Peter la deseaba. Quería
poseerla. Como si de algún modo eso fuera a darle el derecho a protegerla del
mundo.
Siempre había habido secretos
en los ojos de Lali. Zonas oscuras que Peter quería descubrir. Sobre todo en
ese momento, aun sabiendo que la implicación emocional sería un grave error.
Lo era. Su propia
confusión en ese momento era testimonio de ello.
Llegaron al bungalow en
ese momento. Peter prefirió no contestarla hasta que no estuvieran dentro y a
salvo. Aunque no sabía si la expresión «a salvo» podría aplicarse muy bien a la
situación.
—Crees que sería una
buena idea, ¿verdad? ¿Hacer el amor donde nadie pueda vernos? —su cuerpo
respondía al hecho de tenerla tan cerca. Pero no podía tomarla. No cuando
ella no era dueña de sus actos, ni él tampoco. La llevó a su habitación y la
tumbó en su cama—. ¿Por qué no dejas reposar esa idea un rato?
—No necesito reposar.
Estoy bien despierta, te lo prometo —dijo ella agarrándose a sus hombros—. No
te vayas, Peter Lanzani. Quédate conmigo. Sé que quieres.
—Es cierto. Quiero —dijo
él, y la besó en la boca. Un solo beso. Luego se quitó sus brazos de encima e
hizo que se diera la vuelta—. Duérmete, Lali.
—No quiero… —sus
palabras se apagaron y, aunque no era esa su intención, se quedó dormida.
Peter cerró la puerta y
abandonó el bungalow con la esperanza de que unas pocas horas paseando por la
playa pudieran calmarlo. No estaba dispuesto a pasar otra noche sin dormir,
pero tenía la sensación de que no le quedaba otra opción.
—Has vuelto pronto —dijo
Peter sorprendido al salir de su oficina y entrar en la de Lali.
—Supongo que llego un
poco pronto —dijo Lali con una sonrisa—, pero supongo que no tiene sentido tomarme
tiempo libre porque sí.
Habían pasado dos
semanas desde que Peter le había hecho la proposición. Once días y más o menos
doce horas habían pasado desde que Lali se había emborrachado y quedado como
una idiota en la isla.
Poco tiempo en
comparación con todo el plan en general, y sin embargo parecía como si hubieran
pasado muchas cosas. Enfrascarse en el trabajo de la oficina no le había
servido de mucho para aliviar la confusión ni la preocupación. En la superficie
trataba de mantener una relación profesional, pero el control sólo era
superficial. Todos los sentimientos seguían ahí, en ebullición, amenazando con
salir a la primera oportunidad.
Peter también parecía
distraído. Más reservado que de costumbre. A veces, cuando sus miradas se cruzaban,
se suavizaba. Pero invariablemente, después de eso volvía a poner distancia
entre ambos.
Había sido así desde que
habían regresado de Brandmeire. Al principio Lali pensaba que estaría
disgustado por su comportamiento de la noche pasada, pero poco a poco se había
dado cuenta de que, aunque ella había quedado como una tonta, los dos habían
estado un poco fuera de control ese fin de semana.
Simplemente Peter había
decidido, al igual que ella, que tenía que dar un paso atrás. Conseguir un poco
de distancia y de control sobre sí mismo y sobre la situación. El calor seguía
latente también en él, pero lo llevaba con cuidado.
Habían salido media
docena de veces. A cenar, al teatro. Peter incluso había conseguido asientos de
primera categoría en el Buenos Aires Cricket Ground para un partido entre
Australia y los West Indies un sábado. Los dos habían pasado horas gritando y
animando a su equipo.
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