—No, claro que no. Pero
deberías tenerlo, cariño —dijo el hombre. Lali dejó escapar un suspiro.
Afortunadamente, alguien de la familia pensaba que no debía seguir siendo viuda
para siempre—. En cualquier caso, la señorita Reeves... ¿te acuerdas de la
señorita Reeves?
Ella hizo una mueca. Eso
era como preguntarle si recordaba al coco que, estaba segura, permaneció
escondido en el armario durante toda su infancia.
—Alta, antipática, la
mejor secretaria del mundo... y una mujer a la que todos tienen miedo. Todos
menos Clovis, claro, que no le tiene miedo a nadie. ¿Te refieres a la señorita
Reeves?
—La misma. Fue a tu
apartamento esta tarde para comprobar que todo estaba en orden...
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Mi mujer pensó que sería
buena idea.
—Ya veo.
De modo que la auténtica
señora Cavanaugh estaba espiándola en su ausencia... Pero Lali no podía hacer
nada porque el dúplex estaba a nombre de sus suegros.
—¿Y qué encontró?
—Un mensaje en el
contestador. Lo dejaron el lunes.
—¿Hace dos días? Qué
horror. Como no me llamaba nadie, he dejado de comprobar los mensajes — murmuró Lali.
El hombre que había
llamado tenía acento del sur, de modo que debía ser Peter. Y como no le había
devuelto la llamada, el pobre debía pensar que no quería saber nada de él. .
—Me lo contó la señorita Reeves
para ver si yo sabía quién era ese hombre, pero no lo sé. ¿Quién es?
—Si no me dices su
nombre...
—Ah, es verdad. Espera un
momento. ¿Dónde he puesto el papel...? Ah, aquí está. Espera, ahora tengo que
encontrar mis gafas.
Lali estaba a punto de
sufrir un infarto.
—Mira en el bolsillo de
la camisa. Siempre llevas las gafas de leer en el bolsillo de la camisa, papá
Rick.
—Ah, es verdad. Lo sabes
mejor que yo, ¿eh?
Ella sonrió.
Afortunadamente, Rick había heredado su fortuna. Era tan despistado que si
hubiera tenido que ganarse la vida, habría terminado viviendo en la calle.
—¿Cómo se llama ese
hombre?
—¿ Tienes un bolígrafo y
un papel?
—Espera un momento...
Con el teléfono en la
mano, Lali empezó a abrir cajones pero, como ocurre siempre en esas
situaciones de emergencia, era incapaz de encontrar papel y bolígrafo.
—Por cierto, ¿cómo está
mi nieta, la niña de mis ojos?
—Divinamente. Gordita y
feliz. Ya casi se sienta sola. Y estoy segura de que empezará a caminar dentro
de un par de meses. Si no está ya dirigiendo la empresa familiar...
—Qué maravilla. Estoy
deseando verla otra vez.
—Sé que la echas de
menos, Rick. ¿Por qué no venís a verla?
— A Ruth no le gusta
salir de los Hampton en esta época del año, ya lo sabes.
—Pues ven sin ella —dijo
Lali que, mientras escuchaba las explicaciones de su suegro, seguía buscando
un bolígrafo por todas partes —. Dile al piloto dónde debe aterrizar y él te
traerá aquí sin problemas, Rick.
—Sí, es verdad. Podría
hacer eso.
—Claro que sí —murmuró
ella. Entonces encontró un bolígrafo y le quitó la capucha con los dientes para
anotar el número en la cubierta del libro que estaba leyendo—. Ya está. Dime.
—Espera. Me parece que
oigo a Ruth bajar por la escalera.
Lali apretó el teléfono.
Eran como dos conspiradores durante la Revolución Francesa.
—Venga, date prisa. Dame
el nombre y el teléfono, Rick. Corre.
Intentar comunicarse con
aquel hombre era como intentar comunicarse con una piedra. Hacía falta
paciencia.
—No, no era ella. Debía
de ser el perro.
—Bueno, ¿quién era ese
caballero con acento del sur que ha llamado preguntando por mí?
—No me gusta nada ese
perro. ¿Sabes que me mordió el otro día?
—Sí, a mí tampoco me
gusta nada Emperador. Es una fiera. ¿Cómo se llama ese hombre, Rick?
—Ah, sí. A ver... Peter...
qué nombre tan raro.
Era Peter. Peter Lanzani. El
corazón de Lali dio un vuelco.
—¿Peter qué? —preguntó,
intentando aparentar tranquilidad.
—Lanzani. Y la señorita
Reeves dice en la nota que el señor Lanzani quiere que le salves la vida. ¿Por
qué dirá eso?
Lali no pudo contener un
gemido. Peter la había llamado para pedirle un favor.
—No tengo ni idea.
—Yo creo que deberías
llamarlo. Y espero que no sea demasiado tarde.
—Rick, el número...
Su suegro por fin le dio
el número de teléfono, pero Lali estaba tan nerviosa que no consiguió anotarlo
correctamente hasta el tercer intento.
—Espera un momento —dijo
Rick entonces—. Peter Lanzani... me suena ese nombre. ¿No es el joven que se
quedó encerrado contigo en el ascensor?
—Sí, pero no se lo
cuentes a tu mujer. No quiero que se lleve un disgusto.
—Yo no voy a decírselo,
pero la señorita Reeves... Seguro que se lo larga. Bueno, me voy a la cama. Que
tengas suerte con ese novio tuyo, Lali.
—No es mi novio.
—Eso ya lo veremos.
Adiós, cariño. Y dale un beso a Allegra de mi parte.
—Lo haré. Un beso muy
fuerte, Rick.
Lali colgó y después se
quedó mirando el número de teléfono.
Peter Lanzani la había
llamado, pensó, con el corazón dando saltos. Y quería que le salvase la vida.
Era su día de suerte.
Además, seguramente no
necesitaría que le salvase la vida. Solo era una broma. Una forma de saludarla
y pedir disculpas por no haber llamado antes.
Tenía que ser eso.
Miró el papel, el reloj.
El reloj, el papel. Eran las nueve, de modo que podía llamarlo inmediatamente.
Con el corazón en un
puño, empezó a marcar el número. Pero no sabía si quería que estuviera en casa
o no. Después de todo, llamarlo podría ser como abrir la caja de Pandora. Y no
estaba muy segura de sus sentimientos.
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