Lali estaba sentada en
el sofá del salón, recién duchada y con el camisón puesto. La televisión estaba
apagada y del estéreo salía música de jazz. Acababa de darle el pecho a Allegra y, aunque estaba cansada, era demasiado temprano para irse a la cama. Clovis y
Marta libraban aquel día, de modo que tenía toda la casa para ella.
Le gustaban aquellos
momentos de paz. Pero también los odiaba. Demasiado tiempo para reflexionar.
Intentaba leer un libro, pero no podía dejar de pensar en Peter. Era algo
natural. Al fin y al cabo, él había jugado un gran papel en el nacimiento de su
hija.
Pero no era cierto. Era
mucho más que eso y lo sabía.
Al verlo, se sintió
inmediatamente atraída por él. No era su imaginación. Había ocurrido algo entre
ellos, algo difícil de explicar. Peter la dejó con las piernas
temblorosas.
Sintiéndose como una
quinceañera enamorada, Lali dejó caer el libro sobre su regazo, cerró los ojos
y empezó a pensar en Peter. Un hombre tan alto, tan guapo, tan viril... Entonces
abrió los ojos, avergonzada.
Una mujer viuda con una
niña de seis meses actuando como si acabara de enamorarse por primera vez en la
vida...
Esa frase podría haberla
dicho su suegra. A Ruth le daría un infarto si saliera con otro hombre... y
mucho más si volviera a casarse. La auténtica señora Cavanaugh, como la llamaba
Clovis, pensaba que debía permanecer viuda para siempre jamás, respetando la
memoria de su esposo.
Frunciendo el ceño, Lali empezó a pensar en su relación con Ruth Cavanaugh. En cierto modo, quería a
aquella mujer tan difícil, exigente, dura y condescendiente con todo el mundo,
sobre todo con ella. Pero era la abuela de su hija, y siempre sería parte de
sus vidas. Además, lo había pasado mal tras la muerte de su único hijo.
La vida es para los
vivos, ¿no?, pensó entonces. Ella estaba viva. Y también lo estaba Peter.
¿Qué iba a hacer con sus hormonas durante los cincuenta años que le quedaban de
vida? ¿Sentarse en el sofá y vegetar? No le apetecía nada.
Entonces, ¿por qué no
llamaba a Peter? ¿A quién iba a hacerle dañó? Las mujeres llamaban a los
hombres, ya no era como antes.
En ese momento sonó el
teléfono. Sobresaltada, soltó el libro y se puso de rodillas en el sofá para
descolgar el inalámbrico. Y al ver el nombre en la pantalla, arrugó el ceño. Su
suegra.
Podría no haber
contestado pero, siempre tan responsable, pulsó el botón.
—Hola, Ruth.
—Lo siento, cariño, pero
soy Rick.
Cinda sonrió.
—¿ Cómo estás, papá
Rick?
Casi nunca la llamaba.
Seguramente el pobre no podía quitarle el teléfono de las manos a su mujer.
—La bruja se ha acostado,
así que pude contestar al teléfono hace un rato. Y has tenido suerte.
—¿Por qué?
—Porque te ha llamado un
joven.
Lali se dejó caer en el
sofá, con el pulso acelerado.
—¿Me ha llamado alguien?
—Y menos mal que he
contestado yo, en lugar de Ruth.
—Pero no lo entiendo...
Estáis en los Hampton y yo no le he dado a nadie ese número. ¿Quién era?
—No ha llamado aquí, ha
llamado a tu apartamento de Nueva York. Y, por lo visto, tenía acento del sur.
—¿Acento del sur? —
repitió ella, con la boca seca.
Afortunadamente, Rick no
podía verla en aquel momento. Porque se había puesto colorada y tenía el
corazón a mil por hora.
—Eso es.
—¿Y quién era? ¿Qué ha
dicho, qué quería?
Rick Cavanaugh soltó una
risita.
—Parece que estás muy
emocionada.
Lali respiró
profundamente. No sabía si podía confiar en él.
—No es que esté
emocionada. Es que me extraña que alguien haya llamado preguntando por mí.
—No será tu novio, ¿no?
—Yo no tengo novio —contestó
ella, apretando los dientes. Tenía que disimular los nervios.
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