—Tú, Lali, resulta que
eres la mujer en la que había pensado para llenar ese hueco en mi vida.
Las palabras atravesaron
sus tímpanos, con la salvedad de que su cerebro sólo las absorbió hasta cierto
grado. Lo único que sabía era que él quería casarse y que ya había elegido a la
mujer. No tenía necesidad de mencionarle todo aquello a ella, rompiéndole el
corazón en mil pedazos.
Una chispa de furia se
encendió en su interior. ¿Y qué? A ella ni siquiera le importaba.
—Seguro que eso sería
exactamente… ¿Qué?
¿Acaso tenía cera en los
oídos? Era la única explicación para haberlo entendido mal.
—Perdón, pero creí que
acababas de decir…
—Lo he dicho —dijo él
inclinando la cabeza para mirarla de arriba abajo a través del mechón de pelo
negro que cubría su frente, mientras esperaba a que ella dijera algo.
Y lo dijo. Y tuvo que
hacer un esfuerzo para evitar que su mano alcanzara aquel mechón para
colocárselo en su sitio de nuevo. Le había pedido que se casara con ella.
¡Qué maravilloso!
Casarse con el jefe, el hombre de sus sueños. Su estómago dio un salto mortal.
El pánico cobró vida en algún lugar de su cerebro y amenazó con devastar todos
sus sistemas. No comprendía nada.
—Bien. Ya veo. Crees que
yo sería la mejor opción para el puesto de señora de Peter Lanzani, ahora que
has decidido que debería haber una, ¿no? Una señora Lanzani, quiero decir.
Incluso mientras
hablaba, esperaba que él se riera y le dijera que se trataba de una broma o
algo así. Pero no se rio. Su jefe realmente acababa de pedirle que se casara
con él.
Trató de ordenar sus
pensamientos. Tenía que haber un modo de comprender eso. De hacer que tuviera
sentido. Él quería casarse con ella. De repente. Sin ninguna señal previa. Era
fantástico, increíble, terrorífico.
—¿Por qué?
—¿Por qué tú, Lali?
Sí. De todas las mujeres
a las que podía habérselo pedido, ¿por qué pedírselo a ella? Lali se limitó a
asentir con la cabeza.
—He llegado a conocerte
y me he dado cuenta del trofeo que podrías ser. Te quiero a mi lado.
—Ya veo. Un premio. Sin
sentimientos, claro —dijo ella.
Era cierto que tenía un
cerebro como una computadora, pero ésa era una pequeña e insignificante parte
de ella. También era emotiva, cariñosa, sentimental. Menuda manera que había
tenido él de describirla.
—También eres
encantadora, y capaz de enfrentarte a cualquier tarea de anfitriona que se
ponga en tu camino.
—Gracias —dijo Lali
tratando de mantener el sarcasmo oculto. Pero había algo insultante en aquella
afirmación sobre su carácter. En el hecho de que aquel hombre pensara que a
ella le encantaría que la vieran como una especie de esposa y muñeca que
estaría a su lado sin hacer ruido.
—Tendrías todo lo que
desearas, claro, dentro de lo razonable. Siendo mi esposa disfrutarías de un
estilo de vida adinerado.
Todos esos millones
ofrecidos así, sin más. ¿Acaso no tenía idea de lo que estaba ofreciendo? Ella
no era avariciosa, pero él no podía saber eso. No podía saber lo desesperada
que estaba en el asunto del dinero en ese momento.
Sin embargo nada era lo
suficientemente valioso como para sacrificar sus ideales sobre el amor y el
matrimonio. Ni siquiera el modo más conveniente para solucionar sus problemas
de dinero. Claro, que no iba a aprovechar para ganar dinero casándose con él.
Además, sus esfuerzos para salir de esa situación estaban dando sus frutos. Lo
estaba consiguiendo. Lentamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario