Ella dejó escapar un
suspiro de alivio. Y de alegría.
—No sé qué decir. Excepto
gracias.
—De nada. Solo quería que
lo supieras. Que quiero estar contigo... ya está, ya lo he dicho otra vez.
—Me gusta que lo digas.
¿Podrían ser más azules
sus ojos? Solo podía pensar en eso. Y en cómo deseaba que volviera a besarla.
Era tan maravilloso. Pero todo aquello era un juego, se dijo a sí misma. Y no
debía olvidarlo.
—¿ Y tu ex novia? ¿Esa
Bobby Sue?
—Bobby Jean.
—¿Es tan mala como dices?
—No es que sea mala. Es que
es... un poco salvaje. Y, por cierto, no te lo he contado todo.
—¿Qué es lo que no me has
contado? ¿Tuviste un hijo con ella o algo así? —preguntó Lali, asustada.
—No, claro que no.
—¿Entonces? ¿Es una
enferma mental? ¿Es de la mafia?
Peter no sonrió al
escuchar la broma.
—Ella no. Pero su marido
sí. Se llama Nico Diamantes y es de Nueva Jersey.
Lali se quedó de piedra.
No podía estar hablando en serio.
—¿Por qué no me lo has
dicho antes?
—¿Habrías venido conmigo
si supieras que el marido de mí ex novia era un mafioso?
—No. Tengo que proteger a
mi hija, Peter.
— Y yo tengo que proteger
a mi mujer, a mi hija y a mi madre.
—Una mujer y una hija de
mentira.
—Pero tres mujeres, de
todas formas.
—Yo puedo protegerme
sola.
Peter dejó escapar un suspiro.
—Muy bien. Pues tengo que
proteger a mi madre.
—Seguro que ella también
puede protegerse sólita.
—¿ Quieres dejar que
proteja a alguien, por favor?
Lali se cruzó de brazos.
—Muy bien. Protege a tu
madre. Y yo que tú, vigilaría mi espalda.
—Gracias por el consejo.
Lo haré —sonrió él—. Mira, Lali, no te habría traído aquí si pensara que, de
verdad, iba a ponerte en peligro. Además, no creo que el marido de Bobby Jean
aparezca.. .
—¿No acabas de decir que
es de la mafia? Y otra cosa, si alguien de la mafia aparece por aquí, habrá
periodistas. Te lo aseguro, yo he sido reportera y aquí hay un artículo. El
marido de esa tal Bobby Sue aparecerá y nos matará a todos.
—No lo creo —suspiró
Peter, quitándose el cinturón de seguridad—. Pero si ocurre, podrás escribir un
artículo tú misma.
—¿ Cómo voy a escribir un
artículo si estoy muerta?
—No estarás muerta, Lali.
Ella salió del coche y
abrió la puerta de atrás para sacar la sillita de Allegra.
—¿Puedes garantizarlo?
Suspirando, Peter salió
del coche.
—Sí, puedo garantizar que
nadie va a matarte. ¿No crees que lo he pensado cuidadosamente? Si ese tipo
aparece, y no lo creo, llamaré al jefe de policía, que es muy amigo mío. Gaston Dalmau y yo fuimos juntos al instituto.
Lali se puso las manos
en las caderas.
—¿Dalmau? Menudo nombre.
El mafioso seguro que lo mata solo por llamarse así.
—No has visto a Dalmau—suspiró Peter, sacando el equipaje del maletero.
Dos maletas de diseño
cayeron sobre la hierba sin contemplaciones y ella lo miró, irritada.
—¿Te importaría no tirar
mis cosas al suelo? Dentro hay cosas muy frágiles.
Sin decir una palabra, Peter tiró el neceser, también de diseño, sobre las maletas.
Era la guerra.
—Estupendo. Llevamos aquí
cinco minutos y ya estamos peleados. Sabía que no debería haber venido. Clovis
me dijo que esto terminaría mal y tenía razón. Hasta Marta me lo dijo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué ha dicho
Marta?
— No lo sé, porque no
hablo su idioma. Pero no me gustó nada su expresión.
—¿No estaría quejándose
de Clovis? Por lo que vi el otro día, le hace la vida imposible.
—No lo creo.
Lali miró a su «marido»,
cerrando el maletero, con su camisa de cuadros y sus anchos hombros y sus ojos
verdes. Peter Lanzani no podía ser más guapo.
Entonces se dio cuenta de
lo ridícula que era la situación.
Allí estaban, delante de
la casa de su madre discutiendo como si fueran un verdadero matrimonio. ¿La
mafia en Southwood? Por favor. Tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una
carcajada.
Peter parecía haber
llegado a la misma conclusión porque fue él quien río primero.
—¿Por qué estamos
discutiendo?
—No lo sé. Por la mafia,
creo.
—Ah, bueno, mientras no
sea de política o de religión.
—O de sexo, o de los
suegros —río Lali. Entonces Peter se puso serio—. ¿Qué pasa, qué he dicho?
— Tengo que contarte otra
cosa.
—Dios mío... ¿qué es?
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