viernes, 6 de diciembre de 2013

Capítulo 3

Hizo una pausa. En cualquier otra persona Lali habría pensado que era vulnerabilidad lo que veía en esos ojos color avellana. ¿Pero Peter Lanzani? ¿Vulnerable? La idea era absurda. Él no sufriría de ese tipo de ataques. No lo permitiría.
—El tema es —prosiguió Peter—, que no creo en el romance. He observado muchas relaciones y he visto lo que ocurre cuando la gente cree que está enamorada. Sus personalidades se alteran. Van de lo sensato a lo irracional, al parecer, de la noche a la mañana.
—Ya veo —más allá de esas dos palabras, Lali no supo qué más decir.
—Sí —dijo él cruzando los dedos sobre su archivo. Aquel gesto pareció incluso posesivo, pero Lali desechó esa idea tan pronto como apareció. Estaba fantaseando. Cómo despreciaría eso su jefe.
—Cuando las personas creen que están enamoradas —continuó Peter—, cualquier pensamiento cuerdo desaparece. Las cosas sencillas se convierten en las más complicadas sobre el planeta. Si la pareja se despierta gruñona una mañana, ya se preocupan de que sea el final de la relación. Mienten porque tienen miedo de que la otra persona se desenamore si son demasiado sinceros.
A Lali le dio un vuelco el corazón antes de darse cuenta de que aquello no iba de ella. En cualquier caso ella no era una mentirosa.
—Bien. Veo que obviamente no quieres ese tipo de complicaciones en tu vida —dijo ella, con la esperanza de que su tono no delatara lo sorprendida que estaba ante su actitud.
—Correcto. Lo que quiero es una mujer sensata que no se deje llevar por los absurdos altibajos sentimentales. Alguien a quien sea capaz de tolerar a mi lado durante décadas. Una mujer que respete, como yo, que el concepto de estar enamorado es una ilusión.
—Tolerar. Sí, bien. Nada de estar enamorada —dijo ella. Ése se parecía más al hombre para el que trabajaba. El toque de vulnerabilidad había desaparecido. Escribió las palabras: debe ser capaz de tolerar a un marido que no la quiera.
Haciendo un esfuerzo, se contuvo de hacer mención alguna a la liposucción o a los dientes. Entonces, con una seguridad nacida de una esperanza ciega, añadió:
—Encontraremos a alguien apropiada para ti. No te preocupes.
—Ya he encontrado a una.
«¿Quién es? Le cortaré el cuello». Lali apretó el lápiz con fuerza, rasgando la hoja de papel de la libreta. Levantó la mirada y fingió una expresión de calma que no sentía.
—¿De verdad?
—Sí —dijo él con aire complaciente—. Como sabes, Lali, estoy muy satisfecho con tu trabajo.
Ya estaba otra vez con lo mismo.
—Lo aprecio mucho.
—Hemos puesto a prueba nuestra habilidad para llevarnos bien. A veces no hemos estado de acuerdo en algunos temas, soluciones a determinados problemas, maneras de actuar en algunos asuntos.
—Es cierto. Pero siempre hemos encontrado el modo de solucionar las cosas.
—Exacto. A veces he sido seco contigo. Otras veces te habrás sentido frustrada conmigo. Pero hemos superado las crisis, las fechas tope, los días en los que todo salía mal. Lo hemos llevado bien porque los dos somos personas directas y, sobre todo, porque ninguno de los dos hemos mezclado nuestras emociones con los aspectos laborales. Admiro eso en ti, Lali.
—¿Ah, sí?
—Tienes la cabeza fría —dijo él asintiendo con la cabeza—. Miras las cosas de manera sensata. Los temas de negocios se basan en la sensatez y en criterios ajenos a los sentimientos, al igual que el matrimonio que tengo en mente.
—Me… alegra que pienses así —dijo ella. «Me alucina que pienses así, que tengas una visión tan cínica del amor, que creas que las personas se devalúan de algún modo cuando permiten que sus emociones entren en juego»—. Estoy segura de que te sentirás muy cómodo con el tipo de relación que tienes en mente —«con cualquier pobre mujer que creas que encaja con tus criterios».
—Entonces quizá sea mejor que te diga a quién tengo en mente.

—Por favor.

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