El lunes siguiente a Lali
le ocurrieron tres cosas. Se despertó al darse cuenta de que se sentía mareada
y tuvo que salir corriendo al baño antes de vomitar.
Y se dio cuenta también
de que hacía demasiado tiempo que no tenía la regla.
A las tres de la tarde
de ese mismo día, estaba de pie en la oficina vacía de Peter. Volvió a leer la
nota que había escrito.
Necesito irme a casa pronto hoy. Espero que no te importe. Me pondré al
día con el trabajo mañana. Lali.
Con manos temblorosas
colocó la nota bajo un pisapapeles que había sobre el escritorio de Peter,
donde pudiera verlo cuando regresara, y se dio cuenta de que ésa era la manera
cobarde de actuar.
Pero en ese momento no
podía enfrentarse a él, así que huiría antes de que regresara de su reunión.
«Tiempo. Necesito tiempo
para mí, y entonces estaré bien. Sé exactamente lo que tengo que hacer».
Se apresuró hacia el
ascensor y apretó el botón para bajar al aparcamiento. Por suerte tenía el
ascensor para ella sola, porque no creía que hubiera podido soportar compañía
en ese momento. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. «Debería haberme
dado cuenta. Todas las señales estaban ahí. ¿Por qué no las vi? ¿Por qué no
tuvimos más cuidado la primera vez?».
Ya era demasiado tarde
para lamentarlo. Estaba embarazada de Peter. Cada vez que lo pensaba,
instintivamente colocaba una mano sobre su ombligo y el pánico se apoderaba de
ella.
Había visitado al ginecólogo
a la hora de comer y, aunque era pronto para irse a casa, no podría haberse
quedado un minuto más en la oficina aunque su vida hubiera dependido de ello.
Peter estaba al otro
lado de la ciudad en la reunión. Siempre llevaba consigo un guardia de seguridad,
así que Lali no tenía por qué preocuparse por eso. Y él la había llamado cuando
llegó, así que sabía que estaba bien. Pero volvería a las cuatro. Iría directo
a la oficina y ella necesitaba tiempo para pensar antes de que sus caminos
volvieran a cruzarse.
«Me iré a casa y me
relajaré. Después planearé algo». Las puertas del ascensor se abrieron y se
dirigió hacia su nuevo coche. «Entonces, cuando esté totalmente preparada…».
—He estado esperándola,
señora Lanzani —Gordon Haynes salió de una furgoneta aparcada junto a su coche,
acorralándola entre los dos coches.
Lo primero que ella
pensó fue en su marido, pero estaba a salvo, lejos de allí. Antes de que
pudiera meterse en el coche y escapar, Haynes la agarró de la cintura y le
quitó las llaves para lanzarlas unos metros más allá.
—¿Qué estás haciendo? Me
haces daño —dijo Lali tratando de luchar con él, pero no podía escapar atrapada
como estaba.
—Y te haré más daño si
no cooperas. Entra en la furgoneta. He pensado en un modo mejor de conseguir mi
dinero. Voy a secuestrarte, Lali. Tu marido pagará un buen rescate, más de lo
que yo iba a conseguir de ti. Seré rico. Mis problemas se solucionarán. Es
perfecto.
—Se lo diré —dijo ella—.
La policía te encontrará y te juzgarán.
—Tú no dirás nada —dijo
mientras la arrastraba hacia la furgoneta—. ¿No pensarás realmente que te
dejaría vivir para que contaras la historia?
—Euge… Euge sabrá que
has sido tú. Ella se lo dirá a la policía.
—Euge estará tan
asustada cuando le diga lo que te ha ocurrido, que sólo le preocupará que ella
pueda ser la siguiente.
—Gritaré pidiendo ayuda —dijo
ella mientras se retorcía—. No saldrás impune de esto.
—Venga, grita. Nadie te
oirá —exclamó él con una risa histérica.
Lali lo miró a los ojos
y se dio cuenta de que se le había ido la cabeza por completo.
—Mira a tu alrededor,
querida. El lugar está desierto.
Lali no estaba dispuesta
a morir. Tenía que hacer que siguiera hablando e ingeniárselas para escapar.
—¿Cómo has sabido que
estaría aquí? Nunca dejo la oficina tan pronto.
—Supuse que tendría que
esperar —dijo él encogiéndose de hombros—. Pero me lo has puesto más fácil.
—Hay varias personas que
saldrán pronto esta tarde —dijo ella—. Vendrá más gente en cualquier momento.
—Buen intento —dijo él,
y la colocó frente a la puerta de la furgoneta—. Ahora entra.
—No —exclamó Lali, se
echó hacia delante y empujó a Haynes con toda su fuerza. Él se tambaleó hacia
atrás, pero le dio tiempo a agarrarla del brazo antes de que pudiera escapar.
Lali abrió la boca y
gritó lo más fuerte que pudo. Entonces le dio un pisotón y trató de meter el
codo entre los dos para clavárselo en el estómago.
—¡Para! —el grito venía
de lejos pero ella lo reconoció—. ¡Déjala en paz!
Aparentemente su
asaltante también lo reconoció, porque susurró el nombre de su marido entre una
lista de improperios.
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