martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 37

Lo cual dejó a Lali con el mismo dilema que la asaltaba desde que Peter había declarado su intención de seguir adelante con la boda. Tenía que convencerlo de que no podía consumar aún ese matrimonio.
Todavía estaba ensayando su discurso sobre el tema cuando llegaron. Tras llegar a la puerta principal de la casa, Peter desactivó la alarma y ella abrió la boca para empezar a hablar.
Sin embargo no le salieron las palabras. Sólo una especie de gemido de terror mientras Peter la tomaba en brazos y cruzaba el umbral con ella.
Ella había colocado los brazos automáticamente alrededor de su cuello. Estar suspendida en el aire de ese modo era agradable. Un buen recibimiento tanto para su corazón como para sus sentidos. Contra su voluntad, apretó los brazos y ése pareció ser el único estímulo que Peter necesitaba.
Cerró la puerta de una patada, la bajó al suelo y la besó con ansia. Por un momento ella simplemente se dejó llevar. Sus labios la saborearon. Sus lenguas se encontraron y enredaron.
Lali notó que él estaba temblando, y otra parte de ella quedó perdida para siempre. Entonces, las manos de Peter parecían estar en todas partes. Tocándole la cara, acariciando sus hombros, deambulando por su espalda, sus caderas, acercándola más a él, hasta que ni siquiera un susurro hubiera cabido entre ellos.
—Lali… Lali —dijo él—. Me dejas sin aliento.
Lali se fundió contra su cuerpo y, ¿quién sabe lo que habría ocurrido si la sensación del aire frío y las manos calientes sobre su piel desnuda no la hubieran hecho reaccionar? Si no la hubiera hecho darse cuenta de que Peter no sólo le había bajado la cremallera del vestido, sino que ella debía de haberle desabrochado la camisa primero, porque estaba abierta y ella tenía las manos sobre su pecho desnudo.
—¡Ah! —exclamó ella, y apartó las manos como si se hubiera quemado. Se quedó mirándolo con la boca abierta mientras luchaba por recuperar el control.
Peter tenía el pelo revuelto y la cara sonrojada por el deseo. Antes de perder el último ápice de control que había conseguido recuperar, Lali se separó de su abrazo y se echó hacia atrás.
Él dio un paso al frente y luego se detuvo.
—¿Qué ocurre, Lali?
—No puedo —dijo ella, olvidando su tan bien ensayado discurso sobre llegar a conocerlo mejor, de tener todas esas semanas que se le habían negado con el adelantamiento de la boda—. No podemos hacer esto.
—¿No podemos hacer qué? A mí me parece que íbamos bien. ¿Preferirías irte ya al dormitorio? ¿Ése es el problema? Si es así, a mí me da igual. Habríamos llegado ahí tarde o temprano.
—¿Ah, sí? —preguntó ella. Habría jurado que iban a terminar consumando su matrimonio allí mismo, pero ése no era el tema—. No se trata del escenario. Me refería a que no podemos hacer el amor.
Por fin. Una frase completa con una articulación real.
—¿Por qué no? ¿Se trata de algún tipo de juego? —preguntó él con frialdad.
—No es un juego. Simplemente no puedo acostarme contigo, eso es todo —dijo ella, y tomó aliento para explicarse.
—¿Tienes la regla?
—No. No es eso —dijo ella. Podía haber mentido. Podría haber dicho que estaba con la regla y no podía soportar la idea de tener contacto íntimo durante ese tiempo. No habría sido cierto y, además, ¿qué le habría proporcionado? Unos pocos días y otra mentira más que añadir a la lista.
—Necesito más tiempo para llegar a conocerte. Ya te expliqué que…
—Eso era antes de convertirnos en marido y mujer —dijo él con furia—. Eso era antes de hoy. Antes de que prácticamente me rogaras que me acercara. No hay necesidad de esperar más, Lali. Lo sabes. Yo lo sé. ¿Cuál es la verdadera razón? ¿Qué es lo que deseas? ¿Qué pretendes? ¿Dinero? ¿Promesas? ¿Regalos caros? ¿Qué?
Lali se olvidó de sus argumentos. Se olvidó de todo salvo del dolor que la llenó por dentro.
—Nunca trataría de sacarte dinero. No puedo creer que hayas sugerido semejante cosa.
—¿Y qué otra cosa debo suponer? Tienes un modo muy raro de mostrar tu compromiso con tu nuevo marido, has de admitirlo.
—Y sin embargo es extraño que mi marido me acuse de querer sacarle dinero —exclamó, y de pronto las joyas que le había regalado pasaron por su mente. ¿Acaso la estaba comprando ya entonces?
De pronto se sentía incapaz de hablar. Si no salía de allí rápido, se derrumbaría. Y no podría soportar que él lo viera.
—Estoy cansada —dijo ella mirando hacia las escaleras—. He pasado las últimas cuarenta y ocho horas más horribles que recuerdo, preparando la boda que tú insististe en adelantar en meses. Me voy a la cama. Sola. En una de las habitaciones libres.
—Lali —dijo él a modo de advertencia.
Lali vio que Peter estaba apretando los puños, pero no se quedó a ver lo que hacía después. Corrió escaleras arriba, agarró una de sus bolsas de la habitación principal y corrió a otra de las habitaciones, cerrando la puerta tras ella.

Sólo entonces le dio rienda suelta a su agonía. Se tiró sobre la cama y dejó que las lágrimas fluyeran. Puede que fuese una farsa de matrimonio, pero eso no significaba que las palabras de Peter no pudieran hacerle daño.

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