domingo, 5 de enero de 2014

Capítulo 46

Peter regresó pronto de su viaje con un solo pensamiento en la cabeza. Quería ver a Lali. A veces iba al parque que había enfrente de la oficina en sus descansos, y por suerte la había encontrado allí, de pie junto a uno de los bancos. Ella se lanzó a sus brazos y él la abrazó con fuerza, disfrutando del roce de sus brazos alrededor de su cintura.
—Peter, ¿Estás bien? Me alegro mucho de verte.
—Estoy bien. No ha habido tormentas esta vez —dijo él—. Te he echado de menos.
—Yo también te he echado de menos —dijo ella poniéndole las manos sobre los hombros. Lo miró a la cara como para asegurarse de que realmente estuviera allí—. Ha sido una semana muy larga. Me alegro de tenerte de vuelta sano y salvo.
—Tan a salvo como si tuviera un sistema de seguridad Lanzani —dijo él, y eso no la hizo sonreír como esperaba. En vez de eso, comenzaron a temblarle los labios. ¿De qué iba todo eso?
La besó con suavidad al principio, pero al ver que ella respondía, el beso se hizo más ardiente. Antes de olvidarse por completo de sus alrededores, se apartó.
—Ven de vuelta a la oficina. Hay demasiada gente por aquí.
—Estoy de acuerdo. No deberíamos quedarnos aquí —dijo ella, lo tomó del brazo y no dejó de mirar a todos lados mientras se dirigían de vuelta al edificio.
Peter se encogió de hombros. Se sentía satisfecho de poder disfrutar de su cercanía. Saludó con la cabeza a varios trabajadores que los saludaron dentro del edificio, pero él sólo estaba pendiente de la mujer que llevaba a su lado.
En otras circunstancias le habría sugerido a Lali que le pusiera al día de las novedades en el trabajo, y él le habría puesto al corriente de sus progresos. Pero en ese momento no había nada más lejos de su mente. Lo que deseaba era quedarse a solas con él.
En el momento en que cerró la puerta de su oficina tras ellos, la acercó más a él y la besó.
El calor comenzó a crecer en espirales hasta que todo su cuerpo quedó consumido por él. ¿Respondería ella a su desesperación?
Algo dentro de su corazón necesitaba estar con ella. Tan cerca como fuese humanamente posible. Quizá entonces el ardor que sentía dentro cesara y podría encontrar algo de paz.
—Déjame tocarte —dijo él mientras le desabrochaba los botones de la blusa. Momentos después tenía las manos sobre ella y podía sentir su piel de seda bajo sus dedos.
—No deberíamos hacer esto. ¿Qué pasa si alguien entra? —preguntó ella mientras le quitaba la chaqueta y la camisa.
—He cerrado la puerta —contestó él llevándola hacia el escritorio, negándose a dejarla marchar. Con una mano tiró del cable del teléfono hasta que lo descolgó—. Con eso solucionamos cualquier otra posible interrupción.
El gemido de Lali fue mitad anhelo y mitad protesta, pero su boca parecía desesperada y hambrienta mientras se juntaba con la de él.
La habitación estaba tranquila, y el murmullo del aire acondicionado era el único sonido, aparte de los jadeos y suspiros. Si no la penetraba en segundos, se volvería loco.
Le agarró la falda con la intención de apartarla de en medio lo más rápido posible. Luego tomó aliento y se obligó a ir más despacio.
Parecía que Lali no quería nada de eso.
—Deprisa, deprisa —exclamó ella mientras llevaba las manos a su cinturón. Luego le llevó las suyas hasta la cremallera de la falda para ayudarle a quitarse la prenda.
Su necesidad lo llenaba con una inmensa sensación de poder, y multiplicaba su necesidad por ella. Con un gemido sofocado, le quitó el resto de la ropa y se desnudó él.
—Protección —murmuró ella.
La otra noche se habían mostrado tan apasionados que no habían usado protección de ningún tipo, y cuando después él le había preguntado, Lali había dicho que, con el momento del ciclo en el que estaba, no suponía que hubiese problema alguno.
—Me ocuparé de eso —dijo él colocándola en el sofá para luego sacar la cartera de los pantalones. Momentos después ya estaba colocado sobre ella, dispuesto a alargar el placer todo lo que fuese posible para ambos.
—Cada vez que te miro eres más guapa —y sí que la miró, deleitándose con cada parte de su cuerpo, desde la cabeza a los pies.
Ella se sonrojó y sus manos se hundieron en su pelo cerca de la nuca.
—Tú también eres muy guapo. El hombre más guapo que jamás he conocido.
—Has conocido a muchos, ¿verdad?
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Sí. Sé lo que quieres decir, y te agradezco el cumplido. Ahora deja que te muestre lo que quiero decir yo. Lo que pienso ahora mismo y lo que quiero hacer contigo.
La última vez que habían hecho el amor, había sido tierno, con la habitación casi a oscuras y la tormenta sonando fuera. No había sido capaz de verla claramente, ni de oír cada pequeño sonido que emitía.
Pero en esa ocasión podía verla y oírla con total claridad, y se aprovechó de eso, disfrutándolo al máximo. La piel de Lali era dorada como la miel y suave como la seda, con pequeñas pecas aquí y allá. Cuando le acarició las manos hasta llegar a los dedos, ella se quedó sin aliento.
Lali se estremeció, se arqueó y su deseo fue tan evidente como sus movimientos. La besó en el cuello, en la boca.
—Cae conmigo, Lali. Atraviesa la línea conmigo.

Los dos subieron hasta donde les fue posible, y una vez que alcanzaron la cumbre, se quedaron ahí, sin aliento, viviendo y muriendo al mismo tiempo.

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