Como ayudante
administrativa del jefe, ganaba cinco veces su salario normal, y necesitaba
cada centavo.
—Janice no regresará
hasta dentro de bastante tiempo.
—Lo sé —dijo él—. Igual
que tú sabes que este puesto nunca ha estado garantizado. Podrías encontrarte
de vuelta en tu antiguo empleo en cualquier momento, por cualquier razón, o por
ninguna razón, si yo decidiera que quiero hacer un cambio —añadió, y se echó
hacia delante con un respingo—. Vayamos al grano. ¿Cuál es tu respuesta?
¿Acaso tenía opción?
Sería una locura aceptar, pero ¿cómo iba a decir que no? Necesitaba el dinero
extra.
—Lo que has descrito —dijo
ella—, no suena como un tipo de relación muy confortable.
—Oh —dijo él con una
chispa en los ojos—. Creo que ambos estaríamos perfectamente confortables.
Aquella afirmación la
dejó sin aliento. Ella reaccionó sintiendo una ola de calor por todo el cuerpo.
Puede que hubiera conseguido dominar sus emociones, pero sus hormonas parecían
más difíciles de controlar.
—Nunca me di cuenta de
que… —se detuvo, y la sensación de pánico fue aún mayor.
Las cosas comenzaban a
escapar de su control. Era como si se hubiera subido por accidente a una
montaña rusa en lo alto de un edificio y el aire amenazara con tirarla.
—No tenías por qué darte
cuenta —dijo él posando las manos sobre el escritorio. Unas manos grandes y
fuertes que jamás la habían tocado, a excepción de unos leves roces al
entregarle informes.
Unas manos qué, si se
casaba con él, recorrerían su cuerpo como tantas veces ella había imaginado.
—Habría sido un error
hacértelo saber antes de que yo hubiera Nicolasado la decisión de casarme
contigo.
—Lo comprendo. Supongo
que hay que ser precavido en este punto —dijo ella, casi sin saber lo que
estaba diciendo, pero ella también tenía que ser precavida si pretendía
encontrar una solución que no acabara en desastre.
Eso suponía que tenía
que superar el pánico, hacer que su corazón dejase de golpear con fuerza en el
pecho y que sus sentidos dejasen de dar vueltas como locos.
—Me has pillado por
sorpresa con todo esto.
Incapaz de mira esa cara
enigmática un minuto más, se levantó de la silla y se acercó al ventanal que
daba a la bahía. El mar en el puerto de Buenos Aires parecía calmado.
En contraste, Lali era
un manojo de nervios en ese momento. Nervios, estrés y desilusión.
—¿Realmente no deseas
amor? ¿Una unión de corazones además de mentes? —preguntó dándole la espalda,
dirigiendo las palabras al reflejo de Peter en el cristal—. ¿No crees que a
veces pueda ocurrir? ¿Al menos a algunas personas?
—No. El amor, el tipo de
amor al que te refieres, no es más que una ilusión. La gente quiere creer en un
ideal de cuento de hadas, creer que un sentimiento transitorio puede mantener a
salvo el matrimonio. En realidad, los matrimonios sobreviven o no, dependiendo
del nivel de determinación de la pareja para conseguirlo, y sobre todo, de su
conveniencia.
—Qué triste —dijo ella
en voz baja, y luego se giró hacia él, buscando la razón para un punto de vista
tan implacable—. Tus padres están divorciados, ¿verdad? ¿Es por eso que…?
—No pienses que tuve una
niñez desastrosa, Lali. No es verdad. Sí, mis padres son la prueba de que lo
que digo es verdad, pero yo habría llegado a la misma conclusión por mí mismo.
Dadas las estadísticas de divorcios, es la única cosa lógica que se puede
pensar.
—¿Y la lógica lo es
todo? —dijo sorprendida. ¿Es que se había dejado llevar tanto por la
racionalidad que ya no veía el lado emotivo de la vida? Ella no quería creer
eso. Tenía que haber un hombre con sentimientos ahí dentro.
¿Esperando a ser
rescatado por el amor de una mujer? ¿El amor de Lali? Tenía que estar loca para
intentarlo. Doblemente loca para intentarlo en esas circunstancias.
—Eso es —dijo él—. La
compatibilidad es lo que cuenta. Si dos personas pueden trabajar juntas en pos
de los mismos objetivos, eso las convierte en un equipo fuerte. Nosotros
tendremos eso, Lali, y seremos felices. Estoy seguro de eso.
—Felices —dijo ella.
Pero el amor podía existir. Él se equivocaba. Lali buscó su cara aristocrática,
se enderezó y se obligó a sí misma a aceptar los dictados del destino y de su
situación.
Nunca llegarían a
casarse, se aseguraría de eso, pero tendría que aceptar la idea de momento. Trató de que no le temblara la voz.
—Acepto tu propuesta.
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