—Supongo que yo también
debería echarte un vistazo a ti —contestó ella, molesta y, sí, es cierto, un
poco excitada ante el interés que despertaba su cuerpo. Estaba furiosa consigo
misma por sentirse así—. Espero que lleves bañador ajustado. Y no esas,
bermudas anchas que lo tapan todo.
Por un momento la
expresión de Peter se heló, pero luego echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Touché, Lali. Touché.
El avión tocó tierra y,
poco después, ya estaban en un bungalow de cristal y madera que tenía el mar
prácticamente en los cimientos.
El lugar parecía
romántico, claro. De hecho toda la isla parecía un paraíso.
Lali trató de imaginarse
a sí misma fuera del bungalow, sentada en un escritorio con su ropa de trabajo,
con su libreta sobre las rodillas.
—¿Este bungalow es para
mí o para ti? —preguntó tratando de parecer calmada—. Parece muy agradable.
Pensé que tendríamos habitaciones en el hotel, pero uno de estos no está mal
tampoco. No es que me hubiera importado el hotel.
No hacía más que
balbucear, así que decidió cerrar la boca.
Peter sonrió y dijo:
—Es para los dos. Vamos
a deshacer las maletas. Tendremos tiempo de sobra para eso y para tomarnos
algo antes de dirigirnos al hotel para pasar una velada con los Forrester y los
demás.
—Creí que había dejado
claro que no me acostaría contigo este fin de semana —dijo ella, y al ver que
él no decía nada, añadió—. De hecho tengo convicciones muy fuertes con respecto
al matrimonio. Una novia debería esperar al marido hasta la noche de bodas.
Debía de haber algunas
mujeres que siguieran pensando así.
—¿Eres virgen, Lali? Si
es así, no hay nada de qué asustarse, ya sabes. El sexo es para disfrutarlo.
Entre nosotros sé que será muy agradable.
—Ya lo sé —dijo ella
sintiendo calor por todo su cuerpo—. Quiero decir que ya sé que no tengo por
qué asustarme del sexo. Ya lo he hecho.
No es que esa otra vez
hubiera sido especialmente agradable, pero ésa no era la cuestión.
—Estoy hablando de
cuáles son mis sentimientos ahora —dijo ella—. Y ahora quiero esperar hasta el
matrimonio.
—Cuando sea el momento
apropiado para que hagamos el amor, lo haremos —dijo él quitándole la maleta
mientras sujetaba la suya con la otra mano y entraba en el bungalow—. Dudo que
quieras esperar hasta la noche de bodas. Hay demasiado entre nosotros como para
eso. Pero supongo que el tiempo lo dirá.
—No puedes meterme en tu
cama a la fuerza. No se trata de un hombre de Neandertal que agarra a la mujer
por el pelo. Soy una mujer moderna y conozco mis derechos. Además sé kárate. No
creas que no pueda emplear todo lo que sé. No cooperaré, ni aunque me tires a
la fuerza y me…
—¿Por qué no escoges una
habitación? —preguntó él mientras dejaba las maletas en el suelo y se dirigía
hacia la sala de estar para encender el aire acondicionado—. Deshaz tu maleta,
luego tomaremos esa copa que te he prometido y nos prepararemos para ir al
hotel.
—¿Elegir una habitación?
—preguntó ella sintiéndose avergonzada—. Bien. Eh… lo haré. Iré a… a elegir una
habitación.
¿Sería posible morirse
literalmente de vergüenza? Lali estaba cerca de averiguarlo.
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