Eran extraños en la
noche... o en un ascensor, que daba igual. Pero parecían ser las únicas
personas que quedaban en el planeta.
Ella parpadeó,
sorprendida. No podía creerlo. ¿Quién habría pensado que, embarazada de nueve
meses y a punto de dar a luz en un ascensor, pudiera sentirse interesada por un
extraño?
Peter carraspeó.
—¿Qué le pasó a su
marido, señora Cavanaugh? Si no le importa que pregunte.
—No me importa.
Era cierto. Y eso la
sorprendía. De hecho, necesitaba hablarle a aquel extraño sobre la muerte de
Richard. Y contarle la verdad. Una verdad que
no podía contarle a su familia ni a sus amigos.
—Murió en un accidente
muy tonto. Y sigo enfadada con él. De hecho, puede que nunca lo perdone. Mi
marido, Richard, estaba dando la vuelta al mundo en globo.
—¿La vuelta al mundo en
globo?
—Sí, bueno, era un
millonario aburrido, con ganas de aventura...
—Ah, ya entiendo.
Había dicho que entendía,
pero no era cierto. ¿Quién iba a entender eso? Ni siquiera lo entendía ella.
—La broma fue que el
globo se quedó sin aire. Estaban sobre el Tíbet, descendiendo como una
piedra... Sé que esto no se lo va a creer, pero el globo asustó a un rebaño de
bueyes.
—¿Bueyes? —Repitió Peter,
incrédulo.
—Sí, ya sabe, esos bueyes
asiáticos de cuernos muy largos.
—Ah, sí, claro.
—El caso es que la cesta
golpeó el suelo y.. Richard salió despedido. El impacto probablemente lo mató,
pero los bueyes le pasaron por encima... sellando su destino.
Peter hizo una mueca de
horror.
—Qué espanto.
—Pues sí. Un espanto.
—Parece una película.
—Desde luego.
—Supongo que debo darle
el pésame.
—Gracias. Y gracias por
no reírse — murmuró Lali—. Algunos lo han hecho.
—Yo nunca me río de la
muerte. En mi trabajo nos enfrentamos con alguna escabechina todos los días...
Perdone, no quería ser grosero.
—No pasa nada.
—Y lo de estrangular a su
marido solo era una broma, señora Cavanaugh. No soy un hombre violento.
—Imagine qué alivio
—sonrió ella —. Por cierto, ¿le importa llamarme Lali? Cada vez que me llama
señora Cavanaugh, pienso que mi suegra anda por aquí. Y en cuanto a Richard, no
crea que no me importó perderlo. Es que... sigo enfadada con él por haber
tenido tan poco cuidado.
—Lo entiendo. ¿Ocurrió
hace poco?
—No. Richard falleció
hace tiempo... —contestó Lali—. Bueno, no tanto tiempo. Nueve meses
exactamente —explicó, al ver la expresión sorprendida del hombre.
—Pues debió de ser muy
duro para usted... para ti, Lali. Si no te importa que te tutee.
—No me importa en
absoluto. Y sí, fue bastante duro.
Era fácil hablar con él.
Peter era tan atento, tan simpático que casi olvidó que estaba atascada
en un ascensor.
—¿Sabía él, que estabas
esperando un niño?
–No. Richard murió antes
de que pudiera decírselo.
La expresión de Peter se
convirtió en la de alguien que acaba de presenciar un accidente de tren.
—Te juro que si sigues
contándomelo me pondré a llorar.
—Lo siento. No debería
aburrirte con mis problemas —murmuró ella. Eso era todo lo que pensaba decir
pero, aparentemente, su mente tenía otras intenciones —. Pero aunque Richard
hubiera sabido que estábamos esperando un niño, no creo que eso hubiera
cambiado nada entre nosotros. Estábamos separados. Bueno, lo dejé yo... aunque
él no se dio cuenta.
—¿No se dio cuenta?
Lali sonrió.
—Soy como una autora de
novelas rosa. O como Blanche Dubois, en Un tranvía llamado deseo, siempre
dependiendo de la caridad de los extraños. Un ascensor llamado deseo... eso
tiene gracia.
—Lo que me gustaría saber
es cómo tu marido no se dio cuenta de que lo habías dejado. Para mí, eso sería
como no darse cuenta de que ha salido el sol.
Lali tuvo que disimular
un suspiro. Necesitaba que le dijeran cosas bonitas. Lo necesitaba tanto... y,
de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Gracias. Me hacía falta
oír eso... especialmente en mi estado —murmuró, tocándose el vientre.
Peter la miró con algo que
era más que compasión. Y, de nuevo, Lali sintió un estremecimiento.
El hombre carraspeó,
nervioso.
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