jueves, 18 de julio de 2013

Capítulo 8

Lali, con los ojos cerrados y el pelo empapado de sudor, estaba tumbada en la cama.
Pero ni su palidez ni el horrible pijama del hospital podían, en opinión de Peter, disimular su atractivo. Le habían puesto una vía en el brazo derecho y, al otro lado, un monitor controlaba los latidos de su corazón.
Creyéndola dormida, se sentó al borde de la cama y se puso a mirar alrededor. Aquella no era una habitación normal, parecía más bien una suite. Pero, claro, ella había dicho que su marido era millonario. Su difunto marido, se corrigió a sí mismo, recordando las palabras de Peg.
Peter sonrió. Peg no le había preguntado si estaba casado. Debía dar por sentado que seguía soltero.
Justo entonces Lali abrió los ojos y una sonrisa iluminó su rostro. Una sonrisa débil, pero una sonrisa al fin y al cabo. Parpadeando, se pasó la punta de la lengua por los labios resecos.
—Estás aquí —dijo, casi sin voz—. Y me gusta mucho esa bata verde. Té queda muy bien.
—¿Esto? Es un trajecito que guardo en él armario para ocasiones especiales.
Lali sonrió de nuevo y esa sonrisa le hizo algo por dentro.
— Me alegro mucho de que estés aquí, Peter Lanzani.
Con el corazón acelerado y más afectado de lo que hubiera querido admitir, Peter reconoció que debía irse de allí enseguida. Antes de que aquella mujer lo volviera loco del todo.
— Yo también me alegro —murmuró. Después  de eso no sabía qué decir y el silencio se alargó, incómodo y cargado de... emociones. Entonces  recordó lo que le había dicho Peg —. ¿Quieres agua? Me han dicho que tienes que beber.
La sonrisa de Lali se convirtió en una mueca de dolor.
—¿Tienes un poco de ginebra?
Se permitía el lujo de bromear después de lo que había pasado. Desde luego, era una mujer extraordinaria.
—Maldita sea... Sabía que se me olvidaba algo. ¿Quieres que vaya a comprar unas latas de cerveza?
Lali sonrió otra vez, iluminando la habitación.
—De verdad me alegra que estés aquí. Temía que te hubieras marchado y quería darte las gracias. No sé qué habría hecho sin ti.
—No he hecho nada — murmuró él, entrando en el cuarto de baño para llenar un vaso de agua.
—¿Cómo que no?
—No tienes que darme las gracias, Lali. Hice lo que habría hecho cualquiera. En realidad, nada.
Los ojos de color caramelo... un color muy poco habitual, se clavaron en él. Parecía entender sus dudas, su nerviosismo. Sus ganas de marcharse. Una sonrisa triste apareció en sus labios entonces.
— Al menos, estuviste a mi lado.
—Eso no me ha costado nada. Eres una chica estupenda, Lali. Y una mamá estupenda. Enhorabuena — sonrió Peter—. Debería haberte comprado flores o un peluche para Allegra, pero Peg no me ha dejado bajar a la tienda.
—¿Peg?
—La enfermera. Cuidado con ella. Solo puedo aconsejarte que la obedezcas en todo. Aunque te duela.
— Intentaré recordarlo.
Era el momento de marcharse, pensó él entonces.
—Bueno, tengo que irme. Ha sido un placer... —el corazón de Peter se encogió al ver la expresión de «no te vayas» en sus ojos—. Ha sido un placer conocerte. Nunca podré entrar en un ascensor sin acordarme de ti.
Lali levantó una mano y él la apretó, luchando para no llevársela a los labios.
— Peter... —murmuró, dándole a su nombre una intensidad que no había poseído antes -. Muchas gracias. No quieres creerlo, pero has salvado mi vida y la de mi hija. Ojalá pueda devolverte el favor algún día.
Él se apartó. Tanto para evitar que ocurriese algo que no debía ocurrir como para que Peg no le clavase un bisturí en la espalda.
—¿Devolverme el favor? Vale, quizá un día puedas salvarme la vida.
— Dame el cuaderno que hay sobre la mesa, por favor. Quiero darte mi número de teléfono. Si algún día me necesitas, llámame.

— Y yo perdiendo el tiempo en bares — intentó bromear Peter—. ¿Quién iba a decirme que para ligar hay que ir a una maternidad? Aquí tengo una chica preciosa dándome su número de teléfono... 

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