Hizo una pausa. En
cualquier otra persona Lali habría pensado que era vulnerabilidad lo que veía
en esos ojos color avellana. ¿Pero Peter Lanzani? ¿Vulnerable? La idea era
absurda. Él no sufriría de ese tipo de ataques. No lo permitiría.
—El tema es —prosiguió Peter—,
que no creo en el romance. He observado muchas relaciones y he visto lo que
ocurre cuando la gente cree que está enamorada. Sus personalidades se alteran.
Van de lo sensato a lo irracional, al parecer, de la noche a la mañana.
—Ya veo —más allá de
esas dos palabras, Lali no supo qué más decir.
—Sí —dijo él cruzando
los dedos sobre su archivo. Aquel gesto pareció incluso posesivo, pero Lali
desechó esa idea tan pronto como apareció. Estaba fantaseando. Cómo
despreciaría eso su jefe.
—Cuando las personas
creen que están enamoradas —continuó Peter—, cualquier pensamiento cuerdo
desaparece. Las cosas sencillas se convierten en las más complicadas sobre el
planeta. Si la pareja se despierta gruñona una mañana, ya se preocupan de que
sea el final de la relación. Mienten porque tienen miedo de que la otra persona
se desenamore si son demasiado sinceros.
A Lali le dio un vuelco
el corazón antes de darse cuenta de que aquello no iba de ella. En cualquier
caso ella no era una mentirosa.
—Bien. Veo que
obviamente no quieres ese tipo de complicaciones en tu vida —dijo ella, con la
esperanza de que su tono no delatara lo sorprendida que estaba ante su actitud.
—Correcto. Lo que quiero
es una mujer sensata que no se deje llevar por los absurdos altibajos
sentimentales. Alguien a quien sea capaz de tolerar a mi lado durante décadas.
Una mujer que respete, como yo, que el concepto de estar enamorado es una
ilusión.
—Tolerar. Sí, bien. Nada
de estar enamorada —dijo ella. Ése se parecía más al hombre para el que
trabajaba. El toque de vulnerabilidad había desaparecido. Escribió las
palabras: debe ser capaz de tolerar a un marido que no la quiera.
Haciendo un esfuerzo, se
contuvo de hacer mención alguna a la liposucción o a los dientes. Entonces, con
una seguridad nacida de una esperanza ciega, añadió:
—Encontraremos a alguien
apropiada para ti. No te preocupes.
—Ya he encontrado a una.
«¿Quién es? Le cortaré
el cuello». Lali apretó el lápiz con fuerza, rasgando la hoja de papel de la
libreta. Levantó la mirada y fingió una expresión de calma que no sentía.
—¿De verdad?
—Sí —dijo él con aire
complaciente—. Como sabes, Lali, estoy muy satisfecho con tu trabajo.
Ya estaba otra vez con
lo mismo.
—Lo aprecio mucho.
—Hemos puesto a prueba
nuestra habilidad para llevarnos bien. A veces no hemos estado de acuerdo en
algunos temas, soluciones a determinados problemas, maneras de actuar en algunos
asuntos.
—Es cierto. Pero siempre
hemos encontrado el modo de solucionar las cosas.
—Exacto. A veces he sido
seco contigo. Otras veces te habrás sentido frustrada conmigo. Pero hemos
superado las crisis, las fechas tope, los días en los que todo salía mal. Lo
hemos llevado bien porque los dos somos personas directas y, sobre todo, porque
ninguno de los dos hemos mezclado nuestras emociones con los aspectos
laborales. Admiro eso en ti, Lali.
—¿Ah, sí?
—Tienes la cabeza fría —dijo
él asintiendo con la cabeza—. Miras las cosas de manera sensata. Los temas de
negocios se basan en la sensatez y en criterios ajenos a los sentimientos, al
igual que el matrimonio que tengo en mente.
—Me… alegra que pienses
así —dijo ella. «Me alucina que pienses así, que tengas una visión tan cínica
del amor, que creas que las personas se devalúan de algún modo cuando permiten
que sus emociones entren en juego»—. Estoy segura de que te sentirás muy cómodo
con el tipo de relación que tienes en mente —«con cualquier pobre mujer que creas
que encaja con tus criterios».
—Entonces quizá sea
mejor que te diga a quién tengo en mente.
—Por favor.
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