Pero le dolía mucho la
cabeza.
Su discurso interior se
detuvo de golpe cuando vio que se abría la puerta principal. Peter apareció en
el marco. Estaba furioso. Ella no esperaba eso. Al menos tan pronto.
—Lo siento. Sé que tengo
que explicar que… —de pronto se sentía incapaz de hablar. Se giró para ver si
el taxi seguía allí para que pudiera volver a montar y marcharse.
—No tan deprisa —dijo Peter
Colocando un brazo a su alrededor.
Todo el estrés de los
días y los meses pasados pareció juntarse de golpe en un enorme bulto en su
interior. Quería apoyar la cabeza sobre su pecho y dar rienda suelta a sus
emociones. Pero eso no arreglaría nada.
—Vamos dentro, Lali —dijo
él conduciéndola del brazo hacia el interior—. Creo que podremos tener algo de
privacidad.
—Por supuesto. Lo
siento.
—Arriba. Hablaremos en
la sala de estar.
—Como quieras —dijo
ella. Parecía que no iba a ofrecerle un té o un café. Pero al fin y al cabo no
se trataba de una visita social. Iba a ser el final de un matrimonio que nunca
tendría que haber comenzado.
Cuando llegaron a la
sala de estar, Peter señaló hacia el sofá.
—Ponte cómoda. Parece
que vayas a desmayarte.
Lali se obligó a
sentarse y, en realidad, agradeció la posibilidad de poder descansar un rato
las piernas y poder apoyar la cabeza en el respaldo.
—Has firmado tu baja en
el hospital sin permitir que el doctor te examinara primero.
—¿Cómo lo sabes?
—Seguridad contactó
conmigo en cuanto dejaste el edificio. Además han seguido tu taxi hasta aquí.
Pensabas que no haría nada después de lo que ocurrió ayer, ¿verdad?
—Las enfermeras me han
vigilado durante toda la noche y estoy bien —cuando vio que eso no parecía complacerlo,
levantó las manos a modo de súplica—. Tenía que hablar contigo, Peter. Te debo
eso.
—¿Por una declaración de
amor que no querías escuchar? —dijo él con amargura—. No te preocupes. No te
pondré en una situación en la que tengas que fingir que sientes algo por mí.
Ayer dejaste suficientemente claro que no.
Oh, no. Ella ni siquiera
había pensado en cómo habría interpretado él su silencio. No podía soportar que
creyese eso.
—No es eso. Yo…
—Seguiremos como antes —dijo
él apretando la mandíbula—. No te pediré nada que tú no te sientas capaz de
darme, pero al menos espero fidelidad. Quiero un pleno compromiso por tu parte
conmigo y con nuestro hijo. Por su bien, al menos podemos fingir que estamos
unidos. No toleraré hacer vidas separadas, ni en el dormitorio ni en ningún
otro sitio, pero no te culpo por esto. Era yo el que quería un matrimonio frío
y calculador. Fui un tonto.
—La culpa es mía, Peter —dijo
ella incorporándose hacia delante, olvidando el dolor de cabeza por la urgencia
de contarlo todo—. Ha sido mi culpa desde el principio.
—No tienes que culparte
por no ser capaz de amarme.
Aquello era demasiado
para ella y se puso en pie de un salto.
—Pero sí que te quiero —exclamó
incapaz de callárselo por más tiempo. Su corazón no se lo permitía. No cuando Peter
necesitaba escuchar eso. No sería suficiente, pero era todo lo que tenía que
darle—. Ése es todo el problema. Te he querido desde el principio.
Justo en el momento en
que comenzaba a marearse y se daba cuenta de que no debería haberse levantado
tan rápido, Peter la agarró.
Pero sería un desastre
dejar que la abrazara en ese momento.
—No. No me toques. Tengo
que terminar de decir esto. Tienes que escucharme. Luego me marcharé, te lo
prometo.
—Sea lo que sea lo que
tengas que decir, Lali, no querré que te vayas. No ahora que me has dicho que
me quieres —dijo él, sacudió la cabeza y dio un paso atrás, permitiéndole a Lali
que se volviera a sentar.
—Dudo que pienses así
cuando haya terminado —dijo ella sintiendo cómo las palabras le quemaban en la
garganta—. Cuando tuve la oportunidad de empezar a trabajar como ayudante tuya,
fue como la respuesta a mis plegarias. Necesitaba el dinero extra
desesperadamente. No esperaba enamorarme.
Peter levantó las cejas.
Ella decidió creer que era por la última parte de la frase y sonrió. Con toda
la ansiedad y el dolor, y ni siquiera él se había dado cuenta.
—Puede que no te lo
creas, pero me enamoré de ti muy deprisa. Cuando me pediste que me casara
contigo, yo ya estaba a medio camino. No me costó mucho enamorarme del todo,
aunque traté de evitarlo.
—Yo también te quiero, Lali,
te lo prometo.
Su corazón dio un
vuelco, pero ella negó con la cabeza. Absurda esperanza. No podía seguir
alimentándola por más tiempo.
—Eso dices ahora, pero
no sabes lo que te he hecho.
—¿Qué es eso tan
terrible? —preguntó él cruzando las piernas—. Espero que no se trate de ese
préstamo. Ya lo sé. Supuse que tendrías algunas deudas. Lo devolveré y asunto
resuelto.
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