viernes, 10 de enero de 2014

Capítulo 51

Con una última palabrota, Haynes la empujó contra su coche. Su cuerpo se tambaleó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra el cristal del conductor, sintiendo un intenso dolor.
Lo último que Lali vio mientras se caía al suelo fue a Peter corriendo hacia ella. Entonces todo se volvió negro.
 —¡Lali! —mientras Peter corría hacia Lali, una furgoneta blanca arrancó justo al lado del coche y salió disparada. La puerta corredera estaba abierta, de modo que pudo ver al conductor claramente.
Eso fue lo único que tuvo tiempo de hacer antes de arrodillarse ante su esposa inconsciente.
—Oh, Dios, Lali. Por favor, despierta.
Estaba desplomada junto al coche, con la cara pálida y las piernas dobladas. Peter no vio ningunas señal externa de lesión, pero había visto cómo se golpeaba la cabeza cuando ese hombre la había empujado. Cuando la examinó más detenidamente, descubrió un bulto en la parte de atrás de su cabeza del tamaño de un huevo. Podía tener una conmoción cerebral o una hemorragia interna.
De pronto sintió furia. Quería seguir a ese hombre y hacerle pagar por lo que había hecho. ¿Quién sería?
¿Conocía a Lali, o a él mismo? ¿Habría alguna relación o habría sido pura coincidencia?
Un guardia de seguridad había salido tras el hombre y Peter deseaba que lo hubiera pillado, pero sabía que el tráfico a esas horas era muy malo.
—Aguanta, mi amor. Te pondrás bien.
¿Podría escucharlo, aunque fuera en el subconsciente? Trató de mantenerse calmado por si acaso, pero por dentro estaba aterrorizado. Si algo le ocurriera a Lali…
Le agarró la muñeca suavemente y dijo:
—Buena chica. Tienes el pulso fuerte.
Mantuvo los dedos ahí y con la otra mano sacó el móvil y llamó a una ambulancia.
—El parking subterráneo del edificio de Sistemas de Seguridad Lanzani —dijo por teléfono—. Mi mujer ha sido atacada y golpeada contra un coche. Está inconsciente. He notado un bulto en la parte de atrás de su cabeza. No sangra, pero no sé qué otras lesiones puede tener.
—Muy bien, señor. No intente moverla. Quédese ahí. Vamos de camino.
—Por favor, dense prisa.
Tras finalizar la llamada, llamó a la policía y al director del equipo de seguridad del edificio, alertando a ambos de la situación y pidiéndoles que hicieran todos los esfuerzos posibles por localizar la furgoneta.
No dejó de mirar a Lali ni un momento mientras hacía las llamadas. Cuando terminó de hablar se dijo a sí mismo que no debía preocuparse. No serviría de nada. Estaba aterrorizado por ella. Aterrorizado ante la idea de perderla. Entonces no habría nada.
Había sido un estúpido. Imaginando que podría meter a Lali en su vida y no implicarse emocionalmente con ella, no amarla.
«Estúpido y arrogante», se dijo a sí mismo. «Eso es lo que eres. Es un milagro que accediera a casarse contigo». ¿Acaso su actitud había hecho que Lali se viera obligada a ocultar sus sentimientos? Claro. Él mismo le había dicho que ésas eran las condiciones.
—Cuando te despiertes, Lali, tenemos que hablar largo y tendido.
La ambulancia llegó, y el viaje hacia el hospital fue una pesadilla. Peter condujo tras la ambulancia con la vista pegada a la parte trasera del vehículo y no dejó de susurrar para sí mismo que se dieran prisa, aunque ya iban demasiado rápido.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde la llevan? —dentro del hospital trató de seguir la camilla, pero enseguida lo detuvieron.
—Cuidarán de ella, señor. Tiene que ir usted a Admisiones y hacer todo el papeleo.
¿A quién le importaba el papeleo? Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por callarse las palabras que quería decir en ese momento.
—Soy Peter Lanzani, de Sistemas de Seguridad Lanzani. Es mi esposa. Asegúrense de que recibe los mejores cuidados. Cualquier cosa que necesite. No reparen en gastos.
Sus palabras fueron recibidas con una mirada fría, dando a entender que ellos siempre les daban a los pacientes el mejor cuidado, fueran quienes fueran.
Peter murmuró una disculpa y se dirigió a Admisiones para hacer el papeleo. Pero la impaciencia no se lo permitió. Quería estar con ella, estar a su lado para comprobar por sí mismo que se estaba haciendo todo lo posible.
De hecho pasó más de una hora hasta que pudo conseguir alguna información de valor. Cuando el médico finalmente se presentó en la sala de espera y dijo el nombre de Peter, él saltó del asiento dispuesto a acabar con él si no le daba respuestas.
—¿Cómo está? ¿Qué ha ocurrido? Han pasado sesenta y cinco minutos y no sé nada. Absolutamente nada.
—Su mujer se pondrá bien —dijo el médico—. Si me sigue, le conduciré hasta ella y le diré lo que hemos averiguado.
Peter caminó junto al doctor.

—La señora Lanzani está aquí —dijo éste mientras abría la puerta de una habitación privada.

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