El viernes amaneció
brillante y agradable, lo cual no cuadraba con la perspectiva de Lali en
absoluto. A pesar de sus esfuerzos por pensar en la situación, se había ido a
la cama sin saber cómo iba a enfrentarse a los próximos tres meses.
Tras apagar el
despertador, vaciló un instante y finalmente llamó para decir que estaba
enferma. Peter la pilló al instante y le dijo que se diera prisa en llegar al
trabajo. Tenían mucho que hacer antes de partir.
Parecía feliz. Más feliz
de lo que nunca lo había escuchado. ¿Acaso era porque ella había aceptado casarse?
Y, si era así, ¿cómo se lo tomaría cuando ella se echase atrás en el último
momento?
No quería herirlo. Claro
que no creía que alguien pudiera herirlo. ¿Pero y si se equivocaba?
«No estás equivocada»,
se dijo a sí misma. «Él no se deja llevar por las emociones y tú te estás
dejando llevar por la imaginación. Ahora deja de preocuparte antes de que se te
vaya la cabeza».
Se encontraban en el
avión de camino a Brandmeire tras el día de trabajo y Lali no estaba segura de
nada. No estaba segura de ella, de sus sentimientos, de cómo enfrentarse al
próximo minuto, al próximo día ni a los próximos tres meses.
—¿Estás bien? —le
preguntó Peter—. Espero que no te dé miedo volar.
—Rara vez me asusto.
Su afirmación, sin
embargo, estaba llena de ironía, dado que había intentado fingir que estaba
enferma para librarse del viaje. Él había dicho unas cuantas palabras cuando
había llegado al trabajo, señalando que no iba a aprovecharse de ella a la
primera oportunidad.
Una de cal y una de
arena. Primera iba detrás de ella con fuego en la mirada y luego le decía que
no podía importarle menos. Desde luego él no parecía estresado. Parecía el epitomase
de la relajación, vestido con sus vaqueros y su camisa.
—Estoy bien. Los aviones
pequeños no me asustan.
Señaló el brazalete de
diamantes que llevaba en la muñeca y se preguntó lo que pensaría Peter si le
dijera que había dormido con la caja de las joyas bajo el colchón.
—¿Están aseguradas las
joyas? —pregunto ella de pronto.
—Sí, Lali. Están
aseguradas —dijo él con cierta ironía.
Su tono no hizo más que
aumentar su enfado. Cuando habló, Lali no trató de ocultarlo.
—Aun así, prefiero
guardarlo todo en la caja fuerte de la oficina, o en la que tienes en tu casa.
—Si hicieras eso, casi
nunca las llevarías puestas. Eso no tendría sentido. Ahí abajo está Brandmeire.
Aterrizaremos pronto.
—Ya veo —dijo ella
mirando por la ventanilla.
Una isla paradisíaca, su
jefe. Y un fin de semana entero por delante que amenazaba con ser un desastre.
«No se trata de una
escapada romántica».
Llevaba todo el día
repitiéndose eso, pero una parte de ella no quería creerlo. Una parte que veía
a Peter y veía en él el potencial para tantos deseos.
—Podría sumergirme en el
océano ahora mismo.
«Tirarme al mar en el
embarcadero más cercano y probar suerte con los tiburones. Dudo que sean más
amenazadores que los pensamientos que se acumulan en mi mente en este
instante».
Pensamientos en los que
besaba a su jefe, en los que lo abrazaba. Y eso era lo menos importante. Puede
que él hubiera dicho que no pensaba seducirla ese fin de semana, ¿pero lo diría
en serio?
—Pasaremos algún tiempo
en el agua este fin de semana —dijo él con una sonrisa de anticipación—. Me
encanta nadar, y no pienso perder a oportunidad de disfrutar viendo a mi futura
mujer en traje de baño.
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