Lali fue a gritar que a ella le ocurría lo mismo
cuando el resto del grupo apareció por la puerta con cara de resacón. De pronto
otra puerta se abrió y apareció el loco del Cacheton con unas botellas de
champán en las manos. En su línea de locura y con una cogorza por todo lo algo
gritó:
—¡Vivan los novios!
Al escuchar aquello, Peter se abalanzó contra él
furioso. Seguro que aquel idiota les había echado algo en la bebida y todo lo
ocurrido era por su culpa. Entre puñetazos y gritos, sus amigos les separaron.
El estado del Cacheton era pésimo y el cabreo de Peter tremendo. De pronto, la
despedida de soltero se había convertido en la boda de Peter con una
desconocida, y la diversión en caos, Nicolas tras llevarse al Cacheton a 1a
habitación contigua, sonsacarle lo que había ocurrido y conseguir que cerrara
la boca metiéndole un calcetín en ella regresó a la habitación principal, justo
cuando Lali se levantaba y decía con gesto contrariado:
—Llamaré a mi padre. Él solucionará esto.
—¿A tu padre? —gritó Peter fuera de sí— ¿Qué
tiene que ver tu padre en todo esto?
Con los ojos anegados de rabia por tener que
pedir ayuda a su progenitor, la muchacha murmuró.
—Créeme, él lo solucionará.
Tres horas después aparecieron en el hotel
cuatro gorilas de dos metros custodiando a un imponente hombre de unos
cincuenta años, que observó a Peter con cara de odio y se dirigió a la joven
con frialdad.
Este debe ser su papaíto, pensó Peter al ver
como los gorilas echaban a todos los amigos de la habitación menos a él y a la
muchacha.
Hecha un mar de lágrimas, la joven le explicó a
su padre ocurrido en inglés. Peter, que estaba estudiando el idioma en una
academia en Madrid, prestó atención a lo que hablaban y entendió partes. Aquel
hombre de aspecto imponente llamó loca entre otras cosas a su hija, y esta no
calló y, sin importarle su gesto de enfado, le contestó y comenzaron a
discutir.
Si las miradas matasen, este tío ya me habría
asesinado, pensó Peter al ver cómo le miraba aquel hombre.
Media hora después la puerta de la suite volvió
a abrirse. Apareció un tío trajeado y con maletín oscuro. Un tal James Bensón.
Se sentó junto a estos, sacó unos papeles en los que podía leerse en español
«Demanda de divorcio» e hizo firmar a los jóvenes.
Mientras
firmaba, Peter se fijó en que ella se llamaba Mariana Lali Riera Espósito, pero
no pudo ver más. Aquel abogado tiró del papel y se lo quitó, le pidió sus datos
en España y una vez acabó su cometido se marchó, con la misma frialdad con la
que había llegado.
Minutos después, la muchacha se dirigió a un
cuarto para adecentarse y vestirse. Se marchaba con su padre. En el momento en
el que Peter y el padre de la chica estuvieron solos, no se dirigieron la
palabra, aun así, el joven no se achantó. Se limitó a mirar con el mismo
descaro y desprecio con el que aquel le observaba. Ninguno disimuló. Aquella
ridícula boda en Las Vegas no era del agrado de nadie.
Cuando Lali salió vestida con unos vaqueros, una
camiseta azulada y su claro pelo recogido en una coleta alta, algo en Peter se
resquebrajó. Aquella muchacha menuda que aún era su mujer, era una auténtica
preciosidad. Desprendía una luz especial y eso le gustó. Pero manteniendo el
tipo se contuvo y desvió la mirada. No quería mirarla. Aquello era una locura
que debía de acabar cuanto antes o sus planes y su carrera en la policía
española se irían al garete.
La muchacha y su padre intercambiaron unas
palabras contundentes, y aquel gigante con cara de mala leche salió por la
puerta sin despedirse, dejándoles a los dos a solas en la habitación.
—No te preocupes por nada. Papá dice que
conseguiremos el divorcio rápidamente. —Al ver que él no respondía prosiguió—.
Como le has dado tu dirección a James, él te enviará una copia a tu casa y...
y... podrás olvidar todo esto muy pronto.
—Gracias. Es todo un detalle —respondió el joven
molesto por sentirse un pelele en todos los sentidos.
Nunca le había gustado que nadie manejase su
vida como había ocurrido en la última hora. Su padre les había enseñado a él y
sus hermanas a manejar sus vidas, no a dejar que otro se las manejara. Lali, a
quien por alguna extraña circunstancia le resultaba difícil marcharse de
aquella habitación, anduvo hacia él. Estaba claro que aquel muchacho la había
tratado de una manera a la que ella no estaba acostumbrada. Por primera vez, un
chico la había mirado como a una chica normal y sabía que eso le resultaría
difícil de olvidar. Pero clavando sus cansados ojos claros en el muchacho moreno
de mirada oscura y profunda dijo:
—Quiero que sepas que lamento tanto como tú todo
lo que ha pasado. Y antes de irme necesito decirle que...
—Oye, canija —cortó con voz tensa quitándose con
furia el ridículo anillo para dejarlo ante ella, después darle la espalda— . No
sé quién eres ni me interesa conocer nada de ti. Sera mejor que te vayas antes
de que tu padre, ese que se cree Dios, entre de nuevo.
La joven asintió y calló. Le hubiera gustado que
todo terminara de diferente manera pero era imposible. Por ello y sin decir
nada se guardó en el bolsillo del vaquero el horroroso anillo de dados que él
había dejado sobre la mesa, cogió mi bolso y se marchó. Al escuchar el ruido de
la puerta al cerrarse, el joven miró a su alrededor, estaba solo en la suite.
Una hora después, tras ducharse, fue a salir de
la habitación cuando vio la foto y los papeles de la licencia rotos en el
suelo. Sin saber por qué los recogió con furia y se fue a su habitación.
Necesitaba olvidar lo ocurrido.
Al día siguiente en el avión de regreso a
España, Peter no podía dormir. Había mantenido una fuerte discusión con el Cacheton
por todo lo ocurrido. Aquel descerebrado, como bien había imaginado él, había
sido quien les había echado una de sus pastillitas en la bebida. Por su culpa
todo había acabado fatal. Con gesto grave miró a sus amigos que, agotados,
dormían como troncos en sus asientos y sonrió al ver el ojo morado del Cacheton.
Un ojo que él se había encargado de tintar. Aburrido, enfadado y muy cansado,
alargó la mano para cogerla revista que ofrecía la compañía aérea y al abrir
una de sus páginas se quedó de piedra. Había varias fotos de la joven con la
que se había casado junto a su padre, brindando con Meryl Streep, Brad Pitt y
Paul Newman. Boquiabierto leyó:
"El magnate de la industria del cine Carlos
Riera, su preciosa mujer Samantha y su bella hija Mariana organizan una fiesta
para recaudar fondos para la India en su lujosa villa en Beverly Hills».
Incrédulo, Peter miró de nuevo las caras de
aquellos. Increíblemente se trataba de la chica y su padre. En ese momento lo
entendió todo. El magnate debió creer que se había casado con su hija por
dinero. Cerrando la revista maldijo. Ahora entendía porque se creía Dios. Era
el puto amo de la industria cinematográfica americana y él, un don nadie, se
había casado con su adorada hija.
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