Sin pensar, Peter se
inclinó para buscar su boca.
La oyó exhalar un
gemido... ¿de pasión? No, de dolor, porque la niña acababa de darle un tirón de
pelo. Lali se apartó, con expresión desconcertada y él se aclaró la garganta.
Aún así, a pesar del «beso interruptus» la buena noticia era que Lali parecía
tan afectada como él.
—Háblame de esa niña tan
guapa a la que le gusta... destrozar momentos íntimos entre dos adultos.
Allegra sonrió y a Peter se
le derritió el corazón. Era preciosa. Piel rosada, gordita, ojos verdes, un
ángel. Vestida con una ranita de color verde y el pelo de punta, estaba para
comérsela.
—Te presento a mi hija, Allegra Esposito.
Entonces Peter se dio
cuenta de una cosa. Allegra podría ser su hija. Tenía los ojos verdes como
él, y el pelo castaño también como él. Cualquiera creería que eran padre e
hija...
Eso era lo que quería que
pensara la gente de Southwood. Pero había algo más. Se sentía tontamente
orgulloso del parecido. Como si él hubiera tenido algo que ver...
Los genes de soltero de
Peter se despertaron inmediatamente. «Tranquilo, amigo. Pensando así, acabarás
empujando un cochecito de bebé y llevando el bolso de tu mujer en el
supermercado. Recuerda el circuito. Ese es tu primer amor. Siempre lo será. Sal
corriendo, hombre. Sal corriendo mientras puedas».
Entonces pensó algo que
le encogió el corazón. Si la niña se parecía a él, entonces él debía parecerse
a su padre. Quizá Lali había querido volver a verlo porque le recordaba a su
difunto marido. Eso sería horrible.
Peter se dijo a sí mismo
que necesitaba saber cómo era el difunto marido. Para estar tranquilo, para
saber que Lali no era una viuda vulnerable de la que estaba aprovechándose.
Pero ¿cómo iba a saber
qué aspecto tenía su marido? ¿Qué razón iba a dar para pedirle una fotografía?
Y si intentaba buscarla por sí mismo, el sargento Clovis le pondría las zarpas
encima inmediatamente.
Aunque todos aquellos
pensamientos eran absurdos. ¿Por qué estaba cuestionándose los sentimientos de
Lali si apenas la conocía? El problema eran sus sentimientos por ella.
Quería conocerla. Pero si
la conocía y le gustaba... más de lo que le gustaba ya, tendría que enfrentarse
con su convicción de no tener relaciones serias mientras estuviera trabajando
en el circuito de carreras.
O podía no verla nunca
más. Pero era demasiado tarde. Estaba en su cuarto de estar y ella lo miraba,
esperando una explicación.
Tenía que dejar de darle
vueltas a la cabeza. Lali Esposito solo iba a hacerle un favor. Era una mujer
que le gustaba, como le habían gustado tantas otras mujeres. No debía ponerse
tan nervioso.
Pero no era cierto.
Ninguna mujer le había gustado de esa forma. Lo que sentía por ella era
completamente diferente. Solo la había visto dos veces en seis meses, pero no
pudo dejar de pensar en ella.
Debía tomárselo con
calma, se dijo. ¿Qué más daba a quién le recordase? No estaba allí para pedirle
que se casara con él. Estaba allí porque Lali había aceptado hacerse pasar por
su esposa durante un fin de semana.
¿Podría pasar todo un fin
de semana a su lado sin volverse loco?
¿Sería posible sentirse
atraído eternamente por una mujer sin hacer nada al respecto?
Tenía que hacer algo, se
dijo. Estaba empezando a volverse loco y ni siquiera habían llegado a
Southwood.
—Lali, mírame.
—Dime — sonrió ella.
—No sé cómo decirte esto,
pero creo que he cometido un grave error viniendo aquí. Y creo que debería
marcharme.
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