domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 6

Como ayudante administrativa del jefe, ganaba cinco veces su salario normal, y necesitaba cada centavo.
—Janice no regresará hasta dentro de bastante tiempo.
—Lo sé —dijo él—. Igual que tú sabes que este puesto nunca ha estado garantizado. Podrías encontrarte de vuelta en tu antiguo empleo en cualquier momento, por cualquier razón, o por ninguna razón, si yo decidiera que quiero hacer un cambio —añadió, y se echó hacia delante con un respingo—. Vayamos al grano. ¿Cuál es tu respuesta?
¿Acaso tenía opción? Sería una locura aceptar, pero ¿cómo iba a decir que no? Necesitaba el dinero extra.
—Lo que has descrito —dijo ella—, no suena como un tipo de relación muy confortable.
—Oh —dijo él con una chispa en los ojos—. Creo que ambos estaríamos perfectamente confortables.
Aquella afirmación la dejó sin aliento. Ella reaccionó sintiendo una ola de calor por todo el cuerpo. Puede que hubiera conseguido dominar sus emociones, pero sus hormonas parecían más difíciles de controlar.
—Nunca me di cuenta de que… —se detuvo, y la sensación de pánico fue aún mayor.
Las cosas comenzaban a escapar de su control. Era como si se hubiera subido por accidente a una montaña rusa en lo alto de un edificio y el aire amenazara con tirarla.
—No tenías por qué darte cuenta —dijo él posando las manos sobre el escritorio. Unas manos grandes y fuertes que jamás la habían tocado, a excepción de unos leves roces al entregarle informes.
Unas manos qué, si se casaba con él, recorrerían su cuerpo como tantas veces ella había imaginado.
—Habría sido un error hacértelo saber antes de que yo hubiera Nicolasado la decisión de casarme contigo.
—Lo comprendo. Supongo que hay que ser precavido en este punto —dijo ella, casi sin saber lo que estaba diciendo, pero ella también tenía que ser precavida si pretendía encontrar una solución que no acabara en desastre.
Eso suponía que tenía que superar el pánico, hacer que su corazón dejase de golpear con fuerza en el pecho y que sus sentidos dejasen de dar vueltas como locos.
—Me has pillado por sorpresa con todo esto.
Incapaz de mira esa cara enigmática un minuto más, se levantó de la silla y se acercó al ventanal que daba a la bahía. El mar en el puerto de Buenos Aires parecía calmado.
En contraste, Lali era un manojo de nervios en ese momento. Nervios, estrés y desilusión.
—¿Realmente no deseas amor? ¿Una unión de corazones además de mentes? —preguntó dándole la espalda, dirigiendo las palabras al reflejo de Peter en el cristal—. ¿No crees que a veces pueda ocurrir? ¿Al menos a algunas personas?
—No. El amor, el tipo de amor al que te refieres, no es más que una ilusión. La gente quiere creer en un ideal de cuento de hadas, creer que un sentimiento transitorio puede mantener a salvo el matrimonio. En realidad, los matrimonios sobreviven o no, dependiendo del nivel de determinación de la pareja para conseguirlo, y sobre todo, de su conveniencia.
—Qué triste —dijo ella en voz baja, y luego se giró hacia él, buscando la razón para un punto de vista tan implacable—. Tus padres están divorciados, ¿verdad? ¿Es por eso que…?
—No pienses que tuve una niñez desastrosa, Lali. No es verdad. Sí, mis padres son la prueba de que lo que digo es verdad, pero yo habría llegado a la misma conclusión por mí mismo. Dadas las estadísticas de divorcios, es la única cosa lógica que se puede pensar.
—¿Y la lógica lo es todo? —dijo sorprendida. ¿Es que se había dejado llevar tanto por la racionalidad que ya no veía el lado emotivo de la vida? Ella no quería creer eso. Tenía que haber un hombre con sentimientos ahí dentro.
¿Esperando a ser rescatado por el amor de una mujer? ¿El amor de Lali? Tenía que estar loca para intentarlo. Doblemente loca para intentarlo en esas circunstancias.
—Eso es —dijo él—. La compatibilidad es lo que cuenta. Si dos personas pueden trabajar juntas en pos de los mismos objetivos, eso las convierte en un equipo fuerte. Nosotros tendremos eso, Lali, y seremos felices. Estoy seguro de eso.
—Felices —dijo ella. Pero el amor podía existir. Él se equivocaba. Lali buscó su cara aristocrática, se enderezó y se obligó a sí misma a aceptar los dictados del destino y de su situación.
Nunca llegarían a casarse, se aseguraría de eso, pero tendría que aceptar la idea de momento. Trató de que no le temblara la voz.
—Acepto tu propuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario