jueves, 19 de diciembre de 2013

Capítulo 20

El viernes amaneció brillante y agradable, lo cual no cuadraba con la perspectiva de Lali en absoluto. A pesar de sus esfuerzos por pensar en la situación, se había ido a la cama sin saber cómo iba a enfrentarse a los próximos tres meses.
Tras apagar el despertador, vaciló un instante y finalmente llamó para decir que estaba enferma. Peter la pilló al instante y le dijo que se diera prisa en llegar al trabajo. Tenían mucho que hacer antes de partir.
Parecía feliz. Más feliz de lo que nunca lo había escuchado. ¿Acaso era porque ella había aceptado casarse? Y, si era así, ¿cómo se lo tomaría cuando ella se echase atrás en el último momento?
No quería herirlo. Claro que no creía que alguien pudiera herirlo. ¿Pero y si se equivocaba?
«No estás equivocada», se dijo a sí misma. «Él no se deja llevar por las emociones y tú te estás dejando llevar por la imaginación. Ahora deja de preocuparte antes de que se te vaya la cabeza».

 Se encontraban en el avión de camino a Brandmeire tras el día de trabajo y Lali no estaba segura de nada. No estaba segura de ella, de sus sentimientos, de cómo enfrentarse al próximo minuto, al próximo día ni a los próximos tres meses.
—¿Estás bien? —le preguntó Peter—. Espero que no te dé miedo volar.
—Rara vez me asusto.
Su afirmación, sin embargo, estaba llena de ironía, dado que había intentado fingir que estaba enferma para librarse del viaje. Él había dicho unas cuantas palabras cuando había llegado al trabajo, señalando que no iba a aprovecharse de ella a la primera oportunidad.
Una de cal y una de arena. Primera iba detrás de ella con fuego en la mirada y luego le decía que no podía importarle menos. Desde luego él no parecía estresado. Parecía el epitomase de la relajación, vestido con sus vaqueros y su camisa.
—Estoy bien. Los aviones pequeños no me asustan.
Señaló el brazalete de diamantes que llevaba en la muñeca y se preguntó lo que pensaría Peter si le dijera que había dormido con la caja de las joyas bajo el colchón.
—¿Están aseguradas las joyas? —pregunto ella de pronto.
—Sí, Lali. Están aseguradas —dijo él con cierta ironía.
Su tono no hizo más que aumentar su enfado. Cuando habló, Lali no trató de ocultarlo.
—Aun así, prefiero guardarlo todo en la caja fuerte de la oficina, o en la que tienes en tu casa.
—Si hicieras eso, casi nunca las llevarías puestas. Eso no tendría sentido. Ahí abajo está Brandmeire. Aterrizaremos pronto.
—Ya veo —dijo ella mirando por la ventanilla.
Una isla paradisíaca, su jefe. Y un fin de semana entero por delante que amenazaba con ser un desastre.
«No se trata de una escapada romántica».
Llevaba todo el día repitiéndose eso, pero una parte de ella no quería creerlo. Una parte que veía a Peter y veía en él el potencial para tantos deseos.
—Podría sumergirme en el océano ahora mismo.
«Tirarme al mar en el embarcadero más cercano y probar suerte con los tiburones. Dudo que sean más amenazadores que los pensamientos que se acumulan en mi mente en este instante».
Pensamientos en los que besaba a su jefe, en los que lo abrazaba. Y eso era lo menos importante. Puede que él hubiera dicho que no pensaba seducirla ese fin de semana, ¿pero lo diría en serio?

—Pasaremos algún tiempo en el agua este fin de semana —dijo él con una sonrisa de anticipación—. Me encanta nadar, y no pienso perder a oportunidad de disfrutar viendo a mi futura mujer en traje de baño.

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