miércoles, 8 de enero de 2014

Capítulo 48

El contacto fue amistoso, tierno, dulce. Él era muchas cosas que Lali jamás había imaginado poder llegar a conocer. Justo en ese momento, mientras la miraba, pudo ver que en sus ojos brillaba el buen humor, y algo más que no podía distinguir.
—Dame un par de minutos para lavarme y cambiarme de zapatos —dijo él, y nos iremos.
Ella no podía rogarle que se quedara en casa, donde sentía que podía protegerlo, pero estaría vigilándolo.
—De acuerdo —dijo ella, y para cuando comenzó a seguirlo, él ya estaba a medio camino hacia la casa—. ¿Dónde vamos exactamente? No estoy segura de donde podremos encontrar sorbete por aquí.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Peter encogiéndose de hombros.
Cumpliendo con su palabra, estuvo listo en pocos minutos, con unos mocasines casi iguales a los que ella llevaba y una camisa que se ajustaba a la perfección sobre su pecho musculoso.
Ella conocía muy bien ese pecho, sabía lo firme y sólido que era y cómo el corazón que había debajo llegaba a latir cuando su deseo por ella era mayor.
Lali tuvo que contener un gemido y tratar de pensar en otra cosa. La calle estaba tranquila y no se veía ningún coche fuera. Lali quería protegerlo a toda costa, pero tuvo que obligarse a parecer tranquila.
Cuando llegaron al garaje doble, él abrió otra puerta diferente a la habitual, dejando ver un deportivo verde oscuro en su interior. Ella se echó atrás sorprendida, pero luego se adelantó para examinar el vehículo.
—Vaya. Es un coche increíble. ¿De quién es? ¿De dónde ha salido?
Peter simplemente la miró con una sonrisa. Tras un momento comenzó a reírse y le tomó la mano, colocando en ella un juego de llaves.
—Sorpresa. Es tuyo. De mi parte. Espero que te guste de verdad.
¿Le estaba regalando un coche? ¿Así, sin más? Cada vez que pensaba que había llegado al límite, la sorprendía con algo más. No estaba segura de cuántas sorpresas más podría aguantar.
—No habías dicho ni una palabra de esto —dijo ella sin saber qué decir. Lo miró y luego se quedó mirando el deportivo—. No puedes comprarme un coche.
—Sí. Puedo. Es tan fácil como salir a comprar sorbete en un sábado soleado. Ésa es la idea de una sorpresa, por cierto. Mantenerlo en secreto hasta que llegue el momento. Entra —dijo señalando el asiento del conductor—. Vamos a hacerle el rodaje.
Lentamente, Lali entró en el coche, se abrochó el cinturón de seguridad, localizó el claxon, los limpiaparabrisas, etcétera. En medio de todo eso se giró hacia él y dijo:
—Peter…
—Lo sé. Soy un gran tipo y estás muy contenta de haberte casado conmigo —contestó él justo antes de darle un suave beso—. Yo también estoy contento de haberme casado contigo.
Más dinero gastado en ella. Más culpa con la que cargar a sus espaldas. Para tratar de ignorar el dolor que sentía, puso el coche en marcha y lo sacó del garaje.
—Bueno, vamos a comprar sorbete —dijo—. ¿Qué camino debemos seguir?
Mientras conducía camino de la ciudad, miraba constantemente a los coches que había a su alrededor, comprobando que Haynes no estuviera siguiéndolos. Finalmente llegaron a salvo y aparcó el coche aliviada.
Salieron y comenzaron a caminar. Lali se mantenía alerta mientras Peter la guiaba hasta un restaurante tranquilo. Cuando entraron y vio la elegancia del lugar, levantó las cejas asombrada y miró a Peter.
—Ni siquiera estoy segura de que nos dejen entrar aquí. No vamos vestidos para la ocasión.
En realidad había muy pocos clientes. La multitud de la hora de la comida hacía tiempo que se había marchado, y los de la cena todavía no habían empezado a llegar.
Cuando se hubieron sentado, alejados de los ventanales de la entrada, Lali sonrió a Peter, sentado al otro lado de la pequeña mesa.
—Ha sido mi camisa de falsa seda la que ha hecho que nos dejen entrar. Yo estoy preparada para suplir tu falta de elegancia.
—¿Estás diciendo que no ha sido por mi encantadora sonrisa? —preguntó él, y le dirigió dicha sonrisa a la camarera que se acercaba. La chica enseguida se sonrojó.
—Sorbete de melocotón, por favor —dijo Lali cuando la chica le preguntó.
—Yo tomaré lo mismo, gracias —dijo Peter.
Cuando la chica se hubo marchado, Lali sacudió la cabeza y dijo:
—Eso no ha sido muy agradable. Tu sonrisa es letal, lo sabes. Utilizándola con ella probablemente la hayas dejado tartamudeando.
—Eres buena para mí, Lali —dijo él tras unos segundos—, ¿pero no se te ha ocurrido pensar que, a lo mejor, sobreestimas mis encantos?
Ella comenzó a reírse y luego se dio cuenta de que hablaba en serio.
—Eres un hombre muy atractivo, Peter, y lo digo en serio. Cuando sonríes de esa manera, me quedo sin opciones. Me derrito a tus pies. Así de simple. Confía en mí. Sé de lo que hablo.
Lali no había pretendido llevar la conversación a un nivel tan sensual, pero la oscuridad en los ojos de Peter y su propia respiración entrecortada confirmaron que había ocurrido.
Con un esfuerzo tomó aliento y trató de controlar sus emociones. Estaba enamorada de ese hombre, y según iban pasando las semanas, él también parecía acercarse más a ella.
Pero había demasiadas cosas entre ellos. Demasiadas mentiras. Peter valoraba la honestidad y la claridad, y de ella no había obtenido ninguna de las dos cosas desde el principio. Y nunca la amaría. Jamás.
—No soy más interesante que cualquier otro hombre.
—Supongo que eso es verdad —dijo ella tratando de concentrarse en la conversación. ¿Cómo podría describir su atractivo? Quizá el hecho de estar enamorada de él colaboraba.
—Tu carácter se revela en tu sonrisa, en tus expresiones. Eres fuerte, amable, generoso, y eso se nota. Mira el modo en que me has malcriado estos últimos diez días.
—Vale la pena malcriarte —dio él levantándole la mano para besarle los dedos.
Para ser un hombre que no creía en el amor, se le daba bastante bien hacer que se sintiera deseada.

Los sorbetes llegaron y ella tomó aliento, liberando la mano lentamente y volviendo a la conversación sobre el asunto del coche. Peter pareció sentir su necesidad de aclarar las cosas y enseguida se adaptó al nuevo tema.

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