miércoles, 10 de julio de 2013

Capítulo 3

Peter miró hacia arriba.
— Esto no puede estar pasando.
Soltando su mano, se volvió hacia el panel y empezó a pulsar los botones. Pero no pasó nada. Entonces intentó abrir las puertas a pulso, pero aunque era muy fuerte las puertas se quedaron como estaban. Mascullando maldiciones, Peter cambió de táctica y se puso a golpearlas con los puños cerrados.
—¡Estamos atrapados! ¡Aquí dentro hay una mujer de parto y un hombre a punto de sufrir un ataque al corazón! ¿Alguien puede oírme?
Aparentemente, nadie podía. Peter se volvió entonces, mirándola como si hubiera sabido desde el principio que llevaba en el vientre un  virus extraterrestre.
—¿Qué?
—¿Cómo se encuentra, señora Cavanaugh?
Con un susto de muerte y unos dolores que empezaban a ser más que molestos, Lali decidió mentir.
—Bastante bien —contestó. Él la miró, incrédulo —. Bueno, la verdad es que puedo explotar de un momento a otro. Pero le aseguro que me hace tan poca gracia como a usted, señor Lanzani. Estamos metidos en un buen lío.
—¿Más de lo que creo?
—Me temo que sí. Mi niña no está en la posición adecuada, de modo que no puedo dar a luz de forma natural. Necesito ayuda.
—Y yo sin mi caja de herramientas...
—Veo que es usted muy gracioso. Pero le recuerdo que soy yo quien debería estar ahora mismo en el quirófano de un hospital enorme, rodeada de médicos que saben lo que hacen.
—Le aseguro que me encantaría poder llevarla ahora mismo, señora Cavanaugh. Así que no se mueva y guarde a la niña dentro, donde tiene que estar.
—Lali iba a replicar como se merecía, pero el dolor la obligó a doblarse sobre sí misma.
—¡Ay!
—¿Qué pasa?
—Me parece que son dolores de parto. No creo que pueda aguantar. Por favor, tiene que hacer algo... ahora mismo.
—¿Alguna sugerencia? —Murmuró él, intentando disimular su nerviosismo.
¿Sugerencias? ¿No tenía ya suficientes cosas que hacer?, Pensó Lali, sujetándose el vientre.
—¿No ha dicho que sabe de coches? Pues esto es un ascensor, no creo que sea muy diferente.
—Yo soy un experto en vehículos de cuatro ruedas que dan vueltas a un circuito por un montón de dinero.
Dudando de las habilidades de aquel tipo guapísimo para lidiar con la situación, Lali siguió respirando como le habían enseñado mientras señalaba el teléfono de urgencias.
—Llame a alguien, señor Lanzani. Porque si sigo aquí mucho tiempo, los dos vamos a convertimos en tres.
El se puso pálido.
—Deje de respirar así. Me está poniendo nervioso.
—Lo haría si pudiera, se lo aseguro. Pero mi niña está dispuesta a nacer... ¡Haga algo antes de que tenga que llamarla Otis!
—¿Otis?
—¡Cómo el ascensor, hombre! ¡Haga algo!
—Ya voy, ya voy —murmuró él, descolgando el teléfono. Mientras esperaba comunicación, la miró como diciendo: «¿Por qué yo?».
¿Dónde está su marido? Debería estrangularlo por no estar aquí con usted.
El dolor disminuyó un poco y Lali respiró  profundamente, apoyándose en la pared de cristal.
—No podría estrangularlo.
—¿Por qué?
—Porque ya está muerto.
—Lo siento, perdone —se disculpó Peter —. Es que es usted tan joven... no se me había ocurrido pensar que pudiera ser viuda.
—Ni a mí tampoco.
—No, claro.
Lali no sabía qué decir. Y, aparentemente, tampoco él.

Pero cuando se miraron a los ojos, algo se despertó en ella.

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