martes, 30 de julio de 2013

Capítulo 24

Lali tomó la fotografía de su difunto marido del salón y entró en el cuarto de estar, donde lo esperaba su invitado. Su pulso se aceleró al verlo de espaldas, con las manos en los bolsillos del pantalón.
—Peter—lo llamó en voz baja. Él se volvió, la viva imagen de la belleza masculina—. Quiero enseñarte esta fotografía para que sepas que no debes preocuparte. 
De modo que aquello era Southwood.. Llegaron el viernes por la tarde y Lali iba mirando las calles del pueblo a través de la ventanilla del coche.
Al día siguiente era la fiesta nacional, el Cuatro de Julio, y Southwood parecía el escenario de una película de los años cincuenta. Había muchas calles sin asfaltar, el aparcamiento de la hamburguesería estaba abarrotado de coches con ruidosos adolescentes y el instituto, de ladrillo rojo, era seguramente el edificio más grande del pueblo.
En el cine estaban poniendo una película que se había estrenado en Nueva York un par de años antes. Había una barbería, un salón de belleza, una bolera y una tienda de ropa.
Lali sonrió. Le encantaba aquel sitio. Y se alegraba de haber convencido a Peter de que realmente quería acompañarlo. Además, no le gustaba estar atada por el dinero y el estatus. A veces se había sentido como una princesa encerrada en su palacio. Pero no allí. Allí era ella misma. No la viuda del millonario, no la nuera de los Cavanaugh de los Hampton. Era... la supuesta esposa de Peter Lanzani. Lali puso los pies en la tierra con una sonrisa. Bueno, no era exactamente ella misma.
—Y esta es la calle Mayor —le explicó Peter—. Aquí está el ayuntamiento.
En el centro de la calle, frente a un edificio de ladrillo, había un viejo cañón de hierro fundido. A un lado, una estatua de bronce del que debía de ser un héroe local.
—¿No me habías dicho que en Southwood no había héroes?
Peter esbozó una sonrisa. Una sonrisa tan cargada de sensualidad que hubiera podido iluminar un árbol de Navidad.
—No es nuestro. Es un héroe prestado.
—¿Cómo?
—Es de otro pueblo.
—¿Estás tomándome el pelo?
—No, pero puedo hacerlo si quieres — sonrió él, alargando la mano para tirarle de la coleta.
—Estate quieto. Vas a despertar a Allegra.
—Mira eso —dijo Peter entonces.
Lali vio una pancarta de lado a lado de la calle, en la que daban la bienvenida a los antiguos alumnos del instituto. Para su sorpresa, experimentó la absurda sensación de que estaba volviendo a casa.
—Me gusta este pueblo. Es como una pintura de Norman Rockwell.
—Muchas gracias, pero Southwood es un pueblo perdido en medio de ninguna parte.
—No digas eso. Es bonito.
Lali se volvió hacia la ventanilla, sonriendo. En realidad, Peter no lo decía en serio. Había notado una nota de orgullo en su voz. Él, que le había dicho que no iba a gustarle nada el pueblo y que se alegraba de no vivir allí.
Había ido a buscarla una hora antes de lo previsto. Tan emocionado estaba. Pero se le pasó la emoción cuando Clovis lo llevó aparte para decirle lo que debía y no debía hacer. Y, más o menos, le había mencionado la guillotina.
—Verás que esta avenida está asfaltada. Y que, al contrario que en la calle Elm, no hay ningún perro en medio de la calzada lamiéndose... sus partes.
—Por cierto, me sorprendió que supieras el nombre del perro y de su dueña.
—La señora Cheevers es una vieja amiga — sonrió él—. Pero no te gusta Southwood, ¿ verdad?
—Claro que me gusta. De hecho, me gusta mucho. Es muy diferente de Atlanta.
—Creí que te gustaba Atlanta.
—Y me gusta. Pero no es mi casa.
Entraron entonces en una avenida de casas con porches corridos y pequeños jardines en la parte delantera. Casi todas tenían garaje para uno o dos vehículos y el camino hasta la puerta era de gravilla.
A ambos lados de la avenida, nogales y robles. Y jugando en la calle un montón de niños, con sus madres cerca charlando en los bancos.
Lali pensó entonces que así era como debía ser la vida.
—Esto es precioso. Si Allegra fuese mayor, le encantaría este sitio — murmuró, volviendo la cabeza para observar a la niña, que iba dormida en su sillita—. ¿Por qué te fuiste de aquí?
—¿ Que por qué me fui? Pregúntamelo cuando termine el fin de semana.
—Siempre dices eso.
—Y lo digo de verdad. Bueno, ya hemos llegado —dijo Peter, deteniendo el coche frente a una casa con tejado de pizarra—. Empieza el juego... señora Lanzani.
Lali miró alrededor.
—¿Tu madre, dónde?
—La señora Lanzani eres tú. No lo olvides.
—Ah, es verdad —murmuró ella—. Se me había olvidado.
El fin de semana podría explotarles en la cara si no recordaba que era la señora Lanzani. ¿Por qué había aceptado hacer ese papel?, se preguntó.
—¿No lo olvidarás?
Lali se miró las manos, nerviosa. Cuando fue a buscarla, Peter le dio una alianza y se puso otra en el dedo.
—Estaremos mintiéndole a tu familia y a tus amigos. No sé si puedo...
—Claro que puedes —la interrumpió él, levantando su barbilla con un dedo.
Cada vez que la tocaba, cada vez que la miraba de cierta forma, se derretía por dentro. Era imposible decirle que no.
Para su sorpresa, Peter se inclinó entonces y le dio un besito en los labios.
—Pero si quieres, volvemos a Atlanta. Lo digo en serio, Lali. Si no te encuentras cómoda...
—No, no, déjalo. He aceptado ayudarte y pienso hacerlo —murmuró ella, intentando disimular el estremecimiento que le había producido aquel beso—. Es que estoy un poco nerviosa.
—Es normal, ¿no? Los nervios de una recién casada.
—Sí, claro.
Peter se puso serio entonces.
—Lali, quiero que sepas... —nervioso, se pasó una mano por el pelo—. Soy un hombre adulto y no debería ser tan difícil. Pero quiero que sepas que la verdadera razón por la que te pedí que vinieras a Southwood es... que quería estar contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario