Peter regresó pronto de
su viaje con un solo pensamiento en la cabeza. Quería ver a Lali. A veces iba
al parque que había enfrente de la oficina en sus descansos, y por suerte la
había encontrado allí, de pie junto a uno de los bancos. Ella se lanzó a sus
brazos y él la abrazó con fuerza, disfrutando del roce de sus brazos alrededor
de su cintura.
—Peter, ¿Estás bien? Me
alegro mucho de verte.
—Estoy bien. No ha
habido tormentas esta vez —dijo él—. Te he echado de menos.
—Yo también te he echado
de menos —dijo ella poniéndole las manos sobre los hombros. Lo miró a la cara como
para asegurarse de que realmente estuviera allí—. Ha sido una semana muy larga.
Me alegro de tenerte de vuelta sano y salvo.
—Tan a salvo como si
tuviera un sistema de seguridad Lanzani —dijo él, y eso no la hizo sonreír como
esperaba. En vez de eso, comenzaron a temblarle los labios. ¿De qué iba todo
eso?
La besó con suavidad al
principio, pero al ver que ella respondía, el beso se hizo más ardiente. Antes
de olvidarse por completo de sus alrededores, se apartó.
—Ven de vuelta a la
oficina. Hay demasiada gente por aquí.
—Estoy de acuerdo. No
deberíamos quedarnos aquí —dijo ella, lo tomó del brazo y no dejó de mirar
a todos lados mientras se dirigían de vuelta al edificio.
Peter se encogió de
hombros. Se sentía satisfecho de poder disfrutar de su cercanía. Saludó con la
cabeza a varios trabajadores que los saludaron dentro del edificio, pero él
sólo estaba pendiente de la mujer que llevaba a su lado.
En otras circunstancias
le habría sugerido a Lali que le pusiera al día de las novedades en el trabajo,
y él le habría puesto al corriente de sus progresos. Pero en ese momento no
había nada más lejos de su mente. Lo que deseaba era quedarse a solas con él.
En el momento en que
cerró la puerta de su oficina tras ellos, la acercó más a él y la besó.
El calor comenzó a
crecer en espirales hasta que todo su cuerpo quedó consumido por él.
¿Respondería ella a su desesperación?
Algo dentro de su
corazón necesitaba estar con ella. Tan cerca como fuese humanamente posible.
Quizá entonces el ardor que sentía dentro cesara y podría encontrar algo de
paz.
—Déjame tocarte —dijo él
mientras le desabrochaba los botones de la blusa. Momentos después tenía las
manos sobre ella y podía sentir su piel de seda bajo sus dedos.
—No deberíamos hacer
esto. ¿Qué pasa si alguien entra? —preguntó ella mientras le quitaba la
chaqueta y la camisa.
—He cerrado la puerta —contestó
él llevándola hacia el escritorio, negándose a dejarla marchar. Con una mano
tiró del cable del teléfono hasta que lo descolgó—. Con eso solucionamos
cualquier otra posible interrupción.
El gemido de Lali fue
mitad anhelo y mitad protesta, pero su boca parecía desesperada y hambrienta
mientras se juntaba con la de él.
La habitación estaba
tranquila, y el murmullo del aire acondicionado era el único sonido, aparte de
los jadeos y suspiros. Si no la penetraba en segundos, se volvería loco.
Le agarró la falda con
la intención de apartarla de en medio lo más rápido posible. Luego tomó
aliento y se obligó a ir más despacio.
Parecía que Lali no
quería nada de eso.
—Deprisa, deprisa —exclamó
ella mientras llevaba las manos a su cinturón. Luego le llevó las suyas hasta
la cremallera de la falda para ayudarle a quitarse la prenda.
Su necesidad lo llenaba
con una inmensa sensación de poder, y multiplicaba su necesidad por ella. Con
un gemido sofocado, le quitó el resto de la ropa y se desnudó él.
—Protección —murmuró
ella.
La otra noche se habían
mostrado tan apasionados que no habían usado protección de ningún tipo, y
cuando después él le había preguntado, Lali había dicho que, con el momento del
ciclo en el que estaba, no suponía que hubiese problema alguno.
—Me ocuparé de eso —dijo
él colocándola en el sofá para luego sacar la cartera de los pantalones.
Momentos después ya estaba colocado sobre ella, dispuesto a alargar el placer
todo lo que fuese posible para ambos.
—Cada vez que te miro
eres más guapa —y sí que la miró, deleitándose con cada parte de su cuerpo,
desde la cabeza a los pies.
Ella se sonrojó y sus
manos se hundieron en su pelo cerca de la nuca.
—Tú también eres muy
guapo. El hombre más guapo que jamás he conocido.
—Has conocido a muchos,
¿verdad?
—Ya sabes lo que quiero
decir.
—Sí. Sé lo que quieres
decir, y te agradezco el cumplido. Ahora deja que te muestre lo que quiero
decir yo. Lo que pienso ahora mismo y lo que quiero hacer contigo.
La última vez que habían
hecho el amor, había sido tierno, con la habitación casi a oscuras y la
tormenta sonando fuera. No había sido capaz de verla claramente, ni de oír cada
pequeño sonido que emitía.
Pero en esa ocasión
podía verla y oírla con total claridad, y se aprovechó de eso, disfrutándolo al
máximo. La piel de Lali era dorada como la miel y suave como la seda, con
pequeñas pecas aquí y allá. Cuando le acarició las manos hasta llegar a los
dedos, ella se quedó sin aliento.
Lali se estremeció, se
arqueó y su deseo fue tan evidente como sus movimientos. La besó en el cuello,
en la boca.
—Cae conmigo, Lali.
Atraviesa la línea conmigo.
Los dos subieron hasta
donde les fue posible, y una vez que alcanzaron la cumbre, se quedaron ahí, sin
aliento, viviendo y muriendo al mismo tiempo.
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