domingo, 12 de enero de 2014

Capítulo 54

Pero le dolía mucho la cabeza.
Su discurso interior se detuvo de golpe cuando vio que se abría la puerta principal. Peter apareció en el marco. Estaba furioso. Ella no esperaba eso. Al menos tan pronto.
—Lo siento. Sé que tengo que explicar que… —de pronto se sentía incapaz de hablar. Se giró para ver si el taxi seguía allí para que pudiera volver a montar y marcharse.
—No tan deprisa —dijo Peter Colocando un brazo a su alrededor.
Todo el estrés de los días y los meses pasados pareció juntarse de golpe en un enorme bulto en su interior. Quería apoyar la cabeza sobre su pecho y dar rienda suelta a sus emociones. Pero eso no arreglaría nada.
—Vamos dentro, Lali —dijo él conduciéndola del brazo hacia el interior—. Creo que podremos tener algo de privacidad.
—Por supuesto. Lo siento.
—Arriba. Hablaremos en la sala de estar.
—Como quieras —dijo ella. Parecía que no iba a ofrecerle un té o un café. Pero al fin y al cabo no se trataba de una visita social. Iba a ser el final de un matrimonio que nunca tendría que haber comenzado.
Cuando llegaron a la sala de estar, Peter señaló hacia el sofá.
—Ponte cómoda. Parece que vayas a desmayarte.
Lali se obligó a sentarse y, en realidad, agradeció la posibilidad de poder descansar un rato las piernas y poder apoyar la cabeza en el respaldo.
—Has firmado tu baja en el hospital sin permitir que el doctor te examinara primero.
—¿Cómo lo sabes?
—Seguridad contactó conmigo en cuanto dejaste el edificio. Además han seguido tu taxi hasta aquí. Pensabas que no haría nada después de lo que ocurrió ayer, ¿verdad?
—Las enfermeras me han vigilado durante toda la noche y estoy bien —cuando vio que eso no parecía complacerlo, levantó las manos a modo de súplica—. Tenía que hablar contigo, Peter. Te debo eso.
—¿Por una declaración de amor que no querías escuchar? —dijo él con amargura—. No te preocupes. No te pondré en una situación en la que tengas que fingir que sientes algo por mí. Ayer dejaste suficientemente claro que no.
Oh, no. Ella ni siquiera había pensado en cómo habría interpretado él su silencio. No podía soportar que creyese eso.
—No es eso. Yo…
—Seguiremos como antes —dijo él apretando la mandíbula—. No te pediré nada que tú no te sientas capaz de darme, pero al menos espero fidelidad. Quiero un pleno compromiso por tu parte conmigo y con nuestro hijo. Por su bien, al menos podemos fingir que estamos unidos. No toleraré hacer vidas separadas, ni en el dormitorio ni en ningún otro sitio, pero no te culpo por esto. Era yo el que quería un matrimonio frío y calculador. Fui un tonto.
—La culpa es mía, Peter —dijo ella incorporándose hacia delante, olvidando el dolor de cabeza por la urgencia de contarlo todo—. Ha sido mi culpa desde el principio.
—No tienes que culparte por no ser capaz de amarme.
Aquello era demasiado para ella y se puso en pie de un salto.
—Pero sí que te quiero —exclamó incapaz de callárselo por más tiempo. Su corazón no se lo permitía. No cuando Peter necesitaba escuchar eso. No sería suficiente, pero era todo lo que tenía que darle—. Ése es todo el problema. Te he querido desde el principio.
Justo en el momento en que comenzaba a marearse y se daba cuenta de que no debería haberse levantado tan rápido, Peter la agarró.
Pero sería un desastre dejar que la abrazara en ese momento.
—No. No me toques. Tengo que terminar de decir esto. Tienes que escucharme. Luego me marcharé, te lo prometo.
—Sea lo que sea lo que tengas que decir, Lali, no querré que te vayas. No ahora que me has dicho que me quieres —dijo él, sacudió la cabeza y dio un paso atrás, permitiéndole a Lali que se volviera a sentar.
—Dudo que pienses así cuando haya terminado —dijo ella sintiendo cómo las palabras le quemaban en la garganta—. Cuando tuve la oportunidad de empezar a trabajar como ayudante tuya, fue como la respuesta a mis plegarias. Necesitaba el dinero extra desesperadamente. No esperaba enamorarme.
Peter levantó las cejas. Ella decidió creer que era por la última parte de la frase y sonrió. Con toda la ansiedad y el dolor, y ni siquiera él se había dado cuenta.
—Puede que no te lo creas, pero me enamoré de ti muy deprisa. Cuando me pediste que me casara contigo, yo ya estaba a medio camino. No me costó mucho enamorarme del todo, aunque traté de evitarlo.
—Yo también te quiero, Lali, te lo prometo.
Su corazón dio un vuelco, pero ella negó con la cabeza. Absurda esperanza. No podía seguir alimentándola por más tiempo.
—Eso dices ahora, pero no sabes lo que te he hecho.

—¿Qué es eso tan terrible? —preguntó él cruzando las piernas—. Espero que no se trate de ese préstamo. Ya lo sé. Supuse que tendrías algunas deudas. Lo devolveré y asunto resuelto.

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