El día pareció
oscurecerse a partir de ese punto. El sol seguía brillando, el mar seguía igual
de azul, pero una sombra apareció en el corazón de Lali y se quedó ahí.
Para disimular su
inquietud, trató más que nunca de parecer feliz y jovial, y sugirió hacer y ver
todas las cosas que había visto en el folleto que había en el bungalow.
Peter hizo todo lo
posible por cumplir sus deseos, como haría un devoto esposo. Como si esa idea
la ayudara en algo.
El resto de la tarde
pasó como un torbellino, hasta que se fueron a cenar, donde al menos Lali pudo
compartir su compañía con otros.
—Bailas igual de bien
que haces todo lo demás —le dijo Peter al oído.
Ella deseaba a su jefe.
Físicamente. Pero quería más. Quería un lugar en su corazón. Era una tonta por
pensar eso.
Estar en brazos de Peter
la hacía sentir como una tonta. Se estremeció y se dijo a sí misma que no
podría dejarse llevar. Pero era demasiado tarde. Ya se había dejado llevar y se
sentía culpable por estar mintiéndole.
—Si yo bailo bien, tú
también —dijo finalmente mirándolo a los ojos. Y lo lamentó al ver el fuego en
su mirada. Sólo habían pasado los aperitivos; estaban aún esperando el plato
principal. ¿Cómo iba a sobrevivir hasta el postre? Incluso aunque él sólo
deseara su cuerpo, ella no sabía si podría resistirse—. Pero quizá debiéramos
unirnos a los demás.
—Dudo que nos echen de
menos. La mitad está aquí bailando, y la otra mitad parece haber emigrado al
bar.
—Ah —dijo, y se quedó
callada, deseando que la canción acabase pronto, antes de que se rindiera y
colocara la cabeza sobre su pecho, donde más quería que estuviese.
Después de eso, no le
pareció mala idea tomar fuerzas para el resto de la velada. Se sirvió algo
de ponche de frutas y pensó que el efecto posterior sería más que apropiado
para reforzar su coraje.
—Me da que has bebido un
par de copas de más.
La observación de Peter
se produjo en medio de lo que Lali consideraba una anécdota muy interesante.
Era tarde. Muy tarde.
Media docena de ponches tarde. Los demás parecían haber desaparecido,
dejándolos solos en la mesa.
—Te estaba contando una
historia, Nich… o… las. Por si no te habías dado cuenta. Y ahora me has
interrumpido y no puedo recordar el resto de la historia.
—Volvamos al bungalow —dijo
él con una sonrisa—. Entonces podrás contarme el resto si quieres.
—Oh, bien, supongo que
eso estará bien —en su mente nublada por el alcohol, algo le decía que quedarse
a solas con Peter no era una buena idea, pero no podía entender por qué—. Soy
toda tuya… para decirme lo que tengo que hacer.
—Bien.
Peter la ayudó a salir
del restaurante. Una vez fuera, ella se detuvo con una expresión de susto en la
cara.
—Estoy un poco borracha,
¿verdad?
—Sí —dijo él agarrándola
del brazo para que no se cayera—. Lo estás.
—No pensaba que el
ponche fuese tan fuerte —dijo ella, y acercó la boca a su oído para compartir
su secreto—. Fue para conseguir coraje, ya sabes.
En ese estado, a Peter
le entraban ganas de protegerla, de mantenerla cerca de su corazón, donde nada
pudiera hacerle daño.
Lo tenía hecho un lío y
tenía que hacer todo lo posible por ignorar sus sentimientos.
—Sí, lo sé. ¿Por qué no
dejas de hablar hasta que lleguemos al bungalow?
—Podría, pero no sé si
voy a ser capaz de llegar al bungalow. Estoy muy mareada.
Él se giró justo a
tiempo para agarrarla antes de que se cayera al suelo.
—Nos vamos a casa,
pequeña —dijo él tomándola en brazos, donde ella se quedó inmóvil con la
cabeza apoyada en su pecho. Exactamente lo que menos necesitaba para alimentar
sus sentimientos de protección—. Ya has tenido bastante por hoy, creo.
—Oh, no —dijo ella
sacudiendo la cabeza, luego le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso—.
Estoy bien. De hecho… te deseo. Creo que sería una buena idea… no, una idea
genial, que hiciéramos el amor, Peter. Por favor. En el bungalow, no en el mar.
Donde nadie pueda mirar —se rio—. Uy, he hecho una rima sin darme cuenta.
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