sábado, 20 de julio de 2013

Capítulo 11

Era la primera oportunidad de mirar el correo en una semana. Tan frenética era su jornada de trabajo durante aquellos meses del año.
El líder del equipo, Mark Mason, estaba hablando por teléfono detrás de él. Era una llamada personal y Peter intentó no escuchar lo que decía, pero su compañero estaba levantando la voz mientras hablaba con su mujer. Como siempre. Casi todos los miembros del equipo tenían broncas con sus mujeres porque nunca estaban en casa, porque los niños apenas los veían, porque los echaban de menos, porque ellas debían solucionar solas todos los problemas... Había muchos divorcios en el equipo de carreras de Jude Barrett, incluido el propio Jude Barrett, que se había divorciado tres veces.
Y cada vez que oía alguna de esas broncas, Peter se reafirmaba en su decisión de no casarse mientras estuviera en el circuito. Eso no significaba que no saliera con chicas. Lo hacía, con muchas. Aunque desde el mes de enero no le apetecía nada. 
Se decía a sí mismo que estaba cansado, que tenía treinta años y se merecía un descanso. Y era cierto. Pero también era cierto que no podía olvidar el rostro de una elegante mujer rubia a la que había conocido en un ascensor. Todas las mujeres palidecían al compararlas con Lali Esposito. Y seguía viendo cada día aquellos extraordinarios ojos de color caramelo.
Seguía teniendo su número de teléfono en la cartera, pero no pensaba llamarla. ¿ Qué podía ofrecerle él a una viuda multimillonaria? Además, seguro que estaba rodeada de pretendientes dispuestos a hacer de papá para Allegra. Lo último que Lali necesitaba era alguien como él... un tipo que no había ido a la universidad y tenía las manos manchadas de grasa. Un hombre que no tenía suficiente dinero en el banco.
En ese momento, Mark Mason colgó el teléfono... de un porrazo.
— ¿ Va todo bien?
Su compañero se pasó una mano por el pelo.
— No. Diane está imposible. Afortunadamente, el mes que viene tenemos unos días libres.
—No es asunto mío, pero... ¿cómo lo haces? Me refiero a la familia... Te gusta mucho tu trabajo, pero tu familia está sufriendo por ello. ¿Cómo puedes tener las dos cosas?
Mark se encogió de hombros.
—Por amor. Adoro a mi mujer y a mis hijos y adoro mi trabajo. Nos peleamos mucho, pero al final todo sale bien —contestó, limpiándose las manos con un trapo—. ¿Por qué lo preguntas?
Peter se aclaró la garganta.
— Por nada. Solo quería saberlo.
—¿Cómo se llama? —Preguntó Mark entonces.
—No se llama de ninguna manera. No hay ninguna chica.
Su compañero sonrió.
— ¿No me digas que Peter Lanzani está a punto de caer en la trampa? Te has enamorado, ¿ verdad? Por eso estás tan triste últimamente.
— Yo no estoy triste. Solo te he hecho una pregunta inocente. Y no estoy enamorado.
— Ya, ya.
Peter se dijo a sí mismo que los hombres no debían hablar sobre sentimientos. Eso nunca terminaba bien.
Entonces recordó haber dicho algo así, que las cosas no terminaban bien, cuando la conoció. Las puertas del ascensor se abrieron... y allí estaba ella. El corazón le había dado un vuelco dentro del pecho. Había visto estrellas.
Era como si estuviera en un concurso de televisión. El presentador le estaba diciendo: «Señor Lanzani, tras la puerta número dos está la mujer más bella que ha visto en toda su vida, alguien que podría ser muy importante para usted. Y ella podría devolver ese afecto si es capaz de contestar a una simple pregunta: ¿Está preparado, señor Lanzani? ¿Cómo demonios quiere tener una oportunidad con Lali Esposito si no la llama por teléfono, pedazo de idiota?».
Peter se puso de mal humor. La llamaría si tuviese una razón para hacerlo. Una buena razón, algo lógico y sensato. Pero no la tenía.
Seguía mirando el correo cuando sus compañeros empezaron a silbar y a tomarle el pelo. Seguramente Mark les había dado el chivatazo.
—¿Por qué no me dejáis en paz, idiotas? Entonces vio un sobre de su pueblo, Southwood. El remite era de la asociación de antiguos alumnos del instituto.
Después de leerla, Peter soltó una carcajada. Su pueblo era así. Se les había olvidado organizar fa reunión de alumnos cuando se cumplieron diez años de la graduación y pensaban hacerlo dos años después.
Por lo visto, iban a organizar una gran fiesta, invitando a todos los alumnos que hubieran pasado por el instituto de Southwood desde su creación. Cincuenta años, si no recordaba mal. Podría ser muy divertido, pensó. Y una pesadilla.
Entonces vio otro sobre con matasellos de Tampa. Bobby Jean Diamante, su novia del instituto.

Peter suspiró. Entonces él era capitán del equipo de fútbol y ella, la jefa de animadoras. Habían perdido la virginidad el uno con el otro cuando su nombre era Bobby Jean Nickerson. Pero a los dieciocho años, ella se casó con un hombre rico de Atlanta que murió poco después... algunos decían que misteriosamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario