Lali tomó la fotografía
de su difunto marido del salón y entró en el cuarto de estar, donde lo esperaba su
invitado. Su pulso se aceleró al verlo de espaldas, con las manos en los
bolsillos del pantalón.
—Peter—lo llamó en voz
baja. Él se volvió, la viva imagen de la belleza masculina—. Quiero enseñarte
esta fotografía para que sepas que no debes preocuparte.
De modo que aquello era
Southwood.. Llegaron el viernes por la tarde y Lali iba mirando las calles del
pueblo a través de la ventanilla del coche.
Al día siguiente era la
fiesta nacional, el Cuatro de Julio, y Southwood parecía el escenario de una
película de los años cincuenta. Había muchas calles sin asfaltar, el
aparcamiento de la hamburguesería estaba abarrotado de coches con ruidosos
adolescentes y el instituto, de ladrillo rojo, era seguramente el edificio más
grande del pueblo.
En el cine estaban poniendo
una película que se había estrenado en Nueva York un par de años antes. Había
una barbería, un salón de belleza, una bolera y una tienda de ropa.
Lali sonrió. Le
encantaba aquel sitio. Y se alegraba de haber convencido a Peter de que
realmente quería acompañarlo. Además, no le gustaba estar atada por el dinero y
el estatus. A veces se había sentido como una princesa encerrada en su palacio.
Pero no allí. Allí era ella misma. No la viuda del millonario, no la nuera de los Cavanaugh de los Hampton. Era... la supuesta
esposa de Peter Lanzani. Lali puso los pies en la tierra con una sonrisa. Bueno,
no era exactamente ella misma.
—Y esta es la calle Mayor
—le explicó Peter—. Aquí está el ayuntamiento.
En el centro de la calle,
frente a un edificio de ladrillo, había un viejo cañón de hierro fundido. A un
lado, una estatua de bronce del que debía de ser un héroe local.
—¿No me habías dicho que
en Southwood no había héroes?
Peter esbozó una sonrisa.
Una sonrisa tan cargada de sensualidad que hubiera podido iluminar un árbol de
Navidad.
—No es nuestro. Es un
héroe prestado.
—¿Cómo?
—Es de otro pueblo.
—¿Estás tomándome el
pelo?
—No, pero puedo hacerlo
si quieres — sonrió él, alargando la mano para tirarle de la coleta.
—Estate quieto. Vas a
despertar a Allegra.
—Mira eso —dijo Peter entonces.
Lali vio una pancarta de
lado a lado de la calle, en la que daban la bienvenida a los antiguos alumnos
del instituto. Para su sorpresa, experimentó la absurda sensación de que estaba
volviendo a casa.
—Me gusta este pueblo. Es
como una pintura de Norman Rockwell.
—Muchas gracias, pero
Southwood es un pueblo perdido en medio de ninguna parte.
—No digas eso. Es bonito.
Lali se volvió hacia la
ventanilla, sonriendo. En realidad, Peter no lo decía en serio. Había notado una
nota de orgullo en su voz. Él, que le había dicho que no iba a gustarle nada el
pueblo y que se alegraba de no vivir allí.
Había ido a buscarla una
hora antes de lo previsto. Tan emocionado estaba. Pero se le pasó la emoción cuando
Clovis lo llevó aparte para decirle lo que debía y no debía hacer. Y, más o
menos, le había mencionado la guillotina.
—Verás que esta avenida
está asfaltada. Y que, al contrario que en la calle Elm, no hay ningún perro en
medio de la calzada lamiéndose... sus partes.
—Por cierto, me
sorprendió que supieras el nombre del perro y de su dueña.
—La señora Cheevers es
una vieja amiga — sonrió él—. Pero no te gusta Southwood, ¿ verdad?
—Claro que me gusta. De
hecho, me gusta mucho. Es muy diferente de Atlanta.
—Creí que te gustaba
Atlanta.
—Y me gusta. Pero no es
mi casa.
Entraron entonces en una
avenida de casas con porches corridos y pequeños jardines en la parte
delantera. Casi todas tenían garaje para uno o dos vehículos y el camino hasta
la puerta era de gravilla.
A ambos lados de la
avenida, nogales y robles. Y jugando en la calle un montón de niños, con sus
madres cerca charlando en los bancos.
Lali pensó entonces que
así era como debía ser la vida.
—Esto es precioso. Si Allegra fuese mayor, le encantaría este sitio — murmuró, volviendo la cabeza para
observar a la niña, que iba dormida en su sillita—. ¿Por qué te fuiste de aquí?
—¿ Que por qué me fui?
Pregúntamelo cuando termine el fin de semana.
—Siempre dices eso.
—Y lo digo de verdad.
Bueno, ya hemos llegado —dijo Peter, deteniendo el coche frente a una casa con
tejado de pizarra—. Empieza el juego... señora Lanzani.
Lali miró alrededor.
—¿Tu madre, dónde?
—La señora Lanzani eres
tú. No lo olvides.
—Ah, es verdad —murmuró
ella—. Se me había olvidado.
El fin de semana podría
explotarles en la cara si no recordaba que era la señora Lanzani. ¿Por qué había
aceptado hacer ese papel?, se preguntó.
—¿No lo olvidarás?
Lali se miró las manos,
nerviosa. Cuando fue a buscarla, Peter le dio una alianza y se puso otra en el
dedo.
—Estaremos mintiéndole a
tu familia y a tus amigos. No sé si puedo...
—Claro que puedes —la
interrumpió él, levantando su barbilla con un dedo.
Cada vez que la tocaba,
cada vez que la miraba de cierta forma, se derretía por dentro. Era imposible
decirle que no.
Para su sorpresa, Peter se
inclinó entonces y le dio un besito en los labios.
—Pero si quieres,
volvemos a Atlanta. Lo digo en serio, Lali. Si no te encuentras cómoda...
—No, no, déjalo. He aceptado
ayudarte y pienso hacerlo —murmuró ella, intentando disimular el
estremecimiento que le había producido aquel beso—. Es que estoy un poco
nerviosa.
—Es normal, ¿no? Los
nervios de una recién casada.
—Sí, claro.
Peter se puso serio
entonces.
—Lali, quiero que sepas...
—nervioso, se pasó una mano por el pelo—. Soy un hombre adulto y no
debería ser tan difícil. Pero quiero que sepas que la verdadera razón por la
que te pedí que vinieras a Southwood es... que quería estar contigo.
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