lunes, 22 de julio de 2013

Capítulo 15

—No, claro que no. Pero deberías tenerlo, cariño —dijo el hombre. Lali dejó escapar un suspiro. Afortunadamente, alguien de la familia pensaba que no debía seguir siendo viuda para siempre—. En cualquier caso, la señorita Reeves... ¿te acuerdas de la señorita Reeves?
Ella hizo una mueca. Eso era como preguntarle si recordaba al coco que, estaba segura, permaneció escondido en el armario durante toda su infancia.
—Alta, antipática, la mejor secretaria del mundo... y una mujer a la que todos tienen miedo. Todos menos Clovis, claro, que no le tiene miedo a nadie. ¿Te refieres a la señorita Reeves?
—La misma. Fue a tu apartamento esta tarde para comprobar que todo estaba en orden...
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Mi mujer pensó que sería buena idea.
—Ya veo.
De modo que la auténtica señora Cavanaugh estaba espiándola en su ausencia... Pero Lali no podía hacer nada porque el dúplex estaba a nombre de sus suegros.
—¿Y qué encontró?
—Un mensaje en el contestador. Lo dejaron el lunes.
—¿Hace dos días? Qué horror. Como no me llamaba nadie, he dejado de comprobar los mensajes — murmuró Lali.
El hombre que había llamado tenía acento del sur, de modo que debía ser Peter. Y como no le había devuelto la llamada, el pobre debía pensar que no quería saber nada de él. .
—Me lo contó la señorita Reeves para ver si yo sabía quién era ese hombre, pero no lo sé. ¿Quién es?
—Si no me dices su nombre...
—Ah, es verdad. Espera un momento. ¿Dónde he puesto el papel...? Ah, aquí está. Espera, ahora tengo que encontrar mis gafas.
Lali estaba a punto de sufrir un infarto.
—Mira en el bolsillo de la camisa. Siempre llevas las gafas de leer en el bolsillo de la camisa, papá Rick.
—Ah, es verdad. Lo sabes mejor que yo, ¿eh?
Ella sonrió. Afortunadamente, Rick había heredado su fortuna. Era tan despistado que si hubiera tenido que ganarse la vida, habría terminado viviendo en la calle.
—¿Cómo se llama ese hombre?
—¿ Tienes un bolígrafo y un papel?
—Espera un momento...
Con el teléfono en la mano, Lali empezó a abrir cajones pero, como ocurre siempre en esas situaciones de emergencia, era incapaz de encontrar papel y bolígrafo.
—Por cierto, ¿cómo está mi nieta, la niña de mis ojos?
—Divinamente. Gordita y feliz. Ya casi se sienta sola. Y estoy segura de que empezará a caminar dentro de un par de meses. Si no está ya dirigiendo la empresa familiar...
—Qué maravilla. Estoy deseando verla otra vez.
—Sé que la echas de menos, Rick. ¿Por qué no venís a verla?
— A Ruth no le gusta salir de los Hampton en esta época del año, ya lo sabes.
—Pues ven sin ella —dijo Lali que, mientras escuchaba las explicaciones de su suegro, seguía buscando un bolígrafo por todas partes —. Dile al piloto dónde debe aterrizar y él te traerá aquí sin problemas, Rick.
—Sí, es verdad. Podría hacer eso.
—Claro que sí —murmuró ella. Entonces encontró un bolígrafo y le quitó la capucha con los dientes para anotar el número en la cubierta del libro que estaba leyendo—. Ya está. Dime.
—Espera. Me parece que oigo a Ruth bajar por la escalera.
Lali apretó el teléfono. Eran como dos conspiradores durante la Revolución Francesa.
—Venga, date prisa. Dame el nombre y el teléfono, Rick. Corre.
Intentar comunicarse con aquel hombre era como intentar comunicarse con una piedra. Hacía falta paciencia.
—No, no era ella. Debía de ser el perro.
—Bueno, ¿quién era ese caballero con acento del sur que ha llamado preguntando por mí?
—No me gusta nada ese perro. ¿Sabes que me mordió el otro día?
—Sí, a mí tampoco me gusta nada Emperador. Es una fiera. ¿Cómo se llama ese hombre, Rick?
—Ah, sí. A ver... Peter... qué nombre tan raro.
Era Peter. Peter Lanzani. El corazón de Lali dio un vuelco.
—¿Peter qué? —preguntó, intentando aparentar tranquilidad.

—Lanzani. Y la señorita Reeves dice en la nota que el señor Lanzani quiere que le salves la vida. ¿Por qué dirá eso?
Lali no pudo contener un gemido. Peter la había llamado para pedirle un favor.
—No tengo ni idea.
—Yo creo que deberías llamarlo. Y espero que no sea demasiado tarde.
—Rick, el número...
Su suegro por fin le dio el número de teléfono, pero Lali estaba tan nerviosa que no consiguió anotarlo correctamente hasta el tercer intento.
—Espera un momento —dijo Rick entonces—. Peter Lanzani... me suena ese nombre. ¿No es el joven que se quedó encerrado contigo en el ascensor?
—Sí, pero no se lo cuentes a tu mujer. No quiero que se lleve un disgusto.
—Yo no voy a decírselo, pero la señorita Reeves... Seguro que se lo larga. Bueno, me voy a la cama. Que tengas suerte con ese novio tuyo, Lali.
—No es mi novio.
—Eso ya lo veremos. Adiós, cariño. Y dale un beso a Allegra de mi parte.
—Lo haré. Un beso muy fuerte, Rick.
Lali colgó y después se quedó mirando el número de teléfono.
Peter Lanzani la había llamado, pensó, con el corazón dando saltos. Y quería que le salvase la vida.
Era su día de suerte.
Además, seguramente no necesitaría que le salvase la vida. Solo era una broma. Una forma de saludarla y pedir disculpas por no haber llamado antes.
Tenía que ser eso.
Miró el papel, el reloj. El reloj, el papel. Eran las nueve, de modo que podía llamarlo inmediatamente.
Con el corazón en un puño, empezó a marcar el número. Pero no sabía si quería que estuviera en casa o no. Después de todo, llamarlo podría ser como abrir la caja de Pandora. Y no estaba muy segura de sus sentimientos. 

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