Peter miró hacia
arriba.
— Esto no puede estar
pasando.
Soltando su mano, se
volvió hacia el panel y empezó a pulsar los botones. Pero no pasó nada.
Entonces intentó abrir las puertas a pulso, pero aunque era muy fuerte las
puertas se quedaron como estaban. Mascullando maldiciones, Peter cambió de
táctica y se puso a golpearlas con los puños cerrados.
—¡Estamos atrapados! ¡Aquí
dentro hay una mujer de parto y un hombre a punto de sufrir un ataque al
corazón! ¿Alguien puede oírme?
Aparentemente, nadie
podía. Peter se volvió entonces, mirándola como si hubiera sabido desde
el principio que llevaba en el vientre un
virus extraterrestre.
—¿Qué?
—¿Cómo se encuentra,
señora Cavanaugh?
Con un susto de muerte y
unos dolores que empezaban a ser más que molestos, Lali decidió mentir.
—Bastante bien —contestó.
Él la miró, incrédulo —. Bueno, la verdad es que puedo explotar de un momento a
otro. Pero le aseguro que me hace tan poca gracia como a usted, señor Lanzani.
Estamos metidos en un buen lío.
—¿Más de lo que creo?
—Me temo que sí. Mi niña
no está en la posición adecuada, de modo que no puedo dar a luz de forma
natural. Necesito ayuda.
—Y yo sin mi caja de
herramientas...
—Veo que es usted muy
gracioso. Pero le recuerdo que soy yo quien debería estar ahora mismo en el
quirófano de un hospital enorme, rodeada de médicos que saben lo que hacen.
—Le aseguro que me
encantaría poder llevarla ahora mismo, señora Cavanaugh. Así que no se mueva y
guarde a la niña dentro, donde tiene que estar.
—Lali iba a replicar
como se merecía, pero el dolor la obligó a doblarse sobre sí misma.
—¡Ay!
—¿Qué pasa?
—Me parece que son
dolores de parto. No creo que pueda aguantar. Por favor, tiene que hacer
algo... ahora mismo.
—¿Alguna sugerencia?
—Murmuró él, intentando disimular su nerviosismo.
¿Sugerencias? ¿No tenía
ya suficientes cosas que hacer?, Pensó Lali, sujetándose el vientre.
—¿No ha dicho que sabe de
coches? Pues esto es un ascensor, no creo que sea muy diferente.
—Yo soy un experto en
vehículos de cuatro ruedas que dan vueltas a un circuito por un montón de
dinero.
Dudando de las
habilidades de aquel tipo guapísimo para lidiar con la situación, Lali siguió
respirando como le habían enseñado mientras señalaba el teléfono de urgencias.
—Llame a alguien, señor Lanzani. Porque si sigo aquí mucho tiempo, los dos vamos a convertimos en tres.
El se puso pálido.
—Deje de respirar así. Me
está poniendo nervioso.
—Lo haría si pudiera, se
lo aseguro. Pero mi niña está dispuesta a nacer... ¡Haga algo antes de que
tenga que llamarla Otis!
—¿Otis?
—¡Cómo el ascensor,
hombre! ¡Haga algo!
—Ya voy, ya voy —murmuró
él, descolgando el teléfono. Mientras esperaba comunicación, la miró como
diciendo: «¿Por qué yo?».
¿Dónde está su marido?
Debería estrangularlo por no estar aquí con usted.
El dolor disminuyó un
poco y Lali respiró profundamente, apoyándose
en la pared de cristal.
—No podría estrangularlo.
—¿Por qué?
—Porque ya está muerto.
—Lo siento, perdone —se
disculpó Peter —. Es que es usted tan joven... no se me había ocurrido
pensar que pudiera ser viuda.
—Ni a mí tampoco.
—No, claro.
Lali no sabía qué decir.
Y, aparentemente, tampoco él.
Pero cuando se miraron a
los ojos, algo se despertó en ella.
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