viernes, 10 de enero de 2014

Capítulo 50

El lunes siguiente a Lali le ocurrieron tres cosas. Se despertó al darse cuenta de que se sentía mareada y tuvo que salir corriendo al baño antes de vomitar.
Y se dio cuenta también de que hacía demasiado tiempo que no tenía la regla.
A las tres de la tarde de ese mismo día, estaba de pie en la oficina vacía de Peter. Volvió a leer la nota que había escrito.

Necesito irme a casa pronto hoy. Espero que no te importe. Me pondré al día con el trabajo mañana. Lali.

Con manos temblorosas colocó la nota bajo un pisapapeles que había sobre el escritorio de Peter, donde pudiera verlo cuando regresara, y se dio cuenta de que ésa era la manera cobarde de actuar.
Pero en ese momento no podía enfrentarse a él, así que huiría antes de que regresara de su reunión.
«Tiempo. Necesito tiempo para mí, y entonces estaré bien. Sé exactamente lo que tengo que hacer».
Se apresuró hacia el ascensor y apretó el botón para bajar al aparcamiento. Por suerte tenía el ascensor para ella sola, porque no creía que hubiera podido soportar compañía en ese momento. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. «Debería haberme dado cuenta. Todas las señales estaban ahí. ¿Por qué no las vi? ¿Por qué no tuvimos más cuidado la primera vez?».
Ya era demasiado tarde para lamentarlo. Estaba embarazada de Peter. Cada vez que lo pensaba, instintivamente colocaba una mano sobre su ombligo y el pánico se apoderaba de ella.
Había visitado al ginecólogo a la hora de comer y, aunque era pronto para irse a casa, no podría haberse quedado un minuto más en la oficina aunque su vida hubiera dependido de ello.
Peter estaba al otro lado de la ciudad en la reunión. Siempre llevaba consigo un guardia de seguridad, así que Lali no tenía por qué preocuparse por eso. Y él la había llamado cuando llegó, así que sabía que estaba bien. Pero volvería a las cuatro. Iría directo a la oficina y ella necesitaba tiempo para pensar antes de que sus caminos volvieran a cruzarse.
«Me iré a casa y me relajaré. Después planearé algo». Las puertas del ascensor se abrieron y se dirigió hacia su nuevo coche. «Entonces, cuando esté totalmente preparada…».
—He estado esperándola, señora Lanzani —Gordon Haynes salió de una furgoneta aparcada junto a su coche, acorralándola entre los dos coches.
Lo primero que ella pensó fue en su marido, pero estaba a salvo, lejos de allí. Antes de que pudiera meterse en el coche y escapar, Haynes la agarró de la cintura y le quitó las llaves para lanzarlas unos metros más allá.
—¿Qué estás haciendo? Me haces daño —dijo Lali tratando de luchar con él, pero no podía escapar atrapada como estaba.
—Y te haré más daño si no cooperas. Entra en la furgoneta. He pensado en un modo mejor de conseguir mi dinero. Voy a secuestrarte, Lali. Tu marido pagará un buen rescate, más de lo que yo iba a conseguir de ti. Seré rico. Mis problemas se solucionarán. Es perfecto.
—Se lo diré —dijo ella—. La policía te encontrará y te juzgarán.
—Tú no dirás nada —dijo mientras la arrastraba hacia la furgoneta—. ¿No pensarás realmente que te dejaría vivir para que contaras la historia?
—Euge… Euge sabrá que has sido tú. Ella se lo dirá a la policía.
—Euge estará tan asustada cuando le diga lo que te ha ocurrido, que sólo le preocupará que ella pueda ser la siguiente.
—Gritaré pidiendo ayuda —dijo ella mientras se retorcía—. No saldrás impune de esto.
—Venga, grita. Nadie te oirá —exclamó él con una risa histérica.
Lali lo miró a los ojos y se dio cuenta de que se le había ido la cabeza por completo.
—Mira a tu alrededor, querida. El lugar está desierto.
Lali no estaba dispuesta a morir. Tenía que hacer que siguiera hablando e ingeniárselas para escapar.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí? Nunca dejo la oficina tan pronto.
—Supuse que tendría que esperar —dijo él encogiéndose de hombros—. Pero me lo has puesto más fácil.
—Hay varias personas que saldrán pronto esta tarde —dijo ella—. Vendrá más gente en cualquier momento.
—Buen intento —dijo él, y la colocó frente a la puerta de la furgoneta—. Ahora entra.
—No —exclamó Lali, se echó hacia delante y empujó a Haynes con toda su fuerza. Él se tambaleó hacia atrás, pero le dio tiempo a agarrarla del brazo antes de que pudiera escapar.
Lali abrió la boca y gritó lo más fuerte que pudo. Entonces le dio un pisotón y trató de meter el codo entre los dos para clavárselo en el estómago.
—¡Para! —el grito venía de lejos pero ella lo reconoció—. ¡Déjala en paz!
Aparentemente su asaltante también lo reconoció, porque susurró el nombre de su marido entre una lista de improperios.

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