Lo cual dejó a Lali con
el mismo dilema que la asaltaba desde que Peter había declarado su intención de
seguir adelante con la boda. Tenía que convencerlo de que no podía consumar aún
ese matrimonio.
Todavía estaba ensayando
su discurso sobre el tema cuando llegaron. Tras llegar a la puerta principal de
la casa, Peter desactivó la alarma y ella abrió la boca para empezar a hablar.
Sin embargo no le salieron
las palabras. Sólo una especie de gemido de terror mientras Peter la tomaba
en brazos y cruzaba el umbral con ella.
Ella había colocado los
brazos automáticamente alrededor de su cuello. Estar suspendida en el aire
de ese modo era agradable. Un buen recibimiento tanto para su corazón como para
sus sentidos. Contra su voluntad, apretó los brazos y ése pareció ser el único
estímulo que Peter necesitaba.
Cerró la puerta de una
patada, la bajó al suelo y la besó con ansia. Por un momento ella simplemente
se dejó llevar. Sus labios la saborearon. Sus lenguas se encontraron y
enredaron.
Lali notó que él estaba
temblando, y otra parte de ella quedó perdida para siempre. Entonces, las manos
de Peter parecían estar en todas partes. Tocándole la cara, acariciando sus
hombros, deambulando por su espalda, sus caderas, acercándola más a él, hasta
que ni siquiera un susurro hubiera cabido entre ellos.
—Lali… Lali —dijo él—.
Me dejas sin aliento.
Lali se fundió contra su
cuerpo y, ¿quién sabe lo que habría ocurrido si la sensación del aire frío y
las manos calientes sobre su piel desnuda no la hubieran hecho reaccionar? Si
no la hubiera hecho darse cuenta de que Peter no sólo le había bajado la
cremallera del vestido, sino que ella debía de haberle desabrochado la camisa
primero, porque estaba abierta y ella tenía las manos sobre su pecho desnudo.
—¡Ah! —exclamó ella, y
apartó las manos como si se hubiera quemado. Se quedó mirándolo con la boca
abierta mientras luchaba por recuperar el control.
Peter tenía el pelo
revuelto y la cara sonrojada por el deseo. Antes de perder el último ápice de
control que había conseguido recuperar, Lali se separó de su abrazo y se echó
hacia atrás.
Él dio un paso al frente
y luego se detuvo.
—¿Qué ocurre, Lali?
—No puedo —dijo ella,
olvidando su tan bien ensayado discurso sobre llegar a conocerlo mejor, de
tener todas esas semanas que se le habían negado con el adelantamiento de la
boda—. No podemos hacer esto.
—¿No podemos hacer qué?
A mí me parece que íbamos bien. ¿Preferirías irte ya al dormitorio? ¿Ése es el
problema? Si es así, a mí me da igual. Habríamos llegado ahí tarde o temprano.
—¿Ah, sí? —preguntó
ella. Habría jurado que iban a terminar consumando su matrimonio allí mismo,
pero ése no era el tema—. No se trata del escenario. Me refería a que no
podemos hacer el amor.
Por fin. Una frase
completa con una articulación real.
—¿Por qué no? ¿Se trata
de algún tipo de juego? —preguntó él con frialdad.
—No es un juego.
Simplemente no puedo acostarme contigo, eso es todo —dijo ella, y tomó
aliento para explicarse.
—¿Tienes la regla?
—No. No es eso —dijo
ella. Podía haber mentido. Podría haber dicho que estaba con la regla y no
podía soportar la idea de tener contacto íntimo durante ese tiempo. No habría
sido cierto y, además, ¿qué le habría proporcionado? Unos pocos días y otra
mentira más que añadir a la lista.
—Necesito más tiempo
para llegar a conocerte. Ya te expliqué que…
—Eso era antes de
convertirnos en marido y mujer —dijo él con furia—. Eso era antes de hoy. Antes
de que prácticamente me rogaras que me acercara. No hay necesidad de esperar
más, Lali. Lo sabes. Yo lo sé. ¿Cuál es la verdadera razón? ¿Qué es lo que
deseas? ¿Qué pretendes? ¿Dinero? ¿Promesas? ¿Regalos caros? ¿Qué?
Lali se olvidó de sus
argumentos. Se olvidó de todo salvo del dolor que la llenó por dentro.
—Nunca trataría de
sacarte dinero. No puedo creer que hayas sugerido semejante cosa.
—¿Y qué otra cosa debo
suponer? Tienes un modo muy raro de mostrar tu compromiso con tu nuevo marido,
has de admitirlo.
—Y sin embargo es
extraño que mi marido me acuse de querer sacarle dinero —exclamó, y de pronto
las joyas que le había regalado pasaron por su mente. ¿Acaso la estaba
comprando ya entonces?
De pronto se sentía
incapaz de hablar. Si no salía de allí rápido, se derrumbaría. Y no podría
soportar que él lo viera.
—Estoy cansada —dijo
ella mirando hacia las escaleras—. He pasado las últimas cuarenta y ocho horas
más horribles que recuerdo, preparando la boda que tú insististe en adelantar
en meses. Me voy a la cama. Sola. En una de las habitaciones libres.
—Lali —dijo él a modo de
advertencia.
Lali vio que Peter
estaba apretando los puños, pero no se quedó a ver lo que hacía después. Corrió
escaleras arriba, agarró una de sus bolsas de la habitación principal y corrió
a otra de las habitaciones, cerrando la puerta tras ella.
Sólo entonces le dio
rienda suelta a su agonía. Se tiró sobre la cama y dejó que las lágrimas
fluyeran. Puede que fuese una farsa de matrimonio, pero eso no significaba que
las palabras de Peter no pudieran hacerle daño.
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