—Joder... joder. Dije que le iba a controlar
—susurró agobiado.
Cerró la puerta. ¿Qué había ocurrido allí?
Llevándose una mano al rostro pensó en su amigo. Cuando se despertara y viera
lo que había hecho montaría en cólera al pensar en su dulce Laura. Aquello le
iba a martirizar. Si alguien quería con locura a su novia, sin duda, era Nicolas.
Confundido y en busca de una explicación para
todo aquello, se pasó la mano por su largo y negro pelo cuando sintió que algo
frío le rozaba la frente. Sin perder un segundo se miró la mano y de pronto
gritó.
—No... no... no... ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO! La
muchacha, que hasta el momento había permanecido dormida, al oír aquel alarido
se incorporó de un salto. La cabeza le dolía y todo le daba vueltas, pero lo
primero que vio fue al joven que había conocido supuestamente el día anterior.
Aquel con quien había compartido besos, diversión y al verse desnuda en aquella
cama, imaginó que algo más.
—Dime que esto no es cierto. Dime que no nos
hemos casado —gritó Peter enseñándole la alianza con dos dados que llevaba en
la mano.
La joven,
al escuchar aquello, rápidamente miró su mano. Al ver una alianza igual en su
dedo, se levantó de un salto, sin importarle lo más mínimo su desnudez.
—No puede ser... ¡esto no me puede estar
pasando!
—¡¿Nos hemos casado?! —aulló él.
A Lali le
iba el corazón a mil por hora.
—No lo sé... no lo sé.
Histérico, Peter buscó su ropa interior y se la
puso mientras ella hacía lo mismo. Necesitaban despertarse, despejarse y
aclarar las ideas. Él era un chico al que su padre le había enseñado a
controlar su vida y aquello de pronto se le escapaba por todos lados. Lali fue
a coger su sujetador que estaba en el suelo, cuando vio un sobre. Lo abrió, y
se quedó sin respiración al ver una licencia de matrimonio con sus nombres y
una foto de ella y Peter besándose: ella con un ridículo velo de novia, y él
con un horroroso chaqué junto a un Juez de Paz.
—Dios mío, es cierto. ¡Nos hemos casado! —gritó
horrorizada.
Dando dos zancadas, el joven de pelo oscuro
llegó hasta ella. Le quitó la foto de un tirón y al mirarla blasfemó. Pero
cuando leyó lo que ponía en la licencia la miró con el ceno fruncido y
vociferó.
—¡Joder... joder...! ¡¿Me he casado contigo?!
Molesta por como aquel la miraba, gritó fuera de
sí.
—¡A ver si te crees que yo estoy encantada de
que tú estés casado conmigo!
—¿Qué me echaste en la bebida? —rugió él.
—¿Yo? —incrédula, respondió con enfado—: ¿Qué yo
te eché a ti algo en la bebida?
—Sí, tú... yo... yo no bebo y... y...
De pronto Peter pensó en Agustín. ¡El Cacheton!
Su puñetero y siempre problemático amigo. Le mataría. En cuanto se lo echara a
la cara le mataría. No hacía falta hablar con él para saber que tenía algo que
ver en todo aquello. La joven de pelo rubio, enfadada por lo que estaba
sugiriendo, le lanzó uno de sus zapatos de tacón a la cabeza, hecha una furia.
—¡¿Qué narices estás intentando decir?! ¡Solo
tengo veinte años, una maravillosa vida por delante y tú no entras dentro de mi
proyecto de vida!
—Mira, guapa —respondió con crudeza—, yo tengo
veintidós y te aseguro que tú sí que no entras en mi proyecto vida.
Poco acostumbrada a que un hombre la hablara así
y cada vez más molesta por como aquel idiota vociferaba gritó:
—¡¿Acaso crees que yo me quería casar contigo?!
—Peter no respondió, solo la miró furioso y ella continuó—: Mira, guapa, he
escuchado tonterías en mi vida, pero lo que acabas de decir es el summum de las
tonterías. Yo no necesito casarme contigo y menos con estas horrorosas, baratas
y feas alianzas de dados —gritó al mirarle—. Mi vida es... Quizá seas tú el que
me ha engañado a mí.
—¡¿Yo?!
—Si, tú... Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a querer
casarme contigo? Con... con... un simple aspirante a policía.
Al escuchar aquello, Peter frunció el ceño y
preguntó molesto:
—Pero ¿tu quien le has creído para pensar que
eres mas que yo?
Aturdida por todo lo que había pasado, fue a
hablar, pero se calló. Tenía claro que él no sabía quién era ella, así que
respondió con otra pregunta.
—¿Y tú quién te has creído que eres para sugerir
que yo te he engañado?
De pronto la puerta de al lado se abrió.
Apareció Nicolas desnudo con las manos en los oídos. Su cara lo decía todo. Tenía
una resaca del quince.
—Por el amor de Dios, ¿podéis dejar de gritar
como mandriles?
—¡No! —gritaron al unísono los afectados, y Peter,
acercándose a su amigo dijo enseñándole la licencia de matrimonio y la foto—:
Mira esto y dime si tú no gritarías.
La cara de Nicolas cambió en pocos segundos. De
azulada pasó a marmórea. ¿Qué habían hecho? ¿Qué había pasado? Rápidamente, se
miró las manos, y tras comprobar que él no llevaba alianza, respiró tranquilo.
Escudriñó a su amigo con la mirada y se tapó con una mano sus vergüenzas.
—No me jodas tío que te has casado...
Peter arrancándole de las manos los papeles,
voceó mientras los rompía.
—No, yo no te jodo. Aquí el jodido soy yo, que
sí, me he casado con una mujer a la que no quiero, no conozco y lo mejor de
todo, ¡no sé ni quién es!
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