcó el coche aliviada.
Salieron y comenzaron a
caminar. Lali se mantenía alerta mientras Peter la guiaba hasta un restaurante
tranquilo. Cuando entraron y vio la elegancia del lugar, levantó las cejas
asombrada y miró a Peter.
—Ni siquiera estoy
segura de que nos dejen entrar aquí. No vamos vestidos para la ocasión.
En realidad había muy
pocos clientes. La multitud de la hora de la comida hacía tiempo que se había
marchado, y los de la cena todavía no habían empezado a llegar.
Cuando se hubieron
sentado, alejados de los ventanales de la entrada, Lali sonrió a Peter, sentado
al otro lado de la pequeña mesa.
—Ha sido mi camisa de
falsa seda la que ha hecho que nos dejen entrar. Yo estoy preparada para suplir
tu falta de elegancia.
—¿Estás diciendo que no
ha sido por mi encantadora sonrisa? —preguntó él, y le dirigió dicha sonrisa a
la camarera que se acercaba. La chica enseguida se sonrojó.
—Sorbete de melocotón,
por favor —dijo Lali cuando la chica le preguntó.
—Yo tomaré lo mismo,
gracias —dijo Peter.
Cuando la chica se hubo
marchado, Lali sacudió la cabeza y dijo:
—Eso no ha sido muy
agradable. Tu sonrisa es letal, lo sabes. Utilizándola con ella probablemente
la hayas dejado tartamudeando.
—Eres buena para mí, Lali
—dijo él tras unos segundos—, ¿pero no se te ha ocurrido pensar que, a lo
mejor, sobreestimas mis encantos?
Ella comenzó a reírse y
luego se dio cuenta de que hablaba en serio.
—Eres un hombre muy
atractivo, Peter, y lo digo en serio. Cuando sonríes de esa manera, me quedo
sin opciones. Me derrito a tus pies. Así de simple. Confía en mí. Sé de lo que
hablo.
Lali no había pretendido
llevar la conversación a un nivel tan sensual, pero la oscuridad en los ojos de
Peter y su propia respiración entrecortada confirmaron que había ocurrido.
Con un esfuerzo tomó
aliento y trató de controlar sus emociones. Estaba enamorada de ese hombre, y
según iban pasando las semanas, él también parecía acercarse más a ella.
Pero había demasiadas
cosas entre ellos. Demasiadas mentiras. Peter valoraba la honestidad y la
claridad, y de ella no había obtenido ninguna de las dos cosas desde el
principio. Y nunca la amaría. Jamás.
—No soy más interesante
que cualquier otro hombre.
—Supongo que eso es
verdad —dijo ella tratando de concentrarse en la conversación. ¿Cómo podría
describir su atractivo? Quizá el hecho de estar enamorada de él colaboraba.
—Tu carácter se revela
en tu sonrisa, en tus expresiones. Eres fuerte, amable, generoso, y eso se
nota. Mira el modo en que me has malcriado estos últimos diez días.
—Vale la pena malcriarte
—dio él levantándole la mano para besarle los dedos.
Para ser un hombre que
no creía en el amor, se le daba bastante bien hacer que se sintiera deseada.
Los sorbetes llegaron y
ella tomó aliento, liberando la mano lentamente y volviendo a la
conversación sobre el asunto del coche. Peter pareció sentir su necesidad de
aclarar las cosas y enseguida se adaptó al nuevo tema.
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